Notas para una crítica a la educación algorítmica

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Notas para una crítica a la educación algorítmica

Carlos Vargas

Carlos Vargas[1]

Toda educación se encuentra en íntima relación con una determinada forma de ver el mundo. A su vez, toda visión del mundo se configura a través de las diversas prácticas humanas, es decir, mediante dinámicas políticas, económicas, ideológicas, artísticas, entre otras. Sin embargo, es menester reconocer que el mundo contemporáneo es sumamente complejo y, por lo mismo, resulta difícil dar con una imagen suficientemente sintética que haga posible, a su vez, comprender el sentido de la educación en el presente. Pese a tal dificultad, las presentes líneas asumirán una vía de caracterización, a saber, que el dominio tecnológico del mundo contemporáneo responde a un tipo de pensamiento que, incluso, se ha expandido al quehacer educativo en general. Se buscará denominar a dicha forma educativa como educación algorítmica.

Para alcanzar esta meta, el presente artículo se dividirá en tres secciones. La primera procurará dar cuenta de la complejidad que supone intentar caracterizar el mundo contemporáneo y se indicarán algunas líneas que, desde la filosofía y la sociología, han buscado definir a los tiempos actuales. En la segunda sección, por su parte, se planteará la idea de comprender al mundo contemporáneo como mundo algorítmico. Finalmente, la tercera sección buscará precisar cómo puede comprenderse una educación algorítmica como correlato del mundo algorítmico, previamente sugerido. En conjunto, el artículo busca sentar las bases para comenzar a profundizar en lo que aquí se propone pensar como educación algorítmica con una mirada crítica.

 

Bosquejo de un presente difuso

 

«Al día de hoy es claro que internet ya no es sólo una “herramienta” o un mero “recurso”, sino que se ha consolidado el espacio en el que se fraguan actividades fundamentales de la humanidad».

 

Durante los primeros veinte años del siglo xxi, la humanidad ha sido testigo de vertiginosos cambios sociales que han venido de la mano del desarrollo tecnológico a escala mundial. La complejidad y velocidad con la que se ha suscitado dicho desarrollo dificulta sobremanera la posibilidad de brindar una caracterización suficiente y satisfactoria que permita comprender el sentido del entorno actual. Ya Zygmunt Bauman adelantaba una caracterización del presente como una temporalidad líquida.[2] Esta liquidez, advertía el filósofo y sociólogo polaco, intenta nombrar a la imposibilidad de mantener marcos de referencia suficientemente estables que permitan la comprensión, reflexión y búsqueda de sentido respecto de los cambios sociales, políticos e ideológicos que igualmente se han sucedido de manera extraordinariamente acelerada, por lo menos desde la segunda mitad del siglo xx a la fecha.

      Hoy en día, mujeres y hombres habitan una época tejida por múltiples influjos de información. Cabe reconocer, en este sentido, que el presente se muestra como una gigantesca red confeccionada desde las múltiples perspectivas de los seres humanos de todos los puntos del planeta. Este sorprendente fenómeno ha sido posible, por un lado, gracias a los desarrollos tecnológicos que aceleraron e incrementaron los procesos de producción y comercialización a escala global, así como también, por otro lado, debido a la generación de vías de interconexión e intercomunicación como nunca antes se había visto en la historia. Es claro, por tanto, que el mundo contemporáneo es un enorme plexo que se torna cada vez más complejo. Se puede notar, además, que esta red del presente posee diversos nudos de importancia fundamental, lo cual impide asumir un «centro» desde el cual se articule el mundo contemporáneo, por lo cual se torna muy difícil dar con una caracterización que pudiera considerarse como la clave única de comprensión del presente.

     Ha habido intentos por nombrar al mundo contemporáneo de diversos modos. En las líneas precedentes se ha mencionado ya la expresión tiempos líquidos que emplea Bauman. Sin embargo, también hay quienes sostienen que hoy se vive en una época donde las dinámicas sociales y tecno-científicas revelan que los tiempos que corren se caracterizan por ser algo que ha rebasado a la lógica de las urbes industriales que se formaron en el siglo xix. Se afirma, en efecto, que el ser humano contemporáneo despliega su existencia en un mundo caracterizado como una sociedad (global) postindustrial.[3] A esta misma época, otros pensadores la han caracterizado como posmodernidad. Este concepto, sin embargo, es sumamente complejo de caracterizar y ha suscitado profundos debates teóricos.[4] No obstante, la mayoría de los autores que han reflexionado y escrito a favor de esta noción coinciden en que la época actual puede ser considerada posmoderna debido a que resulta patente que los afanes moderno-ilustrados[5] han llegado a su agotamiento. Por ejemplo, el filósofo italiano, Gianni Vattimo, considera que los antecedentes de la posmodernidad se encuentran en la declaración de la muerte de Dios efectuada por Nietzsche, por un lado, y en la crítica a la metafísica occidental efectuada por Martin Heidegger,[6] por otro.[7] Tanto el pensamiento nietzscheano como el pensamiento heideggeriano serían momentos coyunturales del devenir de Occidente, en virtud de que las obras de sendos autores marcarían la necesidad de comenzar un modo distinto de articular el pensamiento, fuera de la lógica científico-positivista y de los sistemas teóricos que se empeñan por alcanzar  a expresar una presunta estructura organizadora de la realidad.  Por su parte, el filósofo francés, Jean-François Lyotard considera que la posmodernidad se puede comprender como la época que ha reconocido la muerte de los grandes relatos,[8] esto es, como el momento en el que se ha reconocido que el sentido de las épocas anteriores era marcado por grandes narrativas que configuraban y fundamentaban las prácticas culturales de las diversas sociedades. En este punto, Lyotard coincide con Foucault, quien afirma en su lección inaugural del Collège de France titulada El orden del discurso, lo siguiente:

He aquí la hipótesis que querría proponer […], con el fin de establecer el lugar […] del trabajo que estoy realizando: supongo que en toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar sus poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad.[9]

     Lyotard y Foucault coinciden en el diagnóstico del mundo contemporáneo. Ambos pensadores reconocen que la producción de conocimiento se aúna al ejercicio del poder, mediante el establecimiento de discursos que se asumen como legítimos o como proscritos. Pero lo que queda claro es que, en última instancia, el acceso a un fundamento objetivo queda en suspenso, en virtud de que tal intención sería parte de un discurso que proclamaría la presunta existencia de dicho fundamento. En el presente, entonces, todos los individuos se hallan envueltos en diversas narrativas que pugnan por la hegemonía del conocimiento y que condicionan o, incluso, configuran la comprensión de lo real desde alguna discursividad específica.

     Si la posibilidad de comprender el presente como un entramado discursivo en donde ha quedado en entredicho la posibilidad de una remisión a realidades independientes de los órdenes narrativos fuese poco imbricada, la cuestión se torna todavía más compleja al observar el desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación durante la segunda mitad del siglo pasado. Sin duda, el máximo logro de dicho desarrollo ha sido la creación de internet, lo cual ha venido a intensificar la organización en red del mundo contemporáneo. En sus inicios, internet fue imaginada como la posibilidad de acceder a información computacional desde cualquier ordenador, objetivo que supuso crear una red que vinculara a todas las computadoras posibles para que éstas fueran el acceso a un espacio virtual donde se almacenaba información. Sobre esto, Barry M. Leiner declara:

La primera descripción registrada de las interacciones sociales que se podían habilitar a través de la red fue una serie de memorandos escritos por J.C.R. Licklider, del MIT, en agosto de 1962, en los que describe su concepto de “Red galáctica”. Imaginó un conjunto de ordenadores interconectados globalmente, a través de los que todo el mundo podría acceder rápidamente a datos y programas desde cualquier sitio. En espíritu, el concepto era muy similar a la Internet de hoy en día.[10] 

     La aspiración a crear una “red galáctica” deja en claro las pretensiones universales que se buscaban alcanzar con este sistema de red de redes. La interconectividad total abría las puertas a la realización de una sociedad global que tuviera acceso a toda la información que se deseara. Pero, el atractivo del internet no sólo residía en que se pudiera acceder a información desde cualquier ordenador, sino a que era posible generar contenidos de cualquier naturaleza para darlos a conocer a todos los potenciales usuarios. Con esto, se abría la puerta a una nueva era, aquella que McLuhan y Powers caracterizaron en la década de los años ochenta del siglo pasado como aldea global.[11] Esta red global de información pasó muy pronto a ser algo más que sólo un depósito de datos para convertirse en el espacio virtual donde se alojan saberes de todo tipo. Internet se convirtió en una suerte de Babel tecnológica en la que millones de datos fluyen a través de fibra óptica haciendo posible, no sólo la consulta de información, sino también la interacción entre personas, el comercio a micro y macro escala, el entretenimiento y un sinfín de posibilidades más. Al día de hoy es claro que internet ya no es sólo una “herramienta” o un mero “recurso”, sino que se ha consolidado el espacio en el que se fraguan actividades fundamentales de la humanidad. Es por ello que al mundo contemporáneo —al menos desde las últimas dos décadas del siglo xx y las que van del xxi— se le ha denominado era digital.[12]

      Este breve bosquejo sobre el modo en que se ha intentado nombrar —y, con ello, comprender— al mundo del presente revela la enorme complejidad que existe para dar cuenta del mismo. La cuestión no consiste, sin embargo, únicamente en dar con un concepto afortunado, que tenga la capacidad de definir plenamente al mundo contemporáneo. En el fondo, los intentos por comprender el presente revelan la urgencia por tratar de ubicarse en este mundo tan vertiginoso y, acaso junto a ello, tratar de dibujar un sentido del rumbo que se desea tomar para el futuro. Este punto es fundamental para la reflexión filosófica sobre la educación, pues todo ejercicio educativo se realiza en el presente, pero con la mirada puesta en el porvenir.

 

Esbozo de un mundo algorítmico

«Los algoritmos no son una creación contemporánea. De hecho, el origen de este concepto se atribuye al matemático árabe del siglo ix, Abu Yafar ben Musa, quien poseía un sobrenombre: Al Juarismi o al-Jwarizmi».

 

 

Resulta innegable que los desarrollos tecnológicos (los sistemas automatizados, la robótica, la internet, la inteligencia artificial, etc.) han constituido un hito insoslayable en la historia de la humanidad. Son fenómenos que han propiciado cambios muy importantes en prácticamente todos los ámbitos en los que se desenvuelven los seres humanos. El impacto que ha tenido la tecnología impide que se la pueda concebir, únicamente, como un conjunto de herramientas o instrumentos que sirven al ser humano. El despliegue de lo tecnológico va mucho más allá de eso. A este respecto, Naief Yehya afirma lo siguiente:

La tecnología es también un proceso que ha logrado penetrar en todos los ámbitos de la vida y la cultura, adquiriendo enorme complejidad, volviéndose un fenómeno aparentemente autónomo y fuera de control, que se rige con una lógica de sustitución compulsiva de productos y de consumo voraz.[13]

                                                                                                      

       La acelerada proliferación tecnológica ha contribuido a la convicción de que el ser humano se encuentra en los albores de una nueva etapa histórica, que promete cambios fundamentales en todos los ámbitos de la humanidad. A este momento coyuntural se le ha denominado cuarta revolución industrial. Este concepto comenzó a emplearse por Klaus Schwab, fundador del Foro Económico Mundial, para señalar que la humanidad se halla en una situación caracterizada, no sólo por las acciones que pueda realizar el ser humano merced a la tecnología, sino por transformaciones que pueda implementar sobre procesos naturales (como la producción de alimentos o el combate a enfermedades por vía de modificaciones genéticas, por ejemplo) y sobre su propia condición biológica. Lleno de un franco entusiasmo, el fundador del Foro Económico Mundial afirma que:

Aún tenemos que comprender plenamente la velocidad y la amplitud de esta nueva revolución. Consideremos las posibilidades ilimitadas de tener miles de millones de personas conectadas mediante dispositivos móviles, lo que da lugar a un poder de procesamiento, una capacidad de almacenamiento y un acceso al conocimiento sin precedentes. O pensemos en la impresionante confluencia de avances tecnológicos que abarca amplios campos, como la inteligencia artificial (IA), la robótica, el internet de las cosas (IoT), los vehículos autónomos, la impresión 3D, la nanotecnología, la biotecnología, la ciencia de materiales, el almacenamiento de energía y la computación cuántica, por nombrar unos pocos. Muchas de estas innovaciones están en sus albores, pero ya están llegando a un punto de inflexión en su desarrollo a medida que se construyen y amplifican mutuamente en una fusión de tecnologías a través de los mundos físico, digital y biológico.[14]

«es importante notar que la presencia de los algoritmos no se reduce a la implementación de una técnica específica (a saber, la de organizar de un modo secuencial la resolución de un problema) dentro de un campo de conocimiento particular (esto es, la programación dentro de la computación). La estructuración algorítmica es un tipo de pensamiento cuya característica se aprecia en la capacidad de organizar y sistematizar prácticamente todos los ámbitos del quehacer humano contemporáneo».

 

      El avance tecnológico es sorprendente. Se abren posibilidades insólitas que deslumbran a millones de personas, lo cual propicia una opinión muy difundida: que el futuro se encuentra por la ruta que los desarrollos tecnológicos van marcando. Esta opinión, además, motiva procesos económicos a gran escala que compiten por acceder, implementar y generar más y “mejores” productos. Esto último, por supuesto, determina el sentido del trabajo en el presente y, en consecuencia, exige a las generaciones más jóvenes una preparación acorde con estas aspiraciones. Como podrá imaginarse, dado que el campo en donde se esperaría que la preparación de nuevas generaciones esté a la altura de los tiempos es la educación, ello explica por qué prácticamente todos los Estados del presente implementan programas educativos que instruyan a la niñez y la juventud en el manejo e innovación de desarrollos tecnológicos, principalmente. El objetivo de tales aspiraciones se encuentra estimulado por la idea de que yendo en pos del progreso tecnológico, sería factible el alcance del bienestar social e individual.[15]

      Uno de los motivos por los cuales resulta tan atractivo y estimulante el desarrollo tecnológico es la capacidad que posee de resolver problemas de forma automatizada. La noción de automatización es poderosamente llamativa. Todo proceso automatizado supone una configuración previa, esto es, una programación. Esta última se confecciona mediante la articulación sistemática de un conjunto de pasos con vistas a la obtención de un fin. La noción de programación ha sido decisiva para los procesos computacionales y, desde luego, para los enormes desarrollos tecnológicos del presente. Ahora bien, dentro de la actividad programática, la ordenación de pasos a seguir con vistas a un fin es conocida con el nombre de algoritmo. Y, en efecto, un algoritmo es una secuencia ordenada de instrucciones que tienen por objetivo la resolución de un determinado problema.[16]

      Los algoritmos no son una creación contemporánea. De hecho, el origen de este concepto se atribuye al matemático árabe del siglo ix, Abu Yafar ben Musa, quien poseía un sobrenombre: Al Juarismi o al-Jwarizmi.[17] Incluso, es factible observar el empleo de algoritmos en culturas todavía más antiguas, como la babilónica y la griega arcaica.[18] La presencia del empleo de algoritmos desde tiempos remotos puede explicarse por el hecho de que aquéllos constituyen un modo en el cual el pensamiento se articula. En sentido estricto, dado que los algoritmos son instrucciones que buscan la consecución de alguna meta, se puede afirmar que toda organización secuencial es algorítmica. Por tanto, todo conjunto de instrucciones es, básicamente, un tipo de algoritmo. Este fenómeno, sin embargo, adquirió relevancia decisiva en el campo de la computación. Como reconoce Sergio C. Fanjul: “La unión de máquinas y algoritmos es lo que está cambiando al mundo. El matemático Alan Turing […] fue de los primeros que relacionó algoritmo y ordenadores. De hecho, fue de los primeros que imaginó un ordenador tal y como lo conocemos”.[19]

     Como se mencionaba líneas arriba, es innegable que la incorporación de los algoritmos en los desarrollos computacionales es lo que ha determinado el rumbo de la tecnología actual y, con ello, prácticamente todos los ámbitos del quehacer humano. Sin embargo, es importante notar que la presencia de los algoritmos no se reduce a la implementación de una técnica específica (a saber, la de organizar de un modo secuencial la resolución de un problema) dentro de un campo de conocimiento particular (esto es, la programación dentro de la computación). La estructuración algorítmica es un tipo de pensamiento cuya característica se aprecia en la capacidad de organizar y sistematizar prácticamente todos los ámbitos del quehacer humano contemporáneo. Por la misma razón, es posible afirmar que este tipo de pensamiento es el que suscita los desarrollos tecnológicos del presente y, por consiguiente, es lo que se encuentra marcando el ritmo de la economía global, así como las políticas en los diferentes países y, en suma, del despliegue cultural general del presente.[20] Dado que todos estos ámbitos se basan en el pensamiento algorítmico, es patente que la configuración del mundo contemporáneo está determinada por el mismo. No es exagerado afirmar, por tanto, que el mundo contemporáneo puede ser comprendido como un mundo algorítmico.

       El mundo algorítmico sería el resultado de un modo en el cual, la subjetividad humana se ha venido conformando. Al hablar de un pensamiento algorítmico, lo que se anuncia no es sólo el desarrollo de una determinada metodología para pensar, sino algo mucho más hondo. Pensar algorítmicamente implica determinar lo ajeno, el entorno, a los otros e, incluso, a uno mismo, de modo que sea codificable mediante la asunción de que hay problemáticas que exigen solución y, por tanto, que es menester generar funciones secuenciales específicas para solucionarlos. Cabe decir, en este sentido, que el pensamiento algorítmico configura un mundo que opera, precisamente, bajo programaciones algorítmicas. Se trata, por consiguiente, no sólo de un modo de comprender lo que rodea al ser humano, sino de una forma para configurarlo de maneras específicas. Así, el mundo algorítmico es resultado del despliegue de la subjetividad que prepondera la organización sistemático-secuencial. Ha emergido una subjetividad algorítmica y, derivada de ella, un mundo algorítmico.[21]

       La noción mundo algorítmico es un intento más por nombrar al entorno en el cual se encuentran los individuos en el presente. Tal concepto pone énfasis, precisamente, en el tipo de pensamiento que parece prevalecer en prácticamente todos los ámbitos de los seres humanos contemporáneos. Este tipo de pensamiento posee una muy alta estima debido a su eficiencia para poder generar soluciones ante diversas problemáticas. El pensar algorítmico, se mencionó líneas arriba, se caracteriza por ser resolutivo y, desde luego, por localizar problemas que han de ser solucionados. Desde esta perspectiva, asuntos problemáticos como resolver la alimentación diaria, procurar espacios para vivir, mantener una unidad social mínima, parecen ser tratados de manera algorítmica, lo cual ha dado como resultado los múltiples sistemas que, aunados al ejercicio tecnológico, hoy en día se encuentran operando en prácticamente todos los orbes. En este tenor, es factible notar que los diversos sistemas que convergen en la organización social de las urbes contemporáneas emplean el pensamiento algorítmico para dar con soluciones a problemas de toda índole. Es notorio, en este sentido, que tanto más «simples» son los problemas a los que se ha enfrentado la sociedad (por ejemplo, los procesos de producción industrial), más éxito ha tenido el pensamiento algorítmico, al punto de automatizar los procesos que dan solución a dichas problemáticas. En cambio, cuando los problemas suponen consideraciones deliberativas más complejas (como, por ejemplo, decisiones políticas sobre distribución de recursos públicos), el pensamiento algorítmico aún no ha sido plenamente satisfactorio. Pese a dicha limitación, las tendencias a futuro van por el camino de optimizar el pensamiento y la implementación de estrategias algorítmicas (como los optimismos de Schwab sobre la llamada cuarta revolución industrial).

      En última instancia, dado que la configuración del mundo contemporáneo se articula mediante la codificación algorítmica —lo cual confirma que los tiempos que corren se están desplegando en lo que aquí se ha llamado mundo algorítmico—, los afanes de mucha gente (y, principalmente, de los grandes empresarios) apuntan hacia la pretensión de mejorar, precisar o corregir el pensamiento algorítmico de las generaciones futuras. Esto supone, por lo mismo, una intención clara por adecuar la educación al pensamiento algorítmico, para procurar inculcar la continuidad y acaso optimización del entorno contemporáneo. Este mundo algorítmico, por lo tanto, se halla configurando sistemas educativos que son, ellos mismos, algorítmicos (es decir, se establecen procesos y recursos para tornar eficiente la transmisión del conocimiento); pero también que fomentan el cultivo del pensamiento algorítmico entre la infancia y la juventud para aplicarlo, no sólo en el plano laboral-profesional, sino incluso en su vida diaria. Para muestra de esta tendencia, puede observarse la siguiente cita:

El pensamiento algorítmico ayuda a los estudiantes a pasar de un problema a un programa o itinerario de su solución, esto es, a una solución como una secuencia finita y determinística de pasos […]. Esto implica la capacidad de definir y enunciar con claridad un problema; descomponerlo en subproblemas más pequeños y manejables y, describir una solución a lograr en un conjunto de pasos bien definido. La capacidad para analizar y dar solución a problemas, es una habilidad importante para todo ser humano, y en especial para los estudiantes […].

        Diversos países reconocen al algoritmo como un elemento vital en el aprendizaje de los estudiantes. Por ejemplo, Inglaterra lo instala en 4 fases de su educación obligatoria, según indica Sophie Curtis […]. Según Curtis […], los niños de 5 a 7 años (Key Stage One) aprenderán lo que son los algoritmos y los programas de ordenador, y que funcionan siguiendo unas instrucciones prefijadas. En el periodo de 7 a 11 años, diseñarán y escribirán programas, comprenderán el funcionamiento de las redes de computadores, y aplicarán el razonamiento lógico para detectar y corregir errores en los algoritmos. Entre los 11 y los 14 años se enseñará lógica booleana, entenderán cómo se convierte el pensamiento computacional en algoritmos, así como la estructura de los componentes hardware y software de los sistemas informáticos, la comunicación entre componentes y entre sistemas de computación. En el último periodo de educación obligatoria, de los 14 a los 16 años (Key Stage 4), el currículo está más abierto a la configuración particular por parte de cada centro. Otros países, tales como, Canadá, Israel, Japón, EEUU, Nueva Zelanda y España declaran el aprendizaje de algoritmos e informática educativa desde los primeros años de educación […].[22]

        La importancia que se muestra en el desarrollo del pensamiento algorítmico responde, como se ha venido señalando en las líneas precedentes, a la urgencia por integrar a las nuevas generaciones en el manejo y posible optimización de los sistemas algorítmicos que rigen la vida contemporánea. Es claro, por ello, que el mundo algorítmico exige una educación algorítmica acorde al espíritu de los tiempos actuales. En este sentido, hay quienes consideran que una educación algorítmica se limita exclusivamente a enseñar el manejo y comprensión del lenguaje de programación computacional, sin embargo, hay elementos suficientes que permiten notar que dicha educación, en realidad, es algo más profundo que conviene comenzar a indagar.

 

Hacia una caracterización de la educación algorítmica

 

 

«lo que aquí se denomina educación algorítmica intenta señalar a esa tendencia que busca fomentar, no sólo el aprendizaje específico de la programación computacional (con lo que suele asociarse la noción de algoritmo), sino la capacidad de concebir que todo aquello considerado como problema, por principio, puede ser resuelto mediante una estructuración procedimental que supere obstáculos de todo tipo. Y del mismo modo en que los algoritmos son esquemas de solución, la educación algorítmica se caracteriza por su afán resolutivo, lo cual implica la asunción de que es factible dominar aquello que, de inicio, parece obstaculizar los intereses del individuo».

 

La educación siempre se ha desarrollado de cara al contexto en el que se encuentre. Puesto que, como se ha señalado, el mundo contemporáneo se presenta como un entorno algorítmico, no resulta extraño reconocer que la educación sea también algorítmica. Pero esto último no significa —como se reconocía al final del apartado anterior— que la expresión educación algorítmica se refiera únicamente a la aplicación de una metodología específica, propia de la informática. En este sentido, la educación algorítmica no necesariamente se reduce a la llamada alfabetización digital,[23] la cual consiste en enseñar a la niñez y la juventud lo concerniente al lenguaje de programación computacional de manera progresiva, con el fin de que, al concluir su educación básica y media, sean capaces de dominar el ámbito tecnológico-informático más elemental. La educación algorítmica se refiere a algo más amplio que la alfabetización digital, en virtud de que la noción misma de algoritmo concierne a un ejercicio cognitivo en el que se planteen soluciones, mediante la organización secuencial de pasos, ante problemas específicos. En todo caso, si se considera viable impartir enseñanza algorítmica con fines de dominio en programación computacional desde los primeros años de la educación, se debe a que hay un reconocimiento implícito de que el modo de pensar de los individuos y la organización algorítmica se encuentran vinculados.

      El pensamiento algorítmico es fundamentalmente instructivo. Acaso esta peculiaridad sea la que haga que se considere que, en lo general, la organización algorítmica es compatible con los procesos de aprendizaje. Por ejemplo, cuando alguien comienza a aprender a leer o a sumar o restar, lo que suele transmitirse es un conjunto de instrucciones para que los educandos sean capaces de resolver problemas planteados (en el caso de la lectura, que logren descifrar el mensaje en las palabras que están comenzando a leer; en el caso de la aritmética, que sean capaces de dar con las soluciones de las sumas o restas). En estos ejemplos puede decirse que hay un proceso algorítmico como parte de la educación inicial, es decir, una serie de instrucciones que los educandos han de seguir para que alcancen los resultados esperados. Ahora bien, así como en los momentos de educación más elemental aparecen procedimientos algorítmicos, también pueden observarse en el aprendizaje de algunos oficios, por ejemplo, cuando el herrero o el carpintero aprenden los pasos que deben seguir para crear un objeto determinado.[24]  Ejemplos como los anteriores pueden generar la idea de que, dado que lo más elemental del quehacer educativo es el pensamiento algorítmico, entonces es factible extender este tipo de pensamiento a toda la educación en su conjunto, para que las nuevas generaciones sean competentes en el mundo algorítmico del presente.

       Así pues, lo que aquí se denomina educación algorítmica intenta señalar a esa tendencia que busca fomentar, no sólo el aprendizaje específico de la programación computacional (con lo que suele asociarse la noción de algoritmo), sino la capacidad de concebir que todo aquello considerado como problema, por principio, puede ser resuelto mediante una estructuración procedimental que supere obstáculos de todo tipo. Y del mismo modo en que los algoritmos son esquemas de solución, la educación algorítmica se caracteriza por su afán resolutivo, lo cual implica la asunción de que es factible dominar aquello que, de inicio, parece obstaculizar los intereses del individuo. Poco espacio queda, dentro de esta forma de comprender la educación, para la consideración acerca de problemáticas que dejan perplejo al entendimiento y que sumergen a la razón en profundas cavilaciones, no ya para resolver la cuestión, sino para comprenderlas, siquiera. Es claro que una educación algorítmica es estimable por ser utilitaria, eficiente e, incluso, progresiva.

       En un mundo donde se exige innovación —la cual puede entenderse, a la luz de los planteamientos expuestos en este trabajo, como la capacidad de generar procesos algorítmicos más eficaces y más precisos— y desarrollos tecnológicos más efectivos, es claro que se exija a la educación una labor eminentemente algorítmica, esto es, que enseñe a los educandos a crear soluciones procedimentales precisas, a organizar el entorno y el bagaje cultural que posean, al modo de inputs que sirvan para codificar sus estrategias, y que también sean capaces de configurar su trabajo al modo de una red, esto es, vinculando sus procesos con los de otros que se encuentren lidiando con la problemática que sea que atiendan. Sin duda, una educación que promueva estas habilidades se antoja sumamente pertinente para los tiempos que corren e, incluso, parecería revolucionaria frente a otras formas educativas.

       Sin embargo, conviene reconocer que la educación algorítmica no se limita a «responder» al mundo que aquí hemos caracterizado también como algorítmico. Por el contrario, la educación algorítmica es promotora de la consolidación de dicho mundo, al asumirlo como el entorno en el que han de vivir las generaciones siguientes de la humanidad. En este sentido, la educación algorítmica no sólo persigue «hacer frente» al mundo contemporáneo, sino que lo consolida y, en cierto sentido, garantiza su pervivencia, continuidad y aun optimización para el porvenir. Así, la educación algorítmica es el modo por el cual, el mundo algorítmico afinca su futuro.

       La educación algorítmica es ya un hecho en muchas partes del planeta. Lo es también la configuración del mundo algorítmico que entreteje la vida de millones de personas en el presente. Como tales, hay que asumir que la humanidad se halla en esta situación y es menester pensarla con cautela, aunque esto sea impropio del pensamiento algorítmico. Y conviene pensar en esta situación contemporánea de la educación, no porque se le rechace sin más o porque se desee volver a un imaginario «tiempo dorado» pretérito, sino porque ese tipo de educación tiene los visos de una hegemonía total que tiende a proscribir todo saber que no resulte afín al sentido utilitarista del conocimiento. En este sentido, la Filosofía de la educación y la Pedagogía tienen, ante esta situación, una enorme labor de análisis, de crítica, de reflexión y de diálogo que llevar a cabo con las tendencias educativas que promueven el cultivo de la educación algorítmica. De hecho, ya hay algunos pasos en dirección a la crítica de este tipo de educación. Un ejemplo de esto se puede ver en las líneas siguientes:

Los usos tempranos de las tecnologías digitales en las aulas se centraron en las necesidades de aprendizaje inmediatas y los cambios pedagógicos para que los planteamientos constructivistas se reflejaran en experiencias activas, no necesariamente en la preparación para futuras vocaciones que se articularían más tarde. Estar “preparado, deseoso y capaz” de enseñar, es un llamamiento de una lectura del mundo en el que el contenido, el contexto y las herramientas puedan orquestarse de forma competente y con un sentido que va más allá de la competencia inmediata en clave de estrategias didácticas, y ofrezca un sondeo más complejo de la profundidad, el alcance y el enfoque de lo que hacemos. Estos encuentros, momentos de práctica, lecturas e interpretaciones alternativas nos dan algunas claves para seguir en la búsqueda de otras formas posibles y otras maneras de concebir la educación en los sistemas educativos del mañana.[25]

       En efecto, esas búsquedas de alternativas posibles para pensar y ejercer la educación son las que motivan la crítica de lo que aquí se ha denominado educación algorítmica, pues todavía se reconoce que la educación no sólo sirve para generar agentes transformadores del entorno para beneficios económicos, principalmente. De manera que el análisis y la crítica a la educación contemporánea que opera algorítmicamente resulta impostergable porque, como en todas las épocas, lo que está en juego no es otra cosa que el futuro de las generaciones más jóvenes. Hay, pues, un compromiso ético con todos aquellos que heredarán las consecuencias de las decisiones tomadas en el presente. Y aunque parezca luminoso el sendero de la educación algorítmica, también es importante reparar en el hecho de que, tal vez, el resplandor de un provenir idealizado por el poder tecnológico enceguezca las limitaciones humanas. Sobre éstas ha pensado ya la Filosofía de manera pausada a lo largo de siglos, por lo que no es un despropósito mirar atrás para andar hacia delante y reconocer que, acaso, no todo deba tener solución, que la falibilidad no es un defecto y que la finitud humana es también maravillosa.


Notas

[1]Maestro y Candidato a Doctor en Filosofía por la UNAM. Es Profesor de Carrera en el Colegio de Filosofía y también imparte un Seminario sobre Filosofía de la Educación en el Colegio de Pedagogía. Sus líneas de investigación son la Historia de la Metafísica, Filosofía y Educación en el mundo contemporáneo, y Música y Filosofía. Recientemente ha publicado el capítulo de libro titulado “La ilusión de unidad en las redes sociales y la irrupción de una subjetividad algorítmica” en el libro La silicolonización de la subjetividad. Reflexiones en la nube (2020), coordinado por Alberto Constante y Ramón Chaverry, así como el texto titulado Etiologías de la crisis educativa (2019) en la colección Cuadernos de Metafísica y Ontología, del Seminario de Metafísica de la FFyL, UNAM.

[2]Cf. Zygmunt Bauman, Tiempos líquidos. Vivir en una época de incertidumbre. 2ª Ed. Trad. Carmen Corral, Tusquets, México, 2009.

[3]El concepto de «sociedad postindustrial» fue implementado por Alain Touraine. Se coloca entre paréntesis la noción «global», para hacer énfasis en que la «sociedad postindustrial» no se limita a una u otra ciudad del planeta, sino al modo en que los asentamientos humanos se han venido estructurando hasta el punto de volverse un modo casi universal de la organización social humana. Cf. Touraine, Alain. Después de la crisis. Trad. Martí Soler. Fondo De Cultura Económica, México, 2013.

[4]A propósito de tales debates, el texto titulado En torno a la posmodernidad que reúne a autores como Gianni Vattimo, Andrés Ortiz-Osés, Patxi Lanceros, Fernando Savater, entre otros, es un compendio breve y sustancial sobre el estado de la cuestión.

[5]Adentrarse en el análisis de dichos afanes constituiría, por sí mismo, un tratado de extensión considerable que, desafortunadamente, rebasa los límites del presente escrito. Sin embargo, no resulta impertinente señalar, grosso modo, que los afanes que aquí se señalan como «moderno-ilustrado», se refieren a la idea central de que el ser humano, en tanto que es un ser eminentemente racional, es un ser capaz de emanciparse de las determinaciones de la naturaleza y de los dogmas impuestos por la religión. Se trataría de un ente apto para conquistar su libertad mediante la educación y el cultivo de su razón; por consiguiente, es un ser que puede alcanzar la máxima autodeterminación de su existencia y, desde luego, la óptima organización política mediante la misma facultad racional. Así pues, los afanes moderno-ilustrados apostaban, en síntesis, por lograr que el ser humano, a través de la educación, procurara el máximo ejercicio de la racionalidad para, con ello, alcanzar su bienestar (moral y material) y su libertad.

[6]La crítica a la metafísica es una cuestión difícil de sintetizar en unas breves líneas. Cabe señalar, sin embargo, que dicha crítica parte de considerar que el término «metafísica» no alude exclusivamente a un área del quehacer filosófico, sino que se refiere al modo en el cual toda la cultura occidental, desde su alba griega, ha comprendido su relación con la realidad. Dicho de otro modo: Occidente ejerce la capacidad cognitiva con base en los conceptos y la estructura que pensadores como Platón y Aristóteles crearon en sus respectivos sistemas filosóficos. En este sentido, todos los sistemas de pensamiento que se han configurado desde la Grecia antigua hasta el presente, se han estructurado con base en supuestos teóricos platónico-aristotélicos. A esta estructuración es a la que se puede denominar pensamiento metafísico. La crítica a la metafísica que efectúa Heidegger cuestiona radicalmente dicho pensamiento y, por lo tanto, el modo en que se ha configurado la producción de conocimiento, así como la relación que el ser humano ha tenido con su entorno a lo largo de los siglos. Sobre lo expuesto en estas breves líneas, Cf. Martin Heidegger, “El fin de la filosofía y la tarea del pensar” en Tiempo y ser. Ed. Trad. Manuel Garrido, José Luis Molinuevo y Félix Duque. Tecnos, Madrid, 2006. pp. 77-93.

[7]Cf. Gianni Vattimo, El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura posmoderna. Trad. Alberto L. Bixio. Gedisa, Barcelona, 2000, pp. 9-20.

[8]Cf. Jean-François Lyotard, La posmodernidad (Explicada a los niños). Trad. Enrique Lynch. Gedisa, Barcelona, 2008, pp. 35-47.

[9]Michel Foucault,  El orden del discurso. Trad. Alberto González Troyano. Tusquets, México, 2010. p. 14.

[10]Barry Leiner, et al. Breve historia de internet. [en línea] <https://www.internetsociety.org/es/internet/history-internet/brief-history-internet/#f2>. [Consulta: 25 de noviembre de 2020.]

[11]Cf. Marshall Mc Luhan, y Bruce R. Powers. La aldea global. Transformaciones en la vida y los medios de comunicación mundiales en el siglo xxi. Trad. Claudia Ferrari. Planeta De Agostini, Barcelona, 1994.

[12]Cf.  Loveless Avril y Ben Williamson. Nuevas identidades de aprendizaje en la era digital., pp. 37-40.

[13]Naief Yehya, Tecnocultura. El espacio íntimo transformado en tiempos de paz y guerra., Tusquets, México, 2008, p. 14.

[14]Klaus Schwab, La cuarta revolución industrial. Prólogo de Ana Botín. Penguin Random House, Barcelona, 2016, pp. 9-10.

[15]Este objetivo queda plenamente retratado en organismos internacionales como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Vid. OCDE, El trabajo de la OCDE sobre educación y competencias. [en línea] <https://www.oecd.org/education/El-trabajo-de-la-ocde-sobre-educacion-y-competencias.pdf>. [Consulta: 17 de noviembre de 2020.]

[16]Esta definición se encuentra, incluso, en la RAE. Cf. Diccionario web de la real academia Española. [en línea] <https://dle.rae.es/algoritmo>. [Consulta: 12 de diciembre de 2020.]

[17]Cf. Morris Kline, Matemáticas para los estudiantes de humanidades. 2ª Ed. Trad. Roberto Elier y Raúl Zamora. Fondo De Cultura Económica, México, 2012, p. 42.

[18]Cf. Ricardo Peña Marí, De Euclides a Java. Historia de los algoritmos y de los lenguajes de programación. Nivola Libros y Ediciones, México, 2008. pp. 15-16.

[19]Sergio C. Fanjul. En realidad, ¿qué […] es exactamente un algoritmo?, [en línea] <https://retina.elpais.com/retina/2018/03/22/tendencias/1521745909_941081.html>. [Consulta: 17 de noviembre de 2020.]

[20]La expresión «despliegue cultural general del presente» es muy amplia. Con ella se pretende hacer referencia a los múltiples ámbitos que conforman la vida de mujeres y hombres en el presente en gran parte del planeta. Es decir, se comprende por «cultura general del presente» las diversas ideologías, la variedad religiosa, la influencia de los medios masivos de comunicación en las sociedades actuales, los modos de relación entre individuos (en las cuales, dicho sea de paso, el influjo de internet y las redes sociales es decisivo), las nuevas formas de comercio a través de la web y, por supuesto, el ámbito educativo en sentido amplio (es decir, lo que atañe a la educación dentro y fuera de las instituciones educativas).

[21]Sobre esta subjetividad algorítmica. Cf. Carlos Vargas,  “La ilusión de unidad en las redes sociales y la irrupción de una subjetividad algorítmica” en Alberto Constante y Ramón Chaverry (coords.) La silicolonización de la subjetividad. Reflexiones en la nube. UNAM-FFyL Ediciones Navarra, México, 2020, pp. 97-122.

[22]Cristian L.  Vidal, et al. Experiencias prácticas con el uso del Lenguaje de Programación Scratch para desarrollar el pensamiento algorítmico de estudiantes de Chile. Formación Universitaria. Vol. 8, Núm. 4. La Serena, 2015.  [en línea] <https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?pid=S0718-50062015000400004&script=sci_arttext>. [Consulta: 18 de noviembre de 2020.]

[23]Sobre este punto, Cf. Llorens, Faraón. … que la nueva alfabetización pasa por la programación. ReVisión. Vol. 8, Número 2. Asociación de Enseñantes Universitarios de la Informática. Mayo de 2015. [en línea] <https://rua.ua.es/dspace/bitstream/10045/49092/1/2015_Llorens_ReVision.pdf>. [Consulta: 25 de noviembre de 2020.]

[24]En el caso del aprendizaje de los oficios puede objetarse, ciertamente, que la presencia de procesos algorítmicos no es lo único que constituye la adquisición de los saberes propios de las técnicas en cuestión. Sin embargo, la manufactura de objetos creados por oficios puede ser (y, de hecho, ha sido) automatizada por medio de máquinas que operan, precisamente, mediante programación algorítmica. Esto sólo es posible bajo el supuesto de que el quehacer técnico, del oficio que se trate, es fundamentalmente algorítmico.

[25]Loveless y Williamson, Op. Cit., p. 204.


 

Referencias

 

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