Amenaza y cuidado del otro y la COVID-19

Amenaza y cuidado del otro y la COVID-19

Juan Daniel Gutiérrez Reyes

Ser civilizado no significa haber hecho estudios superiores,

 o haber leído muchos libros, y por lo tanto poseer un gran saber. […]

Ser civilizado significa ser capaz de reconocer plenamente la humanidad

de los demás, aunque sus rostros y sus costumbres sean diferentes

de las nuestras, y saber también ponerse en su lugar para vernos

a nosotros mismos desde fuera.

Tzvetan Todorov

 

 Introducción

Puede aseverarse que el siglo XX fue el siglo de la otredad, al menos desde un posicionamiento teórico, debido a las abundantes investigaciones y críticas realizadas por diversos autores en torno a los escritos de Georg Wilhelm Friedrich Hegel, entre ellos cabe destacar a Theodor Adorno, Emmanuel Levinas, Gilles Deleuze, Michel Foucault, entre otros. Por su parte, el siglo XXI aparece como el siglo de la otredad desde un sentido activo o activista, lo cual no debe dejar de lado lo teórico. Ahora bien, el azote del SARS-COV-2 permite vislumbrar la actitud de la mismidad frente a la otredad, actitud que tiene dos posibles variantes o modos de darse, a saber, la amenaza o el cuidado. Por tal motivo, el presente escrito procura analizar y distinguir los dos posibles móviles de acción del ser-humano frente a la otredad. Para ello, en primer lugar, se exponen las tres reglas propuestas que se relacionan con la otredad para evitar el contagio del virus, a saber, de menor a mayor grado, el uso de cubrebocas o el aislamiento facial, el distanciamiento social o aislamiento corporal y el encierro o aislamiento radical. Luego, se expone a la amenaza como el móvil de acción que produce tales actos conforme a la regla para asegurar(se) una barrera de protección frente a la otredad. Después, se presenta al cuidado como el móvil de acción que hace actuar por mor de la regla para evitar el daño o perjuicio de la mismidad para con la otredad. Para finalizar, se evidencia que dicha reglamentación de la COVID-19 permite dar cuenta de que la mismidad tiene para con la otredad una perpetua disyuntiva de relación, pero que depende de la mismidad el hecho de ver a la otredad como amenaza o cuidado, de la misma manera, a verse como agente de cuidado o amenaza para con el otro.

Los modos de aislamiento

El año del 2020 comenzó con la noticia del brote de coronavirus en la ciudad china de Wuhan. A finales de enero, en Oceanía ya contaban casos. Para el segundo mes, la COVID-19 ya se había desplazado a Europa y África. Para el mes de marzo, el SARS-COV-2 se extendió por América y, con ello, la declaración de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de Pandemia. A partir de tales acontecimientos, los diversos países del mundo comenzaron a implantar protocolos de tratamiento y de impedimento de la enfermedad. No obstante, para evitar no cometer errores de generalización o, mejor dicho, de globalización, el presente escrito únicamente toma en cuenta las medidas sanitarias propuesta por la Secretaría de Salud Pública (SSP) y el Gobierno federal para evitar la propagación y contagios del virus. Dichas medidas de prevención son el lavado de manos, el estornudo en el antebrazo, la utilización de gel antibacterial, el uso de cubrebocas o mascarillas, el distanciamiento social y la campaña de Quédate en casa.

            Ahora bien, las tres primeras medidas de prevención son reglas higiénicas que en cierto sentido no comportan una actitud inmediata para con la otredad, la cual puede suponerse de manera indirecta. Asimismo, tales acciones se hacían o debían hacerse aún antes de la epidemia, ya sea por refinamiento o por cuidado personal. En cambio, las tres restantes, a saber, el uso de cubrebocas, el distanciamiento social y el encierro, son medidas excepcionales que se han vuelto cotidianas, pero que además tienen una relación inmediata para con el otro, ya que las tres no sólo suponen al otro, sino que en sentido estricto se realizan porque la otredad está ahí afuera y lo que se procura con ellas es crear una barrera de protección o aislamiento.

            De tal manera, el uso de cubrebocas es, dentro de las medidas excepcionales, la de menor grado de aislamiento en cierto sentido, dado que la única zona que mantiene encubierta o alejada de la otredad es el rostro. De tal manera, el uso de cubrebocas puede bien quedar definido como el aislamiento facial para con la otredad. Sucesivamente, la siguiente medida de prevención excepcional es el distanciamiento social, esto es, el mantenimiento de una cierta distancia, que puede ir desde uno hasta cuatro metros y medio, entre la mismidad y la otredad. Así pues, el distanciamiento social dentro del panorama preventivo puede ser considerado como el aislamiento corporal, ya que ahora es la totalidad del cuerpo lo que debe evitar el contacto, el roce, con el otro. Finalmente, en México, pero también en todos los países que resintieron la enfermedad, la medida más extrema para combatir la propagación del virus fue la cuarentena o, como el gobierno mexicano dispuso, la campaña de Quédate en casa.

            De tal modo, el programa exhorta a las personas a evitar salir de sus hogares para minimizar el contagio del virus, por lo cual, se considera una medida extrema, habida cuenta de que sin movimiento la sociedad-económica se estanca, peor aún, se retrae. Ahora bien, tal medida restrictiva, aunque solamente es una exhortación, para encierro, por lo que el encierro en casa dentro de las medidas preventivas se realiza como un aislamiento radical o absoluto, puesto que en la casa la otredad no tiene cabida, el otro es excluido a partir de una táctica de reclusión de la mismidad.

            Como resultado, las tres medidas preventivas aparecen en principio como mecanismos de exclusión, anulación, expulsión y alejamiento de la otredad. No obstante, dicho juicio puede ser apresurado y, acción puede estar realizada por diferentes móviles del actuar, esto lo expresa de manera clara Immanuel Kant al distinguir entre legalidad y moralidad, a saber, el actuar conforme a la ley y el actuar determinado por la ley.[1]Tal problema es lo que se propone evidenciar en los apartados siguientes, ya que no es lo mismo actuar porque la otredad se ve como amenaza que actuar por cuidado a la otredad, aunque la acción realizada sea idéntica, pues la primera está movida por el amor propio y la segunda por la responsabilidad para con el otro.

Infectado: el Otro como amenaza

La barrera o medida de aislamiento más sencilla o menos drástica en la actualidad para evitar la propagación de la COVID-19 es el uso de cubrebocas. Ahora bien, el utilizar el cubrebocas, que puede calificarse de una actitud prudente frente al que no lo hace, puede tener una motivación egoísta, a saber, marcar una distancia entre la mismidad y la otredad que son todos los otros. De igual manera, el distanciamiento social o la sana distancia entre personas puede estar originada por el mismo móvil de acción, es decir, el amor propio, el cual busca y procura la felicidad de la mismidad o, en el caso concreto, la protección frente a la otredad que se acerca. Finalmente, el encierro o confinamiento es la medida extrema de exclusión frente a la otredad, ya que la otredad se ve cancelada para la mismidad. La otredad no se sale del juego, sino que es la propia mismidad la que se encierra en sí misma para evitar o negar el ser del Otro.

            Ahora bien, las tres medidas de prevención ante el Covid-19 movidas por el amor propio o la astucia son, como afirma Giorgio Agamben, la abolición del prójimo,[2] es más, el prójimo nunca fue, puesto que es otredad, lo otro que no tiene relación con la mismidad, lo que la mismidad debe negar. En todo caso, si hay una relación entre mismidad y otredad es el vínculo de la negación, ya que la mismidad tiene como tarea erradicar la otredad y la mismidad ve a la otredad como la muerte, lo que viene a destruir a la mismidad. Así pues, el otro es la muerte, puesto que la otredad no es el virus, la otredad es el infectado, el que me puede enfermar.

            El infectado o caso positivo es la otredad y para la mismidad todos están infectados, menos yo

El infectado o caso positivo es la otredad y para la mismidad todos están infectados, menos yo. Si la yoidad es la que sostiene el actuar conforme a las normas de prevención, la otredad se ve como una amenaza. Lo otro como amenaza está afuera, “[…] ninguna cosa puede ser destruida, sino por una causa externa”,[3] a saber, la otredad es la irrupción de lo negativo en la mismidad. Lo otro es un peligro y debe ser erradicado. La muestra más clara de ello son los múltiples ataques suscitados contra el personal médico, debido a que se les considera como contagiados o propagadores del virus. El cubrebocas es un alejamiento de la otredad, puesto que evita que el otro llegue a ver mi rostro, pues “la piel del rostro es la que se mantiene más desnuda, más desprotegida”.[4]Asimismo, el distanciamiento es una técnica para evitar la mezcla, la heterogeneidad, la confusión entre mismidad y otredad.

            Por último, el encierro es una forma de reclusión que la mismidad se impone para , ya que ve en el afuera todo lo malo, lo dañino. De la misma manera, el aislamiento radical es para la mismidad la fuga mundi del cristiano, un olvidar a los otros mientras la seguridad propia persevere. Quedarse en casa por amenaza no es un refugiarse, es un fugarse, un darle la espalda a la otredad. De igual modo, la cuarentena es un soliloquio, aunque la mismidad se encuentre conectada. Soliloquio en la medida que la mismidad se enfrente a la mismidad, en todo caso no hay enfrentamiento, no es un otro con el que se comunica, es una máquina la que transmite y se posiciona como un escudo para con la otredad. La máquina (smartphone, laptop, tablet, etc.) es la negación de lo otro, el filtro que hace de la otredad-identidad.

            La mismidad acata las medidas de prevención contra el coronavirus en la medida que le interesa resguardar su seguridad y ve al otro como una amenaza. Los otros ya están infectados, por tanto, sólo evitándolos o colocando barreras de protección se puede eludir el ser absorbido, pasar de la mismidad a ser otredad, del ser al no-ser. Cuando el amor propio es el móvil del actuar, el otro se evidencia como amenaza y la mismidad como una obligación por destruir (negar) la otredad, la cual puede darse en forma de olvido o alejamiento cuando se siguen las medidas de prevención, pero cuando no se siguen tales reglas el mismo móvil provoca agresión. Ambas acciones son sinónimo de exclusión y rechazo, no del virus, sino de la otredad, del otro que para el yo está infectado.

Coraje de actuar: el Otro como cuidado

El cubrebocas evita que yo sea un portador que propague el virus sobre el otro, debe comprenderse como un freno del impulso por expulsar a lo otro, teniendo en cuenta que lo otro no es el virus, sino la otredad. La otredad desde este móvil de acción no es el infectado, es todo ser-humano que no soy yo, frente al cual tengo que asumir el coraje de cuidarlo. Con ello, el cubrebocas deja de ser un alejamiento ontológico de la otredad y se toma como una responsabilidad por cuidar del otro.

Si bien el diagnóstico propuesto por Agamben a la presente pandemia o situación excepcional es válido, no por ello debe considerarse unánime. Esto en la medida que Agamben generaliza o totaliza las acciones, quizá de la mayoría de las personas, pero esto no es suficiente para declarar que tales acciones son omniabarcantes. El juicio de Agamben es válido y se acepta, como bien queda expuesto en la sección anterior, ya que gran parte de las personas sí actúan por beneficio propio, en la mente resuena el lema del “primero yo, después yo y por último yo”. No obstante, el actuar conforme las reglas prescriptivas de prevención también tiene la posibilidad de otro modo de ser, o sea, de separar el otro. El ser para el otro significa tener el coraje de actuar por mor de las reglas sin tomar en cuenta el bien propio, sino el bien del otro. Tal relación con el otro es asimétrica, ya que “[…] yo soy responsable del otro sin esperar la [responsabilidad] recíproca”.[5] Y más que ver por el bien del otro se trata de asumir el peso de la responsabilidad de estar (ser) frente al otro y verse como un peligro para la otredad.[6]

       A partir de dicho móvil de acción, las reglas prescriptivas de prevención cambian de sentido y significación, puesto que la yoidad que se encargaba de seguir y desplegarse contra la otredad, ahora se manifiesta desde el repliegue, desde la sujeción de la propia mismidad. Así pues, el uso de cubrebocas toma un matiz de barrera de la mismidad frente a la otredad para evitar que la mismidad se imponga sobre la otredad. El cubrebocas evita que yo sea un portador que propague el virus sobre el otro, debe comprenderse como un freno del impulso por expulsar a lo otro, teniendo en cuenta que lo otro no es el virus, sino la otredad. La otredad desde este móvil de acción no es el infectado, es todo ser-humano que no soy yo, frente al cual tengo que asumir el coraje de cuidarlo. Con ello, el cubrebocas deja de ser un alejamiento ontológico de la otredad y se toma como una responsabilidad por cuidar del otro.

            De igual modo, el distanciamiento social que se experimenta como un alejamiento físico y ontológico desde la amenaza, cuando se expresa desde el cuidado manifiesta un acercamiento, una reunión de la otredad y la mismidad donde ninguna de las dos partes se ve cancelada. La distancia evita la confusión y procura el despliegue de cada parte sin que ello concluya en la asimilación o destrucción del uno sobre el otro, “[…] la experiencia irreductible y última de la relación […] no [es] la síntesis, sino el cara-a-cara de los humanos”.[7] Estar cara-a-cara significa ser a cierta distancia, una distancia que evite el enfrentamiento, pero que posibilite el diálogo. Diálogo no sólo significa hablar, el diálogo es toda una actitud de ser, puesto que en él se está abierto a lo otro. Asimismo, hay diálogo sin palabra, puesto que la mejor manera en que se puede y debe manifestar el logos es en el actuar. En el diálogo siempre hay algo dicho, pero el decir es mayormente significativo en la medida que se dirige a un otro. Con ello, el distanciamiento social como regla preventiva de contagio se asume como un modo de ser que reúne sin confundir, en el diálogo sin palabras hay un acercamiento al otro que posibilita verlo como la alteridad que es, frente a la mismidad que soy, por lo cual, el distanciamiento social como cuidado antes que imponer un alejamiento, procura una reunión con la otredad que responsabiliza a la mismidad del daño que puede sufrir.  

            Finalmente, la regla preventiva más drástica es el encierro, la cual, en caso de tomarse desde la óptica del cuidado, necesita considerarse como lo que es, a saber, un encierro no gozoso, sino una medida de prevención para evitar ser foco de contagio. La cuestión aquí no es tanto el terminar contagiado o infectado, sino el convertirse en un vehículo que prolifera al virus por todos los lados que se va. La reducción de la movilidad es lo que se busca con la medida preventiva del encierro. Para cuidar del otro se necesitan, en casos puntuales, tomar medidas drásticas, el encierro por la COVID-19 aparece como tal. La mismidad en el encierro por cuidado es un reflejo de lo que es el pensamiento, a saber, “[…] aquella actividad […] que desarrolla el alma [psyche] cuando se ocupa en sí misma y por sí misma de lo que es”.[8] No obstante, dicho ensimismamiento está dado al afuera, el pensamiento no es un estado de cautiverio, es la posibilidad de reunirse con la otredad, o sea, diálogo con lo exterior. Así pues, el encierro es una medida que se hace en vistas de proteger al otro, ya que al reducir los márgenes de movilidad se reduce la posibilidad de contagiar, en pocas palabras, de exponer al otro a algún peligro.

            Todas las medidas preventivas contra la COVID-19, cuando se realizan por cuidado, tienen en cuenta a la otredad como un fin. El otro no es un medio que debe ser evitado o aniquilado, es un fin que debe ser respetado. Para actuar por mor de la otredad se necesita tener el coraje de ser, asumir la franqueza del actuar, debido a que no se busca un beneficio, sino sólo el cuidar del otro.

La disyuntiva perpetua

 Como estudiante y lector de filosofía, la actual situación de la COVID-19 no me interesa por razones médicas, farmacológicas o por circunstancias aledañas a la enfermedad en sentido clínico. Antes bien, el coronavirus no es un tema que me incumba, lo que me compete es la experiencia o las experiencias que ha evidenciado la COVID-19, en pocas palabras, la actitud que comporta la mismidad frente a la otredad, lo ético. De tal modo, las circunstancias actuales permiten observar más claro que nunca la disyuntiva en que se encuentra la mismidad que somos todos frente a la otredad que es todo lo que no somos. La mismidad tiene ante sí dos posibilidades de ser para con la otredad. La disyuntiva en que se encuentra la mismidad es o peligro o cuidado. La yoidad debe asumir de una u otra manera su relación con el otro, el otro, aunque son todos los que no soy-yo, de manera explícita es todo aquel que es un extraño para mí, ya que a los conocidos y familiares no se los ve de manera inmediata como otredad, aunque lo son, sino como identidad. Así pues, la mismidad que es cada individuo desde su singularidad tiene frente a sí al mundo, esto es, la otredad. Ante ella tiene que asumir o una u otra actitud de ser. En consecuencia, la otredad o alteridad se evidencia como peligro o se asume como cuidado. La mismidad en tal caso se constituye una postura frente a lo que es la otredad.

            Ahora bien, la disyuntiva en que se encuentra la mismidad frente a la otredad, esto es, el ver a la otredad como lo externo o lo que está afuera no es la única posibilidad de relación que puede haber entre mismidad y otredad. La mismidad antes de apelar a considerar si la otredad es un agente de peligro o cuidado, debe de representarse a sí misma como una disyuntiva perpetua, puesto que ante la otredad puede constituirse como un agente de peligro o de cuidado. En pocas palabras, la mismidad (cada individuo en su idiosincrasia) debe asumirse como un peligro frente a los otros, o sea, todos los actos que efectúa pueden tener un impacto dañino sobre los que le rodean. Empero, la propia mismidad dado que se representa como un peligro para los otros, debe imponerse restricciones de acción para instituirse como un agente de cuidado, con lo cual, en lugar de ejercer y ser un daño a los otros, procura minimizar el peligro.

            En retrospectiva, el SARS-COV-2 ha dado las bases para dar cuenta de manera explícita de algo que siempre ha estado implícito en la manera de ser del ser-humano. Se trata de evidenciar a la mismidad que soy y de cómo se ve a la otredad. Mas, la mismidad antes de salir de sí debe de proyectarse a sí misma y ver que la relación con el otro, “[…] la ética, […], no viene a modo de suplemento de una base existencial previa; es en la ética, entendida como responsabilidad, donde se anuda el nudo mismo de lo subjetivo”.[9] De tal manera, al cargar la mismidad con el peso del cuidado del otro se alcanza el coraje de ser, en breves palabras, el actuar franco, puesto que ahí acontece “el nexo de unión entre el cuidado de sí y el cuidado de los otros, […] el gobierno de sí y el gobierno de los otros, la frontera en la que vienen a coincidir ética y política”.[10]

Conclusión

Cuidemos de los otros para cuidarnos, cuidemos nuestros actos para cuidar a los otros. Sin otredad no hay existencia. Necesitamos de los otros para vernos como nos-otros, requerimos del otro para vernos, sólo por el otro me asumo como mismidad. Donde hay otredad y mismidad debe de haber cuidado, no es un lema, es una actitud de vida

La circunstancia actual es una situación de crisis, crisis que se hizo patente. Ante la incesante búsqueda de un fármaco que limite o prevenga la enfermedad se desatiende la relación con los otros, lo cual tuvo como resultado situaciones extremas como el cierre de fronteras, una nueva estrategia de xenofobia. No obstante, la misma circunstancia de hoy —y la de siempre— debe reparar en la actitud que asume la mismidad frente a los demás. La enfermedad se va a ir, la ciencia en algún momento encontrará la cura, pero los otros siempre van a estar. Para la otredad no hay cura, pues incluso uno para sí mismo es una otredad. De tal modo, hay que asumir la vida como una relación perpetua con los otros. Y no sólo de relación, sino de la mejor posible. La experiencia nos presenta que frente a los otros podemos ligarnos desde la amenaza o el cuidado. Ver al otro como amenaza implica vivir rodeado de peligros, por lo cual, ni la otredad ni la mismidad resultan beneficiados, redunda en un deterioro de ambos. En cambio, al considerar al otro desde el cuidado se procura guardar una distancia que no aleja, sino que posibilita el despliegue tanto del uno como del otro. En el cuidado acontece una actitud que limita a la mismidad para evitar abusos, actitud que tanto preserva al otro como posibilita la manifestación auténtica de la mismidad. Ha de ser en el cuidado donde la mismidad y la otredad se relacionen de manera auténtica, ya que solamente en el cuidado hay armonía. Demos cuenta de que en todo actuar hay ejercicio del poder, pero no todo poder es agresivo, hay poderes que protegen y ayudan. Cuidemos de los otros para cuidarnos, cuidemos nuestros actos para cuidar a los otros. Sin otredad no hay existencia. Necesitamos de los otros para vernos como nos-otros, requerimos del otro para vernos, sólo por el otro me asumo como mismidad. Donde hay otredad y mismidad debe de haber cuidado, no es un lema, es una actitud de vida.

 


Notas

[1] Immanuel Kant, Crítica de la razón práctica, Ak.v.71/A127.

[2] Giorgio Agamben; “Contagio“en, Sopa de Wuhan no.1, p.33.

[3] Baruch Spinoza, Ética, 3,  p. 4.

[4] Emmanuel Levinas, Ética e infinito, p.71.

[5] Emmanuel Levinas, Ética e infinito, p.82.

[6] No hay que confundir cargar con tutelar, puesto que la responsabilidad no se trata de imponer un mandato o una máxima al otro, ya que tal actitud denunciaría una hipocresía de la mismidad, en la medida que ve a la otredad como incapacitada para dirigirse por sí misma. En todo caso, de lo que se trata es de un reconocerse como agente de cuidado para con el otro y asumir tal papel con el de en frente, la otredad. Para más detalles, cf. Contestación a la pregunta ¿Qué es la ilustración? Y Fundamentación de la metafísica de las costumbres de Immanuel Kant. Asimismo, Historia de la sexualidad II, el uso de los placeres de Michel Foucault.

[7] Emmanuel Levinas, Op. Cit., p.65.

[8] Platón, Teeteto, 187a.

[9] Emmanuel Levinas, Op. Cit., p.79.

[10] Ángel Gabilondo y Fernando Fuentes Megia, «Foucault y la parresía” en, Discurso y verdad en la antigua Grecia,  p.23.

 


Bibliografía

 

Agamben, Giorgio, «Contagio» en, Sopa de Wuhan, No.1, ASPO, 188, marzo 2020.

Foucault, Michel, Discurso y verdad en la antigua Grecia, Barcelona, Paidós, 2004.

———————, Historia de la sexualidad 2, el uso de los placeres, México, Siglo XXI, 2011.

Hegel, Georg Wilhelm Friedrich, Fenomenología del Espíritu, Madrid, Gredos, 2010.

Kant, Immanuel, Crítica de la razón práctica, Madrid, Gredos, 2014.

———————, Crítica de la razón práctica, México, UNAM, 2004.

———————, Fundamentación para una metafísica de las costumbres, Madrid, Gredos, 2014.

———————, Contestación a la pregunta ¿Qué es la ilustración?, México, Taurus, 2012.

Levinas, Emmanuel, Ética e infinito, Madrid, Antonio Machado, 2015.

Platón, Teeteto, Madrid, Gredos, 2011.

Spinoza, Baruch, Ética demostrada según el orden geométrico, Madrid, Gredos, 2014.

 

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