La vida Invisible de Eurídice Gusmão (Karim Aïnouz, 2019)
Ernesto Méndez Prado
Contra la realidad social, vestida y opresora,
[…]
– la realidad sin complejos, sin locura,
sin prostituciones y sin penitenciarías
del matriarcado de Pindorama.
Oswald de Andrade
Habría emprendido su propio viaje,
su propio anhelo de desaparecer.
Praia do Futuro
Lo que quiere es sumergirse
en la vida, como los hombres
que saltan en Acapulco.
Viajo porque preciso…
La película no da comienzo, aún. Es apenas un sueño, un desfiguro alucinante: la selva, su bullicio, su espesor cerúleo y verdoso, el rumoreo animal y mineral, el estupor del sol plomizo enmarcando el abrazo y el grito clamoroso de dos jóvenes mujeres. En realidad, es esta la imagen que falta a la película. Es la imagen perdida, en la que Eurídice y Guida su hermana se separan; la imagen angustiante en que el lazo íntimo de las hermanas, se vuelve invisible.
Puede que sea sólo la música, el febril repiquetear del piano, el que trae la luz a la película. Es también el llamado, la invocación, como en el mito de Eurídice que relata Ovidio, el que tiende el velo del relato para atraer a Eurídice hacia la luz. Sin música no hay lugar para la escena; es el método, la filigrana, pero también, se verá, la incertidumbre de la película. Sinuosa, altiva, forte, la música hunde las voces en un cieno pegajoso, como el tórrido calor del trópico brasileño. Eurídice Gusmão, joven carioca que ama el piano, que aspira y sólo aspira a la música, y que no desea nada sino ser conducida por la música. Guida, la hermana, irreverente, desacatada, apasionada, díscola a las rutinas domésticas y familiares, almibarada de un marinero griego, no quiere sino conocer el amor al lado de ese extranjero, y seguirlo en sus viajes a bordo de un gran navío.
Haciendo guiños entre el mito órfico de la desaparición contado por Ovidio, el mito patriarcal moderno de la mujer decorosa, y la realidad cotidiana de las mujeres blancas clasemedieras en el Brasil de los años cincuenta del pasado siglo, Karim Aïnouz nos entrega su más reciente largometraje, La vida invisible de Eurídice Gusmão (A vida invisível de Eurídice Gusmão, 2019).
Sumergido en el crisol de las ceremonias y los ritos familiares, el film explora el ejercicio de borramiento y las violencias consentidas tan características de este altar de la civilización moderna.
Sumergido en el crisol de las ceremonias y los ritos familiares, el film explora el ejercicio de borramiento y las violencias consentidas tan características de este altar de la civilización moderna, pero en lo que creo que pone más ahínco es en mostrar la disrupción, la falta de devoción y la subversión contra sendos rituales. El planteamiento de la película no será contraponer lo invisible a lo visible. Es menos doctrinaria que eso. Lo visible es una parcela, de por sí estrecha, que no es que tenga que descorrerse para que lo invisible emerja; lo invisible no está detrás, sino que invisible se anuncia visible en tanto invisibilizado. Y la demarcación visible/invisible se revela, pues, nada menos que como una repartición de violencia y de poder. Una ambición de conquista y emblema de dominación. Pero ante todo: una argucia de la mirada masculina. Aunque el guión se inspiró en algunos elementos aislados de la novela homónima de Martha Batalha (2016), lo cierto es que Aïnouz inventa una historia irreverente, fluida, plástica, con una dialéctica interna inanticipable, y componentes críticos demoledores. Lo que no significa que Aïnouz deje de mirar como hombre. Sin duda, la mirada viril (de estirpe igualmente racista y clasista), acechante, conquistadora, conformada por un deseo de anulación, de posesión o de violación, es la misma mirada que propugna lo que es digno de visibilidad y vuelve invisible aquello que ha de permanecer invisible. Se arroga soberanía en una suerte de repartición de la visibilidad. Ineludiblemente asomado con mirada de hombre, –aunque atravesado por la mirada de su madre y sus tías argelinas–, su obra es un ejercicio siempre experimental por ceder el espacio (y él desaparecer) para que sean las mujeres las que miren. Todo lo que aglutina la mirada viril, trasladado por los ibéricos como marca de la historia colonial, presente en la ley y asimilado en la cultura, la obra de Aïnouz, lo digo sin titubeos, lo muestra como una potencia de velar, de desaparecer y de ser indiferente ante aquello que no tiene que ver ni tiene que ser visto. La mirada viril es puesta, pues, ante nosotros, como añagaza de borradura de la profundidad histórica. Y esta contorsión, es la más osada y delicada, porque con todo y siendo varón, Aïnouz se aproxima con la mirada de lo que los hombres no miran cuando miran las mujeres. Acometiendo, de la misma forma, contra la doctrina simplificadora que cuadricula la mirada y la encajona en supuestos departamentos estancos, inamovibles, sin trasvase, sin perfusión. Como si la mirada no fuera un vaso capilar de los cuerpos y el cuerpo una mezcla de torrentes, de cálices, de nudos verbales, porosidades, de estomas y efluvios. El realizador (1966), de madre brasileña y padre argelino, reúne ya una larga lista de cortos y seis largometrajes de una vocación social y política irrenunciable. Madame Satã (2002), El cielo de Suely (2006), Viajo porque preciso, volto porque te amo (codirigida con Marcelo Gomes, 2009), El abismo plateado (2011), Praia do Futuro (2014). Desde su primera cinta, Aïnouz encontraría la tesitura de su obra, concernido por las escenas del submundo, la homosexualidad, la transexualidad, el racismo, la exclusión sistemática de las mujeres, y el odio y la violencia fermentada contra estos grupos, en el tráfago callejero como en la entraña familiar. Son recurrentes en su obra las mujeres embarazadas y las madres solteras, mujeres en situación de inopia empujadas a la prostitución que se rehúsan a apegarse y depender de un marido, los viajes sin retorno, el desamparo, la privación de derechos, el desprestigio y el escándalo social, los sueños frustrados, las vidas paralíticas por la turbia putrefacción familiar, mujeres fugadas como “locas” de pasión, pero sobre todo mujeres tenaces que se afanan, que trabajan, que resisten, desde la indigencia, la marginación, la prostitución, el no reconocimiento y la ineludible crianza de los hijos. La suya ha sido una cuidadosa y paciente reflexión, que obsesiona, por todas esas personas tachadas, principalmente mujeres, suprimidas e invisibilizadas, y por las que él ahora, no titubea en volverse invisible, olvidarse de sí mismo para que ellas no se olviden, para que aparezca su visibilidad hurtada. “Habría emprendido su propio viaje, su propio anhelo de desaparecer.”