Estenogramas Filosóficos. Günther Anders

José Francisco Barrón Tovar

Jessica Citlalli Castañeda Cano

La traducción de fragmentos del libro Sténogrammes Philosophiques (Paris, Éditions Fario, 2015) del filósofo polaco Günther Anders, que aquí proponemos, responde a la problemática de lo tecnológico. La palabra estenografía —στενός (estrecho u oculto) y γράφειν (escribir)— remite, por un lado, a un sistema de escribir que usa signos en vez de escribir palabras completas -de allí que se le llame también taquigrafía. Así, se trataría de una técnica de escritura que dotaría del poder de transcribir todo lo que dice alguien a la misma velocidad que habla. Se trata de una técnica usada en determinados espacios e instituciones para crear un documento oficial a partir de lo dicho. Por otro lado, remite a las técnicas que permiten ocultar mensajes o cosas dentro de otros mensajes o cosas de modo que no se perciba que están allí —de allí que se le vincule con la criptografía. Se trata de una técnica usada para evadir controles y poderes institucionalizados.

      Lo interesante de que Anders use la técnica estenográfica para escribir filosofía es lo que le permite producir en el ejercicio de pensamiento. Sus estenogramas filosóficos, antes de proponer una exposición conceptual o discursiva de lo tecnológico, buscan subrayar, trazar y bosquejar ciertos acontecimientos que normalmente no se tratan en los discursos corrientes sobre la tecnología. Lo que los hace valiosos no es su carácter de fragmentos oque expongan las temáticas abordadas, sino su carácter de apuntes. Esquemas de los acontecimientos, los estenogramas filosóficos son notas breves, pequeños dibujos, que delinean singularidades que evaden a los discursos comunes e institucionales. De carácter paradójico, el estenograma filosófico aspira a devenir documento que soporte, que dé prueba o acredite lo apenas esbozado. Documento de aquello que quizás no será siquiera una obra, un hecho.

      La traducción que aquí presentamos busca sobre todo cuidar y conservar este carácter de apunte. Y esta traducción de esos apuntes se proponen aquí para el estudio y la discusión colectiva. Sus problemáticas van desde los efectos de la tecnología, pasando por el antropocentrismo, hasta la relación de la tecnología con la humanidad. Estos Estenogramas Filosóficos de Anders han sido trabajados en el Seminario de Tecnologías Filosóficas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

Secularización

El problema industrial del futuro no se anunciará: “¿Cómo producimos los productos que queremos?”; sino: “¿Cómo producimos instalaciones mediante las cuales nos libramos de los desechos no deseados de la producción?” Y es imaginable que deberemos renunciar a la producción de ciertos productos porque seremos incapaces de hacer frente a sus desperdicios. Ya hoy, la eliminación de los desechos nucleares mortales (en tanto que se pueda hablar de eliminación) es tan costosa como la construcción de reactores, y, a partir de mañana, ya no sabremos qué hacer en absoluto. Ya no faltaría mucho -aunque esta propuesta ya ha sido mencionada- para que enviemos la basura al espacio: habríamos así conquistado el espacio para poder convertirlo en la fosa séptica de la Tierra. Sería, es verdad, una linda variante de la secularización del Cielo.

¿Quién ríe ahí?

La naturaleza. Ella regresa. Como nuestros contemporáneos se propagaron a través del paisaje en automóviles o sobre scooters, la vieja paz se reinstala a izquierda y derecha de las carreteras; la hierba invade los caminos excavados, el bosque se queda allí, sombrío, y se calla; y la roca ya no es un punto de orientación, sino de nuevo la roca. Por el camino de Schlem, no encontramos a nadie, excepto a un pastor con sus dos vacas. El silencio es hijo de la mecanización; y lo intacto, el gigantesco desecho que queda cuando la humanidad se contenta con circular por las rutas que se le han prescrito, o incluso por los rieles. ¿Quién ríe ahí?

Dialéctica de la técnica

Aparentemente, la evolución de la técnica resulta dialéctica. Nuestro primer objetivo era, cuando cambiamos el mundo natural a mano desnuda, su domesticación; es decir, volverlo más confortable, manipulable, habitable, comestible para nosotros -brevemente: para hacerlo nuestro mundo. Durante esta transformación, produjimos instrumentos que convirtieron en gran medida a nuestras manos, al menos a nuestro trabajo manual, en superfluas. Es verdad que tuvimos que corregir incesantemente esta evolución: como los instrumentos que reemplazaron nuestro trabajo manual sólo podían ser para nosotros de alguna utilidad tanto como pudiéramos maniobrarlos y controlarlos, debíamos sin cesar condicionarlos, es decir, mantenerlos “captables”; o en otros términos: debíamos inventar sin cesar instrumentos de transmisión o partes de instrumentos en los que una de las extremidades nos solicitaban siempre “jugar con las manos” como pilotos, controladores o al menos como detonadores. Incluso la activación de una explosión nuclear a gran distancia es siempre “manual”.

Ahora bien, parece que una nueva fase ha sido alcanzada, y nueva cualitativamente. Los instrumentos que hemos producido en los últimos tiempos se han vuelto tan monstruosos que nuestra aptitud para conferirles una “maniobrabilidad” se ha vuelto dudosa. Nosotros, o nuestras manos, conseguimos cada vez menos ser amos. Si por ejemplo como astronautas, queremos lograr los gestos indispensables de pilotaje, en esto sólo podemos tener éxito si nos hemos condicionado a nosotros mismos antes, si nos hemos vuelto a nosotros mismos “manipulables”, “captables”.

      Pero esto significa: debemos transformarnos en seres capaces de satisfacer unas condiciones (gravitación, temperatura, presión atmosférica, etc.) que no somos «realmente» capaces de satisfacer. En resumen: debemos deshumanizarnos.

      ¿Qué significa “en realidad”? ¿No hubo siempre un auto-condicionamiento del hombre? ¿Un hombre que domina la física cuántica es “en realidad” capaz de hacerlo? ¿No está en este caso igualmente condicionado? ¿No estamos orgullosos de este condicionamiento? ¿Excepto que lo que él había condicionado para permanecer a la altura de su tarea no era su cuerpo ni su habitus físico, sino su espíritu? -esta objeción no es enteramente absurda. ¿No todo aprendizaje es un auto-condicionamiento? El espíritu de un especialista que, en lugar de vivir en un “mundo”, ya sólo vive en un sector para el cual es competente, ¿no está igualmente deformado y deshumanizado? La cuestión de saber por qué vemos en la transformación de nuestro cuerpo o de nuestro habitus físico un escándalo más grave que en la de nuestro espíritu; porque parece contradecir los juicios de valor a los cuales nos hemos acostumbrado, por lo demás, y que no cuestionamos -tomamos de golpe al cuerpo como más intocable que al espíritu, esta cuestión es, en efecto, digna de nuestra reflexión.

Más de una vez me ha ocurrido aquí en Viena recibir al mismo tiempo cartas que habían sido enviadas el mismo día de Nueva York y de Wiener Neustadt. Esto no significa que Nueva York esté ahora tan cerca como Wiener Neustadt, sino que Wiener Neustadt está ahora tan lejos como Nueva York.

Venganza

Los grandes inventos de la comunicación se contentan con superar distancias realmente grandes. Descuidan las pequeñas. Para la distancia que separa Viena de Wiener Neustadt, los aviones a reacción no valen la pena. Como consecuencia, la pequeña distancia queda tan grande como lo era antes. No, ésta incluso ahora se convierte en más grande porque debe ser medida con las grandes distancias recortadas por medios técnicos. Más de una vez me ha ocurrido aquí en Viena recibir al mismo tiempo cartas que habían sido enviadas el mismo día de Nueva York y de Wiener Neustadt. Esto no significa que Nueva York esté ahora tan cerca como Wiener Neustadt, sino que Wiener Neustadt está ahora tan lejos como Nueva York.

Flores en lugar de raíces

No sólo la escritura de la historia es superficial, sino también lo es la historia misma. Sólo entrega resultados siempre, y siempre transmite las flores en lugar de las raíces. En Etiopía, donde casi cien por ciento de la población es analfabeta, se cuestiona ahora sobre extender la radio a gran escala. Si esto es exitoso – y ¿por qué no lo sería? – entonces la información, la educación y la cultura comenzarán en la era de la radio. La lectura devendrá superflua, se saltará esta etapa. Pasado mañana se venderán por ahí libros como antigüedades exóticas, al igual que hoy, las lámparas de aceite en las ciudades californianas.

El monopolio salvado

Los últimos sueños antropocéntricos han entrado en una extraordinaria agitación. Pues la conquista del espacio ha vuelto candente la cuestión de la existencia de seres vivos dotados de razón en otros cuerpos celestes (al menos de seres vivos tan razonables como, pretendidamente, somos nosotros); y esta interrogación implica a su vez la cuestión del orgullo de nuestra singularidad.     

      Contra esta hipótesis tenemos medios preparados, que nos atemorizan y vejan nuestra humana vanidad. Es así que, en las revistas norteamericanas, uno puede tropezarse con el problema de la posible liberación o redención de los eventuales seres extraterrestres, por tanto con la cuestión de saber si no es necesario atribuir al acontecimiento de Salvación que se desarrolla sobre nuestra excéntrica tierra una validez extraterrestre. Como la respuesta afirmativa a esta cuestión es, a pesar de todo, tomada en consideración, la oportunidad de un antropocentrismo de un género completamente nuevo aparece: en efecto, el año cero de la historia cristiana se hincharía así para devenir el punto cero histórico del Universo y la historia humana, en tanto que historia central, ganaría con ello un nuevo esplendor y autoridad. Nada demuestra más ruidosamente cuanto es tomado en serio el problema – “¿Somos los únicos y por ello el punto central?”- que el hecho que se gasten sumas, más bien considerables, para construir orejas gigantes que plantamos sobre el rostro de nuestra vieja Tierra, casi habituada a tal indiscreción cósmica; orejas a las que se les ha confiado la tarea de captar la eventual confirmación mediante mensajes de radio de la existencia de nuestros contemporáneos planetarios. Es cierto que estas orejas, no más que los de los ingenieros de orejas, no están calibradas para percibir la risa por la cual el universo silencioso desdeña nuestras inversiones y se burla de nuestras construcciones. Aparentemente, estos hombres son los primos de ese habitante de Zwickau inventado por Hans Reimann que, en Sumatra, entre árboles exóticos y pitones altos como hombres, no sabía buscar más que la última edición de El indicador municipal de Zwickau. En todo caso, casi es imposible imaginar cosa más ridícula que el provincialismo masivo de la que dan prueba esos fabricantes de orejas, reconocidos por dejar atrás todo geocentrismo y auscultar las remotas regiones del espacio. Incluso de evocar la posibilidad de que Marte se encuentre repleto de técnicos, que estos, justo en el mismo segundo del Universo enteramente cósmico y aleatorio, deben haber alcanzado el mismo estado de telecomunicación que sus colegas terrestres; que ellos también son consumidos por las ganas de iniciar un intercambio de ideas con gente que comparte los mismos sentimientos (y más si hay afinidad); o incluso (por cualquier persona que tenga una experiencia del teléfono, un pensamiento para romperle el corazón) que están suspendidos eternamente de sus aparatos con el fin de telefonear en el vacío, sin descanso, con una infatigable paciencia de ángel o de marciano -todo esto testimonia de un antropocentrismo de una bobería tan gigantesca que incluso los más inventivos escritores de ficción (porque la bobería es el límite de toda ficción posible) nunca habrían podido imaginar cosa parecida. No nos hagamos ilusiones: evidentemente, estamos condenados a pagar el inexorable crecimiento de nuestro horizonte mundial con una infantilización igualmente inexorable.

      Sin embargo, a pesar de todo el ridículo, hay algo en este estado de espíritu que puede suscitar el interés y que incluso podríamos refrendar como una etapa revolucionaria en la historia, tanto de la idea del hombre, como del “mundo”: el hecho de que por primera vez el concepto de hombre deja de lado el concepto de Tierra, así el hombre ya no entendido como un ser que, por definición, debe ser terrestre; y que de ahora en adelante (lo que en astronomía es evidente desde hace mucho tiempo), también para el sentimiento, la distinción secularizada última entre el Cielo y la Tierra se colapsa, ya que ahora el cielo está ahora constituido por Tierras virtuales.
Para nuestros ancestros, el descubrimiento de habitantes en otros cuerpos celestes ciertamente habría constituido un testimonio fulminante de su propia insignificancia. Tal descubrimiento no afecta a nuestros contemporáneos, los niños de la era de la “ciencia ficción”. Ya que su argumento apuntaría sin dificultad en la dirección opuesta:

      Concederían ciertamente que su Tierra, en el caso de tal descubrimiento, se reduciría al tamaño de una residencia insignificante, de una ciudad intercambiable, de un apartamento temporal o incluso de un avión entre otros. Pero precisa y únicamente porque esta concesión ya no estaría para ellos asociada a algún sentimiento de humillación. Considerarían más bien a Marte como tan bueno como la Tierra (y esto, de la misma manera como consideran a Sidney tan bueno como Denver, o las colonias tan buenas como la metrópoli), tanto que tendrían la garantía de que allí les espera una decent life; o que al menos el “planeta subdesarrollado” podría actualizarse. Toman en cuenta ciertamente la emigración hacia otras “Tierras” como una posibilidad, ciertamente han abandonado lo singular de “la Tierra”. Pero no lo singular de “la Humanidad”. Ya que no tienen la menor duda en englobar, bajo un mismo concepto genérico de “hombre”, a los técnicos de Marte y a ellos mismos; y en argumentar con orgullo: “Es que nosotros no existimos solamente aquí sino también (pero sobre todo) allá. ¡Qué importantes somos porque estamos por todas partes!”

      Cualquiera que evoque contactos interestelares prueba así que espera encontrar hombres por todas partes, y no solamente hombres, sino amigos por todas partes; es decir, su semejante en el sentido provincial del término. Y mediante el argumento “Qué importantes somos puesto que estamos por todas partes”, la dignidad antropocéntrica, un instante dañado por la inmensidad del mundo, es de nueva salvada de la manera más tranquila.

      En cuanto a si esta expansión a escala universal del concepto del hombre tiene algo que ver con la humanidad, ésa es otra pregunta. Ya que sólo podríamos pretender que este primer «¡Hombres de todos los planetas, únanse!» que comienza a apuntar (mientras que la unión de los hombres de nuestra tierra no es aún realidad) se alimenta del fuego de una pasión humana. Más bien se mantienen, detrás de este fantástico llamado a la solidaridad, grupos que tienen un interés en que la llama que mantiene ardiendo la solidaridad efectiva de los verdaderos hombres de nuestra Tierra en una unidad efectiva permanezca lo más punitiva posible. Cualquiera que hable de los hombres de Marte siempre habla en contra de los hombres de su entorno. Las sombrías extensiones del Universo, en las que no se había escuchado hasta ahora más que un susurro lírico o especulativo, han devenido espacios muy adecuados para sembrar en ellos la discordia. Que en los dibujos animados haya matrimonios entre habitantes de la Tierra y de Marte, pero ninguno con Chinos debería sin embargo hacernos pensar.

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