El reconocimiento como espectáculo o el espíritu decapitado

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El reconocimiento como espectáculo o el espíritu decapitado

Juan Daniel Gutiérrez Reyes

El hegelianismo ha muerto. Pero su derrumbe es un mundo,
el mundo en que nosotros vivimos.

Jean-Michel Palmier

 

El siguiente trabajo analiza el deseo de la acumulación de seguidores en redes sociales a partir del momento de “la autoconciencia autónoma y no-autónoma” de la Fenomenología del espíritu de Hegel. Para ello, se hace una observación general de las redes sociales y el influencer. Después, se expone el deseo de reconocimiento bajo el esquema de la dominación y la servidumbre. Posteriormente, se vinculan el influencer y los momentos del esquema anteriormente presentados. Para finalizar, se evidencia que el afán por seguidores es una falsa salida del reconocimiento, ya que el ser-reconocido es un carácter espectacular e instrumental, pues lo que busca es el beneficio personal a costa de volverse un ser pletórico y encerrado en el círculo del seguido-seguidor.

 

Introducción

 

Las redes sociales han acaparado la vida. Hoy en día, no hay nada que no atraviese por las redes sociales para darse existencia. La manifestación de éstas ha ido desarrollándose: evolucionó de las páginas estilo Blogs, pasando por Facebook, Twitter y WhatsApp, hasta las más recientes como Instagram, Tik tok u Only fans; sin olvidar plataformas como YouTube, Spotify y Gmail, por mencionar las de mayor publicidad. Cada una enfocada hacia un mensaje específico. Empero, en todas se busca el mismo objetivo: la acumulación desproporcionada de visualizaciones y/o reproducciones.

Esa necesidad de acumulación responde al deseo de ser “famoso”, de obtener beneficios y ganar dinero haciendo lo que a uno “le gusta”. Dicho fenómeno recibe el nombre de influencers ¿Qué es un influencer? Un influencer es un individuo que, a partir de alguna red social, ya sea de manera intencional o azarosa, se vuelve viral, es decir, circula de manera avasalladora por internet hasta consolidarse como un perfil que tiene una abundante cantidad de seguidores que tanto distribuyen como consumen el material que produce. El influencer, al convertirse en tal de modo tanto intencional como azaroso, propaga y promueve la idea de que otras personas pueden, también, lograrlo.

Las redes sociales se han saturado de contenido, haciendo inabarcable el material disponible. Los usuarios vacían sus vidas a los diversos perfiles, aparece la necesidad por compartir todo, ya que el incremento de actividad supone la creencia de que, eventualmente, aumentarán el número de seguidores y de reacciones, o sea, serán unos influencers. Así, surge una tendencia por compartir la vida, mi vida, con los demás. En la misma línea de actuación, se impulsa el deseo por hacer lo mismo, hacer lo que hacen los otros, buscando participar en actividades colectivas a distancia, los challenges.

En ese sentido, las redes sociales implican una nueva forma de ligarse con los otros, desde la individualidad, particularidad y soledad cabe relacionarse con el otro, anulando las disposiciones espaciotemporales, ya que se puede ser más cercano con personas a grandes kilómetros de distancia que con los propios familiares o vecinos. Si esto es así; ¿qué clase de vínculos genera esa manera de conectarse?; ¿cuáles son las motivaciones que se persiguen en tal esquema de entrelazamiento?, en otras palabras, ¿qué implicaciones conlleva vivir en una época donde el reconocimiento ―antaño buscado en la lucha política, intelectual o artística― es un espectáculo?

 

La antropología del reconocimiento o la autoconciencia del deseo en Hegel

 

La Fenomenología del espíritu de Hegel es, junto con la Crítica de la Razón Pura de Immanuel Kant, la cumbre del pensamiento moderno. La Fenomenología consta de seis partes: Conciencia, Autoconciencia, Razón, Espíritu, Religión y Saber Absoluto. Dentro de la magna obra, se desarrolla la Conciencia-inmediata ―certeza sensorial― para alcanzar el fin-final, el saberse espíritu dentro del saber-absoluto ―Autoconciencia-mediatizada, en el Ser-en-sí-y-para-sí. Tal desarrollo, acontece debido a la totalidad que se Totaliza, es decir, la totalidad ―lo humano y lo natural, el sujeto y la substancia― en tanto inmediata se manifiesta contradictoria, por lo cual, tiende a repelerse mutuamente, a entrar en una confrontación o guerra, en la cual, como en toda guerra, hay un esfuerzo por destruir al otro o anular su fuerza hasta conseguir la victoria. Tal curso se va iterando hasta colegir en la Totalidad totalizante, aquella en la cual ya no hay lo distinto, puesto que todo lo diferente ha sido revisitado como identidad. Con ello, “La fenomenología del espíritu es, pues, un relato del modo como el sujeto se va convirtiendo en sujeto libre. La finalidad que se persigue es la libertad”,[1] en esa libertad final se es absoluto.

Dejando de lado la estructura total, para puntualizar en el momento de la Autoconciencia, conviene señalar, como sostiene Eugenio Trías, que “[…] más que una teoría del conocimiento. Constituye una teoría del reconocimiento”.[2] Asimismo, Kojeve señala que tal momento es el antropogénico, pues es en ese punto donde lo animal-humano pasa a ser-humano, lo Humano se instituye rechazando su naturaleza-animal, afirmando su humanidad, tenue y frágil, pero ya humana. Así pues, la teoría hegeliana del reconocimiento es una propuesta antropogénica del ser-humano, o sea, el ser-humano se origina en y por el reconocimiento, ser-humano significa ser-reconocido.

En ese sentido, el momento de la autoconciencia es un momento fundamental en la propuesta hegeliana, ya que en el encuentro entre dos autoconciencias tiene lugar la situación contradictoria donde “[…] una autoconciencia es el objeto, éste es también, en la misma medida, tanto yo como objeto ―Con lo cual ya está presente para nosotros el concepto de espíritu”.[3] Ese primer bosquejo del espíritu-absoluto no es otra cosa que el ímpetu por ser y hacerse libre ―no es casual que se denomine servidumbre (lo no-libre) y señorío (lo libre) a las conciencias de tal encuentro. Tal encuentro, Hegel lo describe como una situación de enemistad, debido a que, de modo inmediato, “[…] la autoconciencia es simple ser-para-sí, igual a sí misma por excluir a todo lo otro fuera de sí; a sus ojos, su esencia y objeto absoluto es yo […]”,[4] en otras palabras, cada autoconciencia singular considera al otro como no-autoconciencia, pues la autoconciencia es un yo-particular que rechaza cualquier tipo de pluralidad, por lo cual, para afirmar la singularidad de la autoconciencia-yo se requiere contrariar a la otra, asumiendo cada una la primacía.

La contrariedad se presenta a la autoconciencia como “[…] lo que otro sea para ella, lo es como objeto inesencial, marcado con el carácter de lo negativo”.[5] Así pues, la contrariedad dada no es la del reconocimiento, en ella, el otro no es autoconciencia. Cada una se sabe autoconciencia, pero no sabe nada de la otra. Saberse autoconciencia, o sea, sujeto de conocimiento es un saber precario, pues lo que se necesita es del otro, es decir, que alguien ajeno al yo me identifique como sujeto de conocimiento; sin embargo, lo único que puede dar cuenta de un sujeto de conocimiento, una autoconciencia, es otro sujeto de conocimiento, una autoconciencia diferente. Ese dar cuenta de otra autoconciencia es el momento del reconocimiento. Ahora, ese momento sólo es posible en la medida que una conciencia sabe que puede conocer, se sabe conciencia, es autoconciencia, y en la medida que se sabe a sí misma, puede conocer a otra conciencia.  Dicho conocimiento mutuo es la coincidencia de sujetos de conocimiento, autoconciencias, en otras palabras, ser conciencia para-sí y para-otro, reconocerse.

Ahora bien, el reconocimiento no atenúa la enemistad, la agudiza, habida cuenta de que cada autoconciencia persigue para-sí la cumplimentación, el reconocimiento sólo de sí. Por ello, la autoconciencia se ejercita en una “[…] actividad del otro y actividad a través de sí mismo. En la medida que es una actividad del otro, cada una va, entonces, a por la muerte del otro”.[6] En este mutuo ir a por la muerte del otro, cada uno antepone su muerte, ya que “[…] no puede vivir humanamente sino a condición de ‘realizar’ su muerte: de tomar conciencia, de ‘soportarla’, de ser capaz de afrontarla voluntariamente. Ser Humano, para Hegel, es poder y saber morir”.[7]

En la disputa a muerte, cada autoconciencia, para ejecutar la muerte del otro, interpone su muerte y antepone a su muerte el ejercicio de la libertad, puesto que arriesgar la vida, darse a la muerte, implica negarse y “[…] la Negatividad es Nada y muerte, no hay libertad sin muerte, y sólo un ser mortal puede ser libre”.[8] Así pues, el elemento esencial del reconocimiento es la muerte, que sólo se da a través de la libertad, el reconocimiento es en y para sí un acto de libertad. En tal enfrentamiento, Hegel muestra un gran dilema, a saber, que si se cumple plenamente el acto de ser-libre, entonces, o se muere o se mata al otro; empero, si una autoconciencia fenece, la otra ya no tiene quien la intuya, quien la valide como autoconciencia, en última instancia, quien la reconozca.

Si esto es así, el ser-autoconsciente advierte el siguiente problema: o niega su libertad para matar o niega su libertad para morir y “[…] su acto es la negación abstracta, no la negación de la conciencia, la cual cancela de tal manera que asume y, lo asumido, se preserva y se mantiene, sobreviviendo, por ello, a su haber-sido-cancelada”.[9] En otras palabras, no hay muerte del otro, sino sometimiento, ya que uno rechaza su libertad ―ser-para-sí― en favor de la vida ―no-ser-para-sí―, dando lugar a la figura del siervo, ―ser-para-otro. Si hay siervo, debe haber señor ―ser-para-sí―; “sometedor” y sometido, ser-libre y ser-no-libre, quien afirma la libertad y quien la niega.

Finalmente, Hegel sostiene que el Señor ve las cosas en tanto mediadas por el siervo, las disfruta; por contra, el siervo ve a las cosas directamente en tanto desgaste, las trabaja. De tal modo, el Señor se hace un ser-para-otro, una autoconciencia dependiente; en cambio, el siervo, un ser-para-otro, a través del trabajo se hace independiente, pues “[…] la actividad que da forma, es, a la vez, la singularidad o el puro ser-para-sí de la conciencia”.[10] No obstante, la independencia del siervo es abstracta, no concreta, lo mismo que la dependencia del señor, dado que el siervo trabaja por el temor que influye el señor sobre él, temor que se sostiene en y por la libertad, o sea, el poder, hacer, saber y (no) querer morir.

 

Hegel y los influencers: el seguidor y el seguido

 

Al inicio de la sección sobre “Señorío y servidumbre”, Hegel menciona que “[…] la autoconciencia es en y para sí en cuanto que y porque es en sí y para sí para otra autoconciencia; es decir, sólo es en cuanto se la reconoce”;[11] tales palabras condensan todo el apartado sobre la autoconciencia, en la medida que destacan la primacía del reconocimiento en el ser del ser-humano. El reconocimiento es un deseo, deseo del deseo. El deseo es la satisfacción de sí a partir de otro, pero la satisfacción lleva a la desaparición del otro ―al tener sed, hace desaparecer el agua―; no obstante, el reconocimiento necesita de la vivencia y supervivencia del otro, de lo contrario no hay quien reconozca, sólo hay reconocimiento en la no-desaparición del otro, en la identidad-del-otro. Siendo el deseador una autoconciencia ―en el deseo de reconocimiento― debe esa autoconciencia reconocer al otro como autoconciencia para poder alcanzar el reconocimiento, de lo contrario no cabe ser-reconocido.

De tal sección, Giorgio Agamben hace la siguiente anotación:

[…] el deseo de ser reconocido por los otros es inseparable del ser humano. Es más, este reconocimiento le es tan esencial que, según   Hegel, cada uno está dispuesto a poner en juego su propia vida para conseguirlo. No se trata, en efecto, sencillamente de satisfacción o amor propio, más bien es sólo a través del reconocimiento de los otros que él [ser-humano] puede constituirse como persona.[12]

 

«En la actualidad, en las redes sociales cuando se alcanza el reconocimiento no es por ser uno mismo, sino por ser a través de un perfil. El perfil no es sólo la presencia del rostro visto desde un costado, sino la exposición delimitada desde un punto de vista determinado por uno mismo, de lo que uno busca mostrar, prescindiendo de lo que disgusta, es una parcialidad de uno mismo, o sea, una máscara que se oculta mostrándose, una parte que termina totalizándose y olvida el todo en favor de la parte.»

Ser persona,[13] mejor dicho, un personaje es la intención que se persigue cuando se busca el reconocimiento. En la actualidad, en las redes sociales cuando se alcanza el reconocimiento no es por ser uno mismo, sino por ser a través de un perfil. El perfil no es sólo la presencia del rostro visto desde un costado, sino la exposición delimitada desde un punto de vista determinado por uno mismo, de lo que uno busca mostrar, prescindiendo de lo que disgusta, es una parcialidad de uno mismo, o sea, una máscara que se oculta mostrándose, una parte que termina totalizándose y olvida el todo en favor de la parte.

En efecto, estar en redes sociales, tener un perfil ―o varios como es lo usual― es darse al mundo, buscar el reconocimiento evitando la exposición plena, en términos hegelianos, prescindir del poder y saber morir. Como en todo hacer humano, en las redes sociales se lucha por reconocimiento, quienes lo alcanzan o lo persiguen indefinidamente son los influencers. El influencer es un perfil que cuenta con una gran cantidad de seguidores, perfiles que lo conocen y, tras navegar en redes, lo reconocen en todos y cada uno de los posts en que aparece, reaccionando a tales ―dando likes, vistas, comentando, compartiendo.

Si esto es así, la distinción entre Seguido-seguidor (S-s) parece reflejar los momentos del Señor-siervo (S-s), ya que ambas relaciones se determinan por el reconocimiento; sin embargo, hay diferencias entre estos dos tipos de relación. En el segundo, hay un enfrentamiento ―dos autoconciencias que se ven a la cara―, en el primero, el encuentro nunca se da, es un encuentro-aparente. Asimismo, en la segunda relación, el deseo de reconocimiento es mutuo, ambos buscan ser reconocidos, pero en el caso del influencer, aunque le interese ser reconocido, no le interesa por quien lo sea, es indiferente para con su tipo de seguidores, en el extremo, compra seguidores, bots.

Así pues, dado que el influencer es indiferente para con el seguidor, pues la mayoría de ellos son desconocidos para él ―ni los conoce ni los puede reconocer―, el encuentro es unilateral; por otra parte, lo que el seguidor ve del influencer no es a la persona, sino el personaje o perfil que hace de sí mismo. Lo que conoce el seguidor del influencer es sólo una parcialidad, lo cual no impide que lo reconozca y que de hecho busque su reconocimiento ―no en balde, se comenta, pues lo que esconde el comentario es el deseo de ser visto por el otro, no un otro-abstracto, sino el influencer mismo―, pues “[…] aquello a lo que se confía la conciencia ingenua como inmediato, como lo más cercano a ella, es objetivamente tan poco inmediato y primero como toda posesión”,[14] ya que si hay algo que Hegel destaca es que lo inmediato es lo más abstracto, lo más alejado de la verdad, lo más cercano a lo no-verdadero y que nunca es inmediato, sino algo ya mediado. Tal es el tipo de interacción en las redes sociales.

«..el influencer, como el Señor, se muestra un ser-para-otro, si quiere persistir como tal, debe mantener la relación con sus seguidores, tiene que aumentar y sostener la producción del material para el disfrute de ellos. El influencer para mantenerse requiere del espectáculo, hacer de su perfil un espectáculo para sus seguidores.»

Establecidas ciertas distinciones, conviene para el caso reflexionar a partir de las categorías hegelianas la situación de las redes sociales. Siguiendo el paralelismo entre Señor-siervo y Seguido-seguidor, habría que equiparar Señor-Seguido y siervo-seguidor. De tal modo, si el Señor es el Seguido, entonces el Señor depende de los seguidores, pues si deja de ser seguido, entonces deja de ser Señor. Así pues, el influencer, como el Señor, se muestra un ser-para-otro, si quiere persistir como tal, debe mantener la relación con sus seguidores, tiene que aumentar y sostener la producción del material para el disfrute de ellos. El influencer para mantenerse requiere del espectáculo, hacer de su perfil un espectáculo para sus seguidores.

El Influencer que se presentaba como Señor ahora se muestra como el siervo, pues el que produce es el siervo, no el Señor. El seguidor que se veía como siervo, dado que es el que disfruta, entonces es el Señor. Si esto es así, el seguidor (Señor) debe ser el reconocido, pero tal situación no se da, los seguidores son los desconocidos. Siempre se reconoce al influencer, al personaje que hace el espectáculo, nunca a los seguidoresespectadores, ellos son una cifra indeterminada ―dado que fluctúa constantemente― que hace ser influencer al influencer. A partir de tal contrasentido en la relación Seguido-seguidor, los márgenes entre Señor-siervo se diluyen, pierden todo criterio de identificación, pues en el vínculo de las redes sociales, “[…] el espectáculo ha realizado, de forma paródica, el proyecto marxista de una sociedad sin clases”.[15]

En efecto, la relación Seguido-seguidor, al desaparecer las distinciones que posibilitan el reconocimiento, da lugar a que el reconocimiento sea una cuestión cuantitativa, de ver quien tiene más seguidores y para conseguirlos se debe aumentar el perfil, es decir, lo que se muestra en redes sociales. Tanto el influencer como el seguidor son un ser-parcializado-fragmentado. Todo seguidor aspira a ser seguido, es más, sólo es seguidor en tanto puede ser seguido, por tanto, la diferencia entre ser uno u otro es nula, ya que todo usuario persigue “[…] la idea de que cada uno puede hacer y ser indistintamente cualquier cosa. […] todos simplemente están plegándose a esa flexibilidad que hoy es la primera cualidad que el mercado exige de cada uno”.[16]

Tal flexibilidad impide el acceso a la identidad, pues requiere de actualizaciones continuas. Actualizarse significa negar lo que se era sin mantener nada, pasar del no-ser al ser, pues lo que se era ahora es nada. De tal manera, ya no cabe el conocimiento de sí, mucho menos el reconocerse. El reconocimiento sólo lo puede dar otro, el otro me dicta que soy, un otro que es un número. Si algo define la identidad es, lo único persistente, el perfil ―ese ser mutilado que cambia continuamente―; la pantalla

 

[…] que enclava al individuo en una identidad puramente biológica y asocial, le promete dejarlo asumir en internet todas las máscaras y todas las segundas y terceras vidas posibles, ninguna de las cuales podrá pertenecerle jamás en sentido propio. A ello se suma el placer, rápido y casi insolente, de ser reconocido por una máquina, sin la carga de las implicaciones afectivas que son inseparables del reconocimiento operado por otro ser humano.[17]

«Ser o tener un perfil es ser un personaje, no una persona, la persona es reconocida dada su capacidad comunitaria; el personaje es un elemento del espectáculo sin otra cualidad-cuantitativa que dar entretenimiento.»

En consecuencia, las redes sociales “[…] como todo dispositivo […], captura también, de hecho, un deseo inconfesado de felicidad. […], se trata de la voluntad de liberarse del peso de la persona, de la responsabilidad tanto moral como jurídica”.[18] Ser o tener un perfil es ser un personaje, no una persona, la persona es reconocida dada su capacidad comunitaria; el personaje es un elemento del espectáculo sin otra cualidad-cuantitativa que dar entretenimiento. De tal modo, coligiendo la tesis de Agamben con la propuesta esbozada, “[…] la nueva identidad es una identidad sin persona, en la cual el espacio de la ética que estábamos acostumbrados a concebir pierde su sentido y debe repensarse de principio a fin”.[19] El ser-perfil es un ser que exalta la individualidad sin tener nada de sí mismo, no por falta de contenido, sino por exceso de flexibilidad.

 

El olvido del absoluto: la astucia de la sinrazón

 

Como se menciona arriba, la propuesta hegeliana consiste en realizar y comprenderse como Absoluto, el momento donde Sujeto y substancia ―toda forma de conciencia― se reconocen como identidades; la conciencia ni somete ni es sometida, es libre. Lo absoluto es la libertad plena. Lo Absoluto no es algo inmediato, requiere de constantes choques entre manifestaciones del espíritu, sujetos en la historia que se contradicen, por eso mismo, tienden a negarse. Tales negaciones no son destructivas, pues lo negado persiste, tras lo cual deja impregnadas ciertas actitudes propias en lo negador, lo negado resulta integrado en lo negador, al punto que lo negador se transforma a sí mismo a través de lo negado. El negador niégase a partir de lo negado, lo negado se infiltra en el negador dando lugar a una nueva manifestación del espíritu.

Hegel ve necesario el proceso para el despliegue del Absoluto, de ahí que la negatividad sea, según Kojeve, la categoría fundamental que alumbra el sistema. Sin negatividad no hay camino del espíritu, acceso al Absoluto. Tal tesis que se muestra obsoleta, lo es, como sostiene Theodor Adorno, si se lanza la “[…] aborrecible pregunta de qué significan para el presente Kant y, ahora también, Hegel. […] No se lanza, en cambio, la pregunta inversa, la de que significa el presente ante Hegel”.[20] La primera pregunta cuestiona al pasado desde el presente en un afán de superioridad, en la segunda, el pasado juzga al presente, sin afán de superioridad, lo hace a partir del contraste, en la no-identidad entre tales situaciones.

En ese sentido, la propuesta formulada de las redes sociales como un ámbito de in-diferencia ―el par seguido-seguidor es nulo― y de usuarios parcializados-fragmentados ―perfiles―, cobra plena significatividad si se colige con el desarrollo hegeliano del espíritu. Si el espíritu avanza en y por las contradicciones, y si tales no se dan, cómo realizar lo Absoluto, cómo alcanzar la libertad en las celdas de lo virtual. En las redes sociales ya no hay jerarquía, distinción auténtica, lo único que cabe como criterio de contrastación es la cantidad de seguidores, la cual cambia en segundos, de ahí que nunca pueda ser un valor propio, sino relativo.

Asimismo, el perfil, en tanto parcialidad-fragmentada, es irrelevante para el desarrollo de la negatividad, sólo puede ser negatividad algo que primero se afirma; sin embargo, la característica principal del perfil es la actualización, un estar ―no ser― en las tendencias, debido a que, si se busca la permanencia, el reconocerse en algo, entonces se deja de estar en tendencia, pues éstas fluctúan en la fluctuación misma. Así pues, no hay negatividad entre perfiles, un perfil no es capaz de soportar el peso del sí mismo. El presupuesto de la negatividad es la identidad, mejor dicho, las identidades. Las identidades son las que se contraponen y niegan. Sin identidad no hay negatividad.

En el ámbito de las redes sociales, el dilema de la negatividad no surge por falta de identidad, sino por exceso, debido a que como no hay diferencias todos quieren hacer-ser todo, al grado que rechazan una identidad unívoca y se lanzan por una identidad plurívoca, la cual deja de ser identidad, pues todos son lo mismo y “[…] el individuo, que en virtud de lo que le haya de estar dado inmediatamente se tiene a sí mismo por el fundamento de derecho de la verdad, obedece a la cegadora compleción de una sociedad que, como individualista, se desconoce a sí misma”.[21] Así pues, para haber identidad es necesario el conocimiento de sí mismo, el perfil es un navegador que nunca sabe dónde se está.

El perfil, en su busca de ser influencer, se mantiene reactivo, en la des-medida de lo posible, se mantiene al día. El perfil, el usuario de redes, ya no actúa, no despliega su potencia para un acto, antes bien, efectúa, pues lo que hace lo hace influenciado por lo que se le presenta en la pantalla, es un efecto de una causa. La diferencia entre efectuar y actuar[22] es que la primera se presenta como un hecho especial, pero que puede ser descrito como un movimiento físico cualquiera, en cambio, el actuar está determinado por la finalidad y “[…] el agente es el ser responsable de la orientación de la acción, el ser para quien y a través de quien la acción tiene la dirección que tiene”;[23] en contraste, en el efectuar, lo que determina el hacer es la causa, las tendencias.

Si el perfil es un ser que no actúa, sino que efectúa, tal ser resulta despotenciado, desligado de su potencia, al unísono, de su impotencia. Separar al ser-humano de su potencia, lo que puede-hacer, es el mecanismo que habilita el despliegue desmesurado del poder-todo, ser-todo. Ese desligar hace olvidar las incapacidades, conocer las limitaciones y “[…] aquel que es separado de la propia impotencia pierde, […], la capacidad de resistir”.[24] El perfil es un modo-de-ser sin resistencia, es una absorción pletórica que desborda todo límite posible de identificación.

Las redes sociales, los perfiles, los influencers y los seguidores sólo dan lo que ‘me-gusta’, las sugerencias y recomendaciones son acordes con los historiales. Así pues, ese tipo de conexión da lugar a “[…] una sociedad ideal donde, dentro de los marcos de un estado mínimo, los individuos constituyen o se incorporan solo a las asociaciones que quieren y que están dispuestas a admitirlos”.[25] El gran problema es, como apunta Charles Taylor, que nada garantiza que esas asociaciones sean diversas, pues diversidad no significa muchas opciones, sino negatividad.

Las redes sociales como “[…] visión causal y su correspondiente perspectiva atomista nos induce a explicar las instituciones en términos puramente instrumentales”,[26] con un propósito de disfrute inmediato. Con ello, al no garantizar ninguna genuina identidad, sino una plétora de tendencias que lo modifican, anulan la capacidad de actuar y no-actuar, la imposibilidad de resistencia, mostrando y disfrazando al usuario para integrarlo al espectáculo, invitándolo a ser influencer, cancelando el conocimiento de sí y el reconocimiento, desembocando en una sociedad sin-personas, sin roles, todos fluctúan en la mismidad inmediata. La satisfacción última es aglomerar seguidores, ser un influencer: ser reconocido como espectáculo.

En definitiva, cuando el reconocimiento es una categoría meramente cuantitativa, desligada del deseo de identidad y libertad, absorbida por el impulso del espectáculo, el perfil “[…] es, en verdad, mero agente del proceso social de producción, y cuyas necesidades vienen, por decirlo así, arrastradas por este proceso, es al mismo tiempo totalmente impotente y nulo”.[27] Por tal causa, el ser-humano ya no camina hacia el Absoluto, la libertad, el espíritu cayó en el olvido. La astucia de la sinrazón, el espectáculo, proyecta que su juego siga funcionando. Entre el ir y venir del seguido-seguidor que no va a ninguna parte, se afila la guillotina para decapitar al Absoluto.

 

 

Notas

[1] Eugenio Trías, La política y su sombra, p.63.

[2] Ibid., p. 64.

[3] Friedrich Hegel, Fenomenología del espíritu, p.237.

[4] Ibid., p.240.

[5] Idem.

[6] Ibid., p.241.

[7] Alexander Kojeve, Dialéctica de lo real y la idea de la muerte en Hegel, p.77.

[8] Ibid., p.59.

[9] F. Hegel, Op. Cit., p.242.

[10] Ibid., p.245.

[11] Ibid.,  p.238.

[12] Giorgio Agamben, “Identidad sin persona”, en Desnudez, p.67.

[13] Persona viene del latín personare, “resonar”, que alude a la máscara utilizada por los actores del teatro para incrementar su rango de voz. Asimismo, del griego prósopon, “lo que hace frente a los ojos”, “aquel que responde o interpreta”, el personaje y el actor mismo.

[14] Theodor Adorno, “Tres estudios sobre Hegel, en Obras completas 5, p.277.

[15] G. Agamben, “Glosas marginales a Comentarios sobre la sociedad del espectáculo», en Medos sin fin. Notas sobre política, p.93.

[16] G. Agamben; “Sobre lo que podemos no hacer”, en Desnudez, p.65.

[17] G. Agamben, “Identidad sin persona”, en Desnudez, pp.76-77.

[18] Ibid., pp.76.

[19] Ibid., pp.75.

[20] T. Adorno, Op. Cit., p.239.

[21] Ibid., p.277.

[22] Para una lectura más detallada sobre esta distinción cf., Charles Taylor, «La filosofía del espíritu de Hegel», en La libertad de los modernos, pp.97-122.

[23] Ibid., p.101.

[24] G. Agamben, “Sobre lo que podemos no hacer”, en Desnudez, p.65.

[25] C. Taylor, “El atomismo” nota a pie de página #7, en La libertad de los modernos, p.250.

[26] C. Taylor, “La filosofía del espíritu de Hegel”, en La libertad de los modernos, p.120.

[27] T. Adorno, Op. Cit., p.264.

 

 

Bibliografía

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AGAMBEN, Giorgio, Desnudez, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2014.

————————, Medios sin fin. Notas sobre política, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2017.

HEGEL, G.W.F, Diferencia entre los sistemas de filosofía de Fichte y Schelling. Fenomenología del espíritu en Hegel I, Madrid, Gredos, 2010.

KOJEVE, Alexander, Dialéctica de lo real y la idea de muerte en Hegel, Buenos Aires, Leviatán, 2013.

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TRÍAS, Eugenio, La política y su sombra, Madrid, Anagrama, 2005.

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