EL FEMINISMO EN EL MÉXICO INDEPENDIENTE

Matilde Montoya. Primera mujer en recibirse como Médica en México [fotografía].
Tomada de https://www.abbey-research.com/happy-birthday-blog-matilde-montoya/

EL FEMINISMO EN EL MÉXICO INDEPENDIENTE

Luz Vera

La circunstancia habla a todos,

pero muy pocos entienden el sentido oculto,

que los lleva a responder con el sacrificio de su bienestar

o de su propia vida…

 

Luz Vera

 

 

Los feminismos, hoy, nos interpelan de una manera inusitada e ineludible. Nuestro presente es sencillamente inconcebible sin la toma de derechos, pociones, espacios, discursos, etc., expropiados hasta entonces para las mujeres. La divergencia de posicionamientos no representa una debilidad desestructurada, podrá haber en el debate interno diferencias radicales, no obstante, la consigna de exterminar las violencias contra las mujeres es, quizá, uno de los cimientos más potentes que definen el sentido global de estos movimientos. Una revisión crítica de la historia de los feminismos nos arroja una comprensión de la evolución de las indefinidas luchas en ámbitos estratégicos de la vida social. A saber que, según Luz Vera, el feminismo a pesar de ser relativamente reciente, vio nacer expresiones feministas desde hace, por lo menos, catorce siglos atrás. A pesar de ello, el hecho social de las violencias feminicidas sigue siendo en la actualidad un desafío, que se vuelve aún más preponderante en sociedades modernas colonizadas. Una revisión del artículo  El feminismo en el México independiente, publicado en la antigua revista de nuestra facultad en el año 1956, es un gran esfuerzo por vindicar el papel heroico de las infatigables mujeres que pugnaron por desintegrar la sociedad patriarcal del México postrevolucionario. En un desenfrenado ánimo conciliador, Luz Vera, nos presenta mediante su viva voz, el eco de las mujeres pioneras del pensamiento crítico mexicano frente a la dominación y la usurpación de derechos y capacidades no reconocidas, pero al mismo tiempo, nos hace una invitación a la unidad, la cooperación y la empatía mutua para afrontar en sociedad los cismas de nuestro tiempo histórico.

Arantxa Roquet

 

 

 

Al comenzar esta exposición, conviene recordar, aunque sea someramente, algunos criterios sobre lo que se entiende y se ha entendido por feminismo.

Se tomó como una actitud de lucha contra el hombre, o bien, como una queja por la situación de la mujer en tiempos pasados, y una protesta por tal situación.

Las primeras manifestaciones de la mujer en demanda de un mejoramiento de la situación en que vivía, provocaron burlas aun entre las mismas mujeres.

En México no se tuvo que recurrir a violencias semejantes a las que movieron a las sufragistas inglesas; si bien es cierto, que hay que distinguir entre feminismo y sufragismo.

“Feminismo es el nombre que se da al movimiento moderno tendiente a defender los derechos personales de la mujer, igualmente que los económicos, sociales y políticos”, nos dice Margarita Robles de Mendoza, la incansable y valiente luchadora en favor del reconocimiento de esos derechos, en su libro La evolución de la mujer en México.

La Academia de la Lengua en su diccionario considera al feminismo como “una doctrina social que concede a la mujer capacidad y derechos reservados hasta ahora a los hombres”.

¿Será en realidad una doctrina social? Una doctrina está constituida por los conceptos que sobre cualquier fenómeno científico o social se agrupan formando un todo congruente y demostrable en sus principios; doctrina económica, doctrina moral, doctrina jurídica, doctrina filosófica, abarcan, cada una de ellas, las conclusiones a que llegan los investigadores de tales disciplinas.

El feminismo no puede ser una doctrina social, sino un hecho sociológico derivado de la doctrina social imperante. Toda doctrina social es causa y efecto a la vez; la vida política está sujeta a una doctrina social determinada; pero cuando dentro de esa doctrina social surge el conflicto, porque la doctrina ya no responde a la realidad, aparecen otras ideas y nuevas necesidades que son causa de la transformación de la doctrina que se expresa en la norma política, que es a su vez, la esencia jurídica traducida en hecho social.

Inútil es hablar aquí de la situación que la mujer ha guardado por siglos; es de todos conocida su condición durante la colonia en nuestro país y en las primeras décadas del México independiente.

Lo que sí conviene recordad, es que el problema referente a nuestro país, tiene antecedentes forzosos en el desenvolvimiento cultural europeo, cuya influencia se ejerció a través de la conquista.

Muy lejanos en el tiempo se encuentran antecedentes sobre ideas feministas, que ya surgieron en los tiempos antiguos; pero la palabra feminismo es de reciente creación.

En Oriente, Teodora de Bizancio, aquella cortesana de Alejandría que llegó a ser esposa del emperador Justiniano, decía en un decreto expedido por la sexta centuria de la Era Cristiana: “es un grito de venganza que proclama el derecho de la mujer a defenderse y a ser defendida por la ley contra el acecho y la violencia de los hombres”.

La otra Teodora, la que asumió la regencia al morir Teófilo, emperador de Bizancio también, fomentaba con otras mujeres la rebelión contra la dureza de la sujeción que sufría la mujer. A ella se debió la revolución político-religiosa del siglo IX que marcó rumbos al mundo oriental.

Esa Teodora, ante la amenaza de invasión por los búlgaros, envió un mensaje al rey de Bulgaria que le hizo cambiar sus planes.

El mensaje decía: “Si tú vences a una mujer, tu gloria será nula; pero si acaso eres vencido por ella, serás la risa del mundo entero.”

Gustavo Pittaluga en su libro, Grandeza y servidumbre de la mujer, cuenta también cómo la doctora en Derecho de la Universidad de Bolonia, Magdalena Buonsignori, escribió en latín, por el año de 1350 un tratado en el que figuran consejos jurídicos dirigidos a las mujeres para que conocieran e hicieran valer sus derechos frente a sus maridos. En ocho siglos se le había anticipado Teodora.

Existe un interesantísimo libro escrito por Pablo Krische y María del mismo apellido, intitulado El enigma del matriarcado, que estudia “la primitiva época de acción y valimiento de la mujer”, donde se cuenta que tanto entre los germanos como entre los celtas, las mujeres daban su fallo solicitado en las disputas de los hombres. Krische dice que “según Plutarco los galos pidieron a los cartagineses que en sus contiendas decidieran las mujeres como árbitros y que ambas partes se sometieran a su fallo.” También refiere que se encontraron entre los esclavos muertos durante el sitio de Constantinopla, en el año 626, muchas mujeres.

Nos enteramos, por lo tanto, de que ya había mujeres guerreras hace trece siglos.

El libro de referencia considera al matriarcado como un enigma; parecería natural que un hombre así pensara, pero en redacción de ese libro colaboró una mujer. No parece nada enigmático el fenómeno social mencionado, si se toman en cuenta las palabras con que el mismo autor explica el hecho, al decir: “el llegar a estar dominados por las mujeres, es siempre consecuencia de la rebelión violenta del sexo femenino contra afrentas que se le han hecho.”

En la Roma muy antigua la mujer tuvo un gran influjo en la vida social y familiar; el mismo autor a que se hace referencia, señala el hecho de que la mujer romana recibía la llave como símbolo de la presidencia del hogar el día de la boda; también se refiere al caso de que la mujer griega, vivía encerrada en sus aposentos, a diferencia de la romana; pero lo que no cuenta, es cómo esas encerradas ejercieron una influencia decisiva, en el pensamiento de los grandes filósofos, a quienes tanto admiramos.

Lamento no recordar el nombre de un libro poco conocido, que informa del beneficio que obtuvieron los filósofos griegos de aquellas encerronas con mujeres de gran inteligencia y sabiduría, que no eran sus esposas, pero que discurrían con ellos sus teorías y aun las inspiraban.

Krische asegura que en “casi todos los pueblos cultos importantes se encuentran restos demostrables —contemporáneos o de épocas anteriores — de un antiguo periodo de matriarcado”. El mismo autor considera, cómo el cambio del matriarcado al patriarcado se hizo con espontaneidad y trajo como “consecuencia inmediata la servidumbre de la mujer.”

Lo anteriormente expuesto, no tiene más objeto que el de poner de manifiesto la importancia de la mujer en los remotos tiempos de aquellos pueblos que nos heredaron pensamiento y doctrina

En nuestro país existen mujeres que se han destacado en todas las manifestaciones de la cultura; pero precisa circunscribirse al período que arranca del movimiento de Independencia a nuestros días.

En la toma de posesión como Secretaria General del Consejo Feminista Mexicano, en marzo de 1923, al dirigirme a las que me habían honrado con su voto, expresaba el reconocimiento de la obra realizada por quienes nos precedieron en la tarea de pedir el reconocimiento de derechos y capacidades de la mujer y dije: “ellas laboraron, hicieron surgir su propio valimiento y toca a nosotras reconocer ese valor y seguir su ejemplo. Sólo que hay una diferencia entre las condiciones en que ellas surgieron y las que rodean actualmente al grupo que trata de aprovechar la sabia lección que ellas dieron; para ellas, el trabajo fue difícil, la labor fue ardua, muchos obstáculos tuvieron que quitar del camino, muchas resistencias se opusieron a su paso; pero ellas supieron dejar franca la entrada y libre la senda.”

Transcribo lo que en esa misma ocasión dije sobre mi concepto de feminismo y acerca de lo que esperamos para futuros tiempos: “entiendo por feminismo como una tendencia constante de mejoramiento de la mujer, como un anhelo de perfeccionamiento de la misión social de la mujer, como un impulso de ella, pero dentro de su ruta, sin obstruir la ajena para dejar desierta la suya, tratando de llegar por propio esfuerzo, nunca por imposición o usurpando derechos que no le corresponden. Ella hará que sus derechos sean reconocidos sin necesidad de recurrir a la violencia. Poco a poco, las leyes, las costumbres, todo se suavizará en su favor; el hombre mismo que ha hecho leyes sin criterio de equidad para la mujer, ha sentido la necesidad de ser justo y comienza a pensar seriamente en una organización mejor, que dé a la mujer el lugar que legítimamente le corresponde.”

Era en 1923 cuando se hacían esas consideraciones; hoy se piensa que el sobresalir en determinada actividad es en cierto modo una actitud feminista; es ocupar un lugar por natural valimiento; pero si al conquistar ese lugar hubo lucha y obstáculos que vencer, la actitud es feminista también.

El feminismo es un esfuerzo por conquistar para la mujer, situaciones que han estado vedadas, pero a las que tiene derecho. Si una mujer escribe una obra que merezca la aprobación de la crítica, no hace labor feminista en forma directa; sino que su inspiración sirve para demostrar que la mujer tiene tanta capacidad como el hombre, para poder expresar su pensamiento, ya sea científico o doctrinario o en forma poética.

Si pinta cuadros o educa su voz para ser una buena cantante o llega a dominar un instrumento musical, esa mujer manifiesta su capacidad para alternar con el hombre en campo científico o en el artístico; ella amplía el horizonte a las demás que pueden seguir sus pasos; su estímulo es benéfico y ya vendrán otras a formar legión; pero, si como en el caso de Matilde P. Montoya invade un campo ajeno antes a la actividad femenina y conquista el título venciendo dificultades muy serias y arrostrando las burlas de sus contemporáneos, yendo contra los prejuicios, la actitud ya es diferente.

Tuve la suerte, con otras compañeras, de entrevistar en la ciudad de Puebla, a la señorita doctora Matilde P. Montoya, antes de que la Asociación de Universitarias Mexicanas, celebrara aquí en la ciudad de México, sus bodas de oro profesionales.

De repente he leído por ahí, algunos datos un poco falseados sobre la doctora Montoya; ella personalmente nos comunicó los datos que asiento en el trabajo que para aquel caso escribí.

Es admirable el hecho de que fue la propia madre de Matilde, quien se empeñara en que su hija fuera médica; en alguna parte del trabajo citado digo: “¿Qué visión de porvenir infundió en aquel espíritu de mujer a lo siglo XIX, la energía para hacer de su hija, una investigadora en campo nuevo?

¿Cómo supo Soledad Lafragua de Montoya inspirar a una niña la fuerza necesaria para lanzarse a la gran aventura? ¿Qué genio sopló al oído de las dos mujeres, la palabra que inflamó sus corazones de ese entusiasmo que permaneció siempre firme?

Matilde había oído del secretario del Colegio del Estado de Puebla, donde se inscribió, que ella no podría estudiar las materias que había solicitado; esto dicho en tono de mofa no la desalentó; nos contó cómo en aquel primer año de estudios llegó a decirse a sí misma: “o me examino o me muero”. En su mente estaba la burla del secretario y en su corazón el deseo de su madre.

La Fama de Matilde hizo que, el entonces presidente de la República, el general González, la llamara para que estudiara la preparatoria y más tarde la carrera de medicina, en esta Ciudad de México. A este primer hombre feminista, se debió que el 27 de agosto de 1887 se graduara la primera médica mexicana; hasta doce años después vinieron las que la secundarían siguiendo sus pasos. Cuando Matilde cumplió sus bodas de plata profesionales apenas existían doce médicas. Hoy se ve la carrera de médica para la mujer como la cosa más natural.

Las circunstancias externas no eran favorables para que Matilde realizara sus propósitos; luego existe en ciertos individuos una fuerza interior que los lleva hasta el logro de una nueva actitud ante la vida. Matilde perteneció al grupo de esos individuos y marca una franca corriente feminista; aunque ella protestaría por esta afirmación acerca de ella.

Margarita Robles de Mendoza fue una luchadora a la que sirvió de inspiración en su labor, su anhelo de mejoramiento para la mujer mexicana.

En el libro mencionado antes escrito por ella se transcriben palabras dichas por otro feminista; se refiere al penúltimo presidente abogado que hemos tenido, quien le concedió una entrevista.  A pregunta hecho por Margarita contestó: “opino que es nuestro deber preparar a la mujer para que actúe en la vida de México como un factor dinámico, partícipe en los puestos públicos que hasta hoy han estado casi totalmente monopolizados por los hombres. Hay que dar a las mujeres facilidades para que lleguen a estos puestos, educándolas convenientemente para que puedan desempeñarlos con acierto. Debemos dar a la mujer mexicana la oportunidad de elevar su nivel cultural a la par que el del hombre, hasta lograr que en las funciones sociales ella sea su eficiente colaborador. No quiere decir que por esto vaya a convertirse en una competidora de él, sino simplemente, como he dicho, que sea su colaboradora.”

He aquí un criterio masculino que está de acuerdo con el feminismo que hoy se practica. Los gritos destemplados de 1915 ya no tienen razón de ser.

Antes de continuar afirmo que hay hombres feministas: éstos son los que reconocen el valor de la mujer y ayudan a su mejoramiento cultural.

En el feminismo existen tres categorías que son de hecho y no de grado: el feminismo de capacidad, el de lucha y el de reconocimiento. En el primero, la mujer demuestra que puede alternar con el hombre en muchas expresiones del pensamiento, ya sean científicas o literarias o bien, en manifestaciones artísticas. En el segundo, salva la barrera que el hombre la había puesto y desatiende prejuicios de hombres y de mujeres que desaprueban su actitud de emancipación. En este caso están todas las mujeres que se lanzaron por primera vez a laborar en campo que era ajeno a sus actividades. Ya se citó a la primera doctora; siguen la primera abogada, la primera ingeniera, la primera arquitecta, la primera juez, la primera magistrada, la primera defensora de presos, la primera normalista que ingresó a la escuela de varones y nos encontramos con la inscripción en este año de una muchacha veracruzana, en la Escuela Superior de Agricultura de Ciudad Juárez en Chihuahua, para cursar la carrera de ingeniero agrónomo.

En la tercera categoría, hombres y mujeres reconocen capacidades femeninas y las aprovechan en bien de la sociedad. A esos hombres se debe que se dé a las mujeres cargos de gran significación, como el de embajadoras, jueces, magistradas y actualmente representantes populares de la Cámara de Diputados.

Este trabajo que no pretende estar organizado en forma sistemática ni cronológica, es sólo una referencia a mis experiencias; hablo de lo que recuerdo por haberlo leído, porque me lo contaron o porque me consta.

Así van viniendo a la memoria nombres de mujeres que abrieron la brecha por donde las demás pasaríamos; ellas son feministas de lucha; otras, lo son de capacidad y nosotras, con muchos hombres lo somos de reconocimiento.

Lucrecia Toriz con su actitud ante la fuerza de la injusticia; Carmen Serdán, la dulce Carmelita, enfrentándose al ataque para defender hogar y causa, son dos magníficos ejemplos de las feministas de lucha.

Se piensa que si ellas no se hubieran encontrado en la situación en que estuvieron, no se habrían mostrado como mujeres valientes y arrojadas; eso no es verdad, porque Lucrecia Toriz pudo haber sentido miedo y no exponerse al peligro, como muchas otras lo hicieron; Carmen Serdán, pudo también haberse escondido para tratar de librarse de las balas. Algunos sostienen que al héroe lo crean las circunstancias; pero conviene pensar que en circunstancias semejantes, entre muchos individuos, sólo uno surge como negador del egoísmo que aniquila en sí mismo el instinto de su propia conservación. La circunstancia habla a todos, pero muy pocos entienden el sentido oculto, que los lleva a responder con el sacrificio de su bienestar o de su propia vida.

Recuerdo el gozo de Inés Malváez, porque al ser hecha prisionera había tenido tiempo de entregar ciertos amparos para unos diputados de los que Victoriano Huerta había hecho encarcelar. Creo que los amparos no sirvieron en aquel periodo de ilegalidad en nuestro país y tampoco recuerdo si los amparos fueron para todos los diputados; pero lo que sí quedó en mi memoria fue la actitud de Inés Malváez, contenta porque la habían cogido cuando ya no la necesitaban.

María Elvira Bermúdez, en un artículo de prensa, hace referencia a las mujeres que actuaron en la Revolución y recuerda aquel “Club Lealtad”, cuyas componentes burlando la vigilancia de los esbirros de Victoriano Huerta, depositaban flores en la tumba del señor Madero; el feminismo de estas mujeres consistía en demostrar cómo puede la mujer ejercer el derecho de participar en luchas políticas de trascendencia para el país.

A ese “Club Lealtad” pertenecieron entre otras muchas mujeres patriotas María Arias Bernal y Eulalia Guzmán, quienes fueron de las más perseguidas en la época de Huerta; Eulalia Guzmán tiene mucho que contar.

Nuestra historia está llena de nombres de mujeres, todas conocidas que colaboraron con el hombre en movimientos de emancipación político-social. La mujer siempre ha respondido al llamado de la patria para tener un México mejor.

En otro aspecto muchas mujeres emprendieron caminos antes recorridos solamente por hombres; así Humberto Tejera en su libro “Cultores y Forjadores de México”, cita a algunas de estas mujeres; nos cuenta cómo Lucia Tagle, allá por los setentas del siglo XIX, se graduaba de tenedora de libros. Micaela Hernández nacida en 1830 estudió en una escuela para niños, cosa tan desusada que no dejó de escandalizar a sus contemporáneos; ella fundó un taller de imprenta y encuadernación y una escuela de música, que dieron un grupo de impresoras importantes y una buena orquesta femenina.

Fue en 1884 cuando Luz Bonequi obtuvo el primer título de telegrafista; logró graduarse y trabajar en la Oficina Central de Telégrafos de la capital.

Desde luego que el fenómeno social representado por ese anhelo de la mujer para actuar en campos nuevos, es interpretado por ciertos hombres como la manifestación de un complejo “viriloide”; esto es asegurado con un aire de suficiencia tal, que piensan haber dicho ya la última palabra sobre el asunto; por ahí atraparon la palabra “complejo” y les parece muy elegante aplicarla a esa actitud de superación de la mujer. Hoy está de moda estimar como un complejo a toda expresión que da precisamente el tono a la personalidad del individuo. Que alguien es pusilánime, apocado, ¡ah! Es que tiene complejo de inferioridad; pero si otra persona habla siempre en tono autoritario y con aire de superioridad, entonces es que tiene complejo de inferioridad y trata de ocultarlo mediante su actitud arrogante y su aire de suficiencia.

El complejo no es más que una vivencia que por manifestarse en forma constante y reiterada, matiza a la personalidad de un determinado modo de ser. La persona sin ningún complejo sería tan incolora, que nada de ella nos podría indicar esa peculiar manera de ser.

El psicoanálisis, método escudriñador de las profundidades de la conciencia, que pretende extraer lo que en ella existe sumergido y hasta lo que no es no ja sido nunca, encontrará razones para juzgar al feminismo como una manifestación de complejos sumergidos y represiones liberadas en cada uno de los tipos de mujeres antes señalados. La endocrinología, por su parte podrá explicar por qué aquella dama mexicana que en una reunión, al brindar todos por el triunfo del ejército invasor en México, exclamó arrojando la copa al suelo, “como se rompe esta copa, así morirá el imperio”; las palabras exactas no las recuerdo bien, pero el hecho que me fue relatado, marca una actitud feminista, ya que ante todos los partidarios del emperador rubio que estaban presentes, sólo ella sintió la voz del patriotismo que la hizo ejecutar un acto en contra de toda conveniencia social.

En el valor demostrado por una infinidad de mujeres, defendiendo derechos conculcados o no reconocidos, la ciencia encontrará, qué sé yo               qué desequilibrio hormonal, que gorja a la heroína, a la innovadora de las situaciones y a la iluminada que marca rutas de salvación colectiva.

No se puede negar la íntima relación que existe entre el organismo humano y la vida anímica. Leyendo al doctor Agostino Gemelli, autor de una obra traducida hace poco por el dotor Oswaldo Robles, aceptamos lo que acerca de esa estrecha relación nos dice: “no basta sostener que el hombre es un organismo; hay que agregar que la actividad orgánica es tan compleja, tan rica, tan ágil, tan adaptable, que explica de suyo la infinidad de aspectos de la personalidad humana. Pero afirmar esto, n o equivale a aceptar una concepción biológica de la personalidad”. Más adelante afirma que: “Si el fundamento biológico de la personalidad nos explica muchos de sus aspectos y manifestaciones, debe considerarse también que las teorías biológicas no dan una luz definitiva sobre el núcleo fundamental de la personalidad.”

Gemelli hace ver que “por más importante y esencial que sea el aspecto biológico de la persona, no basta para explicar la riqueza de las manifestaciones de las actividades superiores”. Después de ciertas consideraciones, este profesor de Psicología Experimental de una universidad de Milán, Italia, concluye afirmando que el mundo interior de la acción humana es impenetrable para métodos biológicos. “la inteligencia y la voluntad son como el centro que confiere a toda personalidad su característica propia.”

Gemelli reconoce todas las actividades constructivas de la vida humana; lo orgánico, lo sensorial, lo instintivo, lo afectivo, las tendencias e inclinaciones hasta llegar a la inteligencia y la voluntad, realizan síntesis vital maravillosa del “yo”, para él, “la inteligencia y la voluntad confieren a toda la personalidad su característica propia”.

El libro de Gemelli está escrito apenas hace unos cuantos años y el autor está familiarizado con los problemas de Psicología Experimental.

Cuando se han encontrado las causas biológicas de ciertas alteraciones de la personalidad, se da como una forma determinante de ellas el funcionamiento de las glándulas de secreción interna; no se niega su influencia en el psiquismo de la persona, pero aparece una interrogación: ¿por qué entre millares de individuos con deficiencias hormonales, sólo uno surge creador de una actitud? ¿Podrá alguna vez establecerse una fábrica de lideresas, por ejemplo, inyectando a las indiferentes y apáticas, cierta sustancia para que se despierte en ellas el ímpetu necesario para iniciar movimientos sociales con fines constructivos? ¿No se podrá también reducir a la pasividad la inquietante actividad de ciertas lideresas, me, mediante tratamientos que corrijan la superactividad de quienes, no contentas con el estado social reinante, influyen en la benéfica transformación?

En los desequilibrios de funciones orgánicas, el médico tiene la palabra y logra restablecer el equilibrio; pero la creación, el desinterés y el sacrificio, son respuestas a urgencias sociales, captadas solamente por seres de excepción.

Considerando las manifestaciones del feminismo expresado en forma colectiva, se recuerdan algunas de las sociedades femeninas que se constituyeron deseosas de participar en la obra evolutiva del país. Una de esas sociedades femeniles fue “El Consejo Feminista Mexicano”, que agrupó a mujeres cuya actuación ha llegado a ser destacada en los diversos campos en que han laborado.

En 1924 se constituyó una sociedad femenil llamada Tonantzin, cuyo objeto era trbajar en favor de la cultura indígena.

Todavía en 1923 en el primer congreso de mujeres que se celebró en esta ciudad, hubo ataques de algunos periódicos, de varios sectores sociales y de grupos de damas escandalizadas por algunos de los temas llevados a debate, que sirvieron para hacer resaltar justamente la unidad de criterio de la gran mayoría de mujeres que no renegó de su tradición, ni aceptó posturas ajenas a la moral de la mujer mexicana.

Hoy despierta interés el hecho de que una mujer se supere y llegue a colocarse por merecimiento propio, en determinadas cimas del complejo mundo social; nadie la llama ya marimacho, ni la hace objeto de burla; antes bien, es respetada por el decoro con que ha sabido colocarse en el puesto conquistado.

La obra de servicio social que realizan las asociaciones católicas ha sido constante, benéfica y callada. En la actualidad las damas israelitas y muchas otras instituciones femeninas hacen labor colectiva de servicio social.

Mujeres que destacaron su personalidad por sus actuaciones originales, han existido en México desde la época precortesiana; ahí está la reina tolteca Xiutlltzin que gobernó con acierto y valentía.

A fines del siglo XVIII María Josefa Yermo libertó a 500 esclavos de sus haciendas.

España heredó un tipo de heroína, creado por el genio de Lope de Vega, a fines del siglo XVI; Laurencia, la que levantó a un pueblo contra el tirano. La representación de Fuente Ovejuna en nuestra plaza de Chimalistac, nos hizo recordar que la ficción hizo a Lope crear un tipo de mujer con posibilidades de existencia.

Después de las heroínas de la Independencia, vinieron en el período de la Reforma, otras mujeres cuya actuación sería diferente; muchas de ellas demostraron con su actitud que estaban con el pensamiento de los reformadores

Desde principios de este siglo, la mujer se dolía de la situación del indio esclavizado en las haciendas. Elena Torres cuenta cómo brotó en ella la protesta y se formó el propósito de combatir la injusticia, al presenciar un hecho en una finca de campo; un peón leía un periódico sentado a la orilla del camino; el “hijo del amo” pasó montado en su caballo y al ponerse de pie el peón con su periódico en la mano, el “patroncito” arrancó de un fuetazo el periódico del peón, al que propinó algunos más, por el atrevimiento de hacer lo que a juicio de él estaba vedado a los trabajadores.

De ahí nació en Elena Torres un deseo de servir a los de abajo; actuó en el movimiento revolucionario de 1910, fue alma del Consejo Feminista Mexicano y del primer Congreso de Mujeres celebrado en México y con Elvira Vargas estuvo a punto de ser hecha prisionera por sus actividades dentro del partido Anti-rreleccionista.

Fue hasta el principio de este siglo, cuando la mujer entró a trabajar en centros o en oficinas donde sólo laboraban hombres; causaba extrañeza y aun había cierta prevención contras las mujeres que se aventuraron a trabajar en tiendas y oficinas; antes ninguna mujer obtenía dinero por trabajo hecho fuera de su casa, a excepción de las maestras.

En la ciudad de México, hubo funcionarias en la Secretaría de Educación desde el primer cuarto de siglo. Las primeras fueron Esperanza Velázquez Bringas, Eulalia Guzmán, Elena Torres y desde entonces, el número de funcionarias que trabajan en varias Secretarías de Estado y de Instituciones de importancia ha ido en aumento. Afortunadamente las mujeres que los desempeñan están perfectamente capacitadas y honran a la mujer y a México.

No hay que olvidar a las secretarias particulares de los Secretarios de Estado; muchas de ellas han llevado el peso abrumador de una Secretaría, sin que se sintiera de modo ostensible, la significación del trabajo por ellas realizado.

Por lo que respecta al sufragio, Hermilda Galindo, Secretaria Particular de don Venustiano Carranza, se declaró partidaria del reconocimiento de los derechos políticos de la mujer desde el año de 1917.

Fui antisufragista porque no podía admitir que la mujer figurara en ninguno de los dos grupos que actuaban dentro de la función electoral; el que es autor del engaño y el que es víctima de ese engaño; colocar a la mujer en el primer grupo me pareció siempre denigrante; que actuara dentro del segundo lo consideré humillante para ella.

Hoy la situación es distinta; existe un partido oficial y otros independientes. Naturalmente que el partido oficial que cuenta con las condiciones favorables para que cumplimiento de sus programas, va determinando el funcionamiento de ese engranaje, que es el sufragio.

Las mujeres de mi patria que cuentan con brillantes antecedentes en la obra evolutiva y revolucionaria del país, todas están llamadas a continuar la labor emprendida en favor de la mujer campesina, de la trabajadora, de la profesionista, de la artista, y pueden aquilatar ya, la realidad magnífica, el imperio del espíritu dando fe, fuerza y poder, a la mujer de excepción para que cumpla su destino de trascendencia colectiva, porque ella será, forjadora —junto con su compañero, ya sea éste, esposo, padre o hijo —, de una comunidad nacional capaz de hacer el derecho, la norma, de la libertad, la esencia, y de la comprensión, la fuerza.

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