«Arché» y «telos» del Tractatus logico-philosophicus

Imagen de portada edición de Taylor and Francis

«Arché» y «telos» del Tractatus logico-philosophicus

Juan Daniel Gutiérrez Reyes

Juan  Daniel Gutiérrez Reyes[1]

 

En 1921, aparece el que se puede considerar el monumento más apremiante de la filosofía de la primera mitad del siglo XX, a saber, Tractatus Logico-philosophicus de Ludwig Wittgenstein. No obstante, dicho reconocimiento también lo pueden disputar, sin temor a equivocarse, obras como Ser y tiempo de Martin Heidegger, El nuevo pensamiento de Franz Rosenzweig, El concepto de lo político de Carl Schmitt, Fenomenología de la percepción de Maurice Merleau-Ponty, El ser y la nada de Jean Paul Sartre, Dialéctica de la Ilustración de Max Horkheimer y Theodor Adorno, entre un par más. Sin embargo, el presente escrito no busca ni pretende dilucidar dicha discusión, antes bien, tiene la modesta intención de presentar el arché y el telos que motivaron la redacción de una obra tal como el Tractatus.

«el pensar es un problema para Wittgenstein en la medida que tiene la posibilidad de generar pensamientos insignificantes, absurdos o sinsentido, por lo cual, el interés resulta ser aquí sobre el límite, no en la esencia o potencia del pensar. Con ello, Wittgenstein no procura una fenomenología del pensar al estilo hegeliano, sino que, en una actitud más modesta y ecuánime, al estilo de la crítica kantiana, intenta demarcar el límite del pensar significativo, mejor aún, de los pensamientos expresables».

         

        Ahora bien, para esclarecer el arché del Tractatus, resulta conveniente detenerse en las líneas iniciales del “Prólogo”, en las cuales se menciona que “[…] el libro trata los problemas filosóficos y muestra ―según creo― que el planteamiento de estos problemas descansa en la incomprensión de la lógica de nuestro lenguaje”.[2] En estas palabras se pronuncian dos juicios diferentes respecto al contenido del libro, a saber, en primer lugar, que el libro consecuente se inscribe en el ámbito general y más amplio de los diversos problemas filosóficos de la historia y, en segunda instancia, el consecuente análisis sobre la lógica del lenguaje. Así pues, al momento en que Wittgenstein señala que la obra versa sobre los problemas genuinamente filosóficos, busca indicar que el texto se retrotrae a una historia del pensamiento que tiene sus antecedentes en la Grecia clásica y no en la tradición más próxima de Ferdinand de Saussure o de las ciencias humanas positivistas del siglo XIX. Con ello, la respuesta a la pregunta por el lenguaje se inscribe en una problemática genuinamente filosófica que procura desentrañar el sentido de éste.

            Un par de líneas abajo, el mismo Wittgenstein insiste en el problema filosófico que procura abordar cuando apunta que “[…] el libro quiere, pues, trazar un límite al pensar o, más bien, no al pensar, sino a la expresión de los pensamientos; porque para trazar un límite al pensar tendríamos que poder pensar ambos lados de este límite (tendríamos, en suma, que poder pensar lo que no resulta pensable)”.[3] En efecto, la discusión que Wittgenstein quiere dilucidar es la del pensamiento. Así, aparece el arché u origen del Tractatus, el pensar, como categoría antropológica, se presenta como la raíz o principio que moviliza el desarrollo del escrito. Pensar y no pensamiento, debido a que el pensar es la facultad que posibilita los pensamientos, mientras que los pensamientos son las proyecciones o representaciones que configura el individuo particular. Los pensamientos, en la medida que son representaciones, carecen de importancia, dado que son meros accidentes del pensar; en cambio, el pensar, en tanto facultad humana, es un asunto apremiante.

 

 

«el Tractatus se presenta como un escrito que tiene por arché el pensar, la facultad de procrear pensamientos, mientras que el telos se pronuncia hacia la colocación de los límites del conocimiento humano, lo expresable con sentido».

 

 

No obstante, el pensar es un problema para Wittgenstein en la medida que tiene la posibilidad de generar pensamientos insignificantes, absurdos o sinsentido, por lo cual, el interés resulta ser aquí sobre el límite, no en la esencia o potencia del pensar. Con ello, Wittgenstein no procura una fenomenología del pensar al estilo hegeliano, sino que, en una actitud más modesta y ecuánime, al estilo de la crítica kantiana, intenta demarcar el límite del pensar significativo, mejor aún, de los pensamientos expresables, de ahí que “[…] el límite sólo podrá ser trazado en el lenguaje”.[4] En dicha puntualización se pone de relieve la cuestión epistemológica de Wittgenstein, debido a que su búsqueda se dirige hacia el esclarecimiento de lo expresado, o sea, que lo que se diga se diga con sentido, que los enunciados cumplan con ciertos criterios de verdad para su validación y aceptación como proposiciones verdaderas o científicas.

         A partir de tal enlace entre pensar y lenguaje, emerge la discusión epistemológica en Wittgenstein. El conocimiento se observa como el problema central en la discusión, el asunto de la verdad, mejor aún, el de los criterios necesarios y suficientes para catalogar a una proposición como verdadera. Así, el Tractatus se presenta como un escrito que tiene por arché el pensar, la facultad de procrear pensamientos, mientras que el telos se pronuncia hacia la colocación de los límites del conocimiento humano, lo expresable con sentido. Con ello, Wittgenstein se anuncia como uno de los pioneros y principales pilares en el desarrollo de la, posteriormente denominada, filosofía de la ciencia.

        Asimismo, el otro gran aporte que alcanza la filosofía de Wittgenstein a partir del Tractatus es, como otros tantos filósofos anteriores a él, el “[…] haber solucionado definitivamente, en lo esencial, los problemas”[5] genuinamente filosóficos, esto se debe a que presenta los problemas anteriormente tratados por la filosofía, particularmente de la metafísica, pero también de la ética y la estética, como discursos sinsentido, juegos del pensar y, por tanto, del lenguaje que no dicen ni aportan nada acerca del conocimiento del mundo. Tal es, de manera pormenorizada, la lectura propuesta por los autores que conformaron el denominado Círculo de Viena, en el cual se encontraban autores como Moritz Schlick, Kurt Reidemeister, Rudolf Carnap, entre otros más. Dichos autores localizan y consideran a Wittgenstein como un logicista, positivista o atomista lógico que detentaba como interés primordial el estudio del lenguaje para el esclarecimiento del conocimiento científico.

       Sin embargo, tal lectura no es la única posible y, en dicha exposición, se omiten diversos pasajes del Tractatus, los que comprenden de 5.6 a 5.641 y de 6.4 a 7, en los cuales se evidencia una metafísica wittgensteiniana. De tal suerte, no se puede afirmar como absolutamente válido un juicio acerca de algo, si se omiten o no se consideran la totalidad de los elementos que componen ese algo. En consecuencia, la propuesta de lectura de los integrantes del Círculo de Viena, aunque válida y congruente, no por ello es unívoca. Quizá la deficiencia de los vieneses se deba a lo que Wittgenstein apunta en la primera línea del Tractatus, pues “[…] posiblemente sólo entienda este libro quien ya haya pensado alguna vez por sí mismo los pensamientos que en él se expresan” y como escribe después “[…] el objetivo quedaría alcanzado si procurara deleite a quien, comprendiéndolo, lo leyera”.[6] Probablemente, el Círculo no fuera el destinatario que Wittgenstein tanto esperaba.

       De tal manera, el otro posible camino para desentrañar el arché y el telos del Tractatus es prestando atención, como sugiere Eugenio Trías, a los problemas desde su sombra, en otras palabras, considerando que lo no-visto es lo relevante, en terminología wittgensteiniana, que el silencio, lo callado, el sinsentido que no se puede expresar, es lo valioso y auténticamente filosófico. Quizás, la pregunta a responderse para dar un sentido auténtico o mayormente próximo sobre el arché y el telos de Tractatus sea ¿cómo conciliar la proposición 1 del Tractatus con la proposición 7? o ¿cuáles son los aspectos reconciliantes que posibilitan la integración general entre el mundo como todo lo que acaece y el postulado wittgensteiniano que señala que de lo que no se puede hablar hay que callar?

        Ante tal consideración, la breve página que ocupa el “prólogo” del Tractatus es ampliamente sugerente. Ya desde el principio el autor resume “[…] el sentido entero del libro en las palabras: lo que siquiera puede ser dicho, puede ser dicho claramente; y de lo que no se puede hablar hay que callar”.[7] En consecuencia, la obra que se presenta tiene como extremos complementarios la pronunciación adecuada de lo que puede ser dicho y el silencio frente a lo indecible. Con ello, el Tractatus que ciertamente comienza con el estudio lógico del lenguaje, no por ello tiene al estudio del lenguaje como principio (arché). El análisis del lenguaje es ciertamente necesario, no es una propuesta al azar o fortuita, debido a que lo que se busca esclarecer con el lenguaje son los límites del pensar con sentido, los pensamientos significativos, a saber, los que guardan cierta relación con el mundo existente, con lo que acaece. Por tanto, el interés de Wittgenstein por el lenguaje no radica de manera inmediata o directa, sino que es un medio para considerar al pensar.

 

 

«a Wittgenstein no sólo le interesa el grado de verdad del mundo, sino que procura garantizar el rango de realidad del mismo. La ontología o la consideración por el ser del mundo fulgura como la raíz para la composición del Tractatus».

 

       De la misma manera, el interés por el pensar en Wittgenstein no es central, sino que lo relevante es la relación que el pensar, la facultad de configurar pensamientos, tiene para con el mundo. El mundo se muestra como el horizonte que Wittgenstein busca considerar, pero ha de ser a través del lenguaje y del pensar que se tenga que presentar. Ahora bien, la lógica tiene una gran relevancia para la conceptualización y expresión del mundo, de ahí que también sea analizada en el Tractatus, pues a partir de ella se alcanza la comprensión y explicación de los hechos, los casos del mundo; empero, la lógica es incapaz de avanzar a lo que no cae en el rango de hecho o estado de cosas. Wittgenstein se ocupa de la lógica, en la medida que es una “figura especulativa del mundo”,[8] una herramienta que posibilita su descripción lingüística. La lógica es el principio de posibilidad para la configuración del mundo. Asimismo, lo que media, lo que articula y que tienen en común el lenguaje, el pensar y el mundo es la forma de figuración, a saber, la forma lógica.[9]

      A partir de dicha tríada ―lenguaje, pensar, mundo― aparece, en cierto sentido, la proposición 1 del Tractatus, ya que, considerando dicha relación, teniendo como fondo unificador a la lógica, es que eclosiona la significatividad de “el mundo es todo lo que acaece”. Tal concatenamiento que va del lenguaje hacia el pensar y concluye en el mundo es un movimiento que va desde lo más concreto hacia lo más abstracto, mejor aún, de lo más próximo hacia lo más lejano, de la superficie a lo interior. La lógica sirve como el móvil para atravesar o pasar de un ámbito a otro, pero sigue siendo una unidad restrictiva, una imagen (picture) reductivista del plano ontológico que pondera Wittgenstein. La ontología wittgensteiniana busca desarticular o invalidar la lógica, descuartizar la forma lógica de observar el mundo.

      Así pues, el estudio wittgensteiniano se localiza efectivamente entre los problemas filosóficos. El Tractatus que en un inicio se presentaba como un análisis del lenguaje y del conocimiento, ahora se localiza en el ámbito de la ontología. La pregunta que Wittgenstein busca responder con la primera proposición del Tractatus es acerca del sentido del mundo, el rango ontológico del mundo, a saber, el ser del mundo. Como en una nota de Paul Ricouer sobre la filosofía platónica, a Wittgenstein no sólo le interesa el grado de verdad del mundo, sino que procura garantizar el rango de realidad del mismo. La ontología o la consideración por el ser del mundo fulgura como la raíz para la composición del Tractatus. El lenguaje y el pensar son instancias que se necesitan esclarecer, pero al unísono superar para alcanzar la manifestación del mundo, la contemplación del ser.

      El Tractatus se presenta, visto así, ocupando la misma metáfora o símil que utiliza el propio Wittgenstein, como una estructura abismal. El Tractatus es un abismo, una obra magistral en la cual se va descendiendo desde la superficial veracidad del lenguaje, hasta la total obscuridad del sinsentido. La escalera que construye Wittgenstein no es para salir del sinsentido, pues la elabora para arrojarla, para tirarla y evidenciar su inutilidad, la absurdidad que detenta. Hay obscuridades en las cuales se ve más y mejor que en la luz, para contemplar la obscuridad se requiere un esfuerzo, señala Giorgio Agamben. De ahí que la escalera, el andamio, este ámbito de resguardo seguro que son las proposiciones con sentido, verdaderas o las leyes científicas por más que sean descritas, encontradas o resueltas, no aportan nada al problema auténtico de la vida o de la buena vida, los campos de la ética y la estética.

     Ahora bien, el Mundo (Kosmos) para Wittgenstein no se reduce al mundo, hay más de un mundo en el Tractatus. Hay mundo ―utilizando terminología de otros autores contemporáneos― circundante, los hechos; hay mundo metafísico, los objetos; hay mundo lingüístico, el sentido; hay mundo subjetivo, los valores. Claramente a Wittgenstein le interesa el Mundo, la totalidad de los mundos señalados. El Ser, la totalidad de lo que es. Con ello, la cuestión fundamental que trata es una problemática existencial, en la medida que la respuesta que busca es para darse un sentido al vivir, en un nivel más elevado que el lingüístico, aún incluso a pesar del sinsentido, es más, a partir del sinsentido.

      El asombro (thauma) del ser, el ¡hay mundo!, se verifica como el acicate que arrastra consigo la gestación del Tractatus. No es un examen maquinal-erudito, diríase frío, lo que se esconde tras la redacción del Tractatus, sino una motivación pasional, una pulsión vital que incita el desarrollo. Muy semejante a lo que ocurre con Spinoza, el estilo empleado por ambos para expresarse en principio no parece reflejar la emotividad que alimenta sus pensamientos; no obstante, una lectura atenta y cautelosa siente la fuerza con que Wittgenstein escribe ciertos pasajes, sobre todo los que tratan los dilemas del mundo más allá del sentido, lo más auténticamente filosófico.

        En definitiva, el arché en Wittgenstein es el mundo; el telos es el Mundo. En el Tractatus hay un movimiento dialéctico que tiene como principio al mundo y por fin el Mundo, un mundo más rico que en el inicio, el cual se reduce y restringe a lo que acaece, los casos o hechos dados, que han de ser examinados y comprendidos para ser negados y superados; por un mundo con sentido que es y no-es, el de los estados de cosas, el lenguaje, que se investiga y considera para su negación y superación; ahí se muestra el Mundo sinsentido, el que nos supera y conserva, en el cual el sentido deja de tener sentido, validez, y se evidencia como lo que es, mera superficialidad del Ser. Efectivamente, en el principio se descubre el fin porque el fin es esencialmente resultado, el mundo del principio (arché) es el de los hechos, el del aquí y el ahora, el inmediato, el que se presenta de manera fáctica frente a nosotros, ante el cual asumimos una postura de comprensión o traducción al lenguaje, lo expresamos para comunicarlo y poder vivir en él, pero el fin es alcanzar el Mundo incomunicable, en el cual no vivimos, sino por el que vivimos. El fin es alcanzarlo, la finalidad es contemplarlo; se muestra, no se expresa, en breves palabras, como magníficamente Wittgenstein lo señala, frente a lo que no se puede hablar hay que callar.

Notas

[1]Licenciado en humanidades en el área de filosofía por el Instituto de Investigaciones en Humanidades de la UABJO. Ha participado en diversos coloquios y congreso de filosofía tanto nacional como internacional. Actualmente, forma parte del seminario «Guerra, desaparición y resistencia» adscrito en el Departamento de sociología de la Universidad de Guadalajara

[2]L. Wittgenstein, Tractatus Logicus-philosophicus, prólogo, p.5.

[3]Idem.

[4]Idem

[5]Ibid., p.6.

[6]Ibid., p.5.

[7]Idem.

[8]Ibid., proposición, 6.13.

[9]Ibid., proposición, 4.12.

 


 

Referencias

                                                                                                          

 

BADIOU, A. La Antifilosofía de Wittgenstein, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2013.

FERNÁNDEZ, J., & García Mauriño, J., Wittgenstein, La Filósofía Análitica. Alhambra

Logman,Madrid, 1995.

KENNY, A., El Legado de Wittgenstein. Siglo XXI, México, 1984.

LÓPEZ de Santa María Delgado, P., Introducción a Wittgenstein: Sujeto, Mente y Conducta.

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MOUNCE, O. H., Introdución al Tractatus de Wittgenstein. Tecnos, México, 2001.

PRADES, J., & Sanfélix Vidarte,  Wittgenstein. Ediciones Pedágogicas, Madrid, 2002.

TRÍAS, E., La Política y Su Sombra, Anagrama, Madrid, 2006.

WAISMANN, F., Wittgenstein y el círculo de Viena. Fondo de Cultura Económica, México,

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WILSON, M., Wittgenstein y el sentido tasito de las cosas., Orjikh Editores, Santiago, 2014.

WITTGENSTEIN, L., Tractatus Logicus-Philosophicus, Gredos, Madrid, 2014.

 

 

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