¿Masculinidades radicales en la universidad? Conceptos y debates recientes de cara a las violencias

¿Masculinidades radicales en la universidad? Conceptos y debates recientes de cara a las violencias

Mauricio Zabalgoitia Herrera

Mauricio Zabalgoitia Herrera[i]

 

Introducción. Masculinidades y universidad

Ha corrido tiempo desde que, en los años 80 y 90 del siglo pasado, los varones en facultades, centros e institutos de investigación de diversas universidades del mundo comenzaron a agruparse a favor de la causa feminista. El asenso de las mujeres, tanto en los frentes civiles como en los lugares de producción del conocimiento y de reflexión crítica y teórica, sin duda sacudieron muchos cimientos, haciendo que los hombres se cuestionaran su relación con las injusticias, violencias y ejercicios de poder. Estos lugares fueron señalados por aquellas académicas que centralizaron la categoría “género” en los espacios del saber, pero también en las diversas relaciones que acontecen cotidianamente en la universidad. Así también, al plantearse como ineludibles la noción de patriarcado y el estudio sistematizado de la diferencia sexual. Desde la perspectiva de unos nacientes estudios de la masculinidad, en los ámbitos de investigación hispánicos comenzaron a surgir algunos hitos, como el Curso elemental para machistas sensibles y recuperables (1990) de Josep Vicent, y en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), actividades pioneras, como el Seminario sobre masculinidad y paternidad (1996, PUEG-UNAM).[ii]

            Los temas y debates de la época polarizaron un naciente campo de estudio de los hombres y de la masculinidad, destacándose el perfil crítico y comprometido de muchos autores y autoras frente a la posición reaccionara de algunos varones que aprovecharon la cuestión de la masculinidad para reagruparse y alegar que el feminismo los orillaba a una crisis.[iii] Entre quienes conformaron un frente epistemológico fértil destacan autores como Nelson Minello,[iv] Victor Seidler,[v] Guillermo Núñez-Noriega[vi] u Olivia Tena[vii]. En estos trabajos se sentaron las bases del campo en México, se leyeron y revisaron los conceptos centrales –como el modelo de masculinidad hegemónica—, y se visibilizaron debates, muchos de los cuales subsisten hoy en día. Esto porque los tiempos del género no son lineales –aunque sí profundos y largos— como sugiere Rita Segato.[viii] También porque muchos de los bastiones de los poderes de la masculinidad resisten, se reinventan y ocultan constantemente. Así lo han demostrado la diversidad de ámbitos que las ahora llamadas “masculinidades” estudian, visibilizándose cómo es que sus formas normalmente implican modos de opresión en ámbitos aparentemente dispares, como los de las relaciones afectivas, el deporte, el trabajo, la política o la universidad.

          En términos amplios, cabe recordar cómo es que las masculinidades apuntan no al estudio de los hombres como objeto, sino, más bien, a los significados del “ser hombre”, así como las dinámicas, sentidos y efectos que adquieren las prácticas de masculinidad en términos relacionales de género, y en esos ámbitos específicos. Con esto, en México desde hace décadas se viene trabajando en cuanto a nuevas y mejores formas de vivir y practicar la masculinidad, así como bajo la posibilidad de una actual coexistencia de “múltiples masculinidades”, las cuales se perfilan desde nociones teóricas que han saltado de los ámbitos académicos a los de la comunicación social. De ahí que el término más destacado hasta la fecha sea, justamente, el de masculinidad hegemónica, configurado por Raewyn Connell[ix] en los años 90 de siglo pasado. Gracias a este concepto es que el logro más palpable de este campo de estudios radica en la idea de que la masculinidad opera a partir de manifestaciones diversas, las cuales disputan un espacio hegemónico de aceptación social, y por ende de poder, dominación y control de las estructuras y relaciones. De este modo, en la universidad hoy en día se trabaja desde la noción de masculinidad hegemónica en talleres, campañas y programas, sobre todo a partir de definiciones que apuntan hacia un panorama esperanzador; el de la posibilidad de que diversas expresiones de masculinidad estén avanzando hacia mejores y más saludables formas. Se habla, con esto, de “masculinidades positivas”, “masculinidades híbridas”, “masculinidades inclusivas”, entre otras, frente a “masculinidades tóxicas” o “masculinidades hostiles”, etc.

Las críticas al modelo hegemónico y el problema de las violencias

El modelo de la hegemonía, sin embargo, ha recibido diversas críticas, sobre todo en cuanto a la posibilidad de que la aceptación y promoción de esas “múltiples masculinidades” esté provocando dicotomías que terminan por ignorar la base violenta de la masculinidad. Las lecturas más severas, proferidas desde el feminismo o a partir de lo que se ha denominado como “masculinidades críticas”, señalan usos despolitizados de estas etiquetas[x], sobre todo en campañas educativas o iniciativas estatales. Se denuncia, con esto, el hecho de que trabajen bajo una fuerte polarización, no ya sólo en cuanto al consabido problema del binarismo sexual, y las violencias histórica y epistémica que involucra, sino al interior de esa misma versión señalada como la parte problemática del binomio: la categoría “hombre”. De este modo, se puede observar una replicación de nociones como “proveedor, “fuerte”, “protector”; o de valores del tipo “importante”, “independiente”, “autónomo”, “productivo”,[xi] en materiales que señalan al lugar de la hegemonía con puntos de vista que no dimensionan el carácter dañino de esos términos. Al carecer, acaso, de una perspectiva de género crítica, esta serie de categorías llegan a presentarse como atributos deseables y posibles para muchos hombres.

          Además, han surgido otros cuestionamientos, por ejemplo al preguntar: ¿hasta dónde resulta verdaderamente liberadora la propuesta de esas muchas masculinidades? ¿Qué tanto alejan a estos estudios de los principios y compromisos feministas? ¿Qué tanto abonan esas etiquetas de masculinidades posibles en el camino para desmontar al patriarcado? Esto, si es que lo identifican como forma primordial de poder que opera desde el género como fuerza vital de dominación e inequidad. Así también, ¿cómo se las estarían arreglando algunos varones para situarse como “hombres buenos” frente a los “hombres malos” que estas construcciones señalan?,[xii] siendo estos últimos, se propone, aquellos que usan constantemente a las violencias como expresión de género y de vida. ¿Cómo, entonces, estarían lidiando muchos de los hombres con los dividendos y privilegios que aún les reporta un sistema patriarcal y machista? Cabe agregar que la lógica en la que se basan estas críticas se resume en la idea de que las grandes y pequeñas violencias en realidad benefician a todos, incluso a aquellos que se promulgan en su contra. Esto porque hace que sus posiciones resulten “loables” frente a los violentos, siendo que el uso de la violencia en realidad sirve a los intereses de todos.[xiii] En otras palabras, si la función de las violencias es mantener el orden sexista vigente, éste, a quienes otorga la mayor parte de dividendos es a todo el espectro de varones, estén más lejos o cerca de las élites o de las violencias flagrantes.

          Estos señalamientos sin duda abren debates necesarios al interior del campo, como el señalar lo poco que en verdad hacen etiquetas como “masculinidad tóxica” o “masculinidad sana” para erradicar la dominación masculina. Desde un punto de vista más amplio, sin duda recuerdan cómo es que todo trabajo relacionado con el género tiene que entenderlo como una categoría desde la cual se organiza al mundo. Como recuerda M. Kimmel,[xiv] el género es una instancia siempre problemática. Bajo su ordenamiento se mantienen ideales y prácticas, se dictan valores y normas, y se establecen jerarquías y alianzas de poder –prácticamente siempre de carácter masculino—. Esto, se propone, no tiene por objetivo el señalar a los varones, y menos a aquellos que desde hace décadas, o en tiempos recientes, vienen trabajando para construir, practicar y enseñar –por ejemplo en la universidad— mejores versiones de ser hombre en la casa, en las relaciones y en las aulas. En todo caso, más bien lo que apunta es cómo las masculinidades deberían ser más radicales, sumándose así, con mucha más certeza y operatividad, al trabajo con el problema de las violencias.

          Los feminismos, –desde sus perspectivas, teorizaciones y estrategias de transversalización del género—, son quienes han señalado, estudiado y confrontado la cuestión de las violencias en la universidad. La gran mayoría de logros, cambios, programas y espacios provienen de un trabajo de años. De los resultados feministas surge no sólo la posibilidad de trabajar a la violencia de género –que se ha precisado como “por motivos de género y contra las mujeres”—, sino la formación de generaciones de estudiantes mujeres feministas, que son las que en tiempos recientes están confrontando, de pleno, al mundo y sus reglas. Desde 2016, en México, América Latina y otras latitudes, desde el temor, el desprecio y el deseo; o desde la rabia y el cansancio[xv] se han articulado activismos y formas de protesta inéditos. También se están acometiendo cambios estructurales y sin precedentes en la universidad[xvi]. Las masculinidades no deben –ni pueden— quedar fuera de esta revolución, pero bajo la marca de una de las enseñanzas más contundentes; el reconocimiento de que, por vez primera en la historia, los varones ni son los líderes, ni los voceros, ni los protagonistas. Más bien son esa parte no siempre cómoda a la que se le está apelando desde diversos frentes. Desde todos los que conocemos.

La crítica a las masculinidades tóxica y positiva: hablar de masculinidad es hablar de violencias

Lo que el modelo de la masculinidad hegemónica propone, recordamos, es la imposibilidad de un “rol masculino único”, desvelándose esas múltiples opciones, las cuales, no hay que olvidar, operan en todos los casos bajo relaciones de poder.[xvii] En este entramado, entonces, la más “aceptada” es la que se encarga de legitimar al patriarcado, refiriéndose la hegemonía, así, a la dinámica cultural mediante la que se sostiene y reclaman lugares de mando, liderazgo y dominio dentro de un sistema jerárquico.[xviii] Mucho se ha escrito y explorado desde esta propuesta, presentándose, como se ha visto, un abanico nutrido de posibles formas de masculinidad. En esta deriva, dos son las construcciones que parecen haber alcanzado un lugar destacado no sólo en trabajos académicos, sino en la esfera pública y, de manera notable, en la dinámica comunicación en redes sociodigitales.

     La conocida como “masculinidad sana o positiva” es la que se instala en el lado beneficioso de una dicotomía que la contrapone a la llamada “masculinidad tóxica”. Ambas son construcciones –o etiquetas— que no poseen definiciones estables, y que, de hecho, cambian notoriamente en espacios o contextos. En términos generales, la masculinidad positiva, como recuerda Andrea Wailing, apunta a que muchos hombres en el ahora se posicionan abiertamente en contra de la opresión y las relaciones inequitativas,[xix] haciéndose “responsables” de su propia masculinidad.[xx] En términos generales, los hombres practicantes de una masculinidad sana estarían mucho más cerca de las emociones y fomentarían relaciones afectivas y cálidas tanto en lo amoroso como en la sexualidad con mujeres y con otros hombres. Estas características sin duda son cercanas a muchos varones, sobre todo en la experiencia universitaria del siglo XXI, pues algunos de los códigos de género, sobre todo los más restrictivos, se han relajado. En este nuevo tiempo de las masculinidades muchos hombres incluso estarían reflexionando con mucha más certeza en cuanto a cómo es que no suelen buscar ayuda en momentos difíciles; o por qué no suelen acudir al médico; en cuánto a por qué suelen morir antes que las mujeres; o cómo es que las posiciones más tóxicas del binomio les siguen exigiendo tareas temerarias, peligrosas, a veces también dañinas y problemáticas. Aquí se señalan formas que rozan lo más terrible en la experiencia social, como puede ser el violentar, amedrentar y someter; o el participar en formas de asociación masculinas que van del crimen a las culturas de violación.[xxi] O a las prácticas feminicidas.

     La línea que va de lo positivo a lo tóxico en la masculinidad presenta formas contrapuestas, e incluso, queremos pensar, antagónicas. En todo caso, su extremo más letal se relaciona directamente con aquellas violencias que representan los problemas más graves que aquejan a las sociedades vigentes, y que en México se solapan con los fenómenos que suman un ambiente de inseguridad instaurado en todos los frentes de la vida. Estas son las que Luis Bonino denomina como las “grades violencias”[xxii] –hostigar, abusar, violar, asesinar—, y que las estudiosas de la violencia de género vienen señalando desde hace décadas. Sin embargo, en el otro extremo de ese continuo de masculinidad, el cotidiano y normalizado, desde hace tiempo también se vienen señalando estructuras vigentes de machismo y sexismo que operan tanto en las relaciones formales como informales, y en todas las formas y experiencias de la educación superior.[xxiii] Con esto, podemos preguntar: ¿por qué no pensar mucho más a las masculinidades como parte de ese movimiento teórico y metodológico que señala a las violencias en chistes, ejemplos, miradas, tocamientos e insinuaciones? ¿Por qué no ver desde el estudio de los varones y sus prácticas de género, con mucha mayor operatividad, que esas formas micro, cotidianas, invisibilidades, naturalizadas, simbólicas, o como se les pueda llamar, están en su campo de reflexión epistemológica y vital? Son, digamos, su objeto de estudio principal.

El punto de vista de las masculinidades híbridas

Como mencionamos, la masculinidad tóxica ha tenido una repercusión notable en ámbitos ya no sólo académicos, sino de políticas públicas, organización social y en la comunicación sociodigital. En una infografía de Naciones Unidas México refieren a una “masculinidad mal entendida” o “tóxica” tras el informe “Masculinidades y salud en la región de las Américas”.[xxiv] Con esto, hablan acerca de que fuertes expectativas en cuanto a que el hombre sea el único proveedor de la familia, el que participe en conductas de riesgo, el que sea sexualmente dominante o que evite pedir ayuda psicológica, entre otras cuestiones, se relaciona directamente con suicidios, adicciones, accidentes de tráfico y enfermedades.[xxv] Es decir, lo que las sociedades del ahora señalan como una toxicidad de género posee un costo muy alto, tanto en lo individual como en la vida colectiva. En una nota publicada por Animal Político[xxvi] dan cuenta de grupos de hombres, organizados de forma no institucional, que estarían reuniéndose en colonias como La Condesa o en la Del Valle. Para estos, a grandes rasgos, la labor consiste en pensar “su” masculinidad ahí en donde “[e]xiste un pacto de hermandad para tapar las actitudes tóxicas”. Lo que implica, por ejemplo, “confrontar cuando te hacen un chiste machista o te mandan un mensaje que hipersexualiza”.[xxvii] Por otra parte, en diversos espacios de colectivas de mujeres jóvenes feministas, la masculinidad tóxica es referida en memes, carteles y hashtags. Sobre todo pensándola como una construcción que resulta muy frágil, pues necesita un derroche inusitado de energía para sostenerse, así como una infinidad de actos corporales, verbales y existenciales para subsistir. Asimismo, el modelo que apuntó en otras décadas al lugar de la hegemonía como un espacio habitado por una masculinidad tradicional y restrictiva, en su señalamiento a diversas formas de masculinidad ha generado otras etiquetas más, como la “masculinidad inclusiva”.[xxviii] En esta versión, la base homofóbica que dictaría a la masculinidad más férrea se estaría relajando, con lo que muchos hombres ya no funcionarían bajo las reglas de la “homohisteria”, incorporando en sus prácticas formas de esas otras masculinidades subordinadas, como las de los hombres gay.[xxix]

     Otra posibilidad es la que surge desde la llamada “masculinidad híbrida”, concebida como una opción acaso menos idealizada o maniquea, y en la que la masculinidad se concibe como una construcción compleja, dinámica y atravesada por una diversidad de fuerzas. También como un lugar en el que la “agencia” –o agentividad— de los hombres es mucho más reconocible. Como respuesta a la versión positiva y su extremo tóxico, la opción de la hibridez reconoce los cambios menos perceptibles que se estarían gestando en los órdenes de género. En general, se suma al señalamiento de que cada vez más varones reconozcan su implicación dentro de la lógica opresiva y violenta de las prácticas de su rol de género, o dentro de la lógica jerárquica y discriminatoria frente a formas subordinadas o marginalizadas, sea por identidades sexuales, de clase, de etnia, de procedencia o de habla. La diferencia frente a otras etiquetas es que ésta parte de la idea de que muchas de las expresiones actuales de la masculinidad estarían cumpliendo con aquello que el feminismo no se ha cansado de señalar: que el género implica siempre dominación y que la masculinidad, en cualquiera de sus formas, significa opresión. Para los autores que acuñan el término, la masculinidad híbrida demuestra cómo es que muchos hombres se estarían alejando de las normas tradicionales mientras reproducen en “modos ocultos” el juego de poder que involucra ser y actuar como hombre.[xxx] Con esto, muchos de los “nuevos” varones estarían incorporando selectivamente expresiones de género marginales –de la diversidad, de las mujeres, de la precariedad— para mantener su lugar –un lugar— dentro de los privilegios. Esto se explica con claridad cuando se observa cómo es que muchos varones estarían negociando formas de masculinidad más positivas, mirándose en el espejo de “comportamientos inclusivos”, pero dejando intocadas los amplios sistemas sociales, culturales e institucionales que amparan a la inequidad de género y a las violencias. Así, las expresiones “suaves” y los “estilos sensibles” de muchos hombres y grupos –todos bastante privilegiados— no necesariamente contribuyen a la emancipación de la mujer, sino todo lo contrario.[xxxi]

     Proponemos, de nuevo, que esta cuestión no debe leerse como una acusación, como un engaño orquestado por los varones. Menos, además, en aquellos que vienen trabajando con las definiciones de masculinidad señaladas desde hace décadas, y con resultados palpables; es decir, con el objetivo de hacer al género masculino un espacio más justo, equitativo, habitable y feliz. En todo caso, debe leerse como el apunte a un enemigo común, el complejo patriarcal, que como otras grandes narrativas del orden humano –el capitalismo— se las arregla para subsistir, reinventarse y seguir operando como lógica mayor que dicta la vida. En resumen, y en una línea que invita al diálogo, desde el feminismo se ha venido señalando el peligro que la normativa de las muchas masculinidades significa para el problema de la diferencia sexual y su implicación con el patriarcado. Para Wailing estos son los argumentos: 1. Contraponer lo “positivo” con lo “tóxico” implica pensar a la masculinidad como una suerte de enfermedad que afectaría a hombres esencialmente “sanos”; 2. Evita que la masculinidad se piense como algo en lo que ellos bien podrían decidir no participar. Hace que se les vea como “víctimas”; 3. Pensar en esos términos implica que existe una suerte de “cura”; 4. La masculinidad, de este modo, se muestra como la “causa” y no como el efecto directo de las forma y relaciones que ésta establece. Como una fuerza preexistente en vez del resultado de las relaciones e interacciones; 5. La masculinidad positiva, además, resulta ambigua, pues quién y desde dónde se define, y con qué atributos.[xxxii] Todas estas parecen razones suficientes para problematizar estos términos.

     Pensar a las masculinidades en clave híbrida se acerca más a las propuestas interseccionales que surgen de perspectivas feministas, de crítica cultural y enfoques educativos interculturales. La mirada interseccional apunta a identidades cruzadas, que coexisten en espacios delimitados con otras nunca exactamente iguales, aunque interconectadas por discursos de opresión y diferencia, como los consabidos sistemas de clase, las supremacías étnicas y el patriarcado. En estos cruces ni los hombres, ni las mujeres, ni las diversidades constituyen bloques homogéneos ni formas de subjetividad en serie. Para las feministas de latitudes no blancas, no europeas y no situadas en el norte continental, o en ciudades y lugares en los que ellas han alcanzado poder e igualdad de condiciones, pensar las intersecciones ha resultado muy efectivo. Se trata, por un lado, de identificar cómo es que los discursos de igualdad no sirven para todas, sobre todo si suman capas de discriminación: negra, indígena, lesbiana, migrante, madre soltera, prostituta, iletrada, obrera, etc. Por otro, ha permitido revelar esos lugares de habla, casi siempre ignorados, así como las interacciones que generan, además de los significantes y sentidos que ahí fluyen. Es decir, los saberes –igual o más válidos, muchas veces, que los de las instituciones— que ahí operan para sostener y procurar las vidas. Paralelamente, en años recientes un espectro de identidades sexogenéricas cada vez más variado plantea modos de ser y habitar el mundo fuera del consabido binarismo. Expresiones y prácticas de vida trans, fluidas, no binarias o queer revelan que el existir es mucho más complicado que la pertenencia a lo femenino o lo masculino; a los cuerpos sexuados con pene o con vagina.

     Las clasificaciones de la masculinidad, si las vemos frente a esta diversidad y dinamismo, resultan acartonadas y poco vitales al configurarse a partir de nociones y valores idealizados, vagos y, muchas veces, difíciles de asir. Éstos constituyen términos abstractos como rudeza, virilidad, temple, liderazgo, autosuficiencia, en un lado. Inclusividad, sensibilidad, espiritualidad, en el otro. ¿Cuáles de estos términos son negativos, si es que se piensa en barrios marginales y socialmente peligrosos? ¿Cuáles de estos, un joven iniciando la experiencia universitaria, se supone que debería rechazar? Sobre todo cuando se solapan con metas que una educación neoliberal ha venido ofertando como promesas propias de su marca de sexo y género. El precio de la masculinidad hegemónica es muy alto para las sociedades, se dice, pero es que, tal y como el mundo se mueve, el precio que se le pide a un joven para que la abandone le resulta igual o mucho más costoso. Quién estaría dispuesto a perder su sitio en la carrera hacia la hegemonía en un mundo digital que ofrece brillantes mercancías, viajes en primera clase, albercas en hoteles rodeadas de mujeres con cuerpos impresionantes. En un mundo de mando, liderazgo y poder en el que sólo ellos, los más hábiles en el manejo de la masculinidad, llegan a los puntos más altos para ser dirigentes, rectores o presidentes. Así también, en un mundo en el que si a la hombría se suman cuestiones como estatus, educación o procedencia será poco probable que terminen castigándote por ejercer las violencias.

 

Debates recientes: ¿hacia unas masculinidades radicales en la universidad?

La cuestión, con esto, es no desechar a las categorías de masculinidad operativas, sino elaborar cuestionamientos más profundos en cuanto a qué valores se buscan incluir dentro de éstas; qué ideales se promueven o desechan –cómo es que se renuevan y adaptan a nuevos tiempos—; y cómo urgir, en todos los casos, modos funcionales e incidentes de auto percepción y de toma de conciencia. A grandes rasgos, la labor consiste en pensar en formas para incorporar reflexiones diarias y constantes; es decir: ¿qué hacer en los espacios señalados como desiguales y violentos? ¿Cómo mirar al mundo y a sus relaciones desde un nivel microsocial, personal y cercano? ¿Cómo plantear nuevas formas de pensar, sentir y expresar? ¿Cómo hacer para evadir las siempre renovadas formas de la llamada “toxicidad”?

Bridges y Pascoe se preguntan, siguiendo la línea trazada, si las masculinidades del ahora no estarían operando como sistemas muy aptos para asimilar las narrativas del cambio de género, pero no para acometer cambios significativos al interior de éste.[xxxiii] Así también, en cuanto a cómo pequeñas transformaciones en lo local, en lo microsocial, no estarían afectando a las narrativas de masculinidad globales, pues éstas no se confrontan con fuerza;[xxxiv] o simplemente no constituyen un tema, podemos agregar. Esas formas más amplias de inequidad y dominación incluyen los modos sistemáticos de discriminación social y laboral –sobre todo de las mujeres y las masculinidades peor situadas—, pero también a las lógicas culturales que implican ejercer a la identidad de género con violencia –aunque sea tolerando el humor machista y de violencia sexual del compañero de la masculinidad—. Con esto, cómo hacer que los cambios que muchos varones están acometiendo incidan no sólo en el nivel horizontal, dentro de grupos y asociaciones de varones, sino de forma vertical, haciéndose visibles las muchas capas de la diferencia de género sumadas a lo económico, a lo racial. Esto apunta con más fuerza a ese cambio “GRANDE”, con mayúsculas: abolir el sexismo, y echar abajo al patriarcado y a sus reglas que condicionan a ellas y a ellos. De aquí surge una pregunta más: ¿es esto lo que en verdad se busca a la hora de definir etiquetas de masculinidad y “vestirlas”? Bridges y Pascoe concluyen: las muchas masculinidades lo único que están haciendo es que muchos hombres puedan vivir sus vidas como si estuvieran fuera de los sistemas de privilegios e inequidad.[xxxv] Si yo soy un buen compañero, novio, marido y padre: ¿de qué me hablan cuando me hablan de feminismo, justicia, igualdad y violencias?

Desde otros frentes de las masculinidades críticas se está denunciando cómo centrar la mirada sólo en los hombres violentos reafirma los lugares en el complejo de dominación de aquellos que poseen un estatus mejor valorado social y culturalmente. Aquellos que se presentan como hombres moralmente superiores.[xxxvi] Con esto, mirar al mundo y a las expresiones de masculinidad desde la idea de formas de ser híbridas, acaso permite concebir con más claridad la posición de cada uno en el continuo. Como Wailing urge, las masculinidades deben ser mucho más radicales en sus enfoques.[xxxvii] B. Ranea va un poco más allá: “Es urgente desarmar la masculinidad: nos va la vida en ello”.[xxxviii]

¿Cómo podrían ser, entonces, esas “masculinidades radicales”? La respuesta, una vez más, la tenemos en los feminismos. Desde sus expresiones teóricas, activismos y transformaciones el feminismo radical apunta a cómo la base de la desigualad social está en el patriarcado, y no en la clase, siendo éste el sistema opresivo de los hombres hacia las mujeres.[xxxix] Los objetivos de esta perspectiva son, evidentemente, altos: acabar con la dominación masculina en todas las esferas de la vida. Como Ana de Miguel explica, en referencia al conocido trabajo de Ellen Willis, para comprender la base política y social de esta fase del feminismo lo esencial es no confundir “radical” con “radicalismo”.[xl] Desde una suerte de mala lectura, sin duda impulsada por la propia lógica machista de los sistemas de significación, en la esfera pública se cita a feministas radicales como figuras totalitarias, cerradas a toda forma de interrelación y deseosas de venganza, llegando a pedir –se supone— la separación total de los varones; casi su extinción. Ahora, si bien algunos grupos de mujeres organizadas están operando bajo una lógica separatista, la cual es necesaria en contextos en los que los varones siguen recurriendo a la violencia como forma de control, o en los que, se piensa, son ellos quienes deben seguir tomando las decisiones –y ejecutarlas—, el feminismo radical lo es porque apunta a las “raíces” del problema del mundo. La máxima revolucionaria de este desarrollo dentro del feminismo es, sin ir más lejos, la premisa “lo personal es político”. A este cambio paradigmático en la deriva de la humanidad se deben, de hecho, las masculinidades y muchas otras áreas de investigación de las humanidades y las ciencias sociales. Desde ahí es que podemos observar a los ámbitos antes considerados como “privados”: la familia, las relaciones, la sexualidad. El ego, el deseo y el placer de los varones resultan, de este modo, primarios frente a las grandes relaciones económicas con las que antes se había intentado luchar para mejorar las vidas.[xli]

Como es posible observar, las peticiones, rutas y objetivos de unas masculinidades verdaderamente críticas coinciden, en gran medida, con los del feminismo radical. Desde este punto de vista la masculinidad es algo más que una forma de ser; es una categoría que ordena, categoriza y estructura, desde el género, siendo éste un dispositivo que disciplina a las subjetividades, aunque, como destaca Beatriz Ranea, “los individuos en multitud de ocasiones y contextos disponen de agencia y poder para subvertir” sus mandatos.[xlii] Ahí radica el punto de quiebre, por ello la perspectiva crítica de las masculinidades exige trabajos profundos de carácter ontológico y epistémico que piensen en la diversidad de expresiones de vida; así también, una combinación de intereses dispuestos a transformar los roles de género y a echar abajo al patriarcado.[xliii] En esta deriva, la versión radical de las masculinidades, a la vez como campo de estudio y como objeto de discusión e investigación, debe cuestionar de forma clara las normas y definiciones aceptadas y difundidas –en campañas, folletos e infografías, pero también en materiales de investigación—, a la vez diseñando modos de transgredirlas, de empujarlas al límite. Las masculinidades radicales deben ser transformadoras en todos sus niveles, desde la reflexión a la práctica, pasando por la educación. Esto lo pueden lograr si el cuestionamiento al binarismo sexual se sitúa en el centro, problematizándolo desde sus bases. Las “múltiples masculinidades”, al parecer, tal y como se han configurado hoy en día, no sólo parecen resultar vagas o ambiguas, sino impuestas y restrictivas. Estos cambios deben operar en suma y desde todos los frentes. En el momento en el que más varones se pregunten cómo es que sus prácticas de género funcionan en un marco amplio de poder, cuestiones como “la autosuficiencia prestigiosa, le belicosidad heroica, el respeto al valor de la jerarquía, la superioridad sobre las mujeres”[xliv] comenzarán a desmontarse.

Dicho esto, una educación en masculinidades en la universidad, para poder abordar a las violencias, debe apuntar, por lo menos, a tres niveles. Es decir, identificando y analizando los ideales que los sistemas renuevan y presentan como opciones “para ser” –políticos, influencers, youtubers, cantantes de reguetón, futbolistas…—; las prácticas que desde la hibridez se ponen en marcha como opciones en dos extremos –el dañino y retrógrado o el liberador e inclusivo—; y las formas de alianza que se generan de manera informal –por ejemplo negando u obviando a las violencias cotidianas que muchos ejercen—, o de manera organizada, como son las que surgen desde la violencia digital machista. Ahí la pregunta insistente debe ser: ¿cómo se relaciona tal ideal, estrategia o alianza con todas las violencias? ¿En qué sentido trabajan para confrontar y eliminar al sexismo, al machismo, a la violencia sexual y a la microfísica masculina de poder?

Esta postura involucra cuestiones que van de las relaciones formales a las informales en la experiencia universitaria, como son el negarse a escuchar, reír, reproducir y tolerar los chistes machistas y de contenido sexual violento; establecer estrategias de señalamiento hacia compañeros y docentes que utilicen códigos de masculinidad dominantes en cualquiera de sus formas: desde el humor hasta las referencias, veladas o no, de superioridad; crear y fomentar espacios de reflexión e intercambio en el que los varones dialoguen no sólo con los estudios de la masculinidad, sino con las teorías feministas, pues ahí están ya la mayor parte de rutas y herramientas para el cambio. Leer, así, de forma organizada, y bajo las técnicas que la formación profesional otorga, textos del feminismo, de las teorías de género y las perspectivas queer, lo que abre la visión hacia un mosaico más amplio y complejo de lo que se puede llegar a pensar. Así también, descubrir cómo es que estos conceptos y objetivos trabajan en la misma liga que esas otras teorías liberadoras que sí se leen, analizan e incorporan en el pensamiento universitario: el marxismo, las teorías críticas, las psicoanalíticas, entre otras. Finalmente, situarse en ese lugar de habla involucra trabajar, de manera consciente y organizada, con los sentimientos, los afectos y los deseos. Con esto, habría que fomentar su estudio en ensayos, en protocolos de investigación, en asambleas y ejercicios de clase. Además, y de acuerdo con el clima reciente en la Facultad de Filosofía y Letras y la UNAM, la cuestión es observar y comprender, fuera de lugares comunes, a los movimientos y activismos feministas: ¿qué son? ¿Qué buscan? ¿De qué hablan cuando hablan de violencia, discriminación, poder y patriarcado en el siglo XXI? ¿Me están hablando a mí?


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[i] Mauricio Zabalgoitia Herrera es Licenciado en Letras Hispánicas por la Universidad de Guadalajara (México); y máster y doctor en Filología Española por la Universidad Autónoma de Barcelona, donde obtuvo el premio Extraordinario de doctorado. Desde 2017 es investigador en el IISUE, en el área de Teoría y pensamiento educativo, y profesor de género en la FFyL, ambos de la UNAM. Es miembro del SNI del CONACYT. Realizó el postdoctorado en masculinidades y estudios culturales en el Instituto Ibero-Americano en Berlín (2014-2016) con una beca de la Fundación Alexander von Humboldt. Desde la interdisciplina trabaja temas de educación, género, masculinidades, violencias y cultura. Actualmente desarrolla el proyecto: “Violencias de sexo/género en la universidad: masculinidades, prácticas subjetivas y punto de vista del estudiantado” (IISUE-UNAM) y es miembro del Grupo Asesor de Trabajo con Hombres de la Coordinación para la Igualdad de Género de la UNAM.

[ii] Cf. Salvador Cruz-Sierra, “Masculinidades”. En Alcántara, Eva y Moreno, Hortensia (coords.), Conceptos clave en los estudios de género. Volumen 2. CIEG-UNAM, 2018, pp. 169-182.

[iii] Olivia Tena distingue con certeza las variantes que en aquellas décadas generó la aparición de la noción “masculinidad”. Algunos se reagruparon teóricamente bajo el movimiento “mitopoético”, buscando una esencia masculina en mitos y arquetipos. Otros, bajo la militancia de unos supuestos derechos de los hombres, los cuales estarían perdiendo. Ambos bajo la idea de que el feminismo les estaba quitando espacios; los estaba confrontando y convirtiendo en sujetos de segunda. Sin embargo, otros varones también se organizaron bajo rubros como “hombres por la igualdad” o “pro-feministas” (cf. Olivia Tena, Estudiar las masculinidades ¿para qué?).

[iv] Cf. Nelson Minello, Los estudios de masculinidad. Estudios Sociológicos, Núm. XX(3), 2002, pp. 715-732.

[v] Cf. Victor Seidler, “Transformar las masculinidades”. En Carreaga, Gloria y Cruz-Sierra, Salvador (coords.), Debates sobre masculinidades. Poder, desarrollo, políticas públicas y ciudadanía. PUEG-UNAM, 2006, pp. 57-66.

[vi] Cf. Guillermo Núñez-Noriega, Los estudios de género de los hombres y las masculinidades en México: reflexiones sobre su origen. Géneros, Revista de investigación y divulgación sobre los estudios de género, Núm. 19(23), 2016, pp. 31-62.

[vii] Cf. Olivia Tena, “Estudiar las masculinidades ¿para qué?”. En Blázquez, Norma; Ríos, Maribel y Flores, Fátima (eds.), La investigación feminista: Epistemología, metodología y representaciones sociales. CEIICH-UNAM, México, 2010, pp. 271-292.

[viii] Cf. Rita Segato, Contra-pedagogías de la crueldad. Prometeo, Buenos Aires, 2018.

[ix] Cf. Raewyn Connell, Masculinities. UNAM-PUEG, México, 2003 y Connell, Raewyn, La Organización Social de la Masculinidad. Biblioteca virtual de ciencias sociales, 2009, pp. 1-25, [en línea] . [Consulta: 26 de enero de 2021.]

[x] Cf. Andrea Waling. Problematizing ‘Toxic’ and ‘Healthy’ Masculinity for Addressing Gender Inequalities. Australian Feminist Studies, Núm. 34(101), 2019, pp. 362-375.

[xi] Cf. Comisión Nacional de Derechos Humanos-México. Respeto a las Diferentes Masculinidades. Porque hay muchas formas de ser hombre. s/p, 2009, [en línea] <https://www.cndh.org.mx/sites/default/files/doc/Programas/Ninez_familia/Material/trip-respeto-dif-masculinidades.pdf>. [Consulta: 22 de enero de 2021.]

[xii] Cf. Bridges, Tristan y Pascoe, C.J., Hybrid Masculinities: New Directions in the Sociology of Men and Masculinities. Sociology Compass, Núm. 8(3), 2014, pp.246–258.

[xiii] Cf. Edward Morris y Kathleen Ratajczak. Critical Masculinity Studies and Research on Violence Against Women: An Assessment of Past Scholarship and Future Directions. Violence Against Women, Núm. 25(16), 2019, pp. 1980-2006.

[xiv] Cf. Michael Kimmel, The Gendered Society. Oxford University Press, Nueva York, 2017.

[xv] Cf. Mingo, Araceli y Moreno, Hortensia. Temor, desprecio y deseo como figuras de sexismo en la universidad. Nómadas, Núm. 51, 2019, pp.13-29 y Cerva, Daniela. Activismo feminista en las universidades mexicanas: la impronta política de las colectivas de estudiantes ante la violencia contra las mujeres.  Revista de la Educación Superior, Núm. 49(144), 2020, pp. 135-155.

[xvi] En 2019 se crea en la UNAM la Coordinación para la Igualdad de Género. Trabaja en un rango amplio, cubriendo áreas como la educación, la cultura y la comunicación para la igualdad; la inclusión de prácticas comunitarias; la planeación, vinculación y transversalización de políticas institucionales. Desde esta instancia se están promoviendo y conformando las Comisiones Internas para la Igualdad de Género (CInIG´s), que son órganos auxiliares en las diversas dependencias de la UNAM, dedicadas a impulsar la igualdad de género.

[xvii] Cf. Robert Connell, y James Messerschmidt. Hegemonic Masculinity: Rethinking the Concept. Gender and Society, Núm. 19 (6), 2005, p. 830.

[xviii] Cf. R.W. Connell, La Organización Social de la Masculinidad. Biblioteca virtual de ciencias sociales, 2009, pp. 1-25, [en línea] < www.cholonautas.edu.pe>. [Consulta: 26 de enero de 2021.]

[xix] Cf. Andrea Waling, Op. Cit., p. 367.

[xx] Cf. Seidler en Andrea Waling, Op. Cit., p. 367.

[xxi] Idem.

[xxii] Cf. Luis Bonino, Masculinidad hegemónica e identidad masculina.  Dossiers Feministes, Núm. 6, 2002, pp. 7-35.

[xxiii] Cf. Araceli Mingo, y Hortensia Moreno, Op. Cit.

[xxiv] Cf. Noticias ONU. El machismo acorta la vida de los hombres en las Américas. s/n, 2019, s/p, [en línea] <https://news.un.org/es/story/2019/11/1465571>. [Consulta: 19 de enero de 2021.]

[xxv] Idem.

[xxvi] Cf. Alberto Pradilla, y Manu Ureste, Callar y escuchar´: grupos de hombres cuestionan su masculinidad ante la violencia. Animal Político, 2020, [en línea] <https://www.animalpolitico.com/2020/03/grupos-hombres-masculinidad-violencia/>. [Consulta: 26 de enero de 2021.]

[xxvii] Idem.

[xxviii] Eric Anderson, Inclusive Masculinity. The Changing Nature of Masculinities, Routledge, Nueva York, 2009.

[xxix] Idem.

[xxx] Cf. Tristan Bridges, y Pascoe, C.J., Op. Cit., p. 248.

[xxxi] Idem.

[xxxii] Cf. Andrea.Waling, Op. Cit., p. 368.

[xxxiii] Cf. Tristan Bridges, y Pascoe, C.J., Op. Cit., p. 247.

[xxxiv] Ibid. p. 248.

[xxxv] Ibid. p. 250.

[xxxvi] Morris, Edward y Ratajczak, Kathleen, Op. Cit., p. 1994.

[xxxvii] Cf. Andrea Waling, Op. Cit., p. 370.

[xxxviii] Cf. Beatriz Ranea, Desarmar la masculinidad, Madrid, Catarata, 2021, p. 113.

[xxxix] Cf. Ellen Willis, Radical feminism and feminist radicalism. Social Text, 1984, 9/10, 1984, pp. 91-118.

[xl] Cf. Ana De Miguel, Los feminismos a través de la historia, Madrid, Demófilo, 2011, [en línea] <https://web.ua.es/es/sedealicante/documentos/programa-de-actividades/2018-2019/los-feminismos-a-traves-de-la-historia.pdf>. [Consulta: 20 de enero de 2021.]

[xli] Idem.

[xlii] Cf. Beatriz Ranea, Op. Cit., p. 19.

[xliii] Jeff Hearn y Richard Howson, “The Institutionalization of (Critical) Studies on Men and Masculinities: Geopolitical Perspectives”. En Gottzén, Lucas; Mellströn, Ulf y Shefer, Tamara (eds.). The International Handbook of Masculinity Studies. Routledge, Londres, 2019, p. 57.

[xliv] Cf. Beatriz Ranea, Op. Cit., p. 33.

 

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