Bioética y justicia social. Horizontes filosóficos frente a la COVID-19
Jorge Platas Curiel
La pandemia sanitaria por la COVID-19, enfermedad causada por el virus SARS-CoV 2, representa un verdadero hito en la historia de la humanidad, pues su carácter mundial traspasó fronteras, culturas y países generando un clima de creciente incertidumbre, desestabilidad, miedo y desamparo generalizado por los efectos y consecuencias que ha generado en prácticamente todos los ámbitos de la vida tanto a nivel individual como social, nacional e incluso internacional. Como nunca antes se había visto, el Covid-19 obligó a que los gobiernos de distintos países tomaran fuertes medidas para controlar la propagación del virus y resguardar a la población. Así, universidades, escuelas y museos; plazas públicas, parques y mercados; centros comerciales, restaurantes, cines y centros de trabajo tuvieron de detener de manera abrupta y categórica sus actividades con miras a disminuir los contagios y evitar el deceso de miles, incluso millones de personas.
Esta situación trajo consigo una diversidad de problemas a diferentes escalas y dimensiones que ponen en evidencia la carencia, la inseguridad, el olvido y las injusticias en las que se encuentran amplios sectores de la población mexicana. Desde la experiencia nacional, la pandemia sanitaria nos obliga a reflexionar, con profundo sentido crítico y humanístico, sobre los retos, desafíos y problemas que fragmentan a nuestra sociedad y vulneran la vida humana ante una situación que nos pone de frente a la muerte, a la pérdida y al miedo generalizado.
La reflexión filosófica desde la Bioética y la justicia social puede aportarnos directrices para comprender el papel decisivo de la propia filosofía en el porvenir de sociedad de la postpandemia.
A partir de lo anterior, el presente texto tiene por objetivo reflexionar sobre los horizontes de la filosofía ante a la pandemia por la COVID-19 desde la perspectiva de la Bioética y la justicia social. Refrendar el valor de la dignidad y la vida humana ante la incertidumbre, la inseguridad y el sinsentido de una existencia al borde del abismo es el cometido al que bien puede la filosofía —desde la Ética, la Bioética y la Filosofía política— contribuir para su fundamentación a partir de la experiencia de la COVID-19. Es en este contexto, en esta cruda realidad, que la filosofía es imprescindible como saber racional, reflexivo y humanístico para dotar de sentido y orientación nuestra existencia individual y colectiva frente a la pandemia y sus consecuencias. La reflexión filosófica desde la Bioética y la justicia social puede aportarnos directrices para comprender el papel decisivo de la propia filosofía en el porvenir de sociedad de la postpandemia.
Un virus se globaliza
En diciembre de 2019 en la ciudad de Wuhan, China, inició la odisea pandémica global que semanas y meses más tarde cambiaría de manera dramática nuestras vidas y el curso de las sociedades tal cual lo habíamos conocido. La pandemia por la COVID-19 se expandió rápidamente por todo el globo, vulnerando cualquier frontera cultural y distancia geográfica el virus se hizo presente de una manera abrupta y repentina en la vida de las personas, cambiando radicalmente el sentido del día a día, de las relaciones interpersonales y sociales e, incluso, la conciencia de la propia vida y existencia.
El 28 de febrero de 2020 se confirmaría en México el primer caso de Coronavirus y, casi un mes después, el 23 de marzo, se dio por iniciada la cuarentena sanitaria mediante la suspensión de diversas actividades a nivel nacional, siendo éste el primer episodio de una crítica situación que se prolongaría y agravaría por meses. Inmediatamente todo cambió, la cuarentena nos obligó a resguardarnos en casa, a no salir a las calles, a no ir a trabajar y aislarnos de las personas, los vecinos, amigos y familiares. Se instauró una política del uso de cubrebocas, del gel antibacterial, de la “sana distancia” social y más reciente, del registro de la temperatura corporal a través de termómetros infrarrojos al ingresar a cualquier establecimiento.
Las personas se volvieron presas del miedo y el fatalismo, algunas otras optaron por el escepticismo, la indiferencia y la irresponsabilidad. El Coronavirus nos distanció en un sentido físico y social, pero también en un sentido moral y cívico, pues día a día y aún en los momentos más críticos de la contingencia, la lucha en México no es sólo contra la COVID-19, es también contra la ignorancia, la incredibilidad y la irresponsabilidad; y en un sentido más urgente y grave, contra la desigualdad, la pobreza y la injusticia que comprenden diversas esferas de la vida social, económica, laboral y de acceso a los bienes y servicios básicos para el desarrollo humano y comunitario.
De la Ética a la Bioética. Una respuesta para afrontar el riesgo
La pandemia por la COVID-19 se hizo presente en una sociedad global del riesgo, una sociedad que produce y distribuye los riesgos mediante situaciones sociales de peligro, agudizando la inseguridad, incertidumbre y vulnerabilidad de las personas, sus vidas y comunidades.
La pandemia por la COVID-19 se hizo presente en una sociedad global del riesgo, una sociedad que produce y distribuye los riesgos mediante situaciones sociales de peligro, agudizando la inseguridad, incertidumbre y vulnerabilidad de las personas, sus vidas y comunidades[1]. La COVID-19 comprueba, a manera de un mal chiste, que vivimos en una verdadera sociedad del riesgo, pues al incrementar exponencialmente los riesgos y peligros por las decisiones tomadas tanto a nivel individual como global, la pandemia ha puesto en entredicho la responsabilidad y credibilidad de nuestras instituciones políticas del orden, el conocimiento y la protección, lo cual ha hecho que las vidas individuales se tornen en “aventuras arriesgadas”, en auténticas “biografías del riesgo”.[2]
Según Ulrich Beck, la sociedad del riesgo se presenta como una sociedad catastrófica, “[…] es la sociedad desprovista de seguridad, en la que la protección desaparece en virtud de la existencia de grandes peligros”,[3] y en la cual “[…] el sistema normativo de la racionalidad con su autoridad y poder de imposición erosiona sus propios fundamentos [porque] los sistemas de normas sociales fracasan en relación a la seguridad prometida ante los peligros desatados por la toma de decisiones”.[4]
El riesgo es una característica distintiva de nuestras sociedades contemporáneas, toda nuestra vida y decisiones giran en torno a él y, con el advenimiento de la pandemia, nuestras decisiones se han vuelto, valga la expresión, “decisivas” ¿Cómo podemos afrontar esta situación? ¿En qué medida nuestras decisiones son catalizadoras del riesgo? ¿Cuánto riesgo estamos dispuestos a asumir por nuestras decisiones? ¿Cuánta responsabilidad y ante a quién (o a quiénes) implican nuestras decisiones?
Portar o no el cubrebocas o cuidar (o descuidar) la “sana distancia” social son decisiones individuales cuyos efectos, y sobre todo los riesgos que contraen, nos trascienden drásticamente. Nunca antes el imperativo de cuidar de sí para cuidar de los demás adquirió tanta fuerza moral y universalidad como lo es hoy en día, y es en tiempos de profunda crisis como el que vivimos a causa de la COVID-19 cuando cada decisión, cada acción y omisión implican un riesgo para sí y para los otros. Hoy más que nunca somos responsables de la vida, tanto de la propia como de la ajena y estamos ante una situación única en la que necesitamos una orientación moral, resignificar nuestros supuestos más elementales sobre el “buen vivir”, el “cuidado de sí”, el compromiso con el bienestar de los demás y nuestra responsabilidad social, cívica y moral.
De esta manera, la Ética representa una fuente de sentido y orientación crítico-reflexiva para afrontar el riesgo de vivir en una sociedad pandémica. Como expresa con justa razón Juliana González Valenzuela: “[…] la conciencia ética es, por supuesto, conciencia crítica y estado de constante vigilia, particularmente implacable en los momentos cruciales de riesgo e incertidumbre”.[5] En cuanto disciplina filosófica, la Ética tiene la pretensión de ofrecer una comprensión de la dimensión moral del ser humano, del carácter moral de la persona a través del despliegue racional, crítico y reflexivo de los conceptos y argumentos sobre los valores, principios y cosmovisiones del sentido moral y ético del ser y la vida.[6]
Orientarnos éticamente para sobrevivir a la pandemia, y paulatinamente a los estragos que deje tras su paso, es el imperativo moral que debe primar en el proceso de adaptación a la denominada “nueva normalidad”. Pero la Ética de la era postpandémica no puede alcanzar su pretensión de respuesta ante la crisis global, si no mantiene un estrecho diálogo con la Bioética. Así, pues, Ética y Bioética son el fundamento axiológico del sentido, ordenamiento y orientación de la vida humana, social y global.
La Bioética surge a inicios de la década de los setenta del siglo pasado como una respuesta al acelerado desarrollo de una gran variedad de fenómenos científicos, tecnológicos, ecológicos y vitales que trata de entablar un “puente” de entendimiento teórico-práctico entre la tecnociencia y las humanidades, entre las ciencias de la vida (la biología y la medicina) y la ética. La palabra “bioética” fue acuñada por Van Rensselaer Potter, bioquímico y oncólogo estadounidense, quien en su libro Bioethics: Bridge to the Future de 1971 señala a la Bioética como “una nueva ética científica que combina la humildad, la responsabilidad y la competencia, que es interdisciplinaria e intercultural y que intensifica el sentido de la humanidad”.[7]
De esta manera, la COVID-19 puso sobre la mesa la urgente y a la vez antigua pregunta sobre la vida humana, su valor y primacía; y es que la pandemia rebasó desde los recursos médicos y sanitarios, hasta los esfuerzos gubernamentales y económicos para solventar la más aguda y profunda crisis del siglo presente. Pues tan pronto como se tuvieron registros de los primeros casos confirmados en nuestro país, las cuestiones bioéticas en cuanto a la vida, la asignación de recursos médicos escasos y la prioridad de la atención médica y hospitalaria a distintos sectores de la población no se hicieron esperar por parte de la discusión pública.
Es a partir de estos escenarios cuando la Ética y la Bioética juegan un papel fundamental, ya que el determinar bajo qué criterios y principios se van a ordenar las acciones y decisiones de atención a las víctimas de la pandemia implica asumir costosos riesgos y peligros para una amplísima diversas de esferas de la vida nacional. La escasez de recursos hospitalarios como las camas de terapia intensiva o los respiradores mecánicos plantean serios conflictos y dilemas bioéticos sobre su asignación.
Sin olvidar los principios fundamentales de la Bioética: a) autonomía, b) benevolencia, c) no maleficencia y d) justicia, la pandemia por la COVID-19 obligó apelar a otros criterios de justicia social y distributiva sobre los que deberían ser atendidos los pacientes con la COVID-19, por no mencionar a las víctimas colaterales de la pandemia. Entonces surgió la pregunta sobre los criterios de distribución y atención de los pacientes en un escenario catastrófico. ¿Quiénes deberían ser atendidos? ¿Qué pacientes tienen prioridad? Estas y otras preguntas exigen entablar un diálogo urgente entre la Ética, la Bioética y la justicia social.
Justicia social y salud. El porvenir de la sociedad de la postpandemia
La pandemia por la COVID-19 cimbró no sólo al sector médico y de la salud, ya que a raíz del resguardo y confinamiento social la economía de las personas y las familias ha resentido a lo largo de los meses el efecto colateral de la pandemia. Como señalábamos algunas líneas más arriba, la sociedad del riesgo se caracteriza por la incapacidad de las instituciones sociales y políticas de proveer seguridad y certidumbre a las personas frente al devenir del desarrollo de las sociedades contemporáneas y, en este sentido, la COVD-19 evidenció la fragilidad de la economía nacional y la precariedad laboral y salarial en la que viven miles de personas que arriesgan sus propias vivas al no poder resguardarse en sus casas, pues se ven en la necesidad de salir a trabajar en busca de un sueldo que les permita vivir al día. También están aquellas personas que lamentablemente perdieron sus empleos a causa del cierre de negocios y comercios y que, en cierto sentido, engrosan las cifras de los daños colaterales de la pandemia, volviéndose las “otras” víctimas mortales de la COVID-19.
De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), la crisis sanitaria actual agudizará la pobreza en la región debido a las condiciones de desigualdad y vulnerabilidad que priman en varios países latinoamericanos. Miles de personas pasarán a engrosar las filas del desempleo, la pobreza y la pobreza extrema a raíz de los efectos de la precariedad laboral y salarial y de la desigual distribución de la riqueza social, así como de la acumulación de las desventajas y desigualdades sociales originarias que producirán perversas consecuencias humanas tras el paso de la pandemia:
La pandemia tiene un impacto discriminado en diversos grupos de población y su capacidad de respuesta. La imposibilidad de trabajar desde el domicilio, las condiciones de hacinamiento y la falta de acceso de agua y saneamiento aumentan el riesgo de infección de la población en situación de pobreza y vulnerabilidad. Asimismo, su riesgo de muerte es mayor por la mayor incidencia de condiciones preexistentes de salud como enfermedades pulmonares, cardiovasculares y diabetes y por carecer de acceso adecuado a la atención médica.[8]
Bajo esta situación, el Coronavirus plantea con urgencia la necesidad de abordar los efectos negativos de la pandemia desde un enfoque de la justicia social y la Bioética que busque primar el bienestar y la seguridad con igualdad y equidad de las víctimas directas e indirectas de los estragos de la COVID-19. El Coronavirus llegó en una sociedad global del riesgo para potencializar los peligros y amenazas que vulneran a amplios sectores de la población mundial; por ello, es momento que los gobiernos de los países en vías de desarrollo, tal como es el caso de México, restauren la deuda social con los sectores más desprotegidos y marginados, aquellos a quienes la pandemia golpeó severamente en diversos aspectos de sus vidas.
El Coronavirus nos plantea una exigencia moral y cívica: exigir una sociedad justa bajo un ordenamiento institucional de seguridad y protección individual, colectiva y social frente al riesgo inmanente de nuestra época.
En una sociedad desigual, donde la brecha entre ricos y pobres se hace cada vez más abismal, cualquier situación de riesgo y peligro representa un factor de selección y discriminación entre quienes pueden permanecer en el centro y aquellos que son relegados a la periferia del olvido y de la marginación por su “incapacidad” de hacer frente a cualquier crisis. El Coronavirus nos plantea una exigencia moral y cívica: exigir una sociedad justa bajo un ordenamiento institucional de seguridad y protección individual, colectiva y social frente al riesgo inmanente de nuestra época. El desigual acceso a la salud, a la alimentación, a los servicios básicos como el agua potable, a la seguridad laboral y a la educación sirven como factores selectivos que definen a la población con mayor riesgo de padecer los efectos de la COVID-19 de una manera inmediata. Revertir esos factores de riesgo es el imperativo moral y político que habrá de definir la discusión en torno al concepto de justicia en la sociedad postpandémica.
El porvenir de la sociedad postpandémica, la vuelta a la “nueva normalidad”, nos exige plantearnos serios retos con la salud pública, la calidad de vida de las y los ciudadanos y el bienestar social en general. Hoy más que nunca, la COVID-19 nos obliga a discutir la importancia de la salud pública y la justicia social como los compromisos morales y políticos que desde diferentes frentes y esferas de la vida individual, social e institucional debemos asumir con responsabilidad, profesionalidad y humanismo.
En un lúcido ensayo,[9] Fabiola Villela expone la relación que existe entre la salud de la población y los diversos factores sociales, económicos y laborales que inciden en ella. De esta manera, la autora señala que la salud es en cierta medida el resultado de complejos factores de la vida social, económica y cultural que sumandos a una situación de desigualdad e injusticia, hacen del problema bioético de la salud y la calidad de vida un problema político de justicia y bienestar social.
Villela sostiene que la manera en que entendamos el concepto de salud será determinante para el papel que desempeñen las instituciones públicas y gubernamentales en su promoción, acceso y garantía. La salud puede entenderse como “[…] dos gradientes que se cruzan”,[10] donde el primero va de la ausencia de enfermedad (el concepto que prima en la mayoría de los sistemas de salud actuales, incluido el de México), mientras que el segundo va de la salud individual a la social, pasando por diversos niveles y factores en los que se muestra la vasta complejidad del fenómeno de la salud en nuestros días:
[…] la salud es un constructo complejo de capas o niveles; en el micro nivel está lo biológico, en el nivel intermedio está la salud individual y la relación médico paciente, y es en este aspecto en el que los principios de autonomía, no maleficencia y beneficencia tienen un papel preponderante. Finalmente, está el nivel macro, el cual se puede entender como el agregado de factores sociales, económicos y políticos que afectan la salud de los individuos y grupos sociales y el principio de justicia es, sin duda, el más relevante para este nivel.[11]
Como podemos observar, la comprensión de la salud es mucho más amplia y compleja que la simple noción de ausencia de enfermedad. La salud, y la salud pública, representan un continuum de diferentes procesos multifactoriales que comprenden el orden de la vida individual, familiar, comunitaria, social y nacional. La COVID-19 mostró esta complejidad de la salud pública e individual, por ello es necesario replantear el concepto de salud para ampliar sus horizontes y fronteras de tal manera que en él queden plasmados de manera comprensiva los cuatro principios de la bioética.
Hoy más que nunca la salud es un problema social del que todos debemos contribuir a su estudio y resignificación, así como considero que de la mano de la Bioética y la justicia social podemos llevar dicha tarea a buen puerto. Según Villela, citando a Marcela Ferrer, la Bioética se ha concentrado en cumplir los principios de autonomía, beneficencia y no maleficencia, dejando de lado la atención en el principio de justicia. El desarrollo de la medicina biomédica y científica en los últimos años ha sido un desarrollo desigual en virtud de la capacidad tecnológica, científica y económica de cada país; aunado a ello, la “mercantilización de la salud” y la industria farmacéutica representan altos costes para el universal acceso a la salud como un derecho humano, lo cual vuelven el tema de la salud púbica un serio problema de justicia y desarrollo social.
Justo la creación y distribución de una vacuna para la COVID-19 pondrá sobre la mesa los problemas de la desigualdad en el acceso a la salud al poner en evidencia, una vez más, las prácticas monopolistas y rapaces de la industria farmacéutica y la capacidad y suficiencia de los países para garantizar su distribución y aplicación. La justicia es, quizá, el reto pendiente de la Bioética de nuestro tiempo. Garantizar el acceso universal de las y los ciudadanos a la salud, a un sistema de salud público y de calidad que prime la dignidad humana como el valor central de la práctica médica y la medicina es el reto al que diversas voces, desde las ciencias y las humanidades, deben sumarse para construir un nuevo paradigma de la salud y la salud pública a la altura de la sociedad de los tiempos actuales.
Conclusiones
La COVID-19 llegó para cambiar por completo nuestras vidas. Adaptarnos a la “nueva realidad” requerirá replantear el sentido de nuestras relaciones sociales y cómo ellas impactan en la determinación de nuestras vidas individuales. Con la pandemia el riesgo se materializó en todas las esferas de nuestras vidas y hoy tenemos que aprender a vivir con un riesgo más: el propio Coronavirus. ¿Cómo podemos afrontar esta realidad? ¿Cuál es la tarea de la filosofía ante la experiencia del Coronavirus? La pandemia por la COVID-19 nos obliga a reflexionar sobre los desafíos y problemas que aquejan a nuestra sociedad como una sociedad del riesgo, una sociedad fuertemente marcada por la inseguridad laboral y la precariedad salarial; la desigualdad social y el mermado acceso a los servicios básicos de salud, seguridad, saneamiento, etcétera; la informalidad laboral y la irresponsabilidad de cientos de personas por respetar y cumplir las medidas de seguridad y prevención.
La Bioética y la justicia social representan los horizontes filosóficos a partir de los cuales podemos orientar el curso de la sociedad postpandémica. Resignificar el concepto del “buen vivir” es hoy una impronta que exige replantear el sentido de nuestras instituciones y modos de vida para contribuir a revertir los factores sociales del riesgo tras la pandemia. La COVID-19 nos plantea serios retos y la filosofía, en particular la Ética, la Bioética y la justicia social son las fuentes a partir de las cuales podemos asumir la tarea de enfrentarlo. Abrir el debate entre Bioética y justicia social para reformular el concepto de salud pública en el porvenir de la sociedad de la postpandemia es una buena manera de replantear la importancia y centralidad del principio de justicia y así, hacer de la Bioética la filosofía de la sociedad del porvenir.
[1] Cf. Ulrich Beck, La sociedad del riesgo. Hacia una nueva Modernidad.
[2] Ulrich Beck, et alt., La individualización. El individualismo institucionalizado y sus consecuencias sociales y políticas, p. 108.
[3] Ulrich Beck, “Teoría de la sociedad del riesgo”, en Las consecuencias perversas de la Modernidad. Modernidad, contingencia y riesgo, p. 210.
[4] Ibid., pp. 206- 208.
[5] Juliana González, “Ética y Bioética”, en Isegoría. Revista de filosofía moral y política, p. 44, (Las cursivas son mías).
[6] Cf. Adela Cortina, et alt., Ética.
[7] Potter Van Rensselaer, “Bioética puente, bioética global y bioética profunda”, citado por Maya, José María, “Nacimiento y desarrollo de la Bioética” en Revista de la Asociación Colombiana de Dermatología y Cirugía Dermatológica,
[8] CEPAL, El desafío social en tiempos de COVID-19, p. 5.
[9] Fabiola Villela, “La justicia distributiva en los sistemas de salud”, en Diálogos de Bioética. Nuevos saberes y valores de vida, pp. 332-353.
[10] Ibid., p. 337.
[11] Idem.
Bibliografía
Beck, Ulrich y Beck-Gernsheim, Elizabeth, La individualización. El individualismo institucionalizado y sus consecuencias sociales y políticas, Barcelona, Paidós, 1998.
Beck, Ulrich, La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad, Barcelona, Paidós, 2003.
Beriain, Josetxo (comp.), Las consecuencias perversas de la modernidad. Modernidad, contingencia y riesgo, Barcelona, Antrophos, 2007.
Cortina, Adela y Martínez, Emilio, Ética, Akal, Madrid, 1996.
González Valenzuela, Juliana, “Ética y Bioética”, en Isegoría. Revista de filosofía moral y política, No. 27, España, 2002, pp. 41-53.
González Valenzuela, Juliana y Linares Salgado, Jorge Enrique, Diálogos de Bioética. Nuevos saberes y valores de la vida, México, FCE-UNAM-FFyL, 2013.
Maya, José María, “Nacimiento y desarrollo de la Bioética” en Revista de la Asociación Colombiana de Dermatología y Cirugía Dermatológica, No. 24, 2016, pp. 8-12.
Fuentes bibliográficas
CEPAL, “El desafío social en tiempos del COVID-19”, en Informe Especial COVID-19, [en línea], <https://repositorio.cepal.org/bitstream/handle/11362/45527/5/S2000325_es.pdf>. [Consulta: 30 de julio de 2020.]
Linares Salgado, Jorge Enrique, “Una filosofía para el siglo XXI”, en Nexos, [en línea],
<https://www.nexos.com.mx/?p=42660>. [Consulta: 30 de julio de 2020.]