Mujeres náayeri: su trance en el mundo florido del opio

https://www.telam.com.ar/thumbs/bluesteel/advf/imagenes/editadas/6154929d7f37c_1200.jpg

Mujeres náayeri: su trance en el mundo florido del opio

Frine Castillo Badillo

La finalidad de este escrito es responder a dos cuestiones ¿por qué hablar del “mundo florido” náayeri/cora? y ¿por qué, al mismo tiempo, es un factor de peligro para las mujeres? A partir de diversas investigaciones realizadas en el pueblo de Santa Teresa, es inevitable hacer énfasis sobre la concepción en torno a las flores, su importancia no sólo radica en las prácticas culturales de los náayeri, sino que son una constante en el pensamiento de los habitantes. Retomando el punto de partida, elaborado por Benciolini,[1] colega que ha trabajado en la Mesa del Nayar, las flores constituyen para los coras una “materia de preocupación”. Tal como menciona la autora, haré referencia a las flores en cuanto “cosas” para hacer hincapié en su materialidad y en su presencia física en el mundo. Así, el “mundo”, que se puede descubrir a partir del uso de las flores entre los náayeri, es el de las relaciones que los humanos mantienen con las divinidades y los antepasados. Habría que decir también que se relaciona con un sistema económico en contacto con el narcotráfico.

Un preámbulo de los náayeri

El territorio tradicional cora se localiza en la región montañosa de la Sierra Madre Occidental. El abrupto del relieve alcanza su mayor expresión en la quebrada del río Mezquital, la cual atraviesa por completo la sierra entre el Norte de Nayarit y el Sur de Durango, y que forma parte una gran área cultural conocida como el Gran Nayar.

Los pueblos coras se encuentran en dos áreas, las cuales se dividen en dos sucesivos pisos ecológicos. La Cora Alta (mu ́utsita, ‘lugar del ocote’), que a su vez se subdivide en dos niveles: tuáhitsata (lugar de robles) y hukútsata (lugar de pinos). A las comunidades del Oeste se les conoce como La Cora Baja, itsita (‘matorral’) y la más baja, hata’ana (‘río’ o ‘arroyo grande’).[2] Cabe mencionar que varios coras viven dispersos en poblados mestizos en Nayarit o en otros estados. También han migrado hacia los Estados Unidos.

El pueblo de Santa Teresa se localiza en La Cora Alta, cerca de la frontera con el estado de Durango. Se puede tener acceso por vía terrestre y aérea. De acuerdo con el Gobierno Municipal, el Nayar es un municipio que, en el rubro de Comunicaciones y Transportes, apenas ha iniciado su despegue. Actualmente, se cuenta con la carretera pavimentada hasta la cabecera municipal de Jesús María. En el pueblo de la Mesa del Nayar, se acaba este tipo de camino y se continúa por una ruta accidentada de terracería entre las montañas. Cabe señalar que, durante el temporal, las lluvias provocan derrumbes, que hacen complicado el camino. La mayoría de los habitantes hablan el idioma kwéimarusa’ana, variante de la lengua cora que pertenece a la familia lingüística yuto-nahua.[3]

Las tierras altas fuertemente indígenas, que fueron la columna vertebral de la rebelión del siglo XIX, son hoy una de las principales zonas de cultivo de opio de México. De manera similar, la larga línea costera y la ubicación estratégica entre Sinaloa y Jalisco que, en el siglo XIX, había convertido a Nayarit en un bastión de los contrabandistas británicos, en la década de 1960 convirtió al estado en un escenario estratégicamente importante para el tráfico de drogas hacia el Norte, en dirección a los Estados Unidos. La violencia en Tepic estaba relacionada con el tráfico de drogas, la cual comenzó a surgir en Nayarit después de la declaración de «guerra» del presidente Calderón en 2006 a los cárteles de la nación. Para el año 2010, Tepic tenía una tasa de homicidios de 229 por cada 100.000 habitantes. [4]

Dicho lo anterior, el uso y la conceptualización de las flores son un buen anclaje para reflexionar sobre la manera en que los coras establecen relaciones con las divinidades y los antepasados.[5]  Por otro lado, también les ha permitido generar un nexo con el actual sistema económico mundial, a través de la siembra ilegal de la amapola. Al mismo tiempo, ha provocado violencia e inseguridad en la zona.

 

Las flores, un medio de subsistencia

«Durante el año, los coras realizan una serie de ceremonias católicas, junto a otras apegadas a ellos, en las cuales, las flores son elementos fundamentales para su ejecución.»

“La amapola se ha sembrado todo el tiempo, la gente se acostumbró a vivir de ella, porque aquí no hay trabajo, la gente aquí no halla en qué trabajar, más que pues en eso, en la amapola, entonces la gente así se quedó con esa idea, a pesar de que ahora ya no vale”.[6]

«Las flores están asociadas a la vida y al nacimiento.»

Durante el año, los coras realizan una serie de ceremonias católicas, junto a otras apegadas a ellos, en las cuales, las flores son elementos fundamentales para su ejecución. La importancia de las flores resulta evidente ya desde los trabajos de Preuss,[7] quien se adentró́ en la sierra de los coras a principios del siglo XX. Las flores aparecen como un tema recurrente en toda la obra de este autor. Menciona con mucha frecuencia la asociación de las flores con Sautari, el lucero de la tarde, porque esta deidad se viste de flores y las recoge en todos los rumbos cardinales. En general, las flores están asociadas a la vida y al nacimiento.

La agricultura es una de las actividades a las que se dedican los habitantes, siembran frijol, calabaza, maíz, fuente principal de su alimentación y ciclo ritual. También figuran las flores, en el idioma náayeri xúuxu’u, cuya traducción al español es flor. El vocablo también se utiliza para nombrar a las ofrendas, porque las flores son un elemento esencial de ellas. Éstas son depositadas durante casi todo el año por los habitantes en los lugares naturales considerados de culto y Santos de la Iglesia Católica. Su objetivo es entablar una relación con ellos y garantizar una vida sin adversidades en este mundo, se pide por las buenas cosechas, donde el cultivo de amapola no es la excepción.

El comercio es otra forma de trabajo, en particular, para los “mestizos” que habitan en el pueblo. Ellos poseen tiendas, las cuales abastecen a los habitantes de una gran variedad de artículos comestibles y no comestibles. Las actividades como la ganadería, la industria manufacturera, la construcción y transporte se llevan a cabo en menor grado. Se cuenta con un vivero comunitario, que tiene la finalidad de producir diversas hortalizas para el consumo propio; aunque los habitantes no lo ven precisamente como una fuente de trabajo.

A comienzos del siglo XX, comenzaron lenta y gradualmente los programas de “desarrollo” del gobierno para tratar de integrar la Sierra al proyecto de nación. Sin embargo, la gran mayoría de los náayeri permanecían extremadamente pobres al tiempo que dependían cada vez más del acceso al dinero en efectivo para poder comprar alimentos en las nuevas tiendas administradas por el gobierno.[8] 

El historiador Morris destaca que la única opción para ganar dinero en efectivo era migrar a la costa pacífica y trabajar como peones en plantíos de agricultura comercial durante la estación seca. El autor agrega que se albergaban familias enteras en barracas reducidas con poca ventilación e higiene, trabajando turnos largos a la intemperie en el calor tropical, con pocos descansos, y gastando la mayoría del poco dinero que ganaban en alimentos de precios excesivos que vendían las tiendas de la compañía de las plantaciones.[9]

En los años ochenta, cuando se les presentó la amapola, muchos vieron una manera conveniente de complementar sus actividades de subsistencia sin necesidad de dejar sus hogares. Morris señala que los aldeanos sembraban amapola de manera bastante similar a como cultivaban el maíz, en pequeñas parcelas esculpidas en los bosques locales. Vendían la goma de opio a los profesores, quienes luego obtenían ganancias considerables vendiéndola a las redes de narcotráfico regionales afiliadas con los capos de Sinaloa.[10]

Más aún, al ver que dicha flor les podría traer ganancias, sumado a la apreciación sobre las flores, dicha actividad se hizo rentable. Acorde con lo anterior, esto no provocó una fuerte migración del campo a la ciudad, como es el caso de otras partes del país. Las pláticas sostenidas con varias mujeres náayeri afirman que no se vieron en la necesidad de salir a trabajar a los municipios más cercanos o a la ciudad de Tepic, donde el empleo más factible de obtener sería como trabajadoras domésticas, como lo expreso una mujer náayeri: “Prefiero trabajar en la siembra de amapola, es mejor trabajar ahí, porque de ahí saco pa’ la comida”.

 

El riesgo de rayar

 

Sembrar amapola se convirtió en el trabajo principal para varias familias náayeri, en la mayoría de los casos, todos los integrantes se vieron involucrados en el quehacer de la siembra y cosecha de la misma, pero, al ser una actividad ilegal, es inevitable no pensar en los peligros a los que desde entonces se enfrentan.

Los testimonios de las mujeres náayeri narran su papel en esta actividad: varias de ellas vivieron y crecieron en dicho entorno, es decir, desde niñas acompañaban a sus familiares a los campos. En un principio, lo veían muy normal, igual a ir a sembrar maíz, “[…] a los ocho años ayudaba poco, a limpiar el terreno, era fácil. A mí me enseñó a rayar mi hermana, ella sabe bien de eso”.[11]

Las temporadas para sembrar eran en el tiempo de aguas y las secas. En la primera, mencionaron que era más fácil porque sólo era ir a preparar el cuamil; limpiar el terreno, para luego tirar la semilla, subsecuentemente, ya que la planta había nacido, las personas tenían que regresar para limpiarla de las demás hierbas que crecieran a su alrededor, en palabras de una náayeri: “Después sólo era esperar a que las bolas de la amapola se pusieran buenas, para rayarlas, era cuando la bola ya estaba ceniza y maciza”. Rayar se refiere a:

Mi papá me enseñó. Es rayar la bola con una navajita hecha de tapaderas de cubetas en forma de una z y en la punta le ponen un pedazo de navaja de las chiquitas. Y pues se agarra la bola y se raya alrededor, la lechita que sale se tiene que dejar secar, hasta el día siguiente se junta. Después se junta con una pila que ya este vacía, y se guarda en una bolsa.[12] 

 

Durante la temporada de secas es más difícil porque no hay suficiente agua para regar la planta de amapola, lo cual implica el doble de fuerza de trabajo y dinero, ya que se tiene que estar regando constantemente para evitar que no se marchite la planta y se pierda por completo el cultivo. Para ello, las personas tienen que invertir en fertilizantes, metros de mangueras y reguiletes, para trasladar el agua de los arroyos más cercanos.

Otras actividades que realizan las mujeres en dicho proceso son: preparar los alimentos, hacer tortillas a mano, cuidar al mismo tiempo de los hijos (en el caso de que los lleven). Las familias se trasladan con un arsenal de aditamentos, porque suelen acampar en los lugares del monte donde se ubican los plantíos, los cuales quedan lejos de sus hogares. Una jornada de trabajo promedio se lleva a cabo desde las siete de la mañana a las seis de la tarde.

Desde el punto de vista de las mujeres y jóvenes náayeri, ésta es una actividad peligrosa, en especial para ellas. Cabe señalar que varias de ellas, aún estando en cinta y después de dar a luz, siguieron trabajando en el cultivo. Dicho con palabras de una joven náayeri: “Pues tenía que llevarme a mi niña de meses, estarla cargando en mi espalda y estar trabajando, desde la mañana hasta la tarde. Un poco descansar, porque es peligroso sentarla o acostarla por allá, porque pues hay animales que la pueden picar o hacer algo”.

Hecha esta salvedad, confirman que no son lugares seguros, ya que deben cuidarse de animales peligrosos u otras personas que quieran robarles. Principalmente, están al asecho del Ejército Nacional, quienes tienen por misión la destrucción de este tipo de cultivos, aunado a una falta de respeto a los derechos humanos de estas personas, ejerciendo principalmente violencia, considerándoseles, no como trabajadores agrícolas, sino como traficantes.

Los testimonios de las siguientes interlocutoras dan cuenta de estos abusos: “A mí no me ha tocado, cuando yo sé que están los soldados cerca, yo corro, para que no me alcancen, porque si te encuentran los soldados en la siembran, ahí es donde golpean a la gente, les tumban las flores, bueno, algunos “guachos” si golpean a mujeres y otros no”.[13]

A nosotras nos agarraron, pero no nos hicieron nada, estábamos chiquillas y corrimos, pero agarraron a mis tíos, les tumbaron toda la planta que ya estaba floreando. Los ahogaron en el agua, los golpearon, los castigaron feo pues. Un tío a causa de eso que le salió un tumor en la panza, y ya se enfermó. Murió hace como unos tres años, pero decía que desde que lo golpearon ellos, fue cuando él empezó con ese dolor y jamás se le quitó.[14]

Cuando yo tenía como unos cinco años comencé a ir con mi familia, después a los 18 fui con mi hermana a ayudarle y ya veía que era peligroso ir, porque el gobierno vigilaba. El peligro es parejo, no nada más para las mujeres, también para los hombres, porque los golpean, y es más peligroso cuando las mujeres tienen chiquillos ahí trabajando.[15]

 

De acuerdo con los datos de Morris,[16] a comienzos de los años noventa se envió a la policía y el ejército a destruir los plantíos locales de amapola. Para protegerse a sí mismos, a sus familias y a sus cultivos, algunos náayarite atacaron a sus perseguidores con rifles de caza, escopetas, o incluso rifles automáticos AK-47.

Algunas mujeres náayeri han comentado las agresiones de soldados a las familias, y varias de ellas han podido escapar a estas acciones violentas, mientras que otras no han corrido con la misma suerte. Incluso han mencionado el caso de otras mujeres náayeri que han sufrido de golpes e inclusive de abusos sexuales durante las redadas.

Acorde con los informes revisados por Morris,[17] entre el año 2000 y 2020, no sólo fue el territorio donde el Ejército Mexicano ha destruido más plantíos de amapola en el estado, sino que también presentó una de las tasas de homicidios, violaciones y asaltos con violencia más altas de todo Nayarit, como expresa el autor:

 

Es el resultado directo de la nada metafórica “guerra” del Estado mexicano contra la producción de drogas y el narcotráfico, y de los intentos simultáneos de políticos, policías y ejército por controlar el comercio de droga ya sea en oposición o en alianza con otros grupos de traficantes. Los pequeños sembradores de amapola terminan cargando con el costo de la represión estatal militarizada y de la violencia criminal que se deriva de esa situación contradictoria.[18]

 

Es aceptable que los náayeri busquen defender esta actividad económica, como dijeron dos jóvenes náayeri:

 

Lo llegamos a sembrar en un tiempo también, porque aquí no teníamos realmente trabajo, y sí, necesitábamos el trabajo, para comprar cosas, necesitábamos dinero. La amapola se nos daba en tres meses, floreaba de color rojo, blanco y morada. En tres meses ya se terminaba de dar, en donde hace calor. Ahora en donde hace frío duraba siete meses.[19] 

En otros trabajos se gana dinero y a veces no, y en este se gana y con eso ya podía comprar cosas. Mi familia necesitaba dinero para que fuéramos a las escuelas, y como ahí había trabajo de eso, empezamos a trabajar con otras gentes y empezamos a ganar dinero. Antes sí se ganaba dinero, ahora ya no. [20]

 

 

Del florecimiento a la decadencia

 

Las ganancias del opio han propiciado cambios negativos y positivos. Con respecto al primer punto, Morris destaca que, a los jóvenes náayeri, les brindó la oportunidad de comprar rifles automáticos, beber mucha cerveza y alimentar riñas entre comunidades, así como conflictos con fuerzas del estado y organizaciones criminales.[21]

Como afirma el historiador Morris, al mismo tiempo, el dinero ha apoyado la práctica continua de la costumbre, en otras palabras, realizar su ciclo festivo. En el caso específico de las mujeres, si bien reconocen el grado de peligro y violencia que trajo consigo el sembrar la amapola, el ingreso económico obtenido influyó y se hizo bastante notable en sus atuendos habituales, aditamentos textiles y, en especial, en los diseños plasmados en ellos. En un principio era frecuente observar diseños basados en figuras geométricas o sólo aplicaciones con tiras de tela. Ahora, es inevitable no bajar la mirada al momento de encontrarse con alguna mujer náayeri, para apreciar el diseño floral que portan en sus faldas y, en el caso de los hombres, apreciar las flores en los bolsos al hombro que portan diariamente.

Las mujeres han desarrollado el arte de ornamentar sus blusas y faldas con cintas que contienen aplicaciones de flores de tela rebordeadas, haciendo uso de los colores de una manera extraordinaria. Los bocetos están inspirados en las flores naturales que los rodean, entre ellas, la amapola.  No obstante, experimentan tanto en el diseño de ellas, como en las diferentes telas sintéticas y diversas tonalidades en que las presentan. Lo anterior tiene una repercusión en la composición final de la vestimenta.

Las prendas femeninas y los morrales, que ambos géneros portan, son los rasgos que los han diferenciado del resto de los coras de otras comunidades. Los ropajes de las mujeres están constituidos por el conjunto de prendas fabricadas con diversas telas y texturas. Las telas para las faldas femeninas son lisas o con un grabado de flores en el mismo color. Respecto a las blusas, se emplea una tela de algodón con estampados de flores, en su mayoría son blancas con las flores en color rosa o azul. Los colores empleados iluminan el caminar de las mujeres, ya que se pueden visualizar desde lejos. Ambas piezas se caracterizan por las imágenes de flores aplicadas en ellas, las cuales están compuestas de tres elementos principales: una o más flores (xúuxu’), las hojas (xamuáj) y los tallos (tiguára). Juntos forman un conjunto de flores. Para la elaboración de una falda se emplean alrededor de siete conjuntos, dependiendo el diseño de ellas. Para una blusa se utilizan solo dos conjuntos y para el delantal uno. Cada conjunto floral es diferente en las prendas, así como también el uso de los colores.[22]

El morral es una pieza que forma parte del ajuar de estos habitantes. Las técnicas empleadas para su fabricación son el telar de cintura. A pesar de esto, la mayoría de las mujeres emplean el bordado en cuadrille, porque les permite jugar con una diversidad de estambres comerciales y dibujos alusivos a las flores, donde, una vez más, la amapola y la planta de marihuana están presentes. 

Así, los ingresos generados a partir del cultivo de amapola trajeron consigo que las mujeres pudieran adquirir todo tipo de telas y pagarlas al costo que los mestizos se las vendieran o trasladarse a otros municipios en busca de ellas. Esto ha potencializado la creatividad e innovación de sus atuendos y, al mismo tiempo, se convirtió en otro factor económico. Varias mujeres se dedicaron a la creación de bocetos de flores o en la manufactura de las faldas, y blusas, para venderlas entre las mujeres náayeri, justo en las temporadas en que recibían las ganancias de la goma.

No obstante, en el año 2017, sería la caída brutal del valor de la goma de amapola en la Sierra de Nayarit, en palabras de Morris: “[…] ilustró aún más claramente la complejidad y las contradicciones inherentes a la relación entre el pueblo náayari y la flor”.[23] En consecuencia, los habitantes han tenido que salir de sus hogares hacia ciudades cercanas o hacia explotaciones agroindustriales de la costa de Nayarit en busca de trabajo.[24] Como lo hace notar una mujer náayeri, diseñadora de los bocetos de flores:

 

El dinero me ayudo a comprar muchas telas para hacer las flores, de todo, lápices, plumas, lo que se ocupa, para hacer una falda pues. Ahora ya no es nada, el dinero por ejemplo con unos $500 ya no me alcanza, las cosas son caras, no me alcanza. Yo ya no siembro, porque ya no ganamos dinero, ya no sacamos nada. La goma está barata y el fertilizante está muy caro, ya no alcanza y necesitamos otras cosas para ponerle. Un saco de fertilizante cuesta $1800 y uno ocupa 10, ya no alcanza, más aparte otros líquidos que cuestan como $500, $300 o $200”. Ahora mucha gente va a la ciudad a trabajar, aunque sea sacar para la comida, uno de qué va a vivir.[25] 

 

 

Reflexiones finales

«Las flores operan como elementos articulatorios entre su mundo empírico y cotidiano, quizás esto a lo que llamamos “cotidiano” sea en realidad el mundo florido, ya que su cotidianidad no es la misma que la de nosotros, por ejemplo, llevar presentes a los lugares de culto, portar atavíos con flores todo el tiempo, sembrar amapola es parte de su cotidianidad.»

Las flores operan como elementos articulatorios entre su mundo empírico y cotidiano, quizás esto a lo que llamamos “cotidiano” sea en realidad el mundo florido, ya que su cotidianidad no es la misma que la de nosotros, por ejemplo, llevar presentes a los lugares de culto, portar atavíos con flores todo el tiempo, sembrar amapola es parte de su cotidianidad. Estas flores no son vistas como elementos inertes, son dinámicas, y poseen una apreciación única por los habitantes, de ahí que el “mundo florido” se visualice como algo que se construye a través de las relaciones: el adjetivo “florido” indica cierta cualidad de estas relaciones.

Como señala Morris, el opio ha traído cambios sociales y económicos a las comunidades náayeri, al mismo tiempo que les ha ayudado a mantener sus formas de vida tradicionales como agricultores y rancheros de pequeña escala de la Sierra.[26] Por otro lado, desarrolló la creatividad entre mujeres al transformar sus atuendos femeninos, siendo las flores su inspiración o quizás una manera de honrarlas.

En la vida de los habitantes náayeri, la presencia de las flores permite la construcción de un territorio otro en el que se desarrollan los rituales. La acción de colocar flores en puntos determinados lleva a la construcción de otro espacio, que permite la presencia no solamente de los humanos, sino también de los dioses, donde los campos de amapola permiten la construcción y una conexión con el mundo global.

Finalmente, los náayeri poseen una apreciación hacia las flores como elementos esenciales en su vida ritual, cotidiana, política y económica. Las flores posen una multiplicidad de funciones, actúan como intermediarias, porque les permiten a las personas establecer relaciones de diferentes tipos que no son dadas, las cuales están relacionadas con los diferentes campos de su vida social.

Los habitantes tienen claro que sembrar amapola siempre fue una actividad ilícita, pero les dio la oportunidad de adquirir un bien económico y mantenerse en su propio territorio, en palabras de algunos náayeri: “Si no hubiéramos aceptado, de todos modos, iba a venir otra gente a hacerlo en nuestras tierras.” De acuerdo con Morris: “[…] reaccionan como campesinos indígenas, no como ‘narcos’ a las presiones que les imponen las fuerzas estatales y las organizaciones criminales, presiones similares a las que siempre les han impuesto bandidos, revolucionarios, rebeldes y, sobre todo, gobiernos que pretenden ‘modernizarlos’ a costa de su existencia”.[27]

 

Notas

[1] María Benciolini, Iridiscencias de un mundo florido. Estudio sobre relacionalidad y ritualidad cora, pp. 34 y 39.

[2] Jesús Jáuregui, Coras.

[3] Instituto Nacional de Lenguas Indígenas, Catálogo de las lenguas indígenas nacionales: Variantes lingüísticas de México y sus autodenominaciones y referencias geoestadísticas.

[4] Nathaniel Morris, “Nayarit and the Making of a Narco State”.

[5] María Benciolini, Iridiscencias de un mundo florido. Estudio sobre relacionalidad y ritualidad cora. p.34.

[6]  Testimonio de una mujer náayeri. Conversación del 10 de abril de 2022.

[7] Cf. Konrad T. Preuss, Fiesta, literatura y magia en el Nayarit. Ensayos sobre coras huicholes y mexicaneros.

[8] Cf. Nathaniel Morris, “Ya los jóvenes son maestros pa’ la raya”.

[9] Ibid.

[10] Ibid.

[11] Testimonio de una mujer náayeri. Conversación del 12 de abril de 2022.

[12] Testimonio de una mujer náayeri. Conversación del 16 de abril de 2022.

[13] Testimonio de una mujer náayeri. Conversación del 14 de abril de 2022.

[14] Testimonio de una mujer náayeri. Conversación del 10 de abril de 2022.

[15] Testimonio de una mujer náayeri. Conversación del 12 de abril de 2022.

[16] Ibid.

[17] Cf. Nathaniel Morris, Capítulo 6. “Opio, integración y resistencia en las comunidades indígenas de Nayarit”.

[18] Nathaniel Morris, Capítulo 8. “Negociar con narcos, hablando dulcemente al Estado”, p. 3.

[19] Testimonio de una mujer náayeri. Conversación del 10 de abril de 2022.

[20] Testimonio de una mujer náayeri. Conversación del 20 de abril de 2022.

[21] Nathaniel Morris, “Ya los jóvenes son maestros pa’ la raya”.

[22] Frine Castillo, El mundo artefactual de los Náayeri: la subjetividad del mwátsi’ibi, p. 26.

[23] Nathaniel Morris, “Capítulo 6. Opio, integración y resistencia en las comunidades indígenas de Nayarit”, Op. Cit., p.7.

[24] Ibid., p.7.

[25] Testimonio de una mujer náayeri. Conversación del 12 de abril de 2022.

[26] Nathaniel Morris, “Ya los jóvenes son maestros pa’ la raya”, Op. Cit.

[27] Nathaniel Morris, Capitulo 8. “Negociar con narcos, hablando dulcemente al Estado”, Op. Cit., p. 6.

 

Referencias

BENCIOLINI, María, Iridiscencias de un mundo florido. Estudio sobre relacionalidad y ritualidad cora, Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM, tesis doctoral, México, 2014.

CASTILLO, Frine, El mundo artefactual de los Náayeri: la subjetividad del mwátsi’ibi, Tesis de Maestría en Estudios Mesoamericanos, UNAM México, 2019.

INSTITUTO NACIONAL DE LENGUAS INDÍGENAS, Catálogo de las lenguas indígenas nacionales: Variantes lingüísticas de México y sus autodenominaciones y referencias geoestadísticas, México, Instituto Nacional de Lenguas Indígenas, 2010.

JÁUREGUI, Jesús, Coras, Comisión Nacional para los Pueblos Indígenas, México, 2004.

PREUSS, Konrad Theodor, Fiesta, literatura y magia en el Nayarit. Ensayos sobre coras huicholes y mexicaneros, compiladores Jesús Jáuregui y Johannes Neurath, Instituto Nacional Indigenista, Centro francés de estudios mexicanos y centroamericanos, México, 1998 [1905].

MORRIS, Nathaniel, “Nayarit and the Making of a Narco State” en México Violence, [en línea], <https://www.mexicoviolence.org/post/nayarit-and-the-making-of-a-narco-state>. [Consulta: 12 de agosto de 2022.]

――――――――, “Ya los jóvenes son maestros pa’ la raya. Amapola, agricultura e identidad indígena en la sierra de Nayarit”, en Noria Research [en línea],

<https://noria-research.com/ya-los-jovenes-son-maestros-pa-la-raya-opio/>. [Consulta: 13 de agosto de 2022.]

――――――――, “Capítulo 6. Opio, integración y resistencia en las comunidades indígenas de Nayarit”, en Noria Research [en línea],

<https://noria-research.com/nayarit_opium_a_three-headed_crisis/>. [Consulta: 13 de agosto de 2022.]

――――――――, “Capítulo 8. Negociar con narcos, hablando dulcemente al Estado”, en Noria Research [en línea],

<https://noria-research.com/chapter-8-negotiating-with-narcos-sweet-talking-the-state/>. [Consulta: 13 de agosto de 2022.]

1