Imagen «Museo de las Culturas de Oaxaca» by kevin dooley is licensed under CC BY 2.0
El museo: un espacio para la reformulación del discurso educativo
Glenda Cabrera Aquino [1]
Laura Cervera Aguilar y López [2]
Es bien cierto que la historia
nunca nos lo cuenta todo…
José Saramago
Primera Parte
A propósito de lo dicho por Saramago, la historia contada las más de las veces no es la historia de los vencidos es, por el contrario, la visión de la historia maniquea la que se transmite por diferentes medios. Un ejemplo muy claro de ello es la construcción del discurso del museo, discurso que devela la ideología del estado y su propósito de homogeneizar a los individuos, dotándolos de una identidad acorde a los intereses de unos cuantos, trayendo como consecuencia un profundo antagonismo hacia los grupos minoritarios.
«Es evidente que existe una franca competencia entre las ofertas culturales y el manejo de información que hacen los medios. Estos últimos, estableciendo complicidades con el aparato de estado, crean imágenes falsas de la realidad a través de una hiperestimulación sensorial, donde se privilegia la presentación sobre el contenido».
En el museo existen visiones estereotipadas del pasado, fragmentación de los contenidos que transmite y de las colecciones que exhibe. Su dinámica lo hace sumergirse en una atmósfera atemporal y, en lo aparente, la dicotomía vida-muerte que distingue su esencia transcurre sin altibajos, sin protestas, pues mantiene uniforme la identidad colectiva y a sus voces silenciadas. Recordemos que el museo es un espacio sacralizado, donde el individuo que transita debe necesariamente callarse. A la institución museística se le ha definido a partir de diversas nociones, las cuales dan cuenta de la multiplicidad de significados que se le atribuyen. No obstante, su función educativa la ha ejercido desde la historia de bronce,[3] historia pragmática por excelencia, cuya construcción discursiva, exalta ciertos acontecimientos sobresalientes del pasado, a los héroes y a los mitos. De esta manera, al mitificarse la historia que se transmite, se produce una falsificación de la realidad, es decir, de los sucesos originarios.
Así, el discurso del museo de bronce consolida, por supuesto, una idea del ser humano, de la sociedad y del imaginario colectivo[4] que no responde a las voces de la diversidad social, de las minorías y de la pluralidad cultural.
¿Cómo construir un discurso incluyente, tolerante que favorezca la libertad y la creatividad? ¿Cómo deconstruir esa idea maniquea de historia e identidad? ¿Cómo crear un espacio donde confluyan historias colectivas y vida cotidiana?
Las anteriores interrogantes nos obligan a realizar un análisis del contexto cultural de nuestro tiempo y de las condiciones que han impuesto los medios de información con sus formas comunicativas. Dichos medios se encargan de esquematizar la vida, de fragmentar la realidad y de anular la capacidad de abstracción de los individuos.
Es evidente que existe una franca competencia entre las ofertas culturales y el manejo de información que hacen los medios. Estos últimos, estableciendo complicidades con el aparato de estado, crean imágenes falsas de la realidad a través de una hiperestimulación sensorial, donde se privilegia la presentación sobre el contenido.
Los medios han jugado un papel de control, eso es innegable, y de construcción artificial de lo social, produciendo ilusiones y mediatizando los comportamientos colectivos. Por lo tanto, los medios son una instancia clave del sistema de poder.[5]
«la cultura de la imagen pretende crear sujetos acríticos, sujetados a una realidad que no entienden ni les importa, incapaces de construir nuevas posibilidades de vida».
En este sentido, la televisión ha jugado un rol decisivo transformando al hombre en homo videns y a la sociedad en su conjunto en un híbrido teledirigido.[6] Provoca en los sujetos una distorsión del mundo, ya que substituye el pensamiento abstracto y conceptual por la imagen. El ser humano expuesto constantemente a una gran cantidad de estímulos sensoriales es incapaz de entender su propia cultura.
Efectivamente, la cultura de la imagen pretende crear sujetos acríticos, sujetados a una realidad que no entienden ni les importa, incapaces de construir nuevas posibilidades de vida. Estos sujetos son la materia prima con la que se trabaja en el museo, el homo videns y el vídeo-niño. Luego entonces, ¿cuál es la propuesta y la oferta cultural que debe proporcionar el museo ante esta problemática social?
Umberto Eco[7] nos dice que el museo es una creación perversa desde el punto de vista histórico que, así como conserva, fragmenta, destruye y oculta. La alternativa, según el mismo autor, sería pensar al museo como una máquina de comunicación orientada con otros usos, a fin de que sea un lugar de vida y no un sitio de muerte.
El museo presenta su discurso al público que lo visita, ligado a valores y visiones del mundo legitimadas por los grupos dominantes ¿Cómo enfrentar esta cultura de la imagen, con el poder mediático que ésta genera? En este contexto, indudablemente, al surgir nuevos sujetos obedientes a un modelo político globalizado, se da un adormecimiento social en aras de la homogeneidad, donde el uso de la imagen sirve a un modelo existencial centrado en el consumo indiscriminado. De esta manera, la imagen es una representación de las cosas y no de los conceptos; hemos sufrido, por tanto, una pérdida de la realidad y creado un mundo ilusorio que enmascara lo real, produciéndose un espejismo que nos lleva necesariamente a confundir la vida con una realidad virtual.[8]
El museo debe de comenzar por cuestionar su discurso hegemónico, su perfil dogmático, y proponerse desarrollar la conciencia del público que lo visita, implementando estrategias de comunicación y dándole un peso fundamental a la identidad de cada grupo al reconocer la diversidad social. Esto significa un reconocimiento del otro, una transformación profunda de sus concepciones, una articulación estrecha de sus espacios relacionales, de las múltiples disciplinas que lo conforman. Debe modificar sus enseñanzas y sus interpretaciones del mundo, tener una disposición de cambio y una nueva visión de la historia, del hombre y de la sociedad. El museo no es un almacén de información, ni una bodega de objetos relevantes y atractivos. “El museo debe abandonar la presentación solemne, distante y estática de los objetos”[9] para no mostrar solamente los objetos del pasado, sino la dinámica de su transformación cultural. En este sentido, todo lo que exhibe sería fuente de identidad cultural viva.
Es importante destacar que las colecciones, al llegar al museo, perdieron su significado original y, aunque esto parezca una limitante, en realidad, no lo es, pues los objetos con el paso del tiempo acumularon múltiples sentidos, siendo una de las tareas imprescindibles del museo proporcionar claves para descifrar esta riqueza de significados.
El museo debe revitalizar su función de mediador cultural, debe construir un puente entre el imaginario individual y colectivo, crear lazos sociales que posibiliten al individuo situarse en la realidad y no en un mundo de caos y confusión. Augé advierte del peligro de la confusión entre la ficción, el sueño y la realidad.
El establecimiento de un régimen de la ficción conduciría a la sociedad a dudar de la realidad, poniendo en peligro los espacios de mediación entre los individuos, la cultura, el arte y la educación. La catástrofe sería[10] comprender demasiado tarde, que, si lo real se ha convertido en ficción, no quedará ningún espacio posible para la ficción y para lo imaginario.
Segunda Parte
El ser humano es tiempo, su destino
es el de crearse de nuevo.
Octavi Fullat
«¿Qué es lo que se debe recuperar en este mundo caótico, devastado por los intereses económicos sobre los valores humanos? Visualizar un pensamiento crítico desde distintas narrativas manejadas en el museo, que permita al discurso educativo una resignificación conceptual y adoptar una postura crítica ante actitudes maniqueas, que vaya encaminada hacia la reflexión permanente, en fin, que permita asumir un compromiso histórico ante la complejidad del mundo».
El museo está vinculado con la herencia cultural de distintas manifestaciones de la humanidad, con otras formas de vida, con una perspectiva histórica. Una de sus funciones es crear marcos de referencia que posibiliten a todos los individuos tener una perspectiva de sus raíces, con la intención de ubicar el tiempo y el espacio de la existencia. Dicha existencia es una continuidad que permitirá tener un elemento de reconocimiento que pueda proyectarnos hacia el futuro, esto es una necesidad ontológica.
Se sabe que el hombre se maneja en dos dimensiones: por un lado, tiene una existencia biológica, la cual le confiere ciertas características y, por el otro, habita en un mundo creado por él mismo en donde ejerce un proceso de aprendizaje para dominar a la naturaleza. Este mundo de artificio le permite desarrollar la cultura, por tanto, el ser humano para ser el que es tiene que aprender a serlo. Dicho de otra manera, para alcanzar la plenitud debe de aprender a ser humano. Es en este sentido que se puede hablar de la educación como un medio de asimilación de las tradiciones culturales. La educación, desde este punto de vista, permite visualizar la existencia de diversos espacios destinados a la articulación de significados: la familia, la escuela y los museos, entendidos estos como espacios socializadores, donde se estructura el orden social jerarquizado.
El museo funge como transmisor de símbolos, proporcionando un concepto de identidad homogeneizada. Por tanto, en esa manera de ordenar el discurso del pasado, el museo construye comunidades imaginarias,[11] siendo estas últimas construcciones simbólicas de la realidad.
El museo, en el ordenamiento de su discurso, reproduce relaciones de desigualdad, luego entonces, significa ubicarlo en un orden social, en un campo específico donde se manifiestan una serie de relaciones y vínculos. Esto obedece, por supuesto, a la dialéctica propia del espacio cultural y también a la composición de las estructuras internas de estos espacios. Digamos entonces que el museo es determinado por las estructuras al mismo tiempo que él las determina. Este funcionamiento, de estructura estructurante que tiene el museo, es por demás compleja, pues implica pensar en términos de relaciones tanto al interior del campo, como hacia el exterior del mismo.
En la dinámica del museo se evidencian los elementos constitutivos de este campo: los participantes, el capital cultural, las instituciones, el lenguaje simbólico, los intereses, el poder y el habitus.[12] Por tanto, la relación de fuerzas encontradas y luchas persistentes permite la supervivencia de este campo y su legitimidad. En este sentido, la conformación de un campo es el resultado del accionar de todos los elementos. De alguna u otra forma, los campos se interrelacionan y se superponen en el entramado social.
Así, lo que sucede en el museo con relación al discurso educativo debe ser pensado como un elemento de análisis. Análisis que permitirá la construcción de un discurso, que, desde lo cotidiano, refleje el quehacer educativo de los museos. Desde luego, el entender el discurso cotidiano del museo no es tarea fácil, pues muchos de sus aspectos no están documentados, por lo que se hace necesario abordar la problemática desde otras disciplinas que nos arrojen particularidades para el análisis de la relación museo-discurso educativo.
Encontramos así que la educación debe ser entendida desde la perspectiva de la antropología, como un concepto que permite entender al hombre desde su esencia, al hombre inquieto por la búsqueda de conocimientos, consciente de su condición de creador y criatura… capaz de intervenir en el mundo, de construir su propia historia.
El concepto de «educabilidad» que aporta la antropología, permite delimitar nociones interpretativas de la acción del discurso educativo en el museo. La ideología, el poder, la fragmentación del conocimiento, la idea que se tiene de historia y el manejo de la oficialidad de la misma, los recursos didácticos, la fundamentación del discurso educativo, la idea de adquisición de conocimientos y, por supuesto, de aprendizaje significativo, son algunos de los tópicos que deben ser abordados para procurar alternativas museo-pedagógicas. La filosofía, por su parte, nos permite vislumbrar el sentido de lo humano y la existencia, así mismo, a través de un enfoque crítico de la historia, reconocer y cuestionar el discurso institucional que transmite el museo, respaldado por la disposición de sus colecciones, por sus recorridos y por los guiones museográficos y museológicos y en algunos casos por el vínculo que se ha querido establecer entre el discurso del museo y los contenidos programáticos de los planes y programas referidos a la educación básica y media básica.
El museo, lugar de privilegios, es reflejo de la historia social, del discurso del poder y de la política, sus maneras de representación inciden definitivamente en la forma de enseñar la historia al ser un espacio vinculado con la educación que proporciona el Estado y los contenidos a enseñar que este privilegia. El discurso educativo, así mismo, está al servicio de esta dinámica, no obstante, lo que ocurre diariamente en el museo permite, mediante el trabajo cotidiano, que se generen alternativas de resignificación contestataria a la narrativa que se legitima en este espacio cultural.
En el mundo actual, los seres humanos están sobreexpuestos a un bombardeo de imágenes. En este sentido, Sartori señala que los medios informativos anulan la capacidad de abstracción de tal forma que quedamos “Atrapados en un gigantesco sistema de masas, en un mundo dominado por el materialismo extremo y con la idea de que formamos parte de la comunidad global, asistimos al inicio de este siglo despojados de los sueños pues quien posee capital e influencia no los necesita y quien nada posee no cree en ellos”.[13] La sociedad desfasada otorga el poder a los medios de información para que sean ellos quienes eduquen a los individuos, mientras las instituciones educativas y culturales permanecen al margen, al ser desplazadas sistemáticamente. Sin embargo, el predominio de las Tecnologías de la Información y Comunicación (TICs) han propiciado nuevos impactos en la sociedad, ya que el fenómeno pone de manifiesto las profundas desigualdades que existen, favoreciendo la exclusión.
La era de la información presenta múltiples contradicciones y nuevos problemas de conocimiento. Es imprescindible asumir el fenómeno educativo en el museo como un campo interdisciplinario teórico-práctico, orientado a desarrollar programas y proyectos sustentados en los más variados soportes técnicos, privilegiando el desarrollo del pensamiento reflexivo y construyendo redes de inteligencia y comunicación.
¿Cómo incorporar nuevas nociones educativas y ayudar a transformar la percepción de los procesos educativos generados en el museo? La creciente mediatización de nuestras sociedades hace que cada vez más tengamos que idear soluciones en equipo y a distancia ante problemas de gran complejidad.
¿Cómo propiciar la colaboración activa y propositiva contra la competencia individual aislada y pasiva? Al carecer de una política pública científica y educativa clara, que ayude a transformar nuestras relaciones, es importante potencializar los usos sociales de la tecnología para desarrollar propuestas educativo comunicacionales concretas, en este sentido, un instrumento de grandes alcances es el internet, el poder manejar información por esta vía nos ofrece una gama de posibilidades de aprendizaje y de conocimiento a nivel mundial.
Por otra parte, el desafío de una reformulación educativa desde el museo implica necesariamente entender las desigualdades y las resignificaciones que desde los espacios culturales se hace de la educación, condenándola a una forma repetitiva de contenidos escolares y visiones fragmentarias de la historia y de la civilización. ¿Qué es lo que se debe recuperar en este mundo caótico, devastado por los intereses económicos sobre los valores humanos? Visualizar un pensamiento crítico desde distintas narrativas manejadas en el museo, que permita al discurso educativo una resignificación conceptual y adoptar una postura crítica ante actitudes maniqueas, que vaya encaminada hacia la reflexión permanente, en fin, que permita asumir un compromiso histórico ante la complejidad del mundo.
Dicho lo anterior, es indiscutible que el museo a través del discurso educativo del que echa mano puede generar conocimientos que lleven al ser humano a entender su entorno y le permitan integrar y producir conceptos para problematizar su realidad. La cultura se comunica por medio de los procesos educativos y es el museo como espacio cultural quien coadyuva a esa transmisión. Al respecto, Alderoqui menciona[14] que el museo es un producto de la recolección de objetos significativos que conceptualiza y muestra; por tanto, es también una lección de cosas. Mediante los objetos, que son signos, el visitante se adentra al universo de la cultura a la que habrá de interrogar.
Evidentemente, el espacio museístico es un escenario en permanente construcción, un laboratorio social que nos retroalimenta de experiencias invaluables, un lugar donde el hecho educativo se da cotidianamente. Es fundamental, para fortalecer el quehacer pedagógico, construir un espacio de investigación educativa y cultural que retroalimente nuestras experiencias, propiciando así un contexto de educación inclusiva que interpele la realidad y descomponga los modos convencionales de pensar, practicar y experimentar la educación.
Notas
[1]Licenciada en Pedagogía por la FFyL, UNAM. Maestra en Museos, Educación y Comunicación por la Universidad de Zaragoza, España. Especialista en Políticas Culturales y Gestión Cultural, UAM. Gestora Cultural en el Museo Nacional de Antropología, INAH. Profesora de Asignatura en la FFyL, UNAM. Correo electrónico: glendacabrera@filos.unam.mx
[2]Licenciatura en Literatura Dramática y Teatro, por la FFyL, UNAM. Maestra en Museos, Educación y Comunicación, Universidad de Zaragoza, España. Asesora educativa en el Museo Nacional de Historia y la Galería de Historia, INAH. Correo electrónico: lauracervera@inah.gob.mx
[3]Luis González, et al. Historia ¿Para qué? México, S.XXI, 1998. p. 64.
[4]Enrique Florescano. Historia y el historiador. México, FCE, 2000. p. 102.
[5]Luis Javier Garrido. “La Comilona”. En La Jornada, México, 25 de octubre, 2001. p. 25.
[6]Giovanni Sartori. Homo videns. México, Taurus, 1997. p.12
[7]Umberto Eco. El Museo una máquina comunicativa que puede ir de la didáctica a la utopía. En Il potere Locale. Roma, 1990. p. 3.
[8]Mark Augé. La Guerra de los sueños. Barcelona, Gedisa. 1998. p. 40.
[9]F. Schouten. “La educación en los Museos, un desafío permanente”. En Museum, Núm.156. París, UNESCO. 1987, Vol. XXXIX, Núm.4. p.243.
[10]Mark Augé. Op. Cit., p. 80.
[11]Enrique Florescano. Op. Cit., p. 108.
[12]Pierre Bourdieu. “Los tres estados del Capital Cultural”. En Revista Sociológica. Otoño 1987, Vol: Año 2, Núm. 5. p. 136.
[13]Giovanni Satori. Homo videns. México, Taurus, 1998. p. 22.
[14]Silvia Alderoqui. Museos y Escuelas. Socios para educar. Buenos Aires, Paidós, 1996. p. 19.
Referencias
ALDEROQUI, Silvia. Museos y Escuelas. Socios para educar. Paidós, Buenos Aires, 1996.
AUGE, Mark. La Guerra de los sueños. Gedisa, Barcelona, 1998.
BOURDIEU, Pierre. (1987). “Los tres estados del Capital Cultural”, en Revista Sociológica. Otoño 1987, Vol: Año 2, Núm. 5.
ECO, Umberto. El Museo una máquina comunicativa que puede ir de la didáctica a la utopía. En Il potere Locale. Roma, 1990.
FULLAT, Octavi. Antropología y Educación. UIA, México, 2001.
FLOSRESCANO, Enrique. La historia y el historiador. FCE, México, 2002.
GARRIDO, Luis Javier. “La Comilona”, en La Jornada. México, 25 de octubre, p. 25, 2001.
GONZALEZ Luis, et al. Historia ¿Para Qué? S.XXI, México, 1998.
SARAMAGO, José. “Este mundo de la injusticia globalizada”, en La Jornada, México, 2001.
SARTORI, Giovanni. Homo videns. Taurus, México, 1998.
SCHOUTEN F. “La educación en los Museos, un desafío permanente”, en Museum, Núm.156. París, UNESCO. 1987, Vol. XXXIX, Núm.4, pp. 240-244.