La experiencia fáctica de dominación del siglo XVI, llevada a cabo por el conquistador e invasor europeo-español, implicó una ontología y una lógica sui generis desde la cual el genocidio y epistemicidio estuviesen justificados y fuesen glorificados, es decir, la ontología implícita en el ethos dominador fue el fundamento de la injusticia de la invasión, guerra y conquista de amerindia; por ello, el “conquistador-invasor”, para justificar su matanza, tuvo necesariamente que constituir al Otro “indio” como su enemigo. Desde el orden ontológico, es decir, desde la Totalidad vigente del invasor, el Otro, el “indio” y su civilización, aparecían como algo inquietante. La experiencia fáctica de dominación de las cruzadas, desplegada dialécticamente por la cristiandad europeo-española, justificaba, hacía siglos, una mirada ontológica sobre sí mismos. En la Europa de ese tiempo, ser cristiano era señal de preeminencia, la cual traía una especie de derecho sobre los “herejes”. Los conquistadores ibérico-europeos gozaban de facultades morales para subyugar a todo pueblo no cristiano y subsumirlo bajo su proyecto civilizatorio. Ésta es la lógica que guiará la guerra de conquista, por esto, el “indio” en tanto Otro —inquietante, amenazante— debía ser subsumido como “algo” dentro de la Totalidad desplegada. De esta manera, el “indio” será un ente con sentido dentro del proyecto civilizatorio de la cristiandad europeo-española del siglo XVI. El ego conquiro sitúa al Otro “indio” como cosa manipulable a la mano y hará de él un esclavo. En este sentido, El “indio”, por el hecho de ser distinto y sobrepasar el horizonte civilizatorio de la cristiandad, será considerado como “malo”, puesto que no se ajusta al canon cultural del europeo-español.
Para un español cristiano que pensaba que el cuerpo era el reflejo del alma, todo ser diferente, esto es, todo Otro radicalmente distinto que aquél, era considerado “malo”. Por esta situación, el “indio” que se alejaba del paradigma del invasor y conquistador español era considerado dañino y darle la muerte era un deber. Esta ontología subyacente coloca al Otro, al “indio”, como ente interpretable, como mediación o posibilidad interna al horizonte de comprensión del Ser; su corolario es hacer del Otro, del “indio”, el enemigo a vencer. El deber del ethos dominador será entonces, en nombre de su civilización, extirpar todo “Mal”, es decir, eliminar al Otro, al “indio” y su civilización, degradándolo a un momento de la Totalidad impuesta. En este sentido Dussel —podríamos decir que a modo de crítica— se refiere a Ginés de Sepúlveda, mismo que afirmará: “Será siempre justo y conforme al derecho […] que tales gentes [el Otro, el “indio”] se sometan al imperio de naciones más cultas y humanas, para que por sus virtudes […] depongan la barbarie [renuncien a su exterioridad meta-física, dis-tinta] y se reduzcan a vida más humana […]”.1
Con lo anterior queda claro que al declararse al “indio” y al contenido de su cultura como expresión de barbarie, que atenta en contra de la “verdadera” civilización, es justificada la causa de la guerra y el exterminio del enemigo, el Otro, el poblador originario de amerindia, pues: “El conquistador al imponer su dominio no hace más que imponer el orden cristiano [el orden ontológico de la Totalidad totalizante] […] Dios ha encomendado a los españoles [invasores] la misión redentora, por lo que para llevar a cabo su pro-yecto pueden incluso obligar por las armas a los nativos [a los Otros] que se resistan […]”.2
El Otro “indio” como enemigo
Una vez que el conquistador ha revestido de la impersonalidad del enemigo al “indio”, al Otro, le es posible aniquilarlo, esclavizarlo, negarlo en todo sentido. Sin embargo, llegar a ver al Otro como enemigo implica que, por un lado, ese Otro, el “indio”, sea di-ferido dentro de la Totalidad, es decir, que no se le acepte en tanto dis-tinto, y como tal, con un pro-yecto alternativo más allá del orden totalizante del pro-yecto conquistador (de la cristiandad); que el Otro sea di-ferido dentro del horizonte de comprensión significa que ya se ha colocado como mediación del pro-yecto, aun cuando ese Otro sea di-ferido como lo opuesto. En este sentido, se le ha interpretado ya desde el orden ontológico como mediación dentro de la misma identidad originaria, de tal forma que el “indio” pasa de ser el Otro metafísicamente dis-tinto, a ser “el otro” di-ferente dentro de “lo Mismo” y, del cual, el conquistador se sirve para la realización de su proyecto civilizatorio. Por otra parte, el Otro, el “indio”, se manifiesta al conquistador como una parte inquietante interna a la Totalidad. Mientras el Otro comienza, o ha cobrado ya conciencia de la injusticia que padece, y por lo cual pretende en algún momento evadirse de la Totalidad para recuperar su alteridad —y así afirmarse como distinto más allá de la Totalidad dominante—, el conquistador, por su parte, en nombre de su civilización y por el “bien del Todo”, lo aniquilará. Por ello Dussel alude a Sepúlveda quien escribe: “[…] si rechazan [la Totalidad] se les puede imponer por medio de las armas, y tal guerra será justa según el derecho […] lo declara. En suma: es justo, conveniente […] que los varones probos, inteligentes, virtuosos y humanos dominen sobre todos los que no tienen estas cualidades”.3
Por lo cual al Otro “indio”, que desde su pretensión de trascender el horizonte de comprensión amenaza con subvertir el orden, se le constituye así, en enemigo, y heroicamente se le combate hasta su aniquilación. Así lo expresa Dussel:
[…] ver al Otro como enemigo a significado: por una parte, considerarlo como “lo otro” diferente dentro de la Totalidad de “lo Mismo”[…];por otra, ese “lo otro” como inquietante parte interna pretende, en un momento, evadirse de la totalidad y convertirse en “el Otro” exterior y dis-tinto; por último, a ese Otro que pretende subvertir la seguridad del Todo, el enemigo, es necesario aniquilarlo por el “bien del Todo”.4
El héroe de la ontología no comete falta moral: su acto, la eliminación del enemigo, “el indio”, se ha realizado por “amor al orden”. El héroe de la Totalidad no tiene conciencia de culpabilidad cuando mata en la guerra de conquista. El héroe de la Totalidad, en tanto realiza el pro-yecto de la conquista, pasa a ser la mediación, es decir, el “instrumento” con el que el Todo elimina por la violencia al Otro, que pretende ser dis-tinto más allá del orden ontológico, y así, por el “amor al orden y la unidad” del Todo, el “indio” es inmolado y el héroe es inmortalizado en el amor patrio. Por ello Dussel indica: “Antes que el Otro continúe su tarea de falsificación, de desmoralización del sistema, el héroe se lanza sobre el enemigo, el Otro, y lo aniquila, lo mata, lo asesina”.5 Así, lo que justifica la guerra de conquista y la consecuente imposición del pro-yecto civilizatorio europeo-occidental-cristiano, es que haya un enemigo. El tener un enemigo y eliminarlo constituye así el acto del conquistador en un acto idolátrico, esto es, negación del Otro, del “indio”, por “amor a lo Mismo”, al orden ontológico de la Totalidad imperante.
La negación del Otro: afirmación del ego conquiro
Hacer del Otro, del “indio”, un enemigo, implicó la a-versión solipsista hacia él, a-versión a la dis-tinción cuyo paroxismo es su aniquilación, vivido ésta heroicamente por quien salvaguarda el orden de la Totalidad. La aniquilación del indio es su negación, es el “no al Otro” por la afirmación solipsista del ego conquiro. Afirmación que no es más que acto autorreferencial en la medida que realiza el pro-yecto de la Totalidad como acto idolátrico por “amor al Todo”, en referencia a “lo mismo” o “lo otro” como igual, es decir, como di-ferencia dentro de la Totalidad, pero en relación a la identidad originaria. Así, el Otro, el “indio”, al no tener la cultura por excelencia, se alejaba del orden y la unidad del pro-yecto de la Totalidad: la cultura europea del español cristiano; en último término, su ser dis-tinto, interpretado por el invasor como “bestialidad”, justificó su aniquilación.
El acto idolátrico es la eliminación del “indio” en la guerra de conquista, asesinato del radicalmente Otro, matanza de la Alteridad por parte del conquistador, por la cual se instituye la identidad cerrada de “lo Mismo”. Se instaura la Totalidad, el pro-yecto del invasor como único, desde el cual se descubren las mediaciones para su realización. El conquistador que asesina heroicamente al “indio” constituye el horizonte de su mundo como fundamento último. Afirmamos entonces que la negación de la exterioridad meta-física del “indio” por parte del conquistador en su asesinato es un acto idolátrico de afirmación de la identidad originaria de la Totalidad —europeo-occidental-cristiana—.
La injusticia de la conquista que padece el Otro, el “indio”, en tanto a-versión a él, es ya la con-versión del conquistador hacia sí mismo desde su pro-yecto ontológico que no admite lo dis-tinto, por ello el amor a sí mismo y a su pro-yecto totalizante es la condición de posibilidad del decir y obrar del “no al Otro”, del “no” al pro-yecto metafísicamente dis-tinto del “indio”. Acto idolátrico que no lo acepta como tal, como Otro dis-tinto, como alguien, sino como “algo”, como di-ferencia interna a la identidad originaria de “lo Mismo” que aparece en tanto uno de sus momentos, y por ello, posible de ser conquistado, dominado, y/o asesinado. Dussel afirma:
[…]puedo negar al Otro porque soy voluntad libre fundada en el poder-ser;por último,niego o mato al Otro […] cuando dejo de con-verger hacia el Otro en la justicia […];esta a-versión al Otro es concomitante conversión o amor a mí mismo como “lo Mismo” idéntico, como Totalidad totalizada totalitariamente, que no admite al Otro, sino como di-ferencia interna, dominada.6
Como hemos mostrado —y ya indicado con anterioridad— el “no al Otro” del conquistador es ontológicamente constitución de su mundo, de su pro-yecto, como único, total; constituir ese horizonte ontológico como fundamental y negar al “indio” como Otro dis-tinto que la Totalidad, significa la realización del pro-yecto totalizante en tanto acto idolátrico de la conquista de amerindia. La conquista española es, sin duda alguna, el gran episodio colonialista de su tiempo, paradigma de todos los demás, paradigma de la Totalización totalizante de los imperios en turno que dicen “no al Otro”.
Por todo lo anterior, sostenemos que: para el conquistador fue posible el negar al “indio” desde la afirmación de sí mismo y de su pro-yecto, afirmación que implica la cerrazón al pro-yecto dis-tinto del Otro; negado el “indio” y constituido como enemigo, queda justificada su eliminación y establecido el acto idolátrico como heroico, a tal grado que a los conquistadores se les otorgó por parte de la monarquía títulos de nobleza; expresión empírica del clímax de la idolátrica invasión, guerra y conquista de amerindia.
A manera de conclusión
La breve reflexión que hemos realizado en torno a la invasión, guerra y conquista de amerindia desde el marco categorial de la filosofía de la liberación de Enrique Dussel pretende ofrecer una aproximación desde un marco teórico de suma actualidad, y mostrar, así mismo, que a partir de dicho marco múltiples vetas de investigación y problematización pueden ser abiertas a una nueva y renovada interpretación del acontecimiento de la conquista, cuyas consecuencias a cinco siglos de distancia aún —aunque matizadas— están presentes. Nuestra interpretación, que hunde sus raíces en el pensamiento dusseliano, tiene un enfoque “filosófico-teológico implícito”, necesario a comienzos de este siglo XXI, pues la pretendida secularidad cotidiana oculta tras de sí la intención de imposición de una civilización o pro-yecto civilizatorio con pretensión de ser el “único y verdadero”, y por ello “divino”. Es por esto que hemos interpretado la guerra de conquista como un acto idolátrico de la cristiandad española del siglo XVI. El “indio” fue negado desde el horizonte de comprensión europeo-español porque dicho horizonte, dicho ethos, se lo aceptaba y comprendía como absoluto; el Otro fue subsumido como el resultado de la “responsabilidad” que dictó la tarea civilizatoria encomendada por Dios a España; el “bárbaro”, por su conversión o aniquilación, fue el objeto de la redención; desde la Totalidad era necesario incorporar al Otro a la unidad y al orden de la Totalidad. Para terminar escuchemos la voz dramática del Otro ante el acontecimiento que lo sumirá en su negación y ocultamiento por quinientos años:
Y todo esto pasó con nosotros. Nosotros lo vimos, nosotros lo admiramos. Con esta lamentosa y triste suerte nos vimos angustiados. En los caminos yacen dardos rotos, los cabellos están esparcidos […]Gusanos pululan por calles y plazas, y en las paredes están salpicados los sesos […] Se nos puso precio. Precio del joven, del sacerdote, del niño y de la doncella […] Basta: de un pobre era el precio sólo de un puñado de maíz […].7
Notas
1 Enrique Dussel, Para una ética de la liberación latinoamericana, p. 166.
2 Arturo Chavolla, La idea de América en el pensamiento europeo, p. 35.
3 E. Dussel, Meditaciones anti-cartesianas, p.86.
4 E. Dussel, Para una ética de la liberación latinoamericana, p. 14.
5 E. Dussel, Filosofía de la liberación, p.93.
6 E. Dussel, Para una ética de la liberación latinoamericana, p. 30.
7 Miguel León –Portilla, Visión de los vencidos, pp. 186-188.
Bibliografía
CHAVOLLA, Arturo, La idea de América en el pensamiento europeo de Fernández de Oviedo a Hegel, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 1993.
DUSSEL, Enrique, Meditaciones anti-cartesianas: sobre el origen del anti-discurso de la modernidad, Bogotá, Tabula Rasa, No.9, 153-157, 2008.
———, Filosofía de la liberación, México, FCE, 2014.
———, Para una ética de la liberación latinoamericana, I y II, México, Siglo XXI, 1973.
León-Portilla Miguel, Visión de los vencidos, Madrid, Ediciones Promo, 2003.