Falsa tortuga

«TORTUGA» by LALO VAZQUEZ is licensed under CC BY-SA 2.0.

Falsa tortuga

José Luis Rangel Gasperín

José Luis Rangel Gasperín[1]

 

¿Recuerdas que lo primero que desenterraron, Mercedes, fue esa enorme piedra de obsidiana que les hizo creer a Fercho y a Vic que inmensos tesoros se encontrarían bajo tierra? ¿Y que si seguían con sus manos entre el lodo algún día podrían, quizás con suerte, hallar las clavículas de un brontosaurio o los restos fósiles de cualquier otro animal? Recuerdas seguro que eso hizo que Vic y tú frecuentaran más la casa. Recuerdas que no éramos amigas; pero había que soportarnos, además de todo, porque tu hermano y el mío, de la noche a la mañana, decidieron volverse inseparables; pero yo siempre recordaré cómo te burlaste e hiciste muecas cuando Fercho encontró en el patio del colegio una lagartija muerta y aplastada, y cómo rápido corrió a pegarla en su cuaderno junto a las estampitas de los tigres y los monos; pero tú lo impediste, porque Mercedes, tan preocupada y tan madura, le dijo a la miss que Fercho coleccionaba insectos, gusanos y otros bichos, y los pegaba en su cuaderno y era un asco.

También recuerdas a la Beba: recuerdas cómo llegó a la clase y desde el primer momento tanto tú como yo quisimos tenerla, pues cabía en la palma de la mano y en su caparazón tenía tres manchas amarillas que la hacían inconfundible y única. Recuerdas que todos la queríamos, pero tú y yo primero para tenerla en casa; y que fuese como nuestra hija; nuestra Beba tortuguita, la mascota del grupo. Recuerdas que después les dije a todos que la tortuga se llamaría Beba, y a todos les gustó menos a ti, porque de un trabalenguas jamás y ni pensarlo, ni aunque estuviera como estaba en una de las páginas del libro de lecturas; pero a todos nos simpatizaban esos juegos que miss Bertha nos leía en la clase y que le dio nombre a nuestra Beba pequeñita. ¿Recuerdas que tú nunca podías decir los trabalenguas, que al decirlos te trababas y te provocaban rabietas como todo lo que acababas detestando hasta envolverlo en tu coraje inmenso?

Pero a la Beba cómo la quisiste; eso sí lo recuerdas. Recuerdas la mañana en que miss Bertha dijo que era turno tuyo de cuidarla. Y después de tenerla, me sacaste la lengua; y me dijiste que la Beba nunca me querría por ponerle un nombre tan horrendo como ése. Y recuerdas que aunque Vic y Fercho siguieron frecuentándose y cavando cuantos hoyos pudieran en el patio, tú nunca te trajiste a la Beba de visita. Porque eso sí, seguía trayéndolos tu madre; y pasaba por ustedes hasta que anochecía.

Y yo sólo pensaba en la Beba, sin cuidados, y a ti, tan egoísta, porque nada te costaba traerla y divertirnos. Hasta pudimos ser amigas y recordarnos siempre; pero nunca lo quisiste y es lo que recuerdas. No recuerdas que mi madre por pura lástima los atendía, y había veces en que les daba de cenar porque tu madre se desafanaba en seguida; y ni quería tenerlos cerca, y a veces parecía que no llegaría nunca. Tampoco recuerdas cómo lloraba la noche en que mi madre me pidió distraerte mientras trataba de calmarla a ella. Parecía que no escucharan lo que tú tantas veces me decías. Eso sí lo recuerdas. Y mi madre, la inocente, diciéndome que le tuviera paciencia a Merceditas, porque en su hogar había más de mil problemas, algunos que ni te imaginas, me decía.

¿Recuerdas que mi madre nos llevó al parque por donde pasa el río, y que Fercho y Vic se entusiasmaron porque allí podían pescar ostras pequeñas y algún que otro caracol perdido? ¿Recuerdas que ese día se pelearon, como ocurría con más frecuencia, porque Vic era buenísimo para encontrar bichos, mientras que Fercho, los pocos que obtenía, iban a dar, algunos medio muertos, a su ya ancho cuaderno de animales? Por eso cuando Vic devolvió al agua sus conchitas, como cualquiera de esos juegos olvidables, Fercho le reclamó furioso, porque nada perdía en cedérselos para que fueran a dar a su cuaderno. Y no fue hasta que tu madre vino que me dijiste que nunca más vería a la Beba ¿recuerdas eso? Que no pensabas entregarla porque te habías encariñado; pero no te creía. Porque la Beba estaba triste y sola, y entonces me amenazaste con arrojarla al río, para que yo nunca la tuviese en mi regazo.

Pero a la Beba no te atreviste a abandonarla. Temiste las represalias y el lunes siguiente, Miss Bertha me la entregó en su caja. ¿Y recuerdas que cada que ibas a la casa me pedías nuevamente tenerla a tu lado cuando tú ni la llevaste tan siquiera? No sé cómo sobrevivió contigo: tan lenta, tan frágil, tan chiquita. Me gustaba sentirla entre mis manos. A veces la sacábamos al patio y, mientras Fercho escarbaba, la Beba se acercaba a él, muy lentamente. Daba largas brazadas, y me alejaba yo también un poco para que lograse avanzar ella otro poco; pero era un juego solamente, porque yo quería estar bien cerca de mi Beba. A mí me gustaban sus manchitas que la hacían única entre todas las tortugas; y a veces, si podía, robaba de la cocina algunos trozos de lechuga para dárselos a la Beba y que ganara una recompensa por esforzarse tanto.

A la Beba le gustaba tanto la tierra que un día la perdimos. Se había enterrado y la recuperé de milagro. ¿Recuerdas el martes que nos vimos? Llovería para siempre, pero no lo recuerdas. El jardín se inundó tanto que parecía un manglar, y hasta mi madre nos pidió entrar a la casa. Y yo solo pensaba en la lluvia y en que tú pronto te irías. Y cómo recordaré esa noche en que no encontré a la Beba cuando recién te habías ido. Por más que abría la caja, ésta seguía vacía. La busqué como loca al día siguiente: en el jardín, en mi cuarto, en la cocina. No encontraba a la Beba por ninguna parte, y aunque sospechara que era una de tus maldades, no me atrevía a llamarte, darte ese gusto y decirte: Mercedes, Merceditas, ¿te llevaste a la Beba? ¿La has visto acaso?

Y lo peor era que tú, al llegar a casa, actuabas como si nada había ocurrido. Me insistías en que querías ver a la Beba. Y yo había metido la piedra de obsidiana para que no sospecharas y se sintiera, por lo menos, que algo había en la caja y no que estaba sin la Beba y vacía. Y tú te reías ¿lo recuerdas? Te reías todo el tiempo y no sabía qué sentir. Buscamos por todas partes, pero eso no lo recuerdas. Le rogué a Fercho que recordara cualquier señal de la Beba. Y cómo recuerdo el día que sospeché de él, y la inquietud que sentí al ver su cuaderno; y me dije que el tonto enfermo de mi hermano tendría a la Beba aplastada entre sus páginas; pero al abrir el libro no hallé nada.

Y entonces no supe qué hacer. No había nada que me calmara hasta que mi madre se dio cuenta, y le conté yo todo. Y me dijo que era una irresponsable, y que cómo confesaría a los otros que la mascota del grupo se me había perdido. Y yo seguía llorando, no tanto por mí sino por Beba, pues no sabía dónde estaba ni qué hacía, ni si estaba sufriendo en esos momentos. No recordarías nunca que mi madre anduvo por media ciudad toda la tarde en busca de una tortuga como Beba. Que después de buscar en varias tiendas, encontró una con tres manchas amarillas, pero gorda, tan gorda, que apenas cabía en la mano de un adulto. Les dices que la quisiste tanto que no parabas de darle de comer, y que por eso creció mucho; eso me dijo mi madre que dijera. Pero yo no creía que una tortuga comiera tanto hasta ponerse gorda, y que de tan gorda seguro que hasta sus babas bebía.

No sabía qué dirían mis compañeros de segundo grado. Yo veía la caja con la tortuga gorda, y de repente pensaba que no se enterarían. Pero ¿qué crees? Que no era la Beba. Y eso lo notó de inmediato miss Bertha, pero no dijo nada aunque me vio insegura. Y no fue sino al final de la clase cuando entregó a Marisol la nueva Beba; pero tú te acercaste a la cajita, y sin verla dijiste: ésa no es la Beba. Y yo que sí, que cómo crees; que claro que es la Beba. Y tú dijiste que además de mentirosa era una niña fea. ¿Lo recuerdas acaso? Y fue tu risa chillona lo único que no me hacía llorar, aunque por dentro yo me ahogaba; yo me sentía la boba Beba del trabalenguas porque nadie parecía creerme. Fueron inútiles los esfuerzos de miss Bertha, y más cuando tú te levantaste y me seguiste diciendo: mentirosa; y miss Bertha con que Mercedes no podía acusar a nadie si no llevaba pruebas. Y entonces soltaste una risita y sacaste de tu bolsillo a la Beba muerta.

Y claro que recuerdas que te jalé las coletas. Quería arrancártelas y dejarte calva. Quería golpearte y dejarte allí, inmóvil como la Beba muerta en tu pupitre. Y todos se juntaron mientras otros lloraban y miss Bertha parecía volverse loca. Nos llevaron a la dirección, y allí sentadas, tú con varios moretones y mordidas, contamos nuestra versión de la historia. Y recuerdas que te hiciste la víctima; que habías rescatado a la Beba de una muerte segura porque Fercho era un enfermo que apenas balbuceaba, y coleccionaba insectos y era un asco. Y cuando mandaron a llamar a nuestras madres, la tuya se inventó que Vic le había contado que Fercho y él se habían peleado por la Beba. Que mi hermano quería pegarla en su cuaderno, y que Vic le dijo que eso nunca, y entonces la aventó en un hormiguero; y cuando Vic la rescató ya estaba muerta. Y como Fercho no puede defenderse ni habría dicho nada del asunto, mi madre también se quedó sin palabras.       

No recuerdas que a pesar de todo mi madre estaba sumamente enfurecida. Hasta el fondo del basurero fue a dar el cuaderno de animales. Adiós a la colección de abejas, arañas, mariposas. Adiós a las estampitas de leones y de osos. No recuerdas cómo sonó esa libreta con ese estruendo metálico en el bote de basura. Le prohibió a Fercho salir al jardín. Nunca más metería sus manos en la tierra ni sería experto en animales, mucho menos paleontólogo.

¿Y ahora que recuerdas todo, ves por qué un intercambio navideño es la propuesta más ridícula que has hecho? ¿De veras cree Mercedes que un intercambio de regalos hará que de la nada nos reconciliemos y desaparezca el daño que a todos nos hiciste? Porque todos lloramos y echamos gritos desde entonces.

Si me toca tu nombre, y ojalá que sea así, te enviaré una babosa verde, un pájaro destripado, vísceras de pescado, una cabeza cercenada de rata muerta. Y le pediré a Fercho que me ayude. Que vuelva a su jardín, que encuentre los peores bichos y los mate, y te los enviemos de amigo secreto o como quieras; que recupere de esa forma su libro de animales. Porque para mí es imposible, Mercedes, no dejar de pensar en ti y en lo que hiciste, aunque mi madre me diga que no piense en eso, y así, solo a veces, deje de pensar en la pobre Beba y recordar que ella y yo un día coincidimos.

 

[1] José Luis Rangel Gasperín (1997). Estudió Letras Hispánicas en la UNAM así como un diplomado en Creación Literaria por la Universidad Veracruzana. Desde 2017, ha participado en numerosos coloquios académicos de distintas universidades del país. Ha sido becario del Instituto de Investigaciones Filológicas y miembro de Soga viviente, proyecto de fomento a la lectura en Hueyapan, Morelos. «Falsa tortuga» pertenece al libro de cuentos Jardín de noche, de próxima publicación.

0