El Ejército Libertador del Sur y su efectiva estrategia en la lucha

Fernando Leyva

¡Qué privilegio el de vencer al olvido!

 Honoré de Balzac

Preámbulo

La historia militar de la Revolución Mexicana es abordada por los estudiosos del tema desde un sinfín de supuestos. Por ejemplo, algunos generales destacan las grandes batallas y las implicaciones que éstas tuvieron sobre aspectos políticos y económicos. Los historiadores, por su parte, describen y explican con tintes, hasta cierto punto, románticos, el suceso, mientras que los políticos reafirman los valores cívicos y guerreros de los contendientes, sin olvidar que los literatos reconstruyen con muchas licencias estos tópicos revolucionarios. Todos en su conjunto, nos han legado grandes obras.

         En estas primeras décadas del siglo XXI, los estudios históricos que versan sobre la revolución mexicana y en especial sobre la temática zapatista, se abocan por analizar los componentes de la forma de pelear de algunos de los generales y sus ejércitos, en este conflicto, en un afán por entender los modos de lucha, sus acciones y los resultados de las operaciones militares.[1]

         En nuestro país existen unos cuantos estudios sobre el tema, de éstos, solamente algunos analizan los hechos de armas sin ir más allá del resultado inmediato. El revisionismo historiográfico, a últimas fechas, propone dilucidar, entender y reflexionar sobre diversos acontecimientos del pasado, desde tal postura se abordará la estrategia militar implementada por el Ejército Libertador del Sur en su época de mayor brillo: 1911 a 1914.

         Durante la gesta revolucionaria se enfrentaron dos concepciones militares principalmente. Una de ellas ponía en práctica la idea de la supremacía del centro sobre los gobiernos estatales, la cual fue desarrollada durante el Porfiriato (Antiguo Régimen). Una segunda concebía en su ideología postulados autonomistas, esto es, los Estados deberían defenderse de las arbitrariedades políticas, y en ocasiones militares, de la Federación. Las controversias fueron matizadas durante el siglo xix y explotarían con el correr de los años en las primeras décadas del XX.

La gesta guerrera

 

En la Revolución Mexicana hubo varias facciones que pugnaron por la obtención del poder: zapatistas, villistas, huertistas, porfiristas y carrancistas.[2] Sus estrategas concebían el arte de la guerra de manera distinta. La zapatista presentó una gran particularidad.

         La guerra dentro de la concepción occidental, de la cual México es heredero directo es una especialización, en donde los estrategas movilizan a la infantería, artillería y caballería para enfrentarlas en batalla. En nuestro país, las últimas acciones bélicas del siglo xix fueron las incursiones del entonces general porfirista Victoriano Huerta, en el norte contra los yaquis y en el sureste enfrentó a los mayas. Estas experiencias no fueron novedosas, ni representaron un serio peligro para el gobierno, es más, con una se pactó y a la otra se le aniquiló. Las comunidades vencidas no estaban preparadas para resistir al empuje de un ejército. Tampoco los morelenses años después. ¿Qué virtud tuvieron los zapatistas?

         En 1910 hubo una gran convulsión en México. Grupos descontentos con las políticas de Díaz se rebelaron. La Revolución se extendió. Díaz no pudo sostenerse en el poder y por ello pactó con los pronunciados. En mayo de 1911, se firmaron los Tratados de Ciudad Juárez. El arreglo fue que Díaz dejara la presidencia, lo hizo y partió al exilio. Otro acuerdo importante fue el respeto al Ejército Federal, que permaneció de este modo intacto; en cambio, se licenció a buena parte del revolucionario como resultado de este acontecimiento; las fuerzas armadas porfiristas fueron uno de los pocos ejércitos derrotados por las tropas revolucionarias en una guerra tanto convencional como de guerrillas.[3]

El Ejército Libertador del Sur

 

Los pueblos morelenses que se levantaron en armas junto con Emiliano Zapata no tenían una estrategia de guerra lo suficientemente equiparable a los modos de lucha convencional de ese entonces. Antes de 1911, salvo algunas raras excepciones, su forma de manifestar su desaprobación no pasaba de congregaciones de campesinos que exigían airadamente el cumplimiento de sus demandas conduciendo su lucha en el camino de la protesta pacífica.

         Las comunidades agrícolas demandaron la devolución de sus tierras que durante el Porfiriato les habían sido arrebatadas por las compañías deslindadoras. Las haciendas crecieron y las tierras de carácter comunal se restringieron. Esto fue el caldo de cultivo de las graves disputas entre el gobierno local y federal, que acarrearían graves conflictos en las relaciones sociales, culturales y políticas en el Estado durante las primeras décadas del siglo xx. En palabras de John Womack: “[…] son unos campesinos que no querían cambiar y que, por eso mismo, hicieron una revolución.”.[4]

         La composición del ejército fue de lo más heterogénea. Por ejemplo, su oficialidad estaba integrada por profesionistas (Otilio Montaño) y pequeños rancheros (los Zapata), quienes fungieron como una élite intelectual que dio eco a las demandas del campesinado. La base del ejército, en su gran mayoría, la componían las personas de extracción campesina.

         La organización jerárquica tenía forma piramidal, como la de cualquier otro ejército: estaba constituida por comandantes, jefes, oficiales y tropas. Hubo grados militares copiados del modelo del ejército federal. Estructurar a sus hombres por grados y en pequeñas partidas fue necesario para enfrentar a las huestes del gobierno.

         El movimiento zapatista tuvo el apoyo de su milicia, que además de participar en labores del campo, tomaba las armas y tenía el deber de defender y difundir los principios revolucionarios, con el objeto de fortalecer la confianza entre la población y vigilar la aplicación del Plan de Ayala.

         Durante buena parte de 1911, de acuerdo con las exigencias de la situación político-militar prevaleciente, estos campesinos tuvieron que aprender rápidamente lo que en los círculos militares se conoce como “guerra de guerrillas”. Se formó un ejército diseminado por todo el estado. Su particularidad consistió en que las diferentes partidas estaban integradas a lo sumo por 300 personas al mando de uno o más generales. Los jefes se agrupaban a veces y, en otras ocasiones, permanecían independientes del cuartel general. Entraban en acción solamente cuando eran requeridos y se desmovilizaban en época de zafra o de cosecha.

         El cambio de la vida meramente campesina a la guerrillera y de ésta a la persecución del ideario de Ayala fue, hasta cierto punto, natural. Durante la campaña del Ejército Libertador del Sur contra los federales maderistas y sobre todo contra los pelones huertistas, se forjó una sociedad campesina que aún en la guerra seguía siendo fiel a sí misma: dispersa en pequeñas unidades, descentralizada, respetuosa de sus relaciones con otros pueblos, atenta a sus raíces indígenas, devota de la religión.[5]

         Lo interesante del caso morelense radica en la siguiente percepción: los campesinos al mismo tiempo que cultivaban, se adiestraban para participar en acciones de guerra. A pesar de su radicalidad, que con el paso del tiempo se tornaría más acentuada y esquemática, el movimiento zapatista fue fundamentalmente defensivo, retrospectivo y nostálgico.[6]

         El compromiso que habían adquirido con su jefe, Emiliano Zapata, era algo más que una obligación que arrastraba a los pueblos a luchar para conseguir sus reclamos “Tierra y Libertad”. De igual manera, comprendían que sus acciones militares, en vista de su condición, no podían ser más que atacar y retirarse para no sufrir menoscabo. La estrategia a seguir sería no enfrentar al enemigo en batalla campal, sino aprovechar la ventaja que les daba el conocimiento del terreno, además del factor sorpresa.

La eficacia

Con el llamamiento del Plan de San Luis a la insurrección armada, los campesinos de Morelos se aprestaron para combatir a las tropas federales acantonadas en él. De tal manera que con el ataque a Talquiltenango se inició la Revolución en el estado. Los preparativos de esta primera acción guerrera tuvieron lugar desde febrero de 1911. El reclutamiento y adiestramiento de campesinos fue sigiloso. No querían despertar la sospecha de las autoridades locales. Apenas se estaban organizando en algo que era desconocido para ellos: el ataque a militares. Gabriel Tepepa, uno de los precursores en este tipo de combate, fue quien ejecutó la acción. Hubo cierto éxito en las subsecuentes acciones punitivas. El gobierno porfirista puso mayor énfasis en vencer a los pronunciados del norte, veían a los campesinos del sur como presa fácil para los rurales y para los pequeños destacamentos militares que había en la región.

         En apariencia no había un líder que uniera los destinos políticos ni militares en la región. La Revolución se extendía con rapidez. Desde el centro del estado surgió una figura: un pequeño ranchero con dotes de estadista y guerrero, quien aglutinaría a los hombres del sur. Emiliano Zapata asumiría con el paso del tiempo la dirección del ejército que se reuniría bajo el nombre de Libertador del Sur.[7]

         Una vez que los Tratados de Ciudad Juárez fueron firmados, los zapatistas esperaron que el gobierno provisional de Francisco León de la Barra atendiera sus demandas “[…] y que igualmente los amnistiara”. Los zapatistas esperaron. La respuesta del presidente interino consistió en enviar al general Victoriano Huerta para aplastar la oposición al gobierno. Por su parte, Francisco I. Madero intentó detener la campaña contra Zapata, de tal manera se dispuso a negociar con el Caudillo del Sur. Los acuerdos no fructificaron. El Apóstol de la democracia tomó la presidencia en noviembre de 1911 y en sus primeros días al frente del Ejecutivo, no reformó cosa alguna referente al agro. Los zapatistas cumplieron su amenaza de volverse a levantar en armas. La movilización se reanudó. La lucha se recrudeció.

         En esta nueva fase de la contienda, ahora en contra del gobierno maderista —posteriormente contra Victoriano Huerta— el Ejército Libertador del Sur puso especial énfasis en una serie de medidas para resistir el embate de los federales. Los miembros de su ejército, es decir, los campesinos, trabajaban afanosamente sus parcelas durante algunos meses; en otros, eran de nueva cuenta los feroces guerrilleros. Eran difíciles de detectar por las tropas federales. Su objetivo era esconderse del enemigo y atacarlo por sorpresa.

         El Ejército Federal sería utilizado, por los sucesivos presidentes, León de la Barra, Madero y Carranza, para lo que en realidad existía, es decir, aplastar movimientos campesinos. Su movilización no dejaba dudas sobre las posibilidades de triunfo. Los soldados federales se prepararon para “limpiar“a Morelos de indios rebeldes.[8]

         El zapatismo contó con otro enemigo. Al respecto, Hans Werner Tobler señala: “[…] que a pesar de que los zapatistas habían ganado el control militar sobre importantes zonas del estado, después del pacto de ciudad Juárez, en Morelos repentinamente se enfrentaron a una coalición de maderistas mucho más conservadores, a la que también pertenecían los líderes militares del levantamiento en Guerrero, los hermanos Figueroa”.[9]

         El Ejército Libertador del Sur, con el propósito de formar grupos de combate lo suficientemente capaces para oponer resistencia al enemigo, reglamentó la forma de atacar y defender, por medio de varios comunicados emitidos desde el cuartel general y dirigidos a los integrantes militares que participaban decididamente en el combate. De esto, Zapata tuvo especial cuidado. La reputación y eficacia de su ejército incidiría en la opinión que se tenía sobre ellos y, en el mejor de los casos, para obtener el reconocimiento del gobierno norteamericano.

         Uno de los grandes logros militares del Libertador del Sur consistió en la dificultad que opusieron a las tropas federales. Eran ágiles en su terreno, se ocultaban cuando veían al enemigo, durante la noche lo asaltaban y rápidamente se escondían con lo arrebatado. Además, cuando se emplazaban en la toma de un pueblo, los contingentes guiados por Zapata se reunían unas horas o días antes para presionar al adversario y atacarlo. El pueblo en cuestión era asediado y tomado, los campesinos que participaban en la acción, una vez concluida su actuación, regresaban a sus lugares y únicamente el caudillo suriano ¾o en su defecto un general nombrado por él¾ con un reducido número de tropas quedaban dueños de la situación. Evitaban caer en el juego de los federales.

         La “guerra de guerrillas” fue toda una realidad. Apareció en el campo morelense y con esto surgió un modo diferente de concebir y practicar la guerra. En épocas anteriores había sido implantada por la “chinaca”, tropas juaristas, durante la Guerra de Intervención. Su modus operandi consistió en pequeñas partidas que atacaban a los imperialistas y tenían asegurado el apoyo de los pueblos. La estrategia se retomó con ciertas reservas. Zapata conocía a su gente y las condiciones adversas que enfrentarían, por eso escogió ese tipo de combate.

         De acuerdo con las condiciones políticas, culturales y económicas, el Ejército Libertador del Sur no tenía los grandes recursos para armarse. Los rifles Winchester 30-30, carabinas Colt y demás implementos militares eran tomados al Ejército Federal, a la policía y algunas las conseguían de los contrabandistas de armas situados en la Ciudad de México.[10]

La respuesta del gobierno

Los generales encargados de combatir a los zapatistas en sus diversos momentos, como Felipe Ángeles, Victoriano Huerta y Pablo González contaron con el respaldo decidido del gobierno central. De esta manera, tuvieron el apoyo de las tropas y contingentes de rurales diseminados por todo el estado. Una de las fallas estratégicas gubernamentales fue el origen de estos hombres, ya que unos provenían de Guanajuato y otros de Jalisco, por lo tanto, no conocían el terreno, con esto su área de acción fue restringida. Otro elemento que jugó un papel determinante en el alargue del conflicto, se debió a que las zonas de influencia de las tropas federales fueron las ciudades; en cambio, el campo en su gran mayoría, estaba en manos de simpatizantes del Ejército Libertador del Sur.

         La ofensiva que lanzó Huerta sobre Morelos fue brutal, desde que la planeó con su Estado Mayor supo las pocas posibilidades de triunfo en la zona, en vista de esto se le ocurrió trasladar grandes núcleos de población a la península de Yucatán, para desmantelar la base del Ejército Libertador del Sur. La migración fue abundante. Los campesinos no pudieron regresar. Zapata enfrentó un duro golpe. La estrategia huertista fue letal. Empero, los asuntos internacionales cambiarían radicalmente el panorama en favor de los morelenses.

         Para 1914, las tropas huertistas estaban en su gran mayoría desplazadas en la lucha contra el constitucionalismo. Los pocos efectivos de rurales y militares que quedaron en Morelos se dedicaron a labores estrictamente defensivas. El resultado era que rara vez se movían de sus cuarteles, debido a que el general Genovevo de la O, metió tanto miedo a los rurales que éstos se mantenían en completa pasividad.[11]

       Con la intervención norteamericana en Veracruz, hecha por orden del presidente Thomas Woodrow Wilson, las facciones en conflicto se vieron orilladas a enfrentar la situación. Huerta, por su parte, reagrupó y movilizó a sus tropas estacionadas en Morelos, dicha acción fue un respiro para los zapatistas puesto que pudieron recuperar zonas que estuvieron bajo el control de los huertistas. La presencia del Ejército Libertador del Sur se acrecentó.

        La ocupación norteamericana retiraba de hecho el apoyo a Huerta. Las armas que éste había comprado en Alemania serían incautadas. Los carrancistas tuvieron la oportunidad de avanzar sobre la capital. En términos militares y estratégicos, Zapata también se benefició, ya que recogió el parque que los huertistas dejaron en su desordenada retirada, de tal manera, pudo mantenerse en pie de lucha por algún tiempo más y entró en una etapa netamente ofensiva, pues logró reasumir el control de las zonas que dejaban los federales. En este momento de confusión no hubo grandes acciones militares. Pese al avance zapatista, la administración Wilson los consideraba como la amenaza definitiva no sólo para los intereses estadounidenses sino incluso para la propia civilización.[12]

Los logros militares

Las acciones de guerra en las que intervinieron los zapatistas fueron numerosas. Por mencionar algunas, se puede mencionar el asedio a la hacienda de San Vicente, la toma de Cuautla y Chilpancingo, la de Ticumán, Jonacatepec; Portezuelo del Burro, Malinalco, San Juan Atzingo y otras. Sus generales de mayor lustre, por sólo mencionar algunos, fueron lógicamente Emiliano y Eufemio Zapata; Genovevo de la O, Francisco Mendoza y Fortino Ayaquica.

         La estrategia de guerra implantada por el Ejército Libertador del Sur tuvo buenos dividendos, bastaría con mencionar la situación militar y política que prevaleció a finales de 1911, en donde el zapatismo controló vastas regiones del sur. Para este momento se integraron diferentes gavillas de rebeldes casi independientes, bandidos sociales que se remontaron hacia los estados vecinos más allá de Morelos.

         La forma de lucha zapatista, mencionada líneas arriba, no es reconocida por determinados historiadores, incluso genera cierto rechazo. Algunos afirman que parece más un motín rural que una revolución.[13] Pese a esta percepción de las cosas, la ofensiva zapatista fue contundente. Los altos mandos agrupados en torno del Ejército Libertador del Sur —aunque algunos se manejaban con demasiada autonomía— se dividieron prácticamente el Estado de Morelos. Rodolfo Neri y Genovevo de la O, dominaron el norte del estado; Jesús Morales, ocupó buena parte de Puebla y, finalmente, controlaron algunas zonas en el Estado de México, como fue el caso de José Trinidad.[14]

         Hay más ejemplos. En marzo de 1914, Zapata tomó Chilpancingo, en buena medida su ofensiva militar se vio ayudada por la retirada del ejército huertista. Hubo varios elementos que hicieron especial esta acción de guerra. El general huertista defensor de la plaza, años atrás había depredado Morelos y con este antecedente fue fusilado. Al poco tiempo tomaron Jojutla, Jonacatepec y Cuautla; ante esta ofensiva, los federales dejaron el estado.[15]

         Finalmente, la “guerra de guerrillas” utilizada por el Ejército Libertador del Sur fue una estrategia que les redituó buenos dividendos. Con el uso de este tipo de combate dominaron amplias zonas del país: el Estado de México, Morelos, Tlaxcala, Puebla, Oaxaca y otros, con lo cual pudieron proyectar su lucha dentro del ámbito nacional. Su éxito político consistió en difundir el Plan de Ayala y darlo a conocer. La demanda de reparto agrario se extendió y fue conocida en otras latitudes.

El ocaso

En ese mismo año de 1914, los ejércitos de Pancho Villa y Emiliano Zapata entraron a la Ciudad de México. Todo era una fiesta, parecía el triunfo de la causa popular. Según las crónicas del momento, desfilaron más de 50 mil hombres.[16] A todos les impactó ver tal exhibición por las principales avenidas de la ciudad: Reforma, Juárez y Plateros. Lo insólito, para los observadores extranjeros, fue que los zapatistas desayunaron en el Sanborns, pagando el correspondiente importe de sus alimentos.[17]

         La coalición entre estos caudillos prometía el fin de la sangrienta lucha armada. Zapata y Villa hicieron un gran esfuerzo para lograr la consolidación de su entrada triunfal, y, por ende, se articuló una alianza militar nunca antes vista, la cual pretendía acabar con “[…] ese personaje que no les gustaba a ninguno de los dos: Carranza”.[18] No obstante, comenzaron los recelos y todo se vino abajo. Villa, temeroso de ver cortada su ruta de suministros se retiró hacia su zona de influencia. Zapata hizo lo propio. Con esto, la lucha del Ejército Libertador del Sur continuó dentro del mismo tenor, ya que había ocupado la capital por la salida de las tropas carrancistas.

         Nadie podía pensar que poco tiempo después, Villa y Zapata se hallarían fugitivos dentro de sus propias regiones, forzados a volver a la “guerra de guerrillas”, la cual probablemente creyeron haber dejado atrás para siempre, el día que ocuparon la capital.[19] Más tarde, con la ofensiva obregonista se replegaron más en el Estado de Morelos; desde ese momento, el Ejército Libertador ya no pudo dominar los valles cañeros. El ascenso del carrancismo y la derrota de Villa, en Celaya, facilitó un tanto las cosas para que el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista enviara tropas a Morelos. Zapata se replegó a las montañas. Su radio de acción se redujo drásticamente.

         Años más tarde, en 1919, la estratagema que Pablo González llevó a cabo en la hacienda de Chinameca asestó un duro golpe al zapatismo, pues con la muerte del Caudillo del Sur se daría por terminada una etapa llena de sobresaltos del Ejército Libertador del Sur.


Notas

[1] Cf. Miguel Sánchez, Historia Militar de la revolución zapatista bajo el régimen huertista.

[2] Cf. La obra sobre la milicia mexicana de Jorge Alberto Lozoya, El Ejército Mexicano.

[3] Cf. Friedrich Katz, La Guerra Secreta en México, p. 47.

[4] John Womack, Zapata y la Revolución Mexicana, p. 1.

[5] Cf. Enrique Krauze, Emiliano Zapata. El amor a la tierra, p. 84.

[6] Cf. Alan Knigth, La Revolución Mexicana. Del porfiriato al nuevo régimen constitucional, p. 355.

[7] Cf. Charles Cumberland, Madero y la Revolución Mexicana, p. 199.

[8] Cf. Salvador Rueda et. al., “La génesis del zapatismo”, en  Así fue la Revolución Mexicana, p. 295.

[9] Hans Werner Tobler, La revolución mexicana. Transformación social y cambio político 1876-1940, p. 236.

[10] Cf. Antonio Díaz Soto et. al., “Un noble amigo de Zapata”, en  El Universal, 13 de diciembre de 1950.

[11] Cf. J. Womack, op. cit., p. 129.

[12] Cf. John Mason, El México revolucionario. Gestación y proceso de la Revolución Mexicana, p. 406.

[13] Cf. J. Womack, op. cit., p. 131.

[14] Cf. Marta E. Ramos, “Los militares revolucionarios: un mosaico de reivindicaciones y de oportunismo”, en Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, p. 42.

[15] Cf. E. Krauze, op. cit., p. 97.

[16]Cf. Felipe Arturo Ávila Espinosa, “La ciudad de México ante la ocupación de las fuerzas villistas y zapatistas. Diciembre de 1914-junio de 1915”, en Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, p. 115.

[17] Cf. Gustavo Pérez, “Villa y Zapata en la ciudad de México” en: La Gaceta cehipo, p. 17.

[18] Friedrich Katz, Pancho Villa, p. 12.

[19] Cf. F. Katz, op. cit., p. 13.


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