Pensar la pedagogía y la educación como respuesta evolutiva

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Pensar la pedagogía y la educación como respuesta evolutiva

Teresita Durán Ramos

Teresita Durán Ramos[1]

[…] la política, la ciencia, la tecnología y la ideología,

si hubiera toma de conciencia, podrían salvarnos del desastre

y transformar las condiciones del problema.

Morin. Hacia dónde va el mundo.

 

                                                                                  

Escribir estas líneas antes de marzo de 2020 habría tenido un grado de dificultad alto; hacerlo en octubre, resulta casi temerario. El mundo entero: cada país, región, gobierno, institución, colectividad, individuo, nos encontramos como embarcaciones de distinto calado, bajo una misma repentina y fortísima tormenta; lo cual ocasiona que todo lo que era cotidiano, se haya transformado en un verdadero desafío.

¿Será ésta una época peor que las anteriores que ha vivido la humanidad? Los estudiosos de la biología y de la historia nos dicen que no. Sin embargo, sí es la era en la que disponemos de los mayores recursos para que la información viaje, literalmente, a la velocidad de la luz y llegue a cada punto del planeta a una profusa cantidad de receptores en el mismo momento en el que un evento tiene lugar.

    Esto ha hecho más conflictivo el panorama que hoy cada una y cada uno tenemos frente a nuestros ojos; y tal vez incluso, nos ha llevado a perder la perspectiva entre lo que tenemos cerca y lo que está más lejos; entre lo que podemos y debemos modificar y lo que, utilizando la lógica, nos damos cuenta de que definitivamente no podemos incidir con nuestro actuar, además de los problemas que se generan y afectan de manera global, incidiendo significativamente en el ya de por sí desafiante fenómeno de la comunicación actual.

     Los retos son enormes, es innegable que el mundo empeora en todos los órdenes.

   Los grandes conflictos y problemas de nuestra época como son violencia, corrupción, desigualdad, daño ambiental, violación de los derechos humanos, militarización, pérdida de la capacidad política, pobreza, adicciones, falta de sentido, depresión y discapacidad, son resultado de malas elecciones que en lo individual y social hemos hecho. Dice Decio Pignatari que decidir es crear. Hemos creado entre todas y todos, por acción y por omisión, la realidad que hoy tenemos. Pero ¿cómo hemos llegado hasta aquí?

 

 

El momento actual

 

«nos encontramos a un paso del abismo, como resultado de la existencia de tres males que son: clasismo, racismo y sexismo; el planeta está siendo devastado, puesto que su sostén, el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado, son quienes dictan las reglas y arrasan con todo a su paso».

 

Edgar Morin, escribía en 2011 que la primera dificultad a la hora de pensar el futuro es la dificultad de pensar el presente. Diez años después, aún en toda su complejidad, inesperadas paradojas y caos, el presente parece estar más claro. Hemos llegado hasta aquí por haber ignorado como humanidad la sombra del progreso y elegido la comodidad que se volvió ideal de vida para el mundo. Esto hizo cerrar los ojos ante el compromiso de la técnica con la esclavitud y con la muerte: “[…] las nuevas formas de barbarie, surgidas de nuestra civilización, lejos de reducir las formas antiguas de barbarie, las han despertado y se han asociado con ellas”.[2]

     Somos una “civilización” planetaria que rueda colina abajo sin nada que la detenga. Sin embargo, el 2020 nos obligó a un alto.     

     Yuval Noah Harari[3] en el primero de tres imprescindibles textos, ha señalado a la socialización como la cualidad superior del Homo Sapiens, que le permitió no sólo comunicarse con sus congéneres, sino establecer vínculos e imaginar una realidad más allá de lo concreto; y así, planear, organizar y controlar estructuras de todo tipo. Con esta ventaja frente al resto de los homines, se convirtió en la especie dominante. Pero como ocurre siempre, si no se sabe usar el poder, se vuelve autodestructivo; hoy estamos camino a la extinción.

     Otro magistral autor contemporáneo, profesor emérito de la Universidad de Coimbra, el insigne portugués, Boaventura de Sousa Santos, apunta en su libro de reciente publicación en línea: La cruel pedagogía del virus,[4] que nos hemos quedado sin alternativas para la vida humana en el planeta y que las que se nos presenten a continuación, lo harán a la mala, por la puerta de atrás, de mala manera: como las pandemias.

    Aun así, hay ventajas: menos contaminación en las ciudades alrededor del mundo, llevamos meses sin la prisa y sin el ajetreo del tráfico, la convivencia familiar es posible, hemos comido más sano y consumido menos irracionalmente. Y se pensaba que no era posible ningún cambio a la vida impuesta por el sistema en el que vivimos.

    Boaventura de Sousa explica la causa de que nos encontramos a un paso del abismo, como resultado de la existencia de tres males que son: clasismo, racismo y sexismo; apunta que, si existe uno, existirán los tres y tienen origen en el abuso de poder. Por ello, el planeta está siendo devastado, puesto que su sostén, el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado, son quienes dictan las reglas y arrasan con todo a su paso.

    Lo problemático de la condición que se vive en el país, la región y el mundo requiere ser afrontado desde una concepción y decisión nuevas. El presente ya nos demostró que las acometidas de progreso que se llevan a cabo de manera lineal, nunca lo alcanzan, puesto que implica algo así como perseguir el horizonte.

     El mundo dejó de ser el que conocíamos, y aquel espacio que pueda ser llamado aldea global post-sindemia, tendrá características definitivamente inéditas y, de igual manera, el país, el continente completo y el mundo.

 

La pedagogía y la educación

 

¿La pedagogía y la educación han tenido algo que ver con la creación de este estado de cosas en el que nos encontramos? Definitivamente sí. La primera, sobre todo, por omisión.

    La pedagogía, como disciplina cuyo objeto de estudio es la educación, ha venido transitando, desde sus orígenes, por vías no del todo claras. Más bien ha tenido retrocesos y rutas un tanto difíciles y accidentadas en su intento de construir el acervo organizado desde el cual partir como basamento para erigir sus principios teóricos y metodológicos.

    En sus comienzos fue, como el resto de las ciencias, hija de la filosofía. Ello hizo que no se le distinguiera tan pronto de su origen. Desde un principio, los filósofos reflexionaron en torno al fenómeno educativo, pero con ello, aún no se hacía pedagogía. Se reconocieron desde esa etapa vínculos conceptuales muy sólidos entre ambos quehaceres, puesto que la educación como tarea orientada hacia el individuo propende a desarrollar todas sus potencialidades; y, en tanto acción social, busca guiar hacia el alcance del bien común. Así, las obras de Platón, Aristóteles y Séneca, por ejemplo, abordaron el tema educativo como uno de los importantes, desde los primeros años de la civilización occidental.[5]

     Reflexionar acerca del valor de los fines y propósitos de la educación, detenerse a pensar en el papel deontológico del proceso educativo, recapacitar en relación con el carácter ético inseparable de la labor de conducir a las generaciones jóvenes, y de la importancia de los cambios en cada tramo de la vida: es filosofar, pero no es hacer pedagogía. Sin duda la filosofía enseña, pero no construye conocimiento científico que permita a la pedagogía fortalecerse como campo disciplinario.

     En otra etapa, también la historia, pensada como la gran maestra de la humanidad, permeó con sus alcances e identidad el ámbito pedagógico y, con ello, nubló el paisaje de la pedagogía como ciencia, tanto básica como aplicada, considerando que la forma de establecer principios referidos a la educación era sólo seguir lo mostrado por la historia. Esto le dio a nuestra área de estudio mayor identidad dentro de las humanidades, pero le restó presencia dentro del terreno innovador de las ciencias sociales.[6]

     La medicina, primera disciplina que se desprendió de la filosofía como campo autónomo, y de ella, la psicología, también tuvieron y tienen aún hoy que ver con la sinuosa búsqueda de identidad de la pedagogía. Desde los griegos se pensaba que la educación era la medicina del alma; por ello, en momentos se asumió un cierto paralelismo entre curar y educar. Asimismo, la enseñanza por imitación del discípulo colocó la figura del médico como ejemplo de educador; también se tomó su labor pedagógica como primordial, porque es quien enseña a cuidar la vida y la salud a sus pacientes. De esta imbricación proceden, durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX, acentos biológicos y psicológicos en la conceptualización del hecho educativo y sus factores, algunos de los cuales llevaron a excesos peligrosos como, por ejemplo, las medidas antropométricas y fisiológicas como base de la predicción acerca de la inteligencia, y justificaron la llamada educación diferenciada y la exclusión como norma. Era común por esos años encontrar referencias a programas médico-pedagógicos y de ello da cuenta la historia de la educación.[7]

    La sociología y la antropología cultural, en su momento, descollaron como hermanas mayores; la primera como Física social de Comte; y la antropología centró su atención en el dar cuenta de grupos culturales disímiles frente a lo conocido. La educación, para la óptica sociológica y antropológica, representó un foco de interés que a la fecha ha beneficiado epistemológica y metodológicamente al ámbito pedagógico.

      Este ir y venir, no exclusivo de la pedagogía, sino más bien recorrido necesario en la búsqueda de identidad de todas las disciplinas, ha tenido que ver por supuesto con la concepción de la realidad, y, por ende, de lo que es y no es ciencia.[8]

      La pedagogía, desde fines del siglo anterior y principios de éste, enfrentaba ya el compromiso de organizar toda la claridad y fuerza de su saber, para así promover y garantizar la calidad de la educación escolar en todos los ámbitos, grados y niveles, dado que en varios espacios la cobertura estaba aparentemente más cerca de alcanzarse; y también, en virtud de la incoherencia  en la que había caído la práctica educativa, en su búsqueda de perfiles y modelos, excesivamente presionada y condicionada por una multiplicidad de elementos de índole heterogénea; entre otros, —subrayadamente— por el acelerado desarrollo tecnológico y su papel como elemento de competitividad económica. Por ello, hoy es preciso revisar el sentido de absolutamente todo lo que a la identidad disciplinaria se refiere.

      La tarea de educar, la de investigar buscando explicar, comprender y transformar desde el estudio sistemático el fenómeno educativo en todas sus manifestaciones; la de reflexionar acerca del qué y del para qué de la educación, de sus fines, de sus propósitos; así como la identidad de los profesionales de este campo son, entre muchos otros, asuntos que deben ser replanteados de manera urgente ante los cambios de todo orden que nos está tocando experimentar.

      La pedagogía —entonces— deberá atender a estas modificaciones. El escenario mundial requerirá, requiere ya, como en toda época de profundas transformaciones, que este campo disciplinario mire cuidadosamente a quienes son los actores del proyecto y del proceso educativo en sus contextos específicos, a fin de partir de su diversidad, de su inequidad, de sus necesidades y cualidades iniciales, de sus nuevas realidades, de sus objetivos y planes, de sus opciones y de su falta de éstas.

 

De la necesaria reconceptualización de la pedagogía y de su objeto de estudio

 

«A nadie le resultará entonces extraño asumir que el sistema en el que vivimos y que entre todos hemos creado por acción u omisión, por inconsciencia o comodidad, es hoy el caldero donde se está friendo lo que nos queda de humanos. Esta ceguera, esta carencia de conciencia para la toma de decisiones, hace necesario tener que reconocer que, como especie, somos el peor virus que ha atacado la Tierra».

 

 

La pedagogía debe madurar como disciplina científica[9] y eso sólo se logra a través de asumir la obligación de que tanto sus métodos como sus procedimientos y productos de conocimiento, sean normados, supervisados y sancionados a través de comunidades auténticamente académicas, no protagónicas, no burocratizadas, ni politizadas.

     Cuando se oscilaba entre nombrar a nuestro objeto arte o técnica —y por tanto no se le pensaba asequible para su estudio dentro del campo de la ciencia—, tal vez era comprensible que también los órganos sancionadores carecieran de cánones definitorios y categorización rigurosa para confirmar los procesos y resultados de conocimiento original y valioso.

     El punto es que con esta pedagogía que tenemos hoy, carente de fundamento epistemológico y metodológico riguroso, no lograremos contar con un andamiaje autocorrectivo de conocimiento acerca de su objeto de estudio.

     La pedagogía adolece —por tradición, errores y desconocimiento— de la necesaria consideración que merece y debe alcanzar como ciencia social. Debido a su juventud y a la gran carga de situaciones cotidianas a que debe responder, por épocas habría parecido que su cometido se circunscribía a la práctica educativa, cuando sabemos que la construcción de teoría es el propósito heurístico por antonomasia.

     Los cánones de la ciencia clásica no son —por supuesto— los que deben exigirse seguir, ni mucho menos de manera limitativa a la pedagogía en su proceso de búsqueda, a pesar de que aún hoy en algunos medios se enseñan como los únicos válidos para acceder al reconocimiento del valor de cualquier ciencia. Esto ha traído consecuencias poco afortunadas para el crecimiento y la evolución de este campo disciplinario particular; en un extremo, excluyendo a los asuntos pedagógicos de la posibilidad de ser estudiados de manera sistemática y rigurosa; y, en el otro, concibiéndolos cual si fueran hechos ajenos al acontecer humano: intelecto, voluntad, decisiones, relaciones, emociones, historia personal y comunitaria.

    Hoy la pedagogía, desde una mirada transdisciplinaria, es capaz de construir conocimiento científico acerca del objeto que le compete, pero continúa un tanto desorientada de su encomienda, debido justamente a la ausencia de la solidez necesaria.

      Como disciplina, la pedagogía debe preconizar la mesura frente a la innovación vacía y a los esfuerzos aislados. El imperativo es alcanzar la mayoría de edad como campo de producción de conocimiento científico, a través de no rehuir a las dificultades y exigencias que plantea el rigor en todo proceso de reconstrucción hacia la teoría.

     La realidad es, además de nuestro entorno, el objeto al que estamos obligados a conocer. La concepción que tengamos de ella configurará los modos de acercamiento y las herramientas de apropiación de la información desde la que podremos construir conocimiento científico.

      En ocasiones percibo una suerte de infantilismo en torno a la pedagogía y a la educación. Y es porque algunos se quedan en la idea equivocada de que su tarea fuese atender sólo el cuidado de los niños. Cuando, por el contrario, es sabido que los seres humanos durante toda la vida estamos en crecimiento y evolución como menores en algún aspecto, habilidad o saber y, por ende, somos todas y todos, sujetos en construcción.

      La educación es un fenómeno complejo que tiene lugar en la realidad, por lo que la investigación empírica y rigurosa es el camino para conocerla, explicarla, comprenderla y transformarla.

    En la definición epistemológica del objeto de estudio en toda su amplitud no debe tener lugar la invención de términos, sino que deben ser categorías emergidas desde la observación sistemática y rigurosa y contar con sustento empírico.

     Como sabemos, antes de la Edad Moderna, la humanidad no poseía el concepto de cultura. Las virtudes no tenían como propósito la vida terrena, sino el premio celestial. El ideal de la Ilustración, emancipador del ser humano terrenal, por primera vez concibió la cultura como el conjunto de bienes que no eran prodigados por la naturaleza, sino construidos por las mentes, la inspiración y las manos de los hombres.

     La herencia cultural entonces se adquiriría a través de la educación, tanto en el contexto escolar, como en el familiar y en el institucional. Siempre como un privilegio. Posteriormente la educación devino como modo de ascenso social que buscaba cambiar el destino del nacimiento y de ahí las grandes posibilidades que históricamente ha tenido la educación pública como camino de emancipación, ruta de civilización y toma de conciencia.[10]

     La educación ha sido pensada desde su origen como socialización, como preparación de las generaciones jóvenes para acceder a los bienes culturales constituidos por quienes les antecedieron, a fin de que los valoren y protejan, pero esto ha llevado a extremos de imposición de normas de actuación desde el poder, lo que ha redundado en pérdida de la libertad y persecución de la obediencia ciega a la autoridad, como muestra de haberse educado.  Y también, en las últimas décadas, se ha equiparado erróneamente educación con escolarización, y ésta ha sido vista como una inversión que produce rendimientos si saben seguirse las reglas del mercado.

      Desde la imprescindible mirada de Foucault, la imagen de la educación resultó no como la vía de liberación del ser humano frente a la ignorancia y el privilegio de poder hacerse de tiempo libre, sino como el modo de armonizar y purificar el desorden y la suciedad que están en la naturaleza, desde los ojos de la modernidad.

 

El francés civilisation, el alemán Bildung, el inglés refinement (las tres corrientes discursivas destinadas a fluir unidas hacia el lecho fluvial del discurso cultural supranacional) eran nombres de actividades y actividades intencionadas por lo demás. Informaban sobre lo que se había hecho y lo que se debería haber hecho o se hará: hablaban de un esfuerzo civilizador, de educación, mejora moral o ennoblecimiento del gusto. Los tres términos transmitían el sentido de ansiedad y la necesidad de hacer algo sobre sus causas, los tres términos portaban el mismo mensaje abierto o encubierto: si dejamos las cosas a su destino y nos abstenemos de interferir con lo que las personas hacen cuando se las deja a su libre albedrío ocurrirán cosas demasiado horribles de contemplar; pero si nos aproximamos a las cosas con la razón y sometemos a la gente al tipo de procesamiento adecuado, tenemos todas las posibilidades de producir un mundo excelente nunca antes conocido por los humanos. […] Sólo mediante la acción civilizadora se puede domar a la bestia que hay en cada ser humano.[11]

     De ahí la similitud de la escuela con la cárcel, los cuarteles, los asilos para pobres, la fábrica o el hospital, como fábricas de orden, donde gracias al control y la supervisión, el resultado es predecible y cabría esperar que de alguna manera si las condiciones, las normas, eran uniformes, las conductas de los sujetos sometidos a la estructura, al modelo, lo fueran también.

      La certeza que se buscó desde el Siglo XVIII y que pensaba alcanzarse como fruto del orden y la armonía siguiendo la ruta del control para lograr el estado de bienestar soñado, el cual, gracias al avance de la ciencia y la tecnología, prometía comodidades y seguridad a quien colaborara en la producción de bienes y, por tanto, contribuyera a que los engranajes siguieran girando: esa certeza creada en la modernidad y perseguida hasta los años sesenta del Siglo XX, se ha perdido.

 

 

«Estamos en este punto crítico en el que nos encontramos, por no haber sido capaces de elegir a nuestro favor; por haber perdido el significado y el privilegio de estar vivos, con esta educación que ha olvidado dar sentido a lo que se experimenta, si se ejerce la libertad con conciencia y responsabilidad».

 

 

Así, aunque pensábamos como sociedad mundial que la civilización es un mecanismo contra la aleatoriedad, en pro del orden, en las últimas décadas hemos atestiguado que la norma misma produce caos. ¿Qué pasa cuando la aleatoriedad es parte del sistema y hemos concebido una normalidad que hace ver excepciones y anormalidad donde no las hay?[12]  

     Esa imagen utópica e incluso romántica de futuro marcó la pauta y sostuvo el ánimo por generaciones. El vuelco fue dramático. Se pasó bipolarmente del énfasis en la disciplina y el dominio de la autoridad, a la pérdida total de asideros ideológicos, morales e institucionales. Se pasó de la gente integrada a estructuras y tradiciones cuya candidez temerosa hacía que construyeran su vida siguiendo reglas sociales como si fuesen caminos seguros y probados, a la sociedad de masas sin rostro, sin normas, sin futuro, consumista de todo, hedonista, infantilizada e individualista en extremo.

       Es lo que en el momento ha dado en llamarse crisis civilizatoria, ya que los presupuestos no son útiles para sancionar lo que está ocurriendo en la práctica. Se requiere un cambio en el paradigma civilizatorio que permita reorganizar y renombrar muchos de los conceptos que han perdido vigencia puesto que no cuentan con un soporte en la experiencia.  “Entrevemos que ninguna estrella guía el porvenir, que éste está abierto como nunca lo ha estado en siglos anteriores, ya que conlleva a partir de ahora, y a la vez, la posibilidad de una destrucción de la humanidad y la de un progreso decisivo de ésta, y entre estas dos posibilidades extremas, todas las combinaciones son posibles”.[13]

     A nadie le resultara entonces extraño asumir que el sistema en el que vivimos y que entre todos hemos creado por acción u omisión, por inconsciencia o comodidad, es hoy el caldero donde se está friendo lo que nos queda de humanos. Esta ceguera, esta carencia de conciencia para la toma de decisiones, hace necesario tener que reconocer que, como especie, somos el peor virus que ha atacado la Tierra.

“¿Acaso quiere decir que a comienzos del siglo XXI la única forma de evitar la inminente catástrofe ecológica es a través de la destrucción masiva de la vida humana? ¿Hemos perdido la imaginación preventiva y la capacidad política para ponerla en práctica?”[14]

     La educación ha sido abandonada en general por los poderes, estructuras, sistemas, esquemas, instituciones, educadores: familia, iglesia, Estado, escuela. Lo único omnipresente es el mercado. Desde una óptica se identifica la característica de control sobre los individuos evitando con ello el desarrollo de su capacidad de tomar decisiones; pero por la otra, a partir de la época posmoderna, el individuo y la sociedad se quedaron sin modelos, tradiciones ni baluartes que le guiaran y protegieran. Es evidente que la libertad sin responsabilidad no puede construir. La transformación educativa hace mucho que se abandonó por parte de la política. Tanto formal como informal el modelo se quedó sin alternativas. En estos tiempos, las soluciones deben ser de las gigantescas dimensiones del problema. Hace años escribí sobre esto; la última imagen de mi presentación era la de un dinosaurio.

     Hoy la educación, tanto familiar, como institucional y escolar en general no parece proporcionar opciones. El escenario mundial en todos los órdenes da evidencia de ello. No hemos aprendido nada. Una y otra vez tropezamos con el mismo obstáculo y no queda muestra de esa imaginación creadora que nos hizo amos entre los animales. Tal vez como humanidad nos esté ocurriendo lo que en lo individual ocurre a una persona cuyo ego le lleva a pensar que ya no tiene nada qué aprender. Y henos aquí, a la humanidad entera, frente a la creciente catástrofe de proporciones planetarias que hemos ocasionado.

      ¿Será tarde para dar ese salto del que hablan Morín, De Sousa y Bauman desde hace años? ¿Podemos aún salvarnos a nosotros mismos? Igual que lo señalan estos grandes pensadores, somos criaturas del viejo sistema que queremos, sin embargo, ayudar a construir el nuevo sistema. También hace años escribí: el educador debe ser a la vez piedra y cincel.

      Un reto es cambiar las instituciones que forman las mentes al mismo tiempo que cambiar las mentes que crean las instituciones. Cambiar cada mente y hacer que evolucione cada conciencia. Despertar la humanidad en cada uno y cada una, va tejiendo reticularmente a la humanidad. El problema es de todos, de quienes nos damos cuenta y de quienes no. La responsabilidad de los educadores es enorme y no nos hemos hecho cargo ni siquiera de dimensionar el alcance de nuestra influencia.

      Ya que nos dimos cuenta de que no hay un sentido universal que nos guíe para alcanzar el estado de bienestar prediseñado, que esa idea de progreso es un mito; ya que sabemos que la única forma de avanzar frente a la incertidumbre es buscar solidaria y autocríticamente las soluciones utilizando el pensamiento y la imaginación, la apuesta está dada en términos de resistir y construir. Reconocer y recuperar esa competencia distintiva de nuestros ancestros para edificar en colectivo y diseñar futuros que nos permitan evolucionar.

     La educación, si hemos de sobrevivir a ésta y futuras crisis,[15] se tendrá que concentrar en promover la cooperación, la comunicación, la creatividad, el pensamiento crítico. La apuesta al futuro consiste, además, en enfocar a la educación del carácter como herramienta para la toma de decisiones en cualquier circunstancia.  

      El reto es colectivo, pero necesita del desarrollo de la conciencia de cada uno y cada una. No hemos sabido actuar con responsabilidad. O resistimos y evolucionamos o se acabó nuestra historia como especie.

        Como sociedad global, como especie, necesitamos dar una respuesta evolutiva a la crisis que estamos viviendo. Estamos en este punto crítico en el que nos encontramos, por no haber sido capaces de elegir a nuestro favor; por haber perdido el significado y el privilegio de estar vivos, con esta educación que ha olvidado dar sentido a lo que se experimenta, si se ejerce la libertad con conciencia y responsabilidad.

        Lo único seguro en la vida, es que tiene fin; que la muerte es una certeza, una verdad irrefutable y un hecho indiscutible. Pero justamente por eso, el tiempo del que disponemos como animales humanos para decidir cómo y para qué vivir, siempre está enmarcado en un ambiente que puede propiciar para cada uno y su entorno crecimiento y evolución: “Educar es acoger la existencia, elaborar la conciencia y diseñar los futuros”.[16]

       En estos convulsos tiempos, no sirve de nada mirar al pasado con melancolía; el papel de la pedagogía y de la educación es ser medio de resistencia tendente a la evolución de la especie. Sólo habrá uno de dos desenlaces. La pedagogía como disciplina científica y la educación como su objeto de conocimiento y práctica, pueden ser la vía a través de la cual, en conjunción con las aportaciones de otros campos disciplinarios, sea factible encontrar salida a esta crisis civilizatoria, como colectivos y como sociedad.

        Si la pedagogía y la educación habrán de ser respuesta evolutiva frente a la crisis de todo orden que estamos viviendo, será porque tomen en cuenta la trascendencia de su tarea; la primera como disciplina que se encarga de su objeto en toda su amplitud y complejidad y, la segunda, como práctica formal, no formal e informal, de promover la acción de los sujetos frente a la responsabilidad de estar vivos. Pensar con otros, imaginar y construir futuros: despertar, crecer.

        Sabemos que el individuo que toma la responsabilidad en sus propias manos es la pesadilla de cualquier poder. Por eso, la educación de todo ámbito, tipo, periodo y modalidad, debe ser educación para la autonomía. No depender de otros es crecer.

        Las madres y padres, así como los y las profesoras, debemos orientar la tarea hacia la meta de dejar de ser necesarias y necesarios, precisamente porque nuestros vástagos y pupilos alcancen la estatura que les posibilite llegar hasta donde quieran por su propio mérito. Se requiere educar hacia el objetivo de que el sujeto en crecimiento, en cada momento del proceso, deje de requerir ser asistido y alcance paulatina y constantemente, el desarrollo de capacidades que le permitan tomar sus propias decisiones a cada paso.

       Lo anterior supone, en primer lugar, encargarse del propio proceso educativo para poder atender el acompañamiento de los y las otras. Es decir, hacer frente al compromiso que tenemos cada una y cada uno de crecer mientras estamos vivos, sin “utilizar” las vidas y responsabilidades de los y las otras como pretexto o evasión frente a la tarea de crecimiento individual.

      La educación para salvarnos colectivamente como especie, tiene que ver con terminar con la idea del monopolio del poder. El ejercicio de la libertad con responsabilidad no permite la sujeción de unos individuos que mandan por otros que obedecen. El aceptar la responsabilidad de la libertad nos convierte en sujetos humanos y justos.

      Para que la educación pueda enfrentar los retos de la actualidad debe formar sujetos críticos. Que no acepten el error, que no permitan ser dominados, explotados, pero tampoco salvados; que, a cada embate de la ideología, de la tecnocracia, de la burocracia, del poder, respondan reflexiva, solidaria y críticamente.

      El camino para la conciencia es la ciencia comprometida con la evolución de la humanidad. La búsqueda de la verdad en un proceso autocorrectivo y crítico, por lo que la investigación científica, sin deificación, nos puede ayudar a tomar decisiones benéficas en materia educativa; a elegir entre modelos educativos; a conocer a profundidad situaciones del contexto en el que se lleva a cabo un proceso educativo; a transformar ambientes para que se elimine la ignorancia y apoye el crecimiento integral de comunidades y colectivos, entre muchísimos objetivos más.

      La pedagogía como disciplina sólo puede crecer, afincarse y consolidar su campo, si realiza investigación científica seria; es decir: auténtica, legítima y validada epistemológicamente durante todo el proceso, además de orientada a resolver los grandes problemas de la educación, no sólo a escribir acerca de ellos. Investigar para encontrar soluciones, investigar para salvarnos, para evolucionar, para crecer; no como simulación, culto a la personalidad, vía para graduarse, vender libros o para obtener puntos en la competencia por la asignación de recursos económicos.

       Evidentemente, en este aspecto, la labor de la Universidad es fundamental. Desde ahí se sanciona lo que es investigación científica y lo que no lo es, en todos los campos; y el de la educación no debería ser la excepción.


Notas

[1] Licenciada, Maestra y Doctora en Pedagogía por la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM. Profesora de TC. Área: Investigación pedagógica. Docente de cursos, cursillos y talleres fuera de los planes de estudio en instituciones públicas y privadas de nivel superior y de posgrado. Autora de materiales, textos, guías de estudio, manuales, ensayos y artículos de divulgación. Participante en investigaciones relacionadas con los estudiantes de la FFyL. UNAM desde 1977. Ha sido Jefa del Departamento de Educación para la Reproducción. Instituto Nacional de Perinatología. SSA. Integrante de la Comisión de Pedagogía del Sistema Universidad Abierta. Autora y coautora de materiales autodidácticos para el Sistema Abierto de Pedagogía del SUA. FFL. UNAM. y del Sistema Abierto de la ESCA. IPN. Profesora-Investigadora de la Dirección General de Mejoramiento Profesional del Magisterio. SEP. Maestra de Actividades Especiales del Centro de Desarrollo de la Comunidad “Lázaro Cárdenas”. Instituto Nacional de Protección a la Infancia. (Hoy DIF). Correo electrónico: teresitaduran@filos.unam.mx

[2]Edgar Morin, ¿Hacia dónde va el mundo?, Tr. Álvaro Malaina Martín, Paidós, Madrid, 2011, p. 41.

[3]Cf. Yuval Noah Harari, De animales a dioses. Breve historia de la humanidad. Tr. Joandoménec Rosi Aragonés, Penguin Random House, CDMX, 2014.

[4]Cf. Boaventura De Sousa Santos,  La cruel pedagogía del virus. Tr. Paula Vasile.  Clacso, Buenos Aires, 2020,  p. 24.

[5]Cf. Wemer Jaeger, Paideia. Los Ideales de la Cultura Griega. Tr. Joaquín Xirau, Fondo de Cultura Económica, México, 1992.

[6]Imprescindible para el camino a recorrer por la pedagogía. Cf. Peter Burke, Historia y teoría social. Amorrortu, Buenos Aires, 2007.

[7]En el Plan de Estudios 1966 de la Licenciatura en Pedagogía de esta Facultad, existía una asignatura llamada “Higiene mental del escolar”.

[8]En primer lugar: Eduardo Nicol, Los principios de la ciencia. Fondo De Cultura Económica, México, 1965. Enseguida: Enrique Ballestero, El encuentro de las ciencias sociales. Alianza Editorial, Madrid, 1980. Una obra colectiva muy útil al respecto es: Ambrosio Velasco Gómez, (Coord.) El concepto de heurística en las ciencias y las humanidades. Siglo XXI, México, 2000.

[9]Para precisar la ruta que ha de seguirse, Cf. Roberto Miguélez, Epistemología y ciencias sociales y humanas. UNAM, México, 1977.

[10]Cf. Gilles Lipovetsky y Jean Serroy.  La cultura-mundo, p.168. Una breve y extraordinaria apología de esto en: Masschelein, Jan y Maarten Simons. Defensa de la escuela. Una cuestión pública. Tr. Antonio Francisco Rodríguez Esteban.  Miño y Dávila, Buenos Aires, 2014.

[11]Zygmunt  Bauman,  La posmodernidad y sus descontentos.  Tr. Marta Malo de Molina Bodelón y Cristina Piña Aldao. Akal, Madrid, 2001. p.162.

[12]Ibid., p. 165.

[13]Edgar Morin, Op. Cit.,  p. 25.

[14]Boaventura De Sousa Santos., Op. cit., p.80.

[15]Cf. Yuval Noah Harari, 21 Lecciones para el siglo XXI.,  Penguin Random House, CDMX, 2018; y también, por supuesto: Homo Deus. Breve historia del mañana. Tr. Joandoménec Rosi Aragonés, Penguin Random House, 2016.

[16]Garcés, Marina. Escuela de aprendices. Galaxia Gutemberg, Madrid, 2020.

 


Referencias

 

BALLESTERO, Enrique. El encuentro de las ciencias sociales. Alianza Editorial, Madrid, 1980.

BAUMAN, Zygmunt La posmodernidad y sus descontentos.  Tr. Marta Malo de Molina Bodelón y Cristina Piña Aldao, Akal, Madrid, 2001.

BURKE, Peter. Historia y teoría social. Amorrortu, Buenos Aires, 2007.

DE SOUSA Santos, Boaventura. La cruel pedagogía del virus. Tr. Paula Vasile.  Clacso, Buenos Aires, 2020.

GARCÉS, Marina. Escuela de aprendices. Galaxia Gutemberg, Madrid, 2020.

HARARI, Yuval Noah. Sapiens. De animales a dioses. Breve historia de la humanidad. Tr. Joandoménec Rosi Aragonés, Penguin Random House, 2014.

HARARI, Yuval Noah. Homo Deus. Breve historia del mañana. Tr. Joandoménec Rosi Aragonés, Penguin Random House, 2016.

HARARI, Yuval Noah. 21 lecciones para el siglo XXI. Tr. Joandoménec Rosi Aragonés, Penguin Random House, 2018.

JAEGER, Werner. Paideia. Los Ideales de la Cultura Griega. Tr. Joaquín Xirau, Fondo de Cultura Económica, México, 1992.

LIPOVETSKY, Gilles y Jean Serroy. La cultura-mundo. Respuesta a una sociedad desorientada. Tr. Antonio-Prometeo Moya, Anagrama, Barcelona, 2010.

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NICOL, Eduardo.  Los principios de la ciencia. Fondo De Cultura Económica, México, 1965.

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