La pedagogía frente al crepúsculo del amanecer en el siglo XXI

La pedagogía frente al crepúsculo del amanecer en el siglo XXI

Víctor Francisco Cabello Bonilla

Víctor Francisco Cabello Bonilla[1]

 

Estas notas buscan compartir algunas de las ideas que encuentro que pueden contribuir a revisar el complejo proceso por el que estamos atravesando. Al cambiar los valores, cambia necesariamente el significado de la vida social.

En un primer apartado, se identifican algunos de los rasgos más significativos del sentido social que tiene la escuela como la conocemos y la formación de los profesionales universitarios de la pedagogía, en el contexto de la sociedad industrial, que corresponde al modelo institucional que hoy se estremece por los efectos del mundo global. En un segundo apartado, se describen algunos de los efectos más singulares derivados del proceso globalizador y, finalmente, en un tercer apartado, se enumeran varios aspectos generales de lo que pueden identificarse como los retos inmediatos de la educación y la formación de educadores profesionales universitarios.

La sociedad y la formación pedagógica universitaria como las conocimos en la era industrial

Uno de los actores centrales en la historia de la era industrial fue el estado nacional, que jugó un papel central en el mundo occidental, sobre todo de 1940 hasta el inicio de los años ochenta del siglo pasado, al ser promotor de un modelo de capitalismo local de inclusión social y soporte de un principio de solidaridad orgánica vinculado al progreso, como parte de un pensamiento social y cultural compartido, homogéneo, que amortiguó algunas exigencias de los movimientos obreros nacidos de la posguerra mundial.

     Estos movimientos sociales, producto del proceso de mecanización de la producción y racionalización de la organización del trabajo en la industria de los años sesenta, inicialmente en Estados Unidos, fueron amortiguados con mejoras salariales y algunas prestaciones inéditas hasta ese momento a los sindicatos obreros, que actuaron en coincidencia con la idea de desarrollo y progreso de ese capitalismo local; trabajo de tiempo completo, trabajo vitalicio, vivienda, sistemas de salud de bajo costo, educación gratuita, aguinaldos, vacaciones, entre otros.

     En este escenario, el estado nacional se erigió como mediador y defensor de estos logros de la clase obrera, pero, de manera paralela, impulsó una ideología de consumo intensivo, de ocio productivo, convergente con los fines de un capitalismo industrial en expansión en sus versiones nacionales.

     El estado nacional operó como garante de una democracia acotada territorial y políticamente en el mundo occidental, y por ello, responsable de mantener el estado de derecho liberal y una estabilidad económica que garantizara la paz y bienestar de los ciudadanos, en manos de una naciente oligarquía empresarial, con un control económico, político, cultural e ideológico, donde patria y nación tuvieron un significado determinado por un sentido de pertenencia e identidad territorial.

    El estado nacional, llamado benefactor, tuvo un rol central por su discurso y actuar desde las múltiples instituciones educativas bajo su gestión, como expresión y defensa de valores comunitarios, que mantuvieron acotados los comportamientos individuales, al conjunto de regulaciones que norman formalmente e informalmente el quehacer de los ciudadanos a través de códigos, normas e interacciones institucionalizadas, ajustadas a lo necesario y socialmente esperado. 

     Quedó conformado de este modo un pacto tácito de lealtad ontológica entre instituciones y sociedad, que construyeron culturalmente en los sujetos un sentido y significado de un modelo de vida colectiva, acorde a una sociedad donde la socialización, el trabajo y la dinámica familiar fueron ejes troncales de la interacción entre la formación y la actividad profesional.

     Otro factor seminal de este proceso, que ha estado presente en el terreno de lo educativo, es el significado social de la relación entre los sujetos y la sociedad a través de instituciones como familia y escuela, cuyo objetivo es socializar a los jóvenes que se incorporan a la vida colectiva.

    Este proceso de vinculación de los sujetos al entramado social se hace a través de diversas instituciones que cumplen funciones sociopolíticas básicas, relacionadas con la transmisión de esos valores, símbolos, códigos, principios y formas de vida; donde la familia, a través de relaciones de afectividad, construye un mundo simbólico de valores e interacciones que le dan sentido a la vida comunitaria.[2]

    De este modo, la primera etapa de socialización es particular en función de los valores, principios, ritos y formas de vida compartida, donde se inserta el mundo social en cada uno de los sujetos. Un segundo sistema de socialización corresponde a la escuela y la educación en sus diversas formas, institución que tiene como referente un conjunto de valores, principios, formas de interactuar, ritos, códigos y estrategias que son homogéneas en tanto que incorporan el sentido político y ético de una vida colectiva de responsabilidades y compromisos, donde se aprende el significado de los derechos y obligaciones ciudadanas.

     La formación escolar y la profesional también, en todos los niveles del sistema, ha tenido como objetivo social mostrar a los sujetos, una idea de vida comunitaria por las acciones y prácticas compartidas, sostenidas en las normas y formas de regulación de las interacciones al interior de las mismas, donde se aprende la “lógica de lo adecuado”[3] que expresa el significado de la identidad ciudadana.

     Bajo el modelo del Estado Benefactor, una de las razones poderosas que fortalecieron al estado nacional y al capitalismo local en la era industrial; fue el hacer de los procesos formativos de las instituciones educativas, acciones sociales inclusivas, donde se aprendieran los principios de racionalidad organizativa del modelo industrial, una cultura de vida social y trabajo adecuada al proceso de producción en serie; la importancia del orden, secuencia, lugar, tiempo y movimientos en el ámbito de un territorio, un lenguaje común y un modelo de sociedad compartido.

    La educación profesional en particular tuvo una amplia convergencia con la dinámica del trabajo, en tanto que transmitió conocimientos y desarrolló principalmente habilidades culturales y generales básicas, de cara a una oferta de empleo que requería fuerza laboral con habilidades genéricas, que pudo ser absorbida por un estado nacional en expansión y empleador de esa fuerza laboral.

    El espacio formativo y sus actores; autoridades, docentes y estudiantes identificaron el significado de un modelo de organización de vida institucionalizada fuerte, por una dinámica de acatamiento y la conformidad a una lógica de lo adecuado que fue el objetivo y significado político y social de la escuela como institución.

     La educación formal, en todos sus niveles, fortaleció una moral y ética de la vida social, reconociendo a través de los docentes el principio de autoridad, validado en la responsabilidad que encierra la transmisión del conocimiento, que daba sentido a la vida en el trabajo y la familia.

     En este principio de organización racional de las instituciones educativas, en el caso de México, podemos identificar un estado nacional sostenido en los soportes del control económico, el político, cultural y militar, basamento en el que se sostuvo el conjunto de sus políticas públicas que le permitieron por décadas mantener un equilibrio que, si bien en ocasiones fue precario, estuvo apoyado en un control de los valores y símbolos más importantes de la identidad nacional, manejando diferentes formas de obediencia y consentimiento civil, a través de un núcleo de solidaridad orgánica filtrado en las instituciones educativas y las burocráticas principalmente.

    En la Universidad Nacional, la carrera de pedagogía en su organización con base en colegios por disciplinas, implicó un cambio en “la denominación y el enfoque epistemológico, disciplinario y profesional, (como) Colegio de pedagogía inició sus actividades en la Facultad de Filosofía y Letras, el 11 de abril de 1955[4] “bajo el cobijo del Estado Benefactor”.

     En el caso de la formación pedagógica universitaria, los fines de ésta desde su origen estuvieron y han estado centrados en un ideal del hombre cuyos ejes estructurantes han sido el significado de la Amistad, el Amor a la Verdad, el Amor al Conocimiento, el Respeto y la Prudencia, donde las acciones del hombre se orientan en razón a su capacidad de juicio y un principio de racionalidad, que encuentran su fundamento en los profundos valores del Pensamiento Clásico Griego.[5]

     La formación pedagógica en esta etapa de la historia reciente de la UNAM, tuvo como objetivo central la preocupación sobre la acción del hombre, al cobijo de un ideal de proyecto de cultura y principios nacionales, aspectos muchos de ellos compartidos éticamente por docentes y otros actores en el sistema educativo nacional hasta la década del ochenta del siglo pasado, cuya función fue de mediadores sociales, constructores de un principio de respeto en la vida comunitaria, y, en algún sentido, de confianza relativa después del 1968, en el estado nacional benefactor, que amalgamó el conjunto de interacciones sociales complejas por sus fines, en un ideal de nación.

 

El efecto disolvente del mundo global en el Estado Nacional

 

«México y un grupo de estados nación del Tercer Mundo, al recurrir a fondos de financiamiento externo para promover un mayor desarrollo y competencia económica, se han incorporado en el escenario del mercado libre y han hecho suya la lógica del modelo neoliberal de mercados abiertos, que ha erosionado la fortaleza del estado nacional, al fracturar el binomio control económico de control político en la construcción de la política pública».

 

 

La segunda mitad de los años ochenta del siglo pasado, con el inicio de un entorno financiero y mercantil global, acompañado de un modelo de economía neoliberal, marcó un giro en el rol del estado nacional, producto de la incorporación pactada de políticas públicas internacionales relacionadas con el combate a la pobreza, sugeridas a nivel mundial por la ONU principalmente, con la gestión y regulación financiera de diversas instancias como el Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, el Banco Interamericano de Desarrollo, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, entre otros en el Tercer Mundo, que emergieron, como lo hicieron en 1944, a través de los Acuerdos de Bretton Woods, renovando en el Consenso de Washington de 1989, la centralidad del dólar, y Estados Unidos y el Banco Mundial en la definición de las políticas de desarrollo y progreso mundial.

     Un referente común de las recomendaciones y sugerencias de la ONU para el combate a la pobreza creciente desde los años ochenta y noventa ha sido la racionalización de las políticas sociales para los estados miembros, a través del otorgamiento de recursos financieros “etiquetados”, que incrementan la deuda internacional de los estados nación ya que se cobran de manera obligada intereses y capital directo del PIB de los países deudores.

    Esta acción se ligó en el inicio del nuevo siglo a los principios y criterios de “Capacity Building” que involucra formas de mejoramiento de la economía desde una lógica ingenieril, para control de los gobiernos, las instituciones y las personas a través de su educación, su capacitación y seguimiento, más el aporte de recursos financieros, desarrollando estructuras, sistemas y organizaciones que sean seguros, estables y sustentables, con particular énfasis en la utilización de la motivación y la inspiración como impulsores del mejoramiento en la calidad de vida.[6]

    Bajo esta visión, México y un grupo de estados nación del Tercer Mundo, al recurrir a fondos de financiamiento externo para promover un mayor desarrollo y competencia económica, se han incorporado en el escenario del mercado libre y han hecho suya la lógica del modelo neoliberal de mercados abiertos, que ha erosionado la fortaleza del estado nacional, al fracturar el binomio control económico de control político en la construcción de la política pública.

    En el caso de México[7] estos acuerdos se traducen en un acelerado debilitamiento económico y político del estado nacional, que ha terminado por fracturar el Contrato Social Liberal posrevolucionario, al quebrantar la solidaridad orgánica entre sociedad y estado, toda vez que el modelo neoliberal hace del estado un gestor y fiscalizador de la aplicación eficiente de la política económica de un capitalismo financiero internacional, que han desarticulado las formas territoriales de control fiscal y los criterios de regulación al libre comercio, que fueron un soporte económico del estado nacional.

   La fractura del contrato social surge de la desatención a las necesidades sociales internas, derivada de una política de facilidades a la inversión extranjera, que demanda de fuerza laboral poco organizada, de bajo costo y salarios precarios, lo que ha desencadenado la pauperización de la vida en amplios sectores de la sociedad.

    Al unísono hemos visto un paulatino desmantelamiento del trabajo industrial nacional, producto de una acelerada tecnologización digital, una competencia internacional desleal y una creciente subvaloración de la fuerza laboral, que ha generado un escenario de pobreza crónica creciente en América latina que alcanza a la mitad de la población[8] por la descalificación acelerada de la fuerza laboral, y por una concepción de educación pública en todos sus niveles, volcada a la alfabetización para el trabajo digital, como principio motor de la economía global.

   El efecto que tiene este proceso de cambio en las instituciones educativas nacionales, que fueron constructoras de una idea de ciudadanía, convergente con los fundamentos de vida comunitaria construida sobre valores, interacciones, formas de vida y prácticas fraternas, siguiendo una lógica de lo adecuado, que en su momento representó una vida social de valores y condiciones más homogénea, al estar circunscrita a un territorio, con un lenguaje e identidad común, a pesar de las diferencias étnicas y sociales, y las profundas distancias económicas alentadas por una oligarquía empresarial.

     La Sociedad en el escenario de la globalización cambia, si aceptamos la tesis de que cada revolución tecno científica modifica las formas de vida[9] porque se genera una dinámica creciente de productividad para potenciar el aparato productivo, y este ajuste reclama de un cambio en los procesos y formas de accionar existentes, actitudes diferentes y mayor consumo de la gente, nuevas formas de gestión en las organizaciones y exigencia de nuevas habilidades, con ello se trastoca necesariamente el mundo de valores y no sólo la estructura de las instituciones.

     Los cambios que hoy se viven en el mundo del trabajo, que se digitaliza a pasos agigantados, a la par desplaza amplios sectores de fuerza laboral de limitada escolaridad, propicia que diferentes grupos sociales sean excluidos de las fuerzas productivas, por no poder competir laboralmente en experiencia, habilidades o conocimientos en las organizaciones del tecno mundo digital actual, y se conviertan de facto en seres invisibles e incluso criminalizados por su situación de pobreza.[10]

    Este escenario laboral modifica las acciones sociales desde la familia hasta las instituciones más complejas, ya que las enfrenta a la ruptura de equilibrio entre las normas de vida compartidas y las formas de hacer. El motivo es una visible ausencia de responsabilidad compartida, en un mundo social de valores cada vez más diferenciados, que han hecho de la ciudadanía un ente amorfo de consumo, de individualismo, donde lo que importa es la competencia, la indiferencia, el anonimato, y la construcción principalmente de relaciones de interés; amistades y afectos virtuales a través de las redes sociales, que se vuelven un espacio que cohesiona y direcciona esfuerzos y reclamos, contra todo aquello que representa autoridad inmediata de cualquier naturaleza y nivel.

     El trabajo dejó de ser la expresión de un esfuerzo conjunto a partir de una fuerza laboral homogénea, para convertirse en un conjunto de actividades diversas, individualizadas e inconexas, donde lo único visible son las normas y una cultura laboral eficiente, a sabiendas que están perdidos; el beneficio del trabajo vitalicio, el tiempo completo, las prestaciones básicas a los trabajadores como servicios de salud, de educación, de vivienda de bajo costo, por el efecto de una política internacional que busca la calidad y eficiencia en el hacer al “[…] estimular la creación de empleo, (para ello) es necesario un conjunto de técnicos, formado por gente específicamente preparada y formada para iniciar esfuerzos emprendedores orientados a satisfacer las necesidades locales”.[11]

    Al cambiar el trabajo por los nuevos procesos y formas de accionar en la producción fragmentada e internacionalizada de las empresas que incorporan fuerza laboral de bajo costo, se reclaman nuevas actitudes y habilidades cognitivas en los trabajadores, por las necesidades derivadas de un consumo masivo de productos, de nuevas formas de organización y gestión del trabajo para responder a las dinámicas de competencia desleal y del just in time del modelo de producción toyotista, cambia necesariamente el mundo de las instituciones formadoras de profesionales.

     Esta dinámica del escenario global, deja su impronta en la práctica profesional de la pedagogía, ya que impacta necesariamente desde fuera la concepción de la profesión, bajo la exigencia de mayor eficiencia tecnológica en el manejo de los medios, mejor calidad en el hacer a menor costo, por la competencia del mercado de profesionales. Escenario este último, que ve nacer variadas profesiones inimaginables hasta hace poco, al cobijo del trabajo digital, todas con menos tiempo de formación. Es decir. Se impulsa una figura del profesional emprendedor autónomo, en la medida que se desvanece el mercado institucional tradicional que representó la inserción en las dependencias del estado nacional, sea en diversos ámbitos de docencia o en difusión principalmente, donde tuvieron cabida por años los egresados de la carrera universitaria en Pedagogía.

     De alguna forma también, se trastoca el sentido del modelo clásico de la formación pedagógica universitaria, toda vez que entre otras cosas porque el interés por el destino de los otros deja de ser un fin, al cambiar en el mundo laboral y social la mediación cara a cara, por una mediación construida de likes” en las redes sociales, la cantidad de seguidores que se acumulan, hace del anonimato un lugar común que articula gustos, afectos y formas de interacción entre los sujetos.[12]

     El amor a la verdad se transforma paulatinamente en la fe y confianza en la tecnología y la innovación que permiten estar al día para rastrear las “verdades” de las redes sociales y los buscadores de información, el amor contemplativo al conocimiento como lo heredaron los griegos se trastoca en un gusto desmedido por el consumo y un ocio decadente.

     La pandemia hace transparente que mucho de la angustia, descontento y aburrimiento que viven actualmente los jóvenes en general, producto del enclaustramiento obligado, se asocia a la imposibilidad de ir a los mega centros comerciales a caminar, comprar o convivir entre aparadores.

    Es visible en algunos momentos de cuarentena, una idea de gozo y felicidad que les brinda a esos jóvenes tener respuestas inmediatas en internet, frente al obstáculo de riesgo que les impide “ir” a la Universidad, que los aproximen a otras culturas, otras formas de vida, otros valores y formas de interacción, siempre emocionantes por ser enigmáticas y en ocasiones riesgosas.

    La prudencia se convirtió en audacia para explorar y aprehender un mundo inmediato, virtualmente accesible y de relativo bajo costo, lleno de incertidumbre y violencia, pero seductor porque son mínimas o en ocasiones inexistentes las reglas, normas, valores del consumo de información, productos y amistades que pueden dar un giro a la vida, a través de relaciones afectivas virtuales regularmente efímeras, como puede ser la idea de una democracia global directa, selectiva y discrecional que vulnera la solidaridad de la vida en común, los valores o principios de vida ciudadana en los grupos de origen, para construir una idea etérea de un presente ad hoc.

    Sobre el significado del respeto a los otros, la promesa de una sociedad de ocio constante, que fue la idea fuerza del mundo global en los años ochenta del siglo pasado, al ser una profecía incumplida acarreó un escenario social de profunda desconfianza, de falta de responsabilidad por el sí mismo y por los otros,[13] en aras de un inmediatismo lúdico que ahoga alguna posibilidad de reflexionar, particularmente con un futuro que asocian al presente caótico que viven y limita las formas de construcción de un mundo mejor, sin corrupción, ni exclusión, ni mixofobia.

     En este escenario es obligada la reflexión sobre cuál es hoy la preocupación desde la pedagogía por el actuar del hombre, pasa necesariamente por revisar ¿cuál es la prioridad por el hombre en el mundo global? ¿Qué proyecto de civilización se debe construir, qué responsabilidades y compromisos se tienen hoy para construir las bases de la sociedad donde habrán de vivir los jóvenes de las generaciones que no han nacido?[14]

    Por otro lado, es innegable que las generaciones que nacieron en esta sociedad digital, dinamizada por el uso obligado de tecnologías de comunicación, están llenas de futuro, pero no son ajenas al riesgo de una formación civil y profesional centrada en el consumo, en lo inmediato, en un entorno de nuevas relaciones de lenguaje, en un mundo de trabajo, competencia y productividad donde el desempeño individual será el único referente de estatus que guíe su actuar, encerrado en espacios temporales y satisfacciones virtuales, con mucha más información que probablemente tenga cada vez menor significado.[15]

 

 

Los diferentes retos que enfrenta la formación del profesional de la pedagogía en una sociedad digitalizada

 

«Esta idea hace de los objetivos de la formación y la práctica profesional del pedagogo universitario de cara al siglo XXI, una preocupación constante de responsabilidad de/con/por los hombres y la vida comunitaria pero también individual en el mundo global, pensado que las generaciones actuales y las futuras, tienen derecho a una sociedad y una vida digna, cuyas bases deben asumirse con diversos compromisos desde ahora, en un escenario de autonomía personal y mayor autoestima».

 

Pensar en los diferentes retos que enfrenta la pedagogía universitaria como profesión en el futuro inmediato, en este escenario incierto que eclosiona en el largo trayecto de la pandemia por la COVID-19, implica reflexionar con cierta cautela aquellas formas en que queremos hacer de la vida profesional y social el mejor de los mundos posibles, aceptando de antemano que las ideas sobre este punto están sujetas al efecto de las circunstancias actuales.

     Encuentro que tratar de revertir así sea en parte, este escenario global de exaltación del ego y la inmediatez, conlleva necesariamente el recuperar el significado de la acción del hombre, es decir, implica generar formas éticas y políticas que permitan revalorar al hombre, como un eje del sentido de la sociedad, y superar la idea del hombre como objeto del ocio y el consumo derivado de necesidades banales.

     Esta idea hace de los objetivos de la formación y la práctica profesional del pedagogo universitario de cara al siglo XXI, una preocupación constante de responsabilidad de/con/por los hombres y la vida comunitaria pero también individual en el mundo global, pensado que las generaciones actuales y las futuras, tienen derecho a una sociedad y una vida digna, cuyas bases deben asumirse con diversos compromisos desde ahora, en un escenario de autonomía personal y mayor autoestima.

     En este mismo sentido, para salir de esta pesadez de lo inmediato, encuentro fundamental recuperar la idea seminal de Edgar Morín, de articular la formación con enfoques interdisciplinares sobre el hombre, procurando para ello conformar miradas ontológicas, axiológicas y políticas,[16] que construyan una idea diferente de la vida colectiva, donde el hombre y no la tecnología sean el centro de la vida y el trabajo. Esto nos obliga a escudriñar en sus entrañas el significado político y social que nos lleve a comprender el sentido del individualismo competitivo actual, para pensar respuestas éticas acordes a la posibilidad de un futuro social y civilmente distinto.

     La anterior idea involucra en gran medida una formación y una práctica profesional del pedagogo universitario que ponga en juego de manera comprometida el conocimiento: de tal forma que pueda recuperar la posibilidad de aprender a pensar al decidir y pensar en las consecuencias finales de las decisiones tomadas, lo que conlleva la tarea de pensar en el objetivo de la vida social, pensar en un procedimiento para construir ciudadanía responsable, y pensar en el resultado de este proceso, todo como un conjunto articulado. De tal modo que las decisiones no sean una respuesta solo a lo urgente, ya que vulneran la posibilidad de un horizonte social, laboral y profesional posible.

     Esta perspectiva centrada en lo que hoy está dándose como realidad y lo que es factible dar en la formación, cambia en algún sentido la concepción del plan de estudios de esta carrera en la Facultad, inicialmente hacia un orden disciplinar diferente, pero también en las prácticas docentes cuyo objetivo sean los problemas de hoy, los temas y dinámicas que viven los jóvenes desde la vulnerabilidad que les construye laboral y socialmente el mundo global, que cada día los hace invisibles y los margina de mejores condiciones laborales, ciudadanas y sociales.

     En el fondo emerge la necesidad de imaginar una formación para reconstruir la responsabilidad sobre sí mismos, para dar un significado diferente a la vida colectiva, donde una tarea ciudadana sea recobrar el Estado como institución cuya organización esté orientada a cuidar los intereses, los bienes, el bienestar colectivo, y sea responsable de la democracia, fortaleciendo los procesos de construir ciudadanía en el país, convergente con el cuidado de los derechos humanos básicos, y atienda con prudencia el modelo de democracia internacional que impulsa la tesis de una ciudadanía global, con valores extraterritoriales.

     Mirar de este modo la formación pedagógica, conlleva la tarea de contribuir educativamente a reconstruir el significado de la vida colectiva actual, promover la construcción de un Contrato Social entre Estado y Sociedad, diferente en su contenido, acorde con las necesidades y la importancia que tienen los valores, formas de vida, ritos, prácticas, saberes e interacciones de una nación pluricultural, multi-étnica y hoy también multi-lingüística, que le dé un significado diferente a la vida social.

    Un aspecto que no tendría por qué escapar a las reflexiones de una mirada formativa diferente sobre la formación y la práctica profesional del pedagogo universitario, sería recuperar la esencia de una concepción del trabajo educativo, donde la tecnología y el trabajo digital, sean herramientas de apoyo, ya que paulatinamente se van convertido estos dos recursos en el sentido último de la vida profesional, producto de una creciente exigencia de habilidades cognitivas y técnicas que han trastocado la noción del trabajo como actividad que dignifica al hombre, para hacer del trabajo educativo una actividad mecánica, fragmentada, individualizada y cada vez más ajena a un contexto determinado.

     Finalmente, quizá uno de los mayores retos de formar al hombre para vivir en la sociedad cada vez más digitalizada, radica en el peso que hoy tiene la necesidad de concebir una vida ciudadana a partir de aprender y desarrollar formas de interacción más estructuradas, sustentadas en una toma de decisiones que anteponga la razón y el bien común a las acciones violentas de desobediencia civil que afectan a la sociedad en su conjunto.

    La dinámica de un mercado mundial de acceso abierto, que facilita adquirir aquello que da felicidad momentánea, aunque sea caro o de menor calidad, pasa por alto que la dicha no descansa en la desdicha de los otros ni se mide por ella. El prójimo no es el límite de la propia felicidad, sino el elemento en que ésta se verifica.[17]


Notas

[1]Actualmente labora en el Colegio de Pedagogía de la FFyL, UNAM.

[2]Cf. Hans -Georg Gadamer. Verdad y Método. Vol. I. Sígueme, Salamanca, 1977.

[3]Guy Peters B. El nuevo institucionalismo. Teoría institucional en ciencia política. 4 Col. Nuevas Corrientes en Teoría Política. Gedisa, Barcelona, 2003.

[4]Cf. Universidad Nacional Autónoma de México-FFyL. Antecedentes del Colegio. [en línea] <http://pedagogia.filos.unam.mx/inicio/acerca-del-colegio/antecedentes-del-colegio/ >.

[5]Cf. Gadamer, Op. Cit.

[6]Cf. C Jones Rusell. Capacity building para el desarrollo de países en vías de desarrollo. Comité de Capacity Building de la Federación Mundial de Organizaciones de Ingeniería, Programa Ingeniería para un mundo mejor, UNESCO, USA, 2003.

[7]La amortización de la deuda federal en México sólo con los Organismos Internacionales en los años 2019, 2020, 2021, 2022 y 2023 es de 668.2, 631.4, 2 590.3, 855.4 y 2 118.8 millones de dólares respectivamente. Vid. Secretaría de Hacienda y Crédito Público. Informe de la deuda pública. 2018, [en línea] <https://www.finanzaspublicas.hacienda.gob.mx/work/models/Finanzas_Publicas/docs/congreso/infotrim/2018/ivt/01inf/itindp_201804.pdf >. Es decir, hay que pagar en estos años $ 6 008.5 millones de dólares al tipo de cambio imperante.

[8]Cf. Renos Vakis, et al. Los Olvidados, Pobreza crónica en América Latina. Resumen ejecutivo. Banco Mundial, Washington, DC. EUA, 2015.

[9]Cf. Carlota Pérez. Revoluciones tecnológicas y capital financiero. La dinámica de las grandes burbujas financieras y las épocas de bonanza. Siglo XXI, México, 2004.

[10]Cf. Zygmunt Bauman. La posmodernidad y sus descontentos. Cuestiones de Antagonismo, Edit. Akal, España, 2017.

[11]Rusell, Op. Cit.

[12]Cf. Z. Bauman. Sobre los lazos humanos, redes sociales, libertad y seguridad. 2012, [en línea] <https://www.youtube.com/watch?v=LcHTeDNIarU>.

[13]El escenario en enero de 2021 de la pandemia por la COVID-19 en el país, nos muestra que enfrentar diversas olas de contagio, cada más amplias y peligrosas por sus efectos, es producto de la poca preocupación de algunos ciudadanos y la poca responsabilidad por la salud de los demás. Esta etapa de emergencia sanitaria mundial hace visible el efecto de la vida individualizada marcada por un hedonismo profundo, que expresa una situación de descuido, desinterés por los otros, en la dificultad de mantener un cautiverio auto obligado pero necesario, bajo un falso principio de democracia. El escenario actual que vivimos expresa los valores de la sociedad del ocio, del inmediatismo que conforma el referente de la vida actual, donde algunos jóvenes y otros no tan jóvenes, muestran el fastidio y hartazgo del encierro sanitario preventivo, frente a un estado débil, carente de autoridad moral y política para convencer a la sociedad del costo elevado en vidas que acarrea esta desobediencia civil.

[14]Cf. Daniel Innerarity. El futuro y sus enemigos. Una defensa de la esperanza política. Paidós, Barcelona, 2009.

[15]Cf. Franco Berardi. La fábrica de la infelicidad. Nuevas formas de trabajo y movimiento global. Traficantes de sueños. Mapas, Trad. Manuel Aguilar Hendrickson y Patricia Amigot Leatxe, 2003.

[16]Cf. Gimeno Sacristán. El significado y la función de la educación en la sociedad y la cultura globalizadas. Revista de Educación, Número Extraordinario Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Madrid, 2001, pp. 121–142.

[17]Cf. Ernst Bloch. El principio esperanza (1). Editorial Trotta, Madrid, 2004.

 


Referencias

 

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