Luis Enrique Juárez Avena
La etimología de la palabra «spleen» es el vocablo griego splên. La palabra griega hace referencia al bazo, órgano encargado de producir los humores negros según la teoría de los humores. El resultado del exceso de humores negros es la melancolía. Cómo gestionar los 4 humores que nuestro cuerpo produce era la tarea de la medicina antigua, así como la prescripción de reglas para producir armonía. La relación fundamental que investiga esta teoría es entre los humores y los estados de ánimo. La melancolía y el spleen tienen afinidad semántica. El spleen de Baudelaire es el capitalismo moderno, es decir, las condiciones sociales y económicas que generan la melancolía. Benjamin analiza las relaciones materiales que confluyen para producir las experiencias de la modernidad, una de ellas es el spleen. La poesía de Baudelaire es la mónada que concatena este modo de existir. El propósito de este texto es descifrar la correspondencia entre el spleen y el capitalismo de mediados del siglo XIX.
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Hay dos textos en los que Baudelaire habló del spleen. Primero, en “Spleen e ideal” que es el título de la primera sección de Las flores del mal. Segundo, en El Spleen de París que es el título de una serie de ensayos en prosa. ¿Qué es exactamente el spleen? Digamos provisionalmente que el spleen es una sensación de vacío, de oscuridad, de obsesión, de cucarachas en la cabeza, de querer no querer, de porqués infinitos, de tedio aplastante y abrumador, de disgusto generalizado que se convierte en desesperación, de rutina laboral pesada y repetitiva, es el cansancio de cada mañana en la que nos preparamos para cumplir funciones. Baudelaire lo expresa así en el poema llamado El crepúsculo de la tarde: “El día termina. Un gran sosiego se genera en los espíritus pobres, fatigados de la labor de la jornada, y sus pensamientos toman ahora los colores tiernos e indecisos del crepúsculo”1.Un momento de liberación llega al final de la jornada laboral. La pesadez se hace visible después de salir del tiempo de trabajo. La melancolía se expresa al terminar las obligaciones laborales. El sinsentido guía la existencia. Baudelaire define bien el sentido del tedio en una carta a su madre el 30 de diciembre de 1857 (el mismo año en que se publicó el Capital):
Ciertamente, tengo muchos motivos para quejarme de mí mismo, y estoy completamente sorprendido y alarmado por este estado. ¿Tengo necesidad de un cambio? No lo sé en absoluto. ¿Es lo físico lo que disminuye el espíritu y la voluntad, o es la debilidad espiritual la que fatiga el cuerpo? No lo sé en absoluto. Pero siento un inmenso desánimo, una sensación de insoportable aislamiento, un miedo perpetuo a una vaga desdicha, una desconfianza completa en mis fuerzas, una ausencia total de deseos, una imposibilidad de encontrar una distracción cualquiera […] me pregunto sin azar qué hay de bueno aquí, qué hay de bueno allá. He aquí el verdadero espíritu del tedio.2
En Sobre algunos motivos en Baudelaire, Benjamin traza la expresión de esta experiencia. ¿Se trata, entonces, de la melancolía privada de un individuo? Los poemas son un testimonio no sólo de un individuo, sino de una época. La pérdida de receptividad hacia los estímulos sensoriales, el vivir anestesiado, el placer de los goces superficiales y banales son síntomas característicos de la época. Benjamin busca descifrar la experiencia de la ciudad moderna, de las masas civilizadas y normalizadas en el capitalismo. Por su parte, Baudelaire lo formuló en cuadros de la vida moderna, les tableaux parisiens. Dos conceptos son básicos para descifrar el espíritu de la época: vivencia y experiencia.
Situemos socio-históricamente la cuestión. Las pequeñas iluminaciones de Benjamin datan de la década de los años treinta, en pleno ascenso del nacionalsocialismo. Estos textos se titulan Experiencia y pobreza y Hacia el planetario (el último aforismo de Calle de dirección única). Hacia el planetario plantea la antítesis entre la experiencia del hombre antiguo y la del hombre moderno con respecto al cosmos. El cosmos se transformó en naturaleza. El hombre antiguo tendría una experiencia de embriaguez con el cosmos que al hombre moderno le parece reservada a las noches estrelladas acompañadas por un vino tinto. La embriaguez antigua es un modo de comunicarse con el cosmos, es la experiencia en la que se experimenta la tensión entre lo más cercano y lo más lejano. Dentro de esta experiencia, el hombre antiguo sentía respeto y admiración por la grandeza del cosmos. Por el contrario, el hombre moderno disminuyó su admiración y su comportamiento aurático con el cosmos. El cosmos sin aura ha significado la fragmentación de la experiencia. La relación de armonía entre el microcosmos humano con el macrocosmos se rompió. La guía del hombre moderno es el espíritu de la técnica y los principios de la racionalización. Ya no hubo más metáforas, ni fantasías, ni imaginaciones, ni ficciones. Sólo hubo que entender la realidad bajo la fuerza de la razón. Este espíritu se materializó en la primera guerra mundial. Por cielo, mar y tierra se percibió la potencia destructiva de la técnica capitalista. La eficacia de la destrucción no había acontecido antes así.
La voluntad del imperialismo prefirió la nada en aras del lucro. Benjamin dice lo siguiente al respecto, “[…] el dominio de la naturaleza, enseñan los imperialistas, es el sentido de toda técnica”.3 Experiencia y pobreza muestra la aterradora pérdida de sentido después de la primera guerra mundial. Es decir, lo que la siguiente generación habría de esperar era indecible después de la abrupta aparición de las maquinarias bélicas y de los estallidos que iluminaron el cielo con fuego. ¿Cómo hablar, cómo usar palabras, cómo producir sentido de la destrucción del mundo? Decir el mundo se volvió el reto del siglo XX. Benjamin dice que “[…] una miseria completamente nueva cayó sobre los hombres con el despliegue formidable de la técnica”.4 Después de que todo pierde sentido, creer en lo que sea es mejor. El sentido de la nada en la Alemania nacionalsocialista lo comprobó. Bajo este dramático contexto se inscribe su interés por Baudelaire.
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La sensación de vértigo generada por la incapacidad de tirar de lo transitorio algo de eterno, de no encontrar solidez en nada, es el síntoma de lo moderno. A través de Bergson, Freud y Proust, Benjamin elabora una explicación del funcionamiento de la consciencia. Es necesario comenzar donde los estragos son visibles, es decir, en la memoria. La memoria sería las imágenes que nos construyen consciente e inconscientemente. El sujeto es el principio que organiza la realidad según la modernidad. Pensar la memoria en la modernidad es pensar al individuo en la privacidad de su universo interior.
Benjamin reflexiona los conceptos de experiencia y de memoria desde Proust y Bergson. En la busca del tiempo perdido, novela de Proust, se muestra al sujeto moderno que reflexiona sobre sí, que busca identificarse consigo mismo a partir de sus facultades, que busca organizar sus recuerdos mutilados y confusos de forma privada. Según Proust, el sujeto no puede ser el dueño de sus recuerdos. Bergson, al contrario, piensa que sólo existe una memoria. Ésta sería una facultad que recupera los recuerdos que están anclados en una duración determinada. Proust es opuesto a Bergson al distinguir la memoria voluntaria de la involuntaria. La memoria voluntaria de Proust es recuperable por la inteligencia. Sin embargo, su dominio sobre el mundo interno, el de los recuerdos, es limitado. La memoria involuntaria es inalcanzable para la inteligencia, sólo la conocemos a partir de los recuerdos que sobrevienen y que asaltan nuestra consciencia; el aroma específico de una fruta o de un pan, nos pueden hacer recordar momentos que creíamos haber olvidado.
Proust piensa entonces, que es imposible recordar realmente el pasado a partir de la dirección voluntaria de la consciencia. La memoria que contiene un recuerdo auténtico del pasado formaría parte de la memoria involuntaria. En otras palabras, el individuo moderno se ve a sí mismo de modo confuso, mutilado, desfasado, contradictorio y es incapaz de tener una imagen completa y lineal de sí mismo. El esfuerzo por recuperar el tiempo perdido a través de los recuerdos accesibles es su obsesión. Las imágenes que nos asaltan azarosamente en la memoria se vuelven objeto de investigación policiaca. Esto es directamente la antítesis de Funes el memorioso de Borges. La imagen que podamos formar de nosotros mismos depende más del azar que de nuestras capacidades cognitivas. La experiencia dependería entonces, de la memoria involuntaria, mientras que la vivencia correspondería a la memoria voluntaria. El problema sería la imposibilidad de construir experiencias voluntariamente. Buscar el tiempo perdido es la incapacidad de reconocerse en un conjunto de relaciones sociales, económicas y políticas. La memoria que busca su tiempo perdido es el testimonio de la cosificación. La tradición y la historia no tendrían lugar en las representaciones del sujeto moderno.
Las ideas de Freud están en afinidad con Proust en que la consciencia y la memoria voluntaria pueden construir recuerdos sólo y únicamente a partir de lo que no ha sido