Revisión histórica al Plan de Iguala. Algunas precisiones sobre su entorno

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Revisión histórica al Plan de Iguala. Algunas precisiones sobre su entorno

Fernando Leyva Martínez

 

“Hay dos historias: la historia oficial con mentiras

 y luego la historia secreta,

donde se encuentran las causas reales de los eventos”.

Honoré de Balzac

 

 

El Plan de Iguala, sigue siendo uno de los temas más importantes para los historiadores, politólogos, sociólogos, juristas y demás pensadores de las ciencias sociales, ya que es centro de discusión y reflexión muy a propósito de los 200 años de su publicación. Guarda muchos significados no sólo por lo que representa, sino también porque es un hito en la historia y tiene una connotación muy especial para un país tan complejo como el nuestro. Sabemos que el plan facilitó la unión entre varios personajes para coincidir en uno de los pactos políticos más interesantes del devenir histórico mexicano. Es menester ir más allá de las posturas encontradas por las pasiones y las escuelas historiográficas, en ese sentido, hay que reflexionar algunos de los episodios de la consumación de independencia y, de esa manera, repensar los hechos que ayudaron a la conjunción de intereses tan disimiles. En este sentido, el Plan de Iguala es abordado como un documento crucial dentro de unas circunstancias coyunturales de primer orden, de ahí parte nuestro afán por explicarlo.

El presente artículo versa sobre las condiciones políticas de lo que denominamos en historiografía la “revolución hispánica”, es decir, los cambios vertiginosos que se dieron en el Imperio español y en sus colonias ultramarinas a partir de 1808 hasta la rebelión de Rafael de Riego en 1820, en este caso, nos ocuparemos de analizar los aspectos más significativos en torno al Plan de Iguala que, indudablemente, posibilitó la consumación de la independencia mexicana. Mencionaremos también algunos puntos que, hasta el día de hoy, son piedra angular en la historiografía mexicana, pero que no han sido lo suficientemente expuestos con la debida claridad. Por tal motivo, retomaremos las ideas de algunos historiadores que han escudriñando el periodo y, en virtud de eso, han aportado una serie de precisiones relevantes sobre el impacto del documento asimismo del artífice de la consumación.

 

La coyuntura

 

Los estudios sobre el tema nos refieren que, en el año de 1820, muchos insurgentes se acogieron al indulto promovido por las autoridades virreinales, a tal grado que en ese año solamente había pequeñas partidas guerrilleras en las costas: en las del sur con Vicente Guerrero a la cabeza; y en las de Veracruz, con Guadalupe Victoria, como último baluarte. Al respecto, John Tutino nos ofrece un panorama amplio acerca de la cambiante situación política de ese año […] “cinco años después de la derrota de la insurgencia política y cuando los últimos grupos populares negociaban su rendición, los temas de soberanía, monarquía y liberalismo volvieron a escucharse en todo el imperio”.[1]

El 9 de noviembre de 1820, el coronel Agustín de Iturbide fue designado comandante del distrito militar del sur, aceptó tal encomienda, a condición de quedar relevado del mando, una vez obtenido el éxito de la campaña sureña. Hay varias posturas al respecto. Para Josefa Vega “[…] la idea era acabar con ellos y, entonces ya sin peligro proclamar la independencia”.[2] También se maneja la versión muy sonada que cuenta que el virrey dio instrucciones precisas al comandante realista para que se entrevistara tanto con Pedro Ascencio, como con Vicente Guerrero, para ofrecerles sendos indultos, y con esto terminar con el último reducto rebelde de importancia en el sur del virreinato. Cabe señalar que otros historiadores sospechan de la presencia de otros móviles de índole netamente política. En ese sentido de ideas, posiblemente Iturbide obedecería a una conjura ampliamente difundida en las principales ciudades que pretendían independizarse. Además, claro está, seguramente, fraguaba sus propios planes.

Iturbide, desde su cuartel general situado en la población de Teloloapan, simultáneamente a sus deberes militares en la organización y preparativos de la campaña, puso en práctica su plan; para ello se valió de una intensa campaña epistolar, con varios personajes, entre los que destaca Juan José Espinosa de los Monteros, a quien le había encargado, entre otros asuntos, según nos refieren, los borradores de un plan de y una proclama. En ese mismo tenor, se tienen noticias de que el 7 de diciembre de 1820, en una carta dirigida a José Gómez de Navarrete, también muy cercano a Iturbide, se mencionaba que: “[…] jefes y oficiales me demuestran que están favorablemente dispuestos para la tarea”.[3]

¿Cuál era esa tarea? La convocatoria a los militares, políticos, insurgentes y pueblos del Anáhuac se haría pública en la Villa de Iguala, el 24 de febrero de 1821. De tal modo se formalizó una primera alianza con las huestes de Guerrero. No hay que olvidar lo que Anna Macias señala atinadamente que “[…] los jefes de esta revolución conservadora detestaban a los antiguos insurgentes, pero para lograr la unidad nacional era necesario aliarse con Guerrero y su desarrapado ejército costeño”.[4]

La búsqueda de la independencia contó con los caudales de particulares y el apoyo soterrado de la Iglesia, —además de la aceptación de militares y políticos—. Los recursos económicos vertidos a los trigarantes serían trascendentales, gracias a ellos fue posible la difusión y propagación del movimiento.[5] Esta lucha requirió de la persuasión, de cierto grado de sentido político, capacidad de convocatoria, liderazgo y obviamente el apoyo del dinero.

 

Los significados del Plan

 

El plan signado en Iguala consta de 23 artículos, los cuales contienen planteamientos muy claros de índole eminentemente política que, para muchos, se pueden sintetizar en tres grandes garantías, las cuales son “religión, independencia y unión”. Este texto está precedido por una proclama, justificando las bases de su movilización y señalando el objetivo político que es el de independizarse. Además, contiene una posdata exhortando a los americanos a que apoyen el movimiento y, de tal manera, obtener la realización de esa Independencia tan anhelada.[6]

Un texto que ha sido desdeñado por muchos historiadores debido a las posturas maniqueas existentes, son las memorias de Agustín de Iturbide, conocidas como Manifiesto al Mundo. El autor, pieza fundamental en ese hecho histórico, nos refiere: “[…] formé mi plan conocido por el nombre de Iguala, mío porque solo lo concebí, lo extendí, lo publiqué y lo ejecuté, me propuse hacer independiente mi patria, porque éste era el voto general de los americanos; voto que se consideró y era el medio único de que prosperasen ambas naciones”.[7] La valía del plan, para el protagonista de esta jornada militar y política, consistió en que “[…] destruía la odiosa diferencia de castas, presentaba a todo extranjero la más segura y cómoda hospitalidad, dejaba expedito el camino para llegar a obtener, conciliaba las opiniones razonables y oponía un valladar impenetrable a las maquinaciones de los díscolos”.[8]

Los diferentes personajes que en pocos meses se fueron sumando a Iturbide y los trigarantes, tuvieron motivos e intereses suficientes para creer y, en el mejor de los casos, apoyar la empresa independentista. Para lograr esto, rápidamente se organizaron los militares, en su gran mayoría perteneciente a la oficialidad criolla. De ese mismo modo, la oligarquía hizo lo propio, terratenientes, mineros y comerciantes de manera diplomática se sumaron a los ofrecimientos de Iguala. Por su parte, la Iglesia, dada su importancia, no se quedó atrás. Por lo que vemos, fue un pacto que sumó a la gran mayoría.[9]

En Jaime del Arenal se observa, en primer lugar, la campaña epistolar de Iturbide al señalar que “[…] pese a que todas las autoridades apoyaron al virrey en un principio, la táctica iturbidista de granjearse el apoyo mediante cartas fue exitosa”.[10] Seguido de que lo más significativo que se observa en el texto igualeño fueron los artículos tercero y decimoprimero, en donde quedó establecido que el gobierno del imperio sería una monarquía moderada y que serían las cortes mexicanas las que establecerían el tipo de Constitución del Imperio.[11] El Plan de Iguala fue vital; por una parte, satisfacía a quienes deseaban la autonomía al establecer una monarquía limitada y separada[12] y, por otra, la oferta era tan ambigua que cada sector entendió lo que quiso.[13]

En ese mismo sentido de ideas, William S. Robertson establece, a grandes líneas, que la proclamación de la independencia dada a conocer en Iguala era única, ya que, en lugar de censurar a España y a los españoles, los elogiaba. Este autor también subraya que lo especial del documento reside en sus apreciaciones sobre política inmediata: separarse de España, dotar a la nación de un gobierno, crear unas Cortes mexicanas y una Regencia que fueran depositarias de los poderes mientras llegaba un monarca ya hecho (artículos 2º, 3º, 5º y 8º del Plan de Iguala, respectivamente).[14]

El Plan de Iguala fue un puente de unión entre las oligarquías regionales, los altos mandos militares y la Iglesia con otros estratos de la misma sociedad. Al respecto, Antonio Annino destaca: “Primera forma de principios constitutivos del régimen de facto mexicano”.[15] Entonces se puede decir que dicho documento fue un acto de acuerdo político, inmensamente complejo en sus consecuencias, pero decepcionantemente simple en su fraseo, que unió a liberales y conservadores, rebeldes y realistas, criollos y españoles.[16]

El significado del texto igualeño está dado principalmente porque en ese documento están contenidos las aspiraciones, proyectos e ideas del propio Agustín de Iturbide y refleja claramente los intereses plasmados de las instituciones. Observamos que el artículo primero privilegia a la religión católica, apostólica, romana, sin tolerancia de ninguna otra; el segundo, determinaba la absoluta independencia; el tercero, un gobierno monárquico templado por una constitución y el artículo catorce reafirma que “[…] el clero regular y secular conservando en todos sus fueros y propiedades”.[17] Para el propio Iturbide “[…] el plan de Iguala garantiza la religión que heredamos de nuestros mayores”.[18]

Para Juan Ortiz Escamilla, lo significativo del Plan estribó en lo siguiente: “[…] en primer lugar, reconocía la exclusividad de la religión en una sociedad católica y ratificaba los derechos y privilegios del clero”.[19] Además, ofrecía igualdad entre los habitantes (artículo 12º). Su propósito consistió en ganarse el apoyo popular; con estas medidas, claro está, atrajo a la población indecisa, ya que, de modo abstracto, sentaba las bases para la continuación del statu quo, salvo algunos cambios que no afectarían a las clases privilegiadas. En ese mismo sentido de ideas, compartimos la postura con Juan Ortiz Escamilla, cuando menciona que “[…] el Plan de Iguala, más que una empresa militar, fue un proyecto político”.[20]

El plan, como se observa, daba muchas seguridades a la Iglesia, pues garantizaba el goce de todos sus privilegios dentro de la sociedad y, por tanto, mantenía intacta su situación económica. Dicho sea de paso, es necesario destacar que el obispo de Puebla, Antonio Joaquín Pérez Martínez, junto con otros prelados mantuvieron inicialmente una distancia prudente con los trigarantes mientras no obtuvieron el triunfo, por tanto, no externaron públicamente opinión alguna sobre el Plan de Iguala. Es decir, abiertamente no se sumaron a él, pero tampoco lo anatemizaron ni lo combatieron.[21]

Otro de los puntos importantes del texto es la mención a la garantía de unión, ya que esta sirvió para conjuntarse con los insurgentes. El asunto significó otro triunfo político capitalizado por el coronel. En la concepción de Ernesto Lemoine, el Plan de Iguala representa indudablemente “[…] la mecánica era romper el sistema desde dentro, es decir, que los grupos de poder virreinal y el ejército, hasta entonces fieles al realismo, lo desconocieran. En apariencia resultaba imposible conseguir la tan ansiada unión, ya que había en su contra la falta de entendimiento entre los diversos estratos sociales, por lo tanto, se requería un acuerdo general”.[22] En ese mismo tenor, Lemoine, en otra de sus obras, destaca que: “la independencia únicamente podía lograrse si prendía un pronunciamiento del ejército realista con un Riego mexicano a la cabeza”.[23]

Observamos que el texto igualeño tiene varias implicaciones. Una de ellas es señalada por varios historiadores, relacionada con las dudas sobre el posible logro de la garantía de la unión entre los españoles con americanos e inmigrantes, a las élites poderosas y líderes provinciales, a los ex realistas e insurgentes políticos, lo cual se dejó a un lado, puesto que lo más significativo es que el Plan de Iguala forjó una coalición política que resolvió momentáneamente un problema: la separación entre México y España. Todas las demás cuestiones sobre los que México habría de ser permanecieron abiertos al debate.[24]

Otra mención sobre el Plan está dada por lo asentado por Doris Ladd, quien destaca: «[…] la instrumentación del Plan de Iguala respalda la idea de que la autonomía se había convertido en una meta asequible y atractiva”.[25] Para José Gutiérrez Casillas, este plan era “[…] una reforma pacífica, la cual convenía a un país abrumado muchos años por males de toda especie”.[26]

Con lo visto hasta el momento, el plan consiguió el consenso, lo cual se observa como un logro casi instantáneo, porque ofrecía algo a todos, ya fuera a la élite como también a las castas, a los blancos y no blancos, a los antiguos insurgentes y a los nuevos disidentes. Queda entendido que el clero lo apoyó porque garantizaba sus privilegios y la religión, para los criollos y las clases bajas porque garantizaba la independencia. Podemos establecer, como bien lo señala Timothy E. Ana que: “Iguala, forjó una alianza de muchos y variados intereses, nunca antes vista en la historia de México”.[27]

Para apoyar la hipótesis de algunos historiados sobre el complot orquestado por Iturbide con algunos de los diputados novohispanos en Madrid, se menciona la existencia de una moción presentada, el día 24 de junio de 1821, en el pleno de las cortes españolas, por los delegados Francisco Fagoaga, Lucas Alamán y José Mariano Michelena, la cual contenía muchas de las ideas planteadas en el Plan de Iguala.[28] El trabajo de estos diputados es reconocido por propios y extraños. Al respecto, Josefa Vega menciona: “quienes decidieron agotar las posibilidades del sistema parlamentario”.[29]

Por lo general, a la campaña trigarante por la consumación se le minimiza como una reacción eminentemente conservadora y de corte proteccionista como respuesta a la política española, más que como una decisión netamente mexicana, emprendida mediante una alianza extendida para buscar una nueva forma de experiencia nacional.[30] Sabemos que la campaña se extendió “como reguero de pólvora” por toda la Nueva España. La mayoría de los habitantes se acogieron al ofrecimiento, lo cual facilitó, en gran medida, el buen término de la empresa independentista, cuyo reconocimiento legal fue la celebración con el último Jefe Político Superior y Capitán General de la Nueva España, Juan de O´Donojú, así vio la luz el Tratado de Córdoba, el 24 de agosto de 1821, [31] en dicho documento, se reconoció la separación de México y se externaba la invitación a un Borbón a ceñirse a la Corona mexicana (artículos 1º y 3º respectivamente). O´Donojú supo entender mejor el plan propuesto por Iturbide.[32] Aunque la respuesta española fue “La independencia y el plan de Iguala, entre otras cosas, atentaban contra la autoridad del rey, y no estaban movidos por el amor a él”.[33]

¿Qué hace del plan de Iguala un pacto importante?  La explicación tentativa recae en que confluyeron muchas circunstancias afortunadas. Por ejemplo, 1820 es un año lleno de sobresaltos, además de los siguientes factores como el apoyo de las instituciones, la alianza entre los comandantes militares realistas y la manera tan sutil de hacer política, con lo cual, al arribo de Juan de O’Donojú, no había mucho que hacer para oponerse al texto independentista ni objetar su logro político. Por tanto, para muchos historiadores, al igual que para Iturbide, “El Tratado de Córdoba me abrió las puertas de la capital, yo las habría hecho practicables de todos modos, pero siempre me resulto la satisfacción de no exponer mis soldados ni hacer correr la sangre de los que fueron mis compañeros de armas”.[34]

 

El pacto y la consumación

 

La ejecución del plan fue un éxito rotundo y la validación dada por el pacto con O’Donojú se tradujo en los buenos oficios que realizó para evitar un baño de sangre. Al respecto, Francisco Castellanos, describe muy bien los meses de julio, agosto y septiembre de ese año de 1821, donde atinadamente señala: “De triunfo en triunfo, de capitulación en capitulación, avanzaba firme, confiado, hacia la conquista máxima jamás lograda por personaje alguno: la independencia.[35] Es importante también destacar lo que  Iturbide describe: “la ejecución tuvo el feliz resultado que me había propuesto: seis meses bastaron para desatar el apretado nudo que ligaba a los dos mundos. Sin sangre, sin incendios, sin robos, ni depredaciones sin desgracias y de una vez sin lloros y sin duelos, mi patria fue libre transformada de colin en grande imperio”.[36]

El Ejército de las Tres Garantías entró triunfante a la capital el 27 de septiembre de 1821. Iturbide, por los servicios prestados durante la campaña de iguala, fue el héroe de aquel día memorable. «Religión, independencia y unión» fue el grito que se escuchó por todos los rincones de la otrora Nueva España. En palabras de Javier Ocampo. “[…] fue la emotiva culminación de la empresa originada en Iguala, un día de entusiasmo desbordado, el inicio de un breve periodo de euforia, regocijo y esperanza. Llegó por fin el día de la libertad de México”.[37]

El Plan significó muchas cosas más allá del debate sobre la paternidad de la patria, en ese sentido, la importancia de la consumación es abordada por Manuel Payno, quien retrata de manera elocuente lo que significó el 27 de septiembre de 1821: “Once años de lucha, un mar de sangre, un océano de lágrimas. Esto era lo que había tenido que atravesar el pueblo para llegar desde el 16 de septiembre de 1810 al 27 de septiembre de 1821.[38] Al respecto, Agustín de Iturbide destacó: “[…] sin sangre, sin incendios, sin robos, ni depredaciones, sin desgracias y de una vez sin lloros y sin duelos, mi patria fue libre, transformada de colonia en grande imperio”.[39] En ese mismo sentido de ideas, para Edmundo O´Gorman […] “México se gestaba en las entrañas de la Nueva España”.[40]

Como bien lo refieren los distintos historiadores aquí manejados, tales son los casos de O´Gorman, Castellanos, Ocampo, Payno, Ortiz Escamilla, concuerdan en que las alianzas que se dieron para lograr la independencia entre los jefes sublevados, así como entre los vencedores y los vencidos, permitieron claramente la pronta culminación de la emancipación”.[41]

Los mexicanos recién independizados siguieron cuidadosamente los precedentes españoles. En cuanto al protocolo para realizar los actos solemnes y revestirlos de legalidad, de tal manera, el 28 de septiembre de 1821, los libertadores se congregaron para firmar el Acta de Independencia del Imperio Mexicano; entre quienes figuraron, por sólo citar a algunos: Juan José Espinosa de los Monteros, Anastasio de Bustamante, Juan Bautista Raz y Guzmán, José María Bocanegra, Francisco Fagoaga y Manuel Velázquez de León. Con esto se inició el primer esbozo de la estructura del poder. Acto seguido crearon dos instancias principales: la Soberana Junta Provisional Gubernativa y la Regencia del Imperio.[42]

Para aquel entonces, se pensaba que la independencia quedó asegurada cuando Juan de O’Donojú, último jefe político superior de la Nueva España, ratificó el Plan de Iguala firmando los Tratados de Córdoba e implementaron acciones para construir el gobierno. Al respecto, Marco Antonio Landavazo hace ciertas precisiones, ya que el propósito original era “[…] un imperio parlamentario que previniera con leyes sabias la tentación del despotismo. Entonces se adoptaba el gobierno monárquico moderado que era el más excelente y proponía la dinastía que debería gobernarlo”.[43]

Finalmente, una de las interrogantes que pueden plantearse sobre la jornada de la consumación de la Independencia, se relaciona con los acontecimientos que fueron el telón de fondo, por sólo citar algunos mencionaremos, por ejemplo, la crisis metropolitana de 1820, el choque de liberales y realistas por la constitución de 1812, la imposibilidad de llegar a acuerdos entre las facciones, lo que trajo como consecuencia la llegada de los liberales al poder, modificando así radicalmente el comportamiento político en la Nueva España. Por ende, los novohispanos pretendían su propio camino. El cómo lo hicieron fue lo excepcional del momento.

Podemos mencionar que el plan sí sirvió para unir a muchos actores históricos, de tal manera que los políticos novohispanos declararon la independencia cuando comprendieron que España no les concedería la libertad que necesitaban. La élite novohispana se disponía a gobernar el país y quería, a la vez, mantener estrechas relaciones con la madre patria. Fueron cuidadosos, tanto el Plan de Iguala como los postulados del Tratado de Córdoba. Ambos textos son un claro ejemplo de ello, a la vez que reconocían la Constitución de 1812 y los estatutos aprobados por las Cortes, de tal manera los libertadores, pensaron que de este modo la independencia había quedado asegurada.[44]

Al parecer, los autores revisados, en gran medida, esclarecen la jornada libertaria a partir de las coordenadas dadas por el Plan de Iguala. Todos coinciden en que las tres garantías fueron la base de un buen arreglo político como también el respeto a los privilegios de las instituciones, por lo tanto, el statu quo quedó intacto. El texto de Iguala también significó un cúmulo de acuerdos que fueron necesarios, destacando de entre ellos el rompimiento, un tanto diplomático, del vínculo que unió a la extinta Nueva España con la metrópoli, acción que fue corroborada con O’Donojú, lo cual dio certidumbre legal al nuevo gobierno.

El Plan de Iguala, puede ser visto como todo un acontecimiento tanto político como militar, en el cual se supo plasmar las necesidades de la población y, por ende, no hay que olvidar el anhelo de los políticos. En donde observamos que se puso especial empeño fue en su oferta, la cual notamos algo confusa; sin embargo, despertó anhelos que fueron suficientes para que, en pocos meses, gracias a ese pacto amplio, se unieran muchos sectores, por lo menos unos cuantos meses, para lograr el objetivo: la independencia.


Notas

[1] John Tutino, “Soberanía quebrada, insurgencias populares y la independencia de México: la guerra de independencia. 1810-1821”, en: Historia mexicana, vol. LIX, núm., 233, julio-septiembre de 2009, p. 62.

[2] Josefa Vega, Agustín de Iturbide, Cambio 16/Quorum, España, 1978, p. 56.

[3] Niceto de Zamacois, Historia de México desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días, J. F. Parres, México, 1876, p. 578.

[4] Anna Macías, Génesis del gobierno constitucional en México, 1808-1820, Sep, (Col. Sepsetentas, núm. 94.) México, 1973, p. 172.

[5] Agustín de Iturbide, Breve Manifiesto del que suscribe, Imprenta Imperial de Alejandro Valdés, México, 1821, p. 1.

[6] «El Plan de Iguala”, en: Álvaro Matute, México en el siglo xix. Fuentes e interpretaciones históricas, UNAM, México, 1973, p. 227.

[7] Agustín de Iturbide, Manifiesto al mundo osean apuntes para la historia, Libros del Umbral/Fondo Teixidor, México, 2001, p. 43.

[8] Agustín de Iturbide, op, cit., p. 44

[9] Jaime del Arenal Fenochio, “El significado de la Constitución en el programa político de Agustín de Iturbide”, en: Historia Mexicana, núm. 189, julio/septiembre de 1998, p. 38.

[10] Jaime del Arenal Fenochio, Agustín de Iturbide, Editorial Planeta/De Agostini, México, 2002, p. 75.

[11] Jaime del Arenal Fenochio, “El significado… p. 46.

[12] Jaime E. Rodríguez O., El proceso de la Independencia de México, Instituto Mora, México, 1992, p. 61.

[13] Jaime del Arenal Fenochio, “El significado…, p. 42.

[14] William Spence Robertson, Iturbide de México, FCE, México, 2012, p. 126.

[15] Antonio Annino, “El pacto y la norma. Los orígenes de la legalidad oligárquica en México”, en: Historias, núm., 5, enero-marzo, 1984, p. 11.

[16] Timothy E. Anna, El imperio de Iturbide, conaculta, México, 1991, p. 25.

[17] El Plan de Iguala”, en: Álvaro Matute, op, cit, p. 227.

[18] Agustín de Iturbide, Manifiesto…, p. 45.

[19] Juan Ortiz Escamilla, Guerra, Secretaria de Cultura, México, 2018, p. 94.

[20] Juan Ortiz Escamilla, Guerra y gobierno. Los pueblos y la independencia de México, 1808-1825, México, Colmex/Mora, 1997, p. 425.

[21] Cristina Gómez Álvarez, El alto clero poblano, unam/buap, México, 1997, p. 198.

[22] Ernesto Lemoine, “1821: ¿consumación o contradicción de 1810?”, en: Secuencia, núm., 1, marzo, 1985, p. 2.

[23] Ernesto Lemoine, “Vicente Guerrero: última opción de la insurgencia”, en: Memoria de la mesa redonda sobre Vicente Guerrero, Instituto Mora, México, 1982, p. 13.

[24] John Tutino, “Soberanía quebrada…p. 67.

[25] Doris M. Ladd, La Nobleza mexicana en la época de la Independencia, 1780-1826, fce, México, 1984, p. 195.

[26] José Gutiérrez Casillas, Papeles de Agustín de Iturbide, Tradición, México, 1997, p. 197.

[27] Timothy E. Anna, El imperio…, p. 20.

[28] Timothy E. Anna, La caída del gobierno español en la ciudad de México, FCE, México, 1981, p. 227.

[29] Josefa Vega, op, cit., p. 61.

[30] Doris M. Ladd, op, cit., p. 184.

[31] Jaime E. Rodríguez O., “La transición de la Colonia a Nación. Nueva España 1820-1821”, en: Historia Mexicana, México, Colmex, núm. 170, oct. /dic. de 1993, p. 295.

[32] Jaime del Arenal Fenochio, Un modo de ser libres. Independencia y Constitución en México, (1816-1822), COLMICH, México, 2002, p. 31.

[33] Marco Antonio Landavazo, La máscara de Fernando VII. Discurso e imaginario monárquicos en una época de crisis, Nueva España, 1808-1822, Colmex/Colmich, México, 2001, p. 301.

[34] Agustín de Iturbide, “Manifiesto…”, p. 45.

[35] Francisco Castellanos, El trueno, gloria y martirio de Agustín de Iturbide, Diana, México, 1982, p. 100.

[36] Agustín de Iturbide, op. cit., p. 44.

[37] Javier Ocampo, Las ideas de un día. El pueblo mexicano ante la consumación de su independencia, COLMEX, México, 1969, p. 66.

[38] Manuel Payno y Vicente Rivapalacio, El libro rojo, Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 2011, p. 413.

[39] Agustín de Iturbide, op. cit., p. 44.

[40] Edmundo O´Gorman, La supervivencia política novohispana: monarquía o república, Universidad Iberoamericana, México, 1986, p. 11.

[41] Juan Ortiz Escamilla, Guerra y Gobierno…, p. 246.

[42] Jaime E. Rodríguez O., ibid.

[43] Marco Antonio Landavazo, op. cit, p. 305.

[44] Jaime E. Rodríguez O., “Las Cortes mexicanas y el Congreso Constituyente”, en Virginia Guedea (coordinadora), La Independencia de México y el proceso autonomista novohispano 1808-1824, unam, México, 2001, p. 285

 

 

 

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