Las comunidades de Morelos Entre la resistencia pacífica y la lucha armada por la defensa de la tierra

Victor Goytia Villalobos

Origen

Las comunidades agrarias de lo que hoy conocemos como el Estado de Morelos son muy antiguas, Jesús Sotelo Inclán señala que fue la quinta tribu tlaca, los llamados tlahuicas, quienes se asentaron en la zona que comprende hoy Oaxtepec, Tlalquitenango, Yautepec y Cuernavaca (Cuauhnáhuac). Anenecuilco pertenece a esta tribu nahoa y ya figura en el Códice Mendocino como pueblo que pagaba tributo a Mexico-Tenochtitlan: “Por natural influencia y subordinación, los indios de Anenecuilco participaban del régimen agrario impuesto por los señores de la Triple Alianza”.[1]

          Durante la guerra de conquista, los pueblos del sur pelearon contra los españoles y sus aliados durante el sitio a Mexico. Fue Gonzalo de Sandoval a quien se comisionó para pacificarlos y, de manera posterior, el mismo Cortés consiguió entrar hasta Cuauhnáhuac. Después de vencido Mexico, muchos de estos pueblos pasarían a conformar parte del Marquesado del Valle de Oaxaca donde, de la mano del propio Cortés, comenzó a sembrarse la caña de azúcar.

          La vida de estos pueblos se transformó, su constitución dependió del reconocimiento virreinal y éste, de las mercedes otorgadas por el virrey,[2] o por el rey.[3] En la Real Cédula del 19 de febrero de 1560 se puede apreciar que el rey pide que se respete, o se conforme, la unidad de los pueblos para concentrar a los naturales, es decir: “[…] los indios de esa tierra que están derramados”.[4] A pesar de estos mandatos, los pueblos del sur mantuvieron una constante resistencia por sobrevivir ya que, debido al deseo de mercedes, las tierras eran constantemente requeridas por particulares, o por las órdenes religiosas; sin embargo, estos mismos pueblos, una vez reconocidos, tuvieron una cierta independencia al permitírseles el nombramiento entre ellos mismos de jueces, regidores, alguaciles, escribanos  y todos los cargos necesarios para administrar la justicia según sus costumbres.

          En 1786, los pueblos de la región sur ya luchaban contra las haciendas, en este caso contra la Hacienda de Hospital, Coahuistla, Mayorazgo y Mapastlán; éstas utilizaron tácticas que, de manera posterior, emplearían los hacendados porfiristas. La lucha por parte de los pueblos se basaba en las mercedes y mapas trazados desde el siglo XVI, pues en ellos sostenían su existencia previa y, por lo mismo, la protección otorgada por la Real Cédula.

          Durante la lucha del general Morelos, los pobladores vivieron las penalidades de una guerra: los bombardeos, las enfermedades, la carencia de comida y agua, y las heridas producidas por la refriega; del mismo modo, sufrieron los castigos del coraje y la frustración de los oficiales realistas.  

          Después de la Independencia, cuando los liberales tomaron el poder, la Ley de Desamortización y la Constitución de 1857 “[…] desampararon a los pueblos y dieron lugar a algo tremendo: a negar la personalidad jurídica de las corporaciones, matando la personalidad de las comunidades indígenas”.[5] De esta manera, desapareció la tierra comunal como un derecho. Con ello, el despojo de la tierra de los pueblos era legal.

Caído el Imperio, se implantó el proyecto liberal, el cual creció con la Ley de Colonización; de esta manera, el despojo era un derecho. Las haciendas crecieron de forma desmedida y los pueblos comenzaron a languidecer

          Ante la acometida del proyecto liberal se opuso el proyecto imperial. El 1° de noviembre de 1865 se reconoció el derecho de los pueblos para litigar, como tales, contra particulares, y el 16 de septiembre de 1866 se otorgó el derecho al fundo legal y al ejido. Cabe mencionar que el texto de esta ley se publicó de forma bilingüe, en español y náhuatl.

          Caído el Imperio, se implantó el proyecto liberal, el cual creció con la Ley de Colonización; de esta manera, el despojo era un derecho. Las haciendas crecieron de forma desmedida y los pueblos comenzaron a languidecer; los campesinos morelenses abandonaron la siembra de sustento y comenzaron la siembra de caña que devoró no sólo las tierras, sino también a las personas.

 

El porfirismo

 

Bajo el gobierno del general Porfirio Díaz se consolidaron los elementos que permitieron a México transformarse en un Estado moderno, pero los pueblos sufrieron el mayor despojo a través de las leyes, pues la tierra se destinaba al monocultivo para generar riqueza, y la población desplazada —los “sin tierra”— se convirtió en la mano de obra de las haciendas.

Las haciendas de Morelos se convirtieron en “pueblos de la compañía” y sus poblaciones permanentes oscilaron entre los 250 y hasta casi los 3000 individuos. Los hacendados organizaron sus propios servicios médicos y eclesiásticos, sus propias tiendas, escuelas, policía e instalación de energía eléctrica y formaron sus propios cuerpos regulares de albañiles, carpinteros, herreros, electricistas y mecánicos. Para manejar sus nuevas máquinas, importaron técnicos extranjeros. Llegaron inclusive a montar laboratorios de investigación y a contratar químicos.[6]

          Con el despojo vino una organizada fuerza represora, ya que, a pesar de la legalidad de las acciones de los hacendados, se necesitaba una fuerza armada para poder ejercer el poder en las regiones; así, el ejército y los guardias rurales se convirtieron en el motor que hizo efectivo el crecimiento de las haciendas a costa de los pueblos.

          Una de las tácticas utilizadas fue la “leva”,[7] que se llevaba a todos aquellos que resultaban incómodos y, al mismo tiempo, nutría el número de efectivos en el ejército: “Era en sí misma [la leva] un método más de represión,  principalmente en las ciudades, pues los incorporados iban a desaparecer o morir en las campañas de “pacificación” como la de Yucatán, y la pena para quien fuera calificado como “agitador” era ser incorporado a la leva”.[8]

Los guardias rurales fueron el otro grupo que resultó eficaz en cuanto a la represión de los pueblos:

Los guardias rurales fueron formados por gente de confianza de los terratenientes, a cuyas órdenes estaban de hecho, y en buena parte integrados por antiguos bandoleros —muchas veces campesinos sin tierra forzados a convertirse en bandidos— a los cuales el régimen de Díaz ofreció plazas en la guardia rural absorbiéndolos en el aparato represivo y suprimiendo del mismo golpe una buena parte del bandolerismo.[9]

          Las haciendas prosperaron entonces a costa de los pueblos, cada hectárea que crecía la hacienda era una hectárea que disminuía un pueblo, cada campesino despojado se convertía en mano de obra para la hacienda o en un guardia rural, y si se oponía a estas opciones, era candidato a la leva que lo deportaría a Yucatán o a Quintana Roo. La organización tradicional de los pueblos encaró esta situación de muchas formas, incluyendo la resistencia pacífica y la armada; sin embargo, los intentos de independencia por parte de los pueblos se pagaban caro, pues los hacendados respondían de forma violenta. Basta recordar aquella ocasión en la que el dueño de la Hacienda de San José Vista Hermosa inundó el pueblo de Tequesquitengo metiendo el agua de riego en el lago; al final, sólo la torre de la iglesia sobresalía por encima del agua.

          El número de habitantes disminuía, los pueblos se desintegraban, el estado se dividía en haciendas y muchos de los pobladores fueron a vivir dentro de éstas; Morelos era propiedad de los terratenientes.

          El 15 de diciembre de 1908 murió Manuel Alarcón, gobernador del joven Estado de Morelos. El aparato estatal propuso a Pablo Escandón como su sucesor, pero la organización de los pueblos y de la clase media morelense, también ahogada por los hacendados, resistieron la imposición al apoyar a otro candidato: Patricio Leyva.[10]

          El partido leyvista fue una realidad que enfrentó la candidatura oficial de Escandón; en las ciudades y pueblos se organizaron los clubs leyvistas y aparecieron nombres como: Pablo Torres Burgos, Emiliano y Eufemio Zapata, Otilio Montaño y hasta Genovevo de la O. Ante unas elecciones en las que el candidato oficial pudiera ser derrotado, comenzó la represión tomando como pretexto un motín ocurrido en Cuautla donde la gente abucheó a Escandón y aventó piedras a sus oradores. Al día siguiente, la policía comenzó a encarcelar a los líderes leyvistas. De la O pudo escapar defendiéndose con un machete, pero sus familiares fueron tomados como rehenes: “Los jefes políticos hicieron que los presidentes municipales no publicaran listas electorales o que no lo hicieran en el momento conveniente. También amañaron la distribución de boletas electorales y llenaron con su gente las comisiones electorales locales. Las tropas y la policía negaron el acceso a las urnas a los sospechosos de leyvistas”.[11]

          La imposición del candidato oficial fue consumada, Pablo Escandón se convirtió en el nuevo gobernador de Morelos, un candidato ad hoc para los terratenientes.

Los pobladores

Hablar de la tierra y de las comunidades nos permite generalizar en muchos aspectos pero, ¿quiénes conformaban esas comunidades? ¿A quién, o quiénes, nos referimos cuando decimos la palabra “pueblos”? ¿Quiénes eran aquellos que conformaban la población que sufría el despojo y la usurpación, aquellos que perdían su propiedad y se convertían en la fuerza de trabajo de las haciendas?

          Durante la época virreinal fue común la utilización de esclavos negros para la explotación de la tierra, los cuales se mezclaron con la población india, dando como resultado el característico mestizaje: mulatos, cuarterones, zambos, etc. La composición racial variaba entonces, esto significa que la configuración de los grupos familiares se fue conformando durante la colonia y así también las comunidades. Los pueblos reconocían su existencia a partir de “[…] los llamados títulos primordiales, sobre los que se ha desarrollado una interesante pero confusa mitología agrarista, la mayoría de las veces eran en realidad copias certificadas por el Archivo de la Nación de las antiguas mercedes coloniales de tierras y aguas o la adjudicación del fundo legal por parte de la autoridad virreinal”.[12]

          Lo que llamamos comunidad ocurría sólo en relación a la tierra, el usufructo era individual, cada familia recibía un lote donde podía construir su casa y utilizar una parcela para su sustento; los montes eran explotados de acuerdo a la necesidad de cada familia y no había redistribución periódica, ésta sólo ocurría cuando la propiedad quedaba vacante. Cualquier campesino del sur formaba parte de una comunidad, entendiendo ésta como el sistema social del campesinado que generaba la identidad, ya que nadie ajeno podía ser considerado parte de la misma, todos existían a través de ella. El matrimonio se concebía como un contrato que daba un lugar dentro de la comunidad, como una forma de conseguir una familia legítima que heredara los bienes. Del mismo modo, el apellido resultaba de suma importancia porque significaba el reconocimiento que le daría, al poseedor, un lugar dentro de la comunidad. De esta manera, la comunidad fue la forma de organización de los pueblos del sur que les permitió resistir, que les permitió preservar sus formas socio-económicas durante 400 años; sin embargo, los campesinos de Morelos no conformaban un grupo homogéneo, por el contrario, la composición era bastante sui generis, dado que había propietarios y arrendatarios, campesinos pobres y ricos, campesinos artesanos y aquellos que sólo araban y cosechaban y, por supuesto, los asalariados; entre estos últimos se encontraban los jornaleros, quienes se caracterizaban porque, o bien eran peones acasillados que vivían con su familia dentro del casco de la hacienda, o vivían fuera y trabajaban sólo durante las cosechas.

          El sueldo que percibía un peón al año, o acasillado, no alcanzaba para vivir, los pagos iban de $.31 a $.25 diarios. El tlachiquero[13] recibía, además de su pago, el tlaxilole,[14] el cual podía vender para redondear su ganancia, o beberlo.

El porfirismo fue la imposición de un solo punto de vista: lo rural debía someterse a lo urbano.

          La calidad jurídica del indígena se transformó, dado que se le otorgaba una igualdad abstracta ante la ley que le arrebataba el proteccionismo otorgado por la Corona. Andrés Molina Enríquez señala que “[…] la liquidación de la base territorial de las comunidades indígenas […] ocasionó un fuerte factor de inestabilidad social y política”.[15]  De esta forma, el porfirismo fue la imposición de un solo punto de vista: lo rural debía someterse a lo urbano.

          Las clases gobernantes miraron el campo y encontraron en él al habitante, mismo que fue expuesto como un salvaje, como una traba para el desarrollo del país, como la representación de una forma de vida atrasada a la cual había que educar y convertirla en un ser útil y dominarlo; así se conformó “el otro”.

          Por ejemplo, la pantalonización fue una de las medidas que pretendía desterrar al “indio”, ya que los hombres indígenas utilizaban calzón de manta, grandes sombreros y jorongos; las mujeres debían usar enaguas y rebozo, y el cabello largo recogido en trenzas. No obstante, la modernidad en el campo se mostraba a través de chaquetas y pantalones de paño ajustados y adornados con monedas de plata.

El zapatismo

Con las descripciones anteriores podemos comprender que el zapatismo no vino de fuera, sino que fue un movimiento que obedeció a las necesidades profundas de las comunidades campesinas, es decir, fue una expresión cuyas características resultaban propias de la región y se consolidaron durante la guerra de la Revolución. Asimismo, el zapatismo no obedeció al itinerario de Madero, por el contrario, se sirvió de él; no obedeció a la revolución de las clases trabajadoras internacionales, se obedeció y se sirvió a sí mismo.

        Cada pueblo mantenía una Junta de Defensa que se encargaba de las gestiones ante las autoridades; de los reclamos por el despojo de tierras, agua y bosques que hacían los hacendados y, cuando contaban con los medios de llevar las demandas hasta el mismo Porfirio Díaz. En no pocas ocasiones los integrantes de esta Junta fueron acusados de diversos delitos por los hacendados, otros eran engañados por los abogados que huían con el dinero o que se vendían al terrateniente y jamás terminaba el litigio. En una ocasión, en 1903, Pablo Escandón ordenó que se alzara una cerca que convirtió 1,200 hectáreas de las tierras comunales de Yautepec en parte de la hacienda de Atlihuayán; los pobladores nombraron entonces a “Jovito” Serrano como su representante, quien “[…] presentó sus quejas, primero, ante el tribunal de Yautepec, que falló en contra […]. Apeló ante el tribunal del distrito de Cuernavaca […], apeló ante la Suprema Corte Federal y encabezó a una comisión de 70 yautepecanos que fue a entrevistarse con el presidente Díaz”.[16]  El destino final de Serrano fue la deportación a Quintana Roo a un campo de trabajos forzados donde murió en 1905.

          La historia de Serrano es la historia de miles de campesinos; muchos fueron golpeados o asesinados por orden de los hacendados; muchos se mantenían escondidos después de las elecciones por temor a las represalias; muchos pueblos perdieron ganado, agua o bosques.

          El domingo 12 de septiembre de 1909 la Junta de Defensa de Anenecuilco llamó a una reunión donde se conformó una nueva Junta prescindida por Emiliano Zapata, Francisco Franco, José Robles, Eduwiges Sánchez y Rafael Merino. Al terminar la elección, los viejos entregaron a Zapata los papeles que contenían toda la historia del pueblo, desde las mercedes y las Reales Cédulas, hasta los últimos litigios, por lo que pronto la leva se lo llevó; no obstante, y por intervención de Ignacio de la Torre, pudo abandonar el ejército.

          A su regreso, Zapata tomó medidas más enérgicas con relación a los derechos comunales, la resistencia se convertía en acción. Cuando fue con los de Anenecuilco a “El Cuajar” y encontró a los de Ayala sembrando, hizo referencia a los lazos familiares que significaban una misma comunidad: “—No quiero pelear con ustedes. Tenemos familias y amigos. En los dos pueblos hay Placencias, Merinos y Salazares”.[17] Después, Zapata hizo referencia al derecho sobre la tierra: “Amistosamente quiero que reconozcamos lo nuestro. ¿Por qué están aquí?”.[18]

          La tierra era la razón de ser y el sentido que nutría la vida de los pueblos. Zapata comenzó el reparto de tierras poniendo el derecho de los pueblos por encima de las haciendas: “En los últimos días de 1910, se reunieron los tres pueblos[19] y Zapata fue con cada uno de ellos a repartirles tierras, fraccionando ‘cerriles’ y planíos, entrando por las cercas ilegítimas y derribando las mojoneras que las haciendas habían puesto”.[20]

La revolución

El movimiento maderista fue estudiado con cuidado por los líderes campesinos para determinar si existía coincidencia entre los intereses del Plan de San Luis y los suyos, y los encontraron en el artículo tercero del Plan:

Abusando de la ley de terrenos baldíos, numerosos pequeños propietarios, en su mayoría indígenas, han sido despojados de sus terrenos, ya por acuerdo de la Secretaría de Fomento, o por fallos de los Tribunales de la República. Siendo de toda justicia restituir a sus antiguos poseedores, los terrenos de que se les despojó de un modo tan inmoral, o a sus herederos, que los restituyan a sus primitivos propietarios, a quienes pagarán también una indemnización por los perjuicios sufridos. Sólo en el caso en que estos terrenos hayan pasado a tercera persona, antes de la promulgación de este plan, los antiguos propietarios recibirán indemnización de aquellos en cuyo beneficio se verificó el despojo.[21]

          Cuando Madero escribió este artículo, quizás no pensó en los campesinos del sur, de los cuales desconocía todo; sin embargo, ellos encontraron la forma de legitimar sus demandas. Por medio del Plan, hallaron la manera de que la tierra volviera a ser un ente legal y que su lucha fuera una prioridad en la conformación de un nuevo gobierno, consiguiendo así el reconocimiento de Madero a través de Pablo Torres Burgos. Debido a esto, la resistencia de los pueblos pasó a la ofensiva: una parte de la población tomó las armas mientras la otra se mantuvo activa dentro de los pueblos. Estos últimos fueron reconocidos como los “pacíficos”.

          La revolución terminó pronto, pero el gobierno provisional no estaba dispuesto a permitir la permanencia de campesinos armados exigiendo su tierra, ni a consentir la liquidación de la industria azucarera. El gobierno de Francisco León de la Barra señaló entonces a los campesinos como incultos, como ignorantes del derecho de propiedad.

          El elemento racista fue de suma importancia para conceptualizar a las masas campesinas como una raza degenerada a la que era preciso educar o exterminar. La clase porfirista, educada bajo los preceptos positivistas y evolucionistas, mantenía la tesis de la existencia de diferentes razas, algunas consideradas inferiores y otras superiores. Bajo esta premisa, la población del sur fue juzgada como baja y corrompida; por tanto, debía ser destruida por el bien de la Patria.

          Surgió entonces El Plan de Ayala, el cual ponía de manifiesto la situación de los pobladores con respecto al gobierno de Madero, quien había encabezado la revolución para después “acallar con la fuerza bruta de las bayonetas y de ahogar en sangre a los pueblos que le piden, solicitan o exigen el cumplimiento de sus promesas a la Revolución, llamándoles bandidos y rebeldes, condenándolos a una guerra de exterminio sin concederles ni otorgarles ninguna de las garantías que prescriben la razón, la justicia y la ley”.[22]

          Con el Plan de Ayala se hizo patente que todos los integrantes de los pueblos eran zapatistas, algunos tomaban las armas y otros, “los pacíficos”, daban refugio, comida, reconocimiento y todo lo necesario para la sobrevivencia de “los rebeldes”.

          El trato como bandidos y rebeldes a los habitantes se recrudeció cuando se ordenó la suspensión de garantías, fue entonces cuando el general Robles desató el terror: “Los pueblos fueron arrasados, los plantíos destruidos, los labriegos obligados a refugiarse en las montañas para huir de la furia de la soldadesca […]. Mujeres violadas, casas y chozas en ruinas, campos asolados, racimos de hombres que pendían de los árboles y de los postes telegráficos; eran escenas que en todas partes se contemplaban”.[23] Así, las familias de los jefes zapatistas fueron tomadas como rehenes y la estrategia de “tierra arrasada”[24] fue utilizada de manera exclusiva contra los campesinos del sur.

          Las poblaciones fueron quienes sufrieron la guerra; las sesenta casas que conformaban Nexpa fueron arrasadas por el fuego y los habitantes obligados a concentrarse en Jojutla. Antes de la suspensión de garantías, los pacíficos eran fusilados sólo por sospecha; después, los cuerpos pendían de los árboles a la vera del camino. También fueron los pacíficos con quienes los militares desquitaban su coraje, y así tras el ataque zapatista a Jojutla, cincuenta personas fueron fusiladas en Tlaquiltenango. Cuando Neri y Salazar abandonaron la plaza, las tropas federales asesinaron más gente. Sin embargo, los zapatistas no pudieron ser vencidos, y por el contrario, pronto tomaron la iniciativa. ¿Qué sucedía? ¿Por qué las fuerzas federales no podían derrotar a los zapatistas? Un periódico oficial, El Imparcial, respondía:

A oídos de una fuerza del Ejército llega la noticia de que tal localidad, próxima a la que se halla, se ha presentado una gavilla de zapatistas y ejercido, según costumbre, todo género de atentados. Pónese inmediatamente en movimiento y al llegar al punto señalado ¿qué encuentra? Encuentra un poblado de gentes pacíficas, los mozos con la azada en la mano, las mujeres arrodilladas ante el “metate”, las autoridades ocupadas en averiguar hacia dónde han huido los asaltantes de las haciendas vecinas, los rostros compungidos, las miradas asombradas. ¿Dónde están los zapatistas? ¿Quiénes son los zapatistas?… ¡Y los zapatistas no se han movido del lugar, están ahí, son ellos![25]

         Para la tropa todo habitante era zapatista, incluyendo mujeres y niños, todos merecían morir.

          Por otra parte, el zapatismo fue la organización profunda de las comunidades y fue así como pudieron mantener su lucha de forma independiente; fue así como desterraron las bases capitalistas y proyectaron su forma de vida; y fue así como Emiliano Zapata y su cuartel general se convirtieron en la autoridad reconocida por los pueblos.

          En su cuartel, Zapata recibía peticiones, quejas y todo lo relacionado con la vida de los pueblos, él escuchaba la voz propia de los pobladores y remitía a los generales responsables de la zona las instrucciones para su solución. Le escribía a Genovevo de la O para indicarle que los vecinos de Meyuca pedían las tierras que los títulos primordiales les otorgaban y que las haciendas de Tizates y Chiltepec les habían usurpado; para pedirle que se mediara en la distribución del maíz; para exigirle que se castigaran los abusos contra los pacíficos, y más.

          El reconocimiento a Zapata como la autoridad de los pueblos se puede apreciar en las cartas que le enviaban: “Al dirigirme á Ud. es solo con el excusivo objeto de pedir á Ud. justicia…”;[26] “Los que suscribimos, indijenas labradores pobres, originarios y vesinos de la ciudad de Tixtla de Guerrero, ante usted respetuosamente exponemos…”;[27] “Los que suscribimos, adictos á la Revolución y vecinos de Huazulco, nos es satisfactorio y honroso presentar á Ud. nuestro cordial saludo…”;[28] “Muy Sr. mio dicimule Ud. mis inpertenencias pero no puedo menos que aserlo así de dar mis quejas aquien devo como padre que es Ud. de nosotros…”.[29]

          El cuartel general zapatista lanzó comunicados para mantener la disciplina de las tropas en cuanto a las relaciones con los pueblos:

En las ciudades y pueblos dominados por la Revolución, irán sustituyendo á las autoridades que no sean gratas al pueblo y proceder desde luego al nombramiento de nuevas autoridades por elección popular […]. Para cubrir los haberes de la tropa, ó mejor dicho: para auxiliar á las fuerzas del Ejército Libertador, se impondrán contribuciones de guerra á los hacendados, de acuerdo con la importancia de sus propiedades […]. Para proveerse de alimentos para la tropa y pastura para la caballada de la misma, deberán dirigirse á la Autoridad Municipal de la localidad […]. A los pueblos en general no se les exigirán sumas de dinero, pues sólo podrán ayudar con alimentos […]. Procurar guardar el orden más estricto  en las poblaciones y pueblos en general […]. Lo jefes y oficiales del Ejército Libertador, apoyarán por medio de la fuerza la posesión de terrenos, de los pueblos, siempre que estos soliciten su intervención.[30]

          El llamado Ejército Libertador funcionaba como un cuerpo de las comunidades, era el brazo armado de la resistencia.

          El periodo conocido como la Comuna[31] fue el momento en que los campesinos recuperaron su estado, fue la Utopía, fue un relampagueante acontecer del pasado, fue un respiro sobre el asfixiante capitalismo que estrangulaba al campo. El fin de la guerra contra Huerta permitió la reorganización de los pueblos, pues “eligieron autoridades municipales y judiciales provisionales y expropiaron los bienes del lugar. Inclusive se negaron a permitir que se cortara madera para durmientes de ferrocarril y combustible, o a sacar agua para las locomotoras”.[32] Las comisiones agrarias reconstituyeron las comunidades, se respetaron los usos y costumbres de cada pueblo, “[…] comenzaron las cosechas, los primeros frutos del progreso de los pueblos. Las cosechas que ahora levantaron los campesinos ya no fueron la caña o el arroz de los hacendados, sino los artículos alimenticios tradicionales”.[33] La forma de vestir fue el calzón de manta, los elementos de la clase dominante quedaron desterrados, los campesinos no tomaron ningún trofeo, sólo deseaban restituirse para recuperar su tradición


Notas

[1] Jesús Sotelo Inclán, Raíz y razón de Zapata, p. 15.

[2] Cf. Jesús Sotelo Inclán, op. cit., p. 24.

[3] Cf. Jesús Sotelo Inclán, op. cit., pp. 26-29.

[4] Jesús Sotelo Inclán, op. cit., p. 29. Cursivas en el original.

[5] Ibid., p. 111.

[6] John Womack Jr., Zapata y la revolución mexicana, p. 42.

[7] La leva era un: “reclutamiento forzoso que realizaban, por lo general, los jefes políticos de los estados, con el fin de deshacerse de criminales, alcohólicos, vagos, tahúres y, en general, de cualquier individuo que pudiera resultar «pernicioso» para los intereses de una región o población dada.” Luis Ignacio Sánchez Rojas, “La educación en el ejército porfiriano 1900-1910”, en Scielo [en línea], <http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-28722011000200004>. [Consulta: 19 de julio del 2019.]

[8] Adolfo Gilly, La revolución interrumpida. México, 1910-1920: una guerra campesina por la tierra y el poder, p. 12.

[9] Idem.

[10] Patricio era hijo de Francisco Leyva, quien fuera el primer gobernador del recién creado Estado de Morelos. Con el ascenso al poder de Porfirio Díaz, Francisco fue destituido y el cargo lo ocupó entonces Manuel Alarcón hasta su muerte, lo que abrió las puertas para que los Leyva ocuparan de nueva cuenta la gubernatura.

[11] John Womack Jr., op. cit., p. 34.

[12] Horacio Crespo, “Los pueblos de Morelos. La comunidad agraria, la desamortización liberal en Morelos y una fuente para el estudio de la diferenciación social campesina, en Estudio sobre el zapatismo, p. 60.

[13] Peón de las haciendas de pulque: “El tlachiquero recorre la tanda de magueyes dos veces al día. Va de maguey en maguey recolectando al aguamiel con ayuda de un acocote, esto es, una calabaza grande, alargada y hueca, abierta por los dos lados.” Nina HInke, “Breve léxico del maguey”, en Ciencias [en línea], <http://www.ejournal.unam.mx/cns/no87/CNS087000004.pdf>. [Consulta: 17 de julio del 2019.]

[14] Ración de pulque: “En la zona pulquera se conoce otro aumento al salario del peón tlachiquero: se llama el tlaxilole; es la ración de pulque que, al caer de la tarde y después de cantar el “Alabado”, recibe el tlachiquero para las necesidades de su familia, y que o lo bebe, o lo vende, o lo va a depositar en algo que él llama un panal, en un tronco hueco de maguey, donde sirve de semilla para una fabricación clandestina.” Luis Cabrera, “Los fraudes del jornal”, en 500 años de México en documentos [en línea], <http://www.biblioteca.tv/artman2/publish/1912_213/Discurso_pronunciado_por_Luis_Cabrera_ante_la_C_ma_104.shtml>. [Consulta: 17 de julio del 2019.]

[15] Horacio Crespo, op. cit., p. 70.

[16] John Womack Jr., op. cit., p. 49.

[17] Jesús Sotelo Inclán, op. cit., p. 138.

[18] Idem.

[19] Anenecuilco, Villa de Ayala y Moyotepec.

[20] Jesús Sotelo Inclán, op. cit., p. 142.

[21]Francisco Madero, “Plan de San Luis”, en Jurídicas UNAM [en línea], <https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/6/2884/26.pdf>. [Consulta: 17 de julio del 2019.]

[22] “El Plan de Ayala”, en Gildardo Magaña, Emiliano Zapata y el agrarismo en México, p. 127.

[23] Antonio Díaz Soto y Gama, La revolución agraria del sur y Emiliano Zapata su caudillo, imprenta y offset Policromía, México, 1960, p. 112.

[24] La estrategia consiste en destruir todo lo que le pueda ser útil al enemigo. John Womack Jr., op. cit.

[25] Artículo de “El Imparcial”, en Gildardo Magaña, op. cit., p. 270.

[26] Documentos inéditos sobre Emiliano Zapata y el cuartel general, seleccionados del Archivo de Genovevo de la O, que conserva el Archivo General de la Nación, Comisión para la conmemoración del centenario del Natalicio del General Emiliano Zapata, México, 1979, p. 4, documento 3.

[27] Ibid., p. 6, documento 5.

[28] Ibid., p. 11, documento 10.

[29] Ibid., p. 42, documento 39.

[30] Ibid., pp. 101-102, documento 99.

[31] A finales de 1914 y principios de 1915 sucedió: “[…] uno de los episodios de mayor significación histórica, más hermosos y menos conocidos de la revolución mexicana. Los campesinos de Morelos aplicaron en su estado lo que ellos entendían por el Plan de Ayala. Al aplicarlo le dieron su verdadero contenido: liquidar revolucionariamente los latifundios. Pero como los latifundios y sus centros económicos, los ingenios azucareros, eran la forma de existencia del capitalismo en Morelos, liquidaron entonces los centros fundamentales del capitalismo en la región.” Adolfo Gilly, op. cit., p. 236.

[32] John Womack Jr., op. cit., p. 221.

[33] Ibid., p. 236.


Bibliografía

 

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WOMACK Jr., John, Zapata y la revolución mexicana, 27ª ed., trad. de Francisco González Aramburo, Siglo XXI Editores, México, 2006.


Fuentes electrónicas

MADERO, Francisco, “Plan de San Luis”, en Jurídicas UNAM [en línea], <https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/6/2884/26.pdf>. [Consulta el: 17 de julio del 2019].

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